jueves, 28 de diciembre de 2017

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo XIV (3ª parte)



PALABRAS MÁGICAS
- XIV -
EN EL CALABOZO

Le llevaron a un campamento provisional, que había en el llano, al lado de los pies de las montañas. Allí había un escuadrón de doce soldados. Le presentaron ante un sargento, al que trató de explicar que era un desertor y sólo quería seguir su camino por Escaste, hasta el bosque de Haan, pero el sargento escasteño tampoco le creyó.
Cuando Drill me contó esta parte no noté rencor hacia aquellos soldados. Probablemente mi antiguo yumón tampoco les hubiese creído si la situación hubiese sido al contrario y hubiese sido él el que hubiera encontrado un soldado enemigo dormido a su lado de las montañas.
Aquella tarde le llevaron a un refugio de maderos, reforzado con barrotes y vigas de hierro. Era una cabaña reconvertida en cuartel, para su uso durante la guerra. Una parte de la construcción se utilizaba como prisión.
Le ficharon (Drill se insultó mentalmente, esta vez por no haber escondido su placa de mercenario), guardaron sus cosas y le llevaron a la zona de celdas. El cuartel tenía una amplia sala en el frente, un recibidor ancho y una pequeña habitación al otro lado con literas, como pudo ver de pasada cuando le metieron allí. Era una construcción de una sola planta, así que le llevaron por un pasillo hasta una sala anterior a los calabozos: allí había una amplia mesa, un armario y una puerta que daba a otras dependencias del refugio. En aquella sala fue donde le ficharon, guardaron sus cosas en el amplio armario y después le llevaron por otra puerta estrecha a los calabozos. Había ocho celdas y sólo había una ocupada. Un anciano decrépito estaba en ella y durante los primeros momentos de Drill en la celda intentó hablar con él, pero el anciano no le contestó (no le miró siquiera) así que mi yumón desistió de entablar conversación.
Pasó allí un día. Nadie le dijo ni le hizo nada. Simplemente le llevaron dos comidas en escudillas más bien pequeñas (gachas con manzana por la mañana y filetes de carne dura con una patata cocida por la tarde) pero nadie habló con él, ni el soldado que le llevó la comida y recogió la escudilla vacía ni el anciano de la otra celda (que solamente parecía repetir constantemente una letanía, en voz muy baja).
Al día siguiente, cuando despertó, el anciano estaba tendido en su catre y no se movió en toda la mañana. Cuando el soldado entró a recoger la escudilla con las gachas, encontró que la del anciano seguía sin tocar en el suelo de la celda. Llamó a dos compañeros, entraron en la celda y encontraron al anciano muerto. Se lo llevaron de allí y no dijeron nada a Drill. Ni siquiera le miraron.
Mi antiguo yumón empezó a valorar la posibilidad de escaparse. Más pronto o más tarde aparecería por allí alguien con el rango suficiente como para hablar con él, algún teniente o algún coronel, que se interesaría por su historia. Si tenía suerte y era convincente, podría librarse al contarles la verdad. Pero mucho se temía que después de haberles ganado por la mano aquel puesto fronterizo de las montañas, la noche que participó en la “sabanada”, los soldados escasteños no estarían muy por la labor de creer historias de mercenarios. Al fin y al cabo, como habían expresado muy claramente los dos soldados que le habían encontrado dormido, llevaba el uniforme del ejército enemigo. Ahí estaba toda la explicación que necesitaban los posibles oficiales que se entrevistasen con él.
Los barrotes eran resistentes, bien construidos por herreros hábiles y colocados en el refugio de madera por carpinteros muy diestros. Imposible salir por allí. El suelo era de madera muy gruesa y Drill estaba convencido de que la cabaña estaba apoyada sobre el suelo, directamente: tendría que cavar si quería salir por allí (eso contando con que fuese capaz de abrir un butrón atravesando la dura madera). Sólo le quedaba la ventana, que estaba algo alta para su corta estatura, pero podía ser un punto débil de la pared. Por lo que podía ver y palpar de ella, era como los barrotes que lo rodeaban: resistentes y bien instalados en el marco.
Pasó la tarde y la noche, y nadie fue a verle (salvo el silencioso soldado que siempre le llevaba la comida y recogía la escudilla vacía). Drill pasó la tarde pensando en modos de desencajar los barrotes de la ventana, sin encontrar ninguna solución.
El tercer día recibió una visita, como había previsto. Fue un teniente, de uniforme impoluto, buena planta y agradables maneras. Fue muy respetuoso con él, aunque sus intenciones estaban claras desde el principio.
- Buenos días le dé Sherpú, señor Drill – le saludó, plantado delante de su celda, con los pies juntos y las manos enlazadas a la espalda.
- Que se los dé igual a usted – contestó, incómodo,
pero decidido a ser igual de amable que su interlocutor. No quería rebajarse, a pesar de estar en el calabozo.
- Tengo entendido que su nombre es Bittor Drill, de oficio mercenario – dijo el teniente. – Y por su emblema del brazo, su rango en el ejército bareniense era sargento, ¿no es así?
- Contra mis deseos, digo wen – aceptó Drill.
- ¿Contra sus deseos? Explíqueme eso, se lo ruego....
- Fui reclutado a la fuerza. Peleaba en la guerra sin ningún interés personal, así que tampoco pretendía ganar la oficialidad, si a bien tiene.
- Ya veo – asintió el teniente. – El ejército bareniense nunca ha sido famoso por su enorme tamaño ni su riqueza de material, así que es normal que se debieran hacer levas forzosas, le digo. Pero eso debieron haberlo pensado mejor antes de iniciar este conflicto....
- No estoy interesado en su guerra – le cortó Drill, alzando la mano, arreglándoselas para no parecer descortés. – No me importa quién hizo qué ni quién lo hizo antes.
- Para no estar interesado en la guerra veo que ha participado en ella sin escrúpulo ninguno, le digo.
- He participado en ella, es verdad. Pero le aseguro que con bastantes escrúpulos, wen le digo – dijo Drill, llegando a mezclar la forma de expresarse en Escaste con sus propias costumbres de Ülsher. – Sólo quiero seguir con mi misión, pues usted ya sabe que soy mercenario. La guerra me pilló en medio.
- Ya veo. Parecen juiciosas palabras, pero como comprenderá no puedo darles crédito así como así – dijo el teniente, con voz ligera, aunque parecía un poco contrariado. – Hemos de comprobar si de verdad usted no es un espía del reino de Barenibomur. Cuando todo esté aclarado y se cumpla lo que usted asegura, le soltaremos.
- No creo que un espía que tratase de colarse tras sus líneas lo hiciese con el uniforme del ejército enemigo, le digo – apuntó Drill, con vehemencia, tratando de librarse.
- Un espía torpe quizá sí – sonrió el teniente y se dio la vuelta, saliendo de los calabozos y dejando a Drill allí solo.
Se sentó en el catre y volvió a mirar a la ventana con barrotes. Se olvidó del teniente escasteño y volvió a idear intentos de fuga.


Aquella noche cenó huevos con verduras y un pedazo de pan que no estaba nada malo.
Cuando el soldado fue a recoger la escudilla vacía le preguntó quién era el teniente que había ido a verle, para saber qué importancia tenía en el ejército de Escaste, pero como era costumbre el carcelero no intercambió palabras con él.
Se hizo de noche y Drill se tendió en el catre. Las lunas debían de estar en fase llena y el cielo despejado, porque una luz intensa se colaba por la ventana, dibujando un deprimente juego de luces y sombras en el suelo de la celda.
Drill escuchó unos fuertes golpes en la puerta del cuartel provisional. Debieron de ser muy enérgicos para que pudiera oírlos desde la celda, atravesando todo el cuartel y tantas salas. Imaginó que alguien abría la puerta y después escuchó rumor de gritos o de palabras encendidas, en buen tono. No entendió lo que se decía, pero pudo escuchar el barullo de las voces, que parecían discutir o estar asustadas. Por lo menos había cierta agitación y nerviosismo en ellas.
Cuando escuchó al carcelero levantarse y salir a paso vivo de la sala que había antes de los calabozos Drill se incorporó en el catre y se puso en pie. Allí había animación y no quería perdérsela por si podía aprovecharse de ella.
Y vaya si se aprovechó, aunque nunca hubiese imaginado que fuera de aquella forma.
Apoyado en los barrotes de su celda, agarrado a ellos, intentando entender las palabras que el carcelero intercambiaba con el recién llegado y con algún militar más, vio de pronto que Ryngo aparecía por la puerta que conectaba los calabozos con el puesto de guardia del carcelero. Lo miró con sorpresa y luego con alegría.
- ¡Ryngo! – logró gritar, en susurros, muy contento de ver al zorrillo. Éste le miró desde la puerta, en silencio, con aquella mirada inteligente que Drill nunca hubiese esperado ver en ningún animal (quizá en algún gato).
El zorrillo se dio la vuelta y desapareció por la puerta. El mercenario le chistó, tratando de no llamar la atención de los guardias, pero el zorrillo no volvió. Al cabo de unos instantes escuchó un tintineo metálico que le dejó extrañado, hasta que lo entendió todo al ver al zorrillo aparecer por la puerta otra vez, esta vez con el manojo de llaves del carcelero colgado de un aro.
- ¡Bien! – le animó Drill. Ryngo llegó hasta él y soltó el aro con las llaves. Antes de cogerlo Drill agarró al raposo, cogiéndolo en brazos y dándole un corto pero intenso abrazo. Ryngo no hizo ningún sonido, consciente de que la discreción era necesaria, pero le lamió la mejilla barbada un par de veces. Después Drill lo dejó en el suelo y cogió el manojo de llaves. Probó varias en la cerradura hasta que la cuarta abrió la puerta de su celda. Salió de ella con ganas, cerrándola a su espalda, saliendo al puesto de guardia del carcelero con precaución.
Estaba vacío, el soldado seguía hablando con quien fuera en el amplio recibidor del cuartel provisional. Ryngo saltó a una silla de madera tapizada en cuero y se apoyó con las patas delanteras en el borde de la mesa. Con el hocico señaló las llaves que Drill llevaba de la mano (agarradas todas juntas para que no hiciesen ruido) y después señaló un hueco en la mesa.
- ¿Las llaves estaban ahí? – preguntó el mercenario, con voz queda. El zorrillo se limitó a menear la cola, sin dejar de mirarle. Drill colocó las llaves con cuidado en la mesa: hicieron un leve ruido metálico, pero desde el recibidor nadie pareció oírlo.
Drill abrió el armario, cogió su mochila del ejército (la que había sido de Quentin Rich) y se la colgó a la espalda. Mientras lo hacía observó un jubón de color azul y unas calzas grises, que había en el armario. Supuso que eran del anciano que había muerto y las cogió, pensando que le vendría bien quitarse de una vez el uniforme del ejército y cambiarse de ropa. Después se detuvo un instante más para coger su cinto con la espada y el cuchillo colgados y llevarse todas sus cosas.
Ryngo  le indicó una puerta que había en una pared de la sala del guardia, que no había visto hacía unos días, cuando le llevaron a su celda. Era una puerta estrecha y normal, con un vano que la rodeaba. Estaba al lado de una estantería, casi en una esquina de la sala, en una zona en penumbra: entre la sombra, la estantería y el vano era difícil verla si no se sabía que estaba allí. Tenía gruesos cerrojos y grandes cerraduras, pero estaba abierta: Ryngo la empujó con el hocico, la abrió lo justo para colarse y salió por ella. Drill imaginó que el raposo la había utilizado para entrar.
Salió por la misma puerta y una vez en el exterior la cerró, para no levantar las sospechas del guardia cuando volviese a su puesto.
Bajo la luz de las dos lunas, Ryngo y Drill salieron corriendo, tratando de alejarse del cuartel provisional y escondiéndose entre la vegetación.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo XIII (3ª parte)



PALABRAS MÁGICAS
- XIII -
DESERCIÓN

Sería como una semana después de la “sabanada” cuando Drill y Bill “Broncas” compartieron una nueva noche en el avistadero. Desde la incursión nocturna y la toma del puesto fronterizo por la compañía Hueso habían tenido enfrentamientos todos los días: los soldados escasteños habían sufrido muchas bajas durante la “sabanada” y habían perdido sus instalaciones en el puesto fronterizo, así que estaban rabiosos y no tenían lugar en el que quedarse. Los soldados barenienses los hostigaron cada día, tratando de hacerles volver a su reino por los pasos de montaña o de acabar con todos ellos.
Las guardias en el avistadero eran importantes, pues el comandante Sandans temía una incursión nocturna como la suya, en venganza, así que los avistaderos del valle estaban siempre ocupados.
Bill “Broncas” seguía leyendo su novela desencuadernada (a aquellas alturas del año la estaba terminando y gracias a todas las guardias que hacía avanzaba mucho en la lectura) y Drill se miraba las botas, desamparado. Ni siquiera Ryngo conseguía animarle: el zorrillo tenía su cabeza apoyada en la pierna estirada de Drill y no dejaba de mirarle directamente, pero el mercenario no le miraba a él.
Drill suspiró y levantó la mirada. Ryngo se incorporó, expectante ante la movilidad de su amigo. Bill “Broncas” no cambió su postura, pero levantó los ojos de los papeles y miró a su amigo, también expectante.
- Se acabó – dijo Drill. Bill supo a lo que se refería, pero no dijo nada. Supongo que sabría que Drill necesitaba decirlo y a él no le venía nada mal escucharlo. – Lo dejo.
No dijo nada más, pero Bill esperó con paciencia. Cuando mi antiguo yumón le miró a los ojos Bill asintió, comprendiendo sus motivos y aceptándolos.
- Bien....
Drill suspiró una vez más, profundamente. Los ojos de Ryngo seguían mirándole, con veneración.
- ¿No vas a impedírmelo? – dijo Drill, con voz un poco sorprendida. – ¿O a intentar disuadirme?
Bill “Broncas” había vuelto a su lectura, con la mirada en las letras de la novela, y sin dejar de leer se encogió de hombros, con una mueca de la cara. Negó despacio con la cabeza.
- No se me ocurriría. Ni tengo el derecho de hacerlo. ¿O prefieres que me enfrentara a ti para impedírtelo?
- Prefiero que no – Drill sonó divertido, con su sonrisa infantil en la cara. – Tu espada es mortífera....
Bill sonrió y levantó la mirada de las hojas sueltas, mirando a mi antiguo yumón.
- La tuya también lo es, sea.
Drill se encogió de hombros, un poco avergonzado, y Bill volvió a leer.
- ¿Cuándo vas a hacerlo? – preguntó Bill “Broncas”, al cabo de un rato, sin dejar de mirar las hojas del libro, acabando de esa forma con el debate sobre si iba o no a detener a su amigo o si tenía derecho a hacerlo.
- Ahora mismo – contestó Drill.
- ¿Y tus cosas?
- Hace días preparé una mochila con lo necesario. Está escondida en el bosque, al final de este valle – explicó Drill, con un tono de voz como de excusa. Bill asintió, dándole la confianza que le faltaba: no tenía que excusarse. Era su decisión y era un profesional. – Es la mochila de Quentin. La recogí de su catre y la llené con mis cosas.
- Buen homenaje – dijo el matón, y fue sincero, a pesar de que su voz sonaba casi siempre socarrona.
Drill se encogió otra vez de hombros. Se dio cuenta de que lo estaba haciendo mucho.
- ¿No quieres venir conmigo? – propuso. – ¿No quieres salir de aquí?
Bill “Broncas” volvió a apartar sus ojos de la lectura, bajando el puñado de hojas para poder ver bien a su amigo. Aquel gesto le demostró a Drill que lo que venía era importante.
- Voy a salir de aquí – dijo, sereno y firme. – Lo haré cuando acabe la guerra o antes, en una caja de madera. Pero no voy a huir contigo. Me parece bien que tú lo hagas, no pienses que te desprecio por ello. Sólo lamento que Quentin no pueda acompañarte.
- ¿Por qué no vienes? ¿Por qué prefieres jugártela aquí?
Bill arrugó la cara, antes de contestar: era una mueca reflexiva y de aceptación de sí mismo.
- Porque esto es lo que hago bien – dijo. – Mi viejo me enseñó una cosa, sólo una: averigua para qué has nacido y hazlo. Hazlo bien – compuso una mueca de circunstancias antes de terminar. – A mí se me da bien intimidar, asustar y pelear. Aquí puedo hacerlo. Si tengo suerte volveré a Exonn vivo, para poder seguir haciéndolo allí como lo hacía antes.
Drill asintió lentamente, comprendiendo a su amigo, aunque no compartiera su idea de quedarse en la guerra. Suspiró profundamente, antes de ponerse de pie en la plataforma del avistadero. Ryngo también se puso en pie, sobre sus cuatro patas.
- Ofrezco gratitud y deseo prosperidad – dijo, tendiéndole la mano a Bill, que le estrechó la muñeca. – Que Sherpú te guarde, amigo.
- Que a ti te guarde el doble, Bittor – respondió Bill “Broncas”, con una sonrisa de confianza dedicada a su amigo. – Si dentro de un tiempo, acabada la guerra, pasas por Exonn, pregunta por mí en cualquier taberna. Si sigo vivo nos encontraremos y te invitaré a una cerveza. – Después se volvió al zorrillo y le acarició con cuidado en lo alto de la cabeza y el cuello. – Cuida de tu amo, Ryngo. Lo va a necesitar.
El zorrillo lanzó un corto ladrido, en voz queda. Después Drill lo cogió y pasó por encima de la baranda, apoyándose en la escalera de mano. Se detuvo en el primer escalón y volvió a mirar a Bill, que había vuelto a su lectura.
- ¿Tardarás en dar la alarma?
- ¿Alarma? – soltó una risa el matasiete, sin dejar de leer. – Vete de una vez, pendejo....
Sonreía y Drill sonrió con él. Después bajó la escalera y se alejó del avistadero, sin volver la vista atrás. Ryngo trotó a su lado, sin perder el paso. Cruzaron el valle, escondidos entre el follaje. Llegaron al escondite en el que Drill había dejado la antigua mochila de Quentin Rich, la recogieron y siguieron su camino, cruzando las montañas, en dirección a Escaste.


Ryngo y Drill tardaron ocho días en cruzar las montañas Hartodhax, caminando sin prisas. Tomaron precauciones durante todo el camino, porque aquella zona fronteriza estaba en guerra. Podían encontrarse con soldados tanto de uno como de otro lado y ninguno les acogería con amabilidad. Caminaron sobre todo de noche, con cuidado, recorriendo pasos de montaña cuando estaban seguros de que no se cruzarían con patrullas de soldados. A veces cruzaban los valles por abajo, a cubierto gracias a los bosques o a los campos de maleza que los llenaban.
La caminata fue tensa, claro, porque en todo momento Drill tenía el miedo de cruzarse con alguna patrulla escasteña, pero además tenía la seguridad de que el comandante Sandans mandaría a alguien en su busca, cuando supiese que había desertado. Sabía que Bill no le iba a denunciar, pero a la mañana siguiente de su huida, en toda la compañía se sabría que había desertado.
Drill estaba decidido a ser el primero de la compañía Puño en lograrlo.
A finales de octubre salieron de la cordillera, observando al fin las primeras tierras llanas de Escaste. Otro par de días más tardaron en llegar a los pies de las montañas y aquella noche durmieron entre unos arbolillos, disfrutando del calor del reino del sur, a pesar de que octubre ya casi acababa y estaba a punto de empezar la Tierra Marchita.
Al día siguiente Drill despertó porque notó un pinchazo en el costado derecho. Pensó que era Ryngo, tocándole con el hocico, y no hizo ni caso. Pero cuando el pinchazo se repitió, un poco doloroso, abrió los ojos.
Se asustó, al ver a dos soldados con el uniforme de Escaste, apuntándole con sus lanzas.
- No te muevas ni una pulgada, te digo – uno le puso la punta de la lanza bajo la barbilla mientras otro le sacaba la espada de la vaina y le cacheaba, encontrando su cuchillo en la bota.
- No soy peligroso – trató de razonar Drill. – Sólo soy un viajero que va al bosque de Haan.
- Un viajero, ¿eh? – sonrió socarrón el que le apuntaba con la lanza. El otro le ayudó a levantarse, atándole las manos a la espalda. – Por eso vistes el uniforme del ejército bareniense. ¿No serás más bien un espía, te digo?
Drill se mordió el labio, insultándose mentalmente. Vestía como un soldado enemigo en un territorio en guerra. Poco podía hacer para mejorar la situación y tratar de convencer a esos patrulleros.
El que llevaba sus armas recogió también la mochila de Quentin (donde iba la caja de Karl Monto) y encabezó la marcha. El de la lanza se puso a su espalda y le pinchó para que siguiera al primer soldado. Drill lo hizo, cabizbajo.
De Ryngo no había ni rastro por ninguna parte.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo XII (3ª parte)



PALABRAS MÁGICAS
- XII -
“SABANADA”

Drill notó que lo zarandeaban y se despertó, bruscamente. La cara de Carius Lynn estaba a pocas pulgadas de la suya, en la oscuridad.
- Ya es la hora, Bittor – dijo el “Perro”, asintiendo. Drill le contestó con otro gesto de cabeza y Lynn se apartó, para despertar a otro compañero.
Era noche cerrada y cuando se había ido a dormir sabía que lo despertarían en mitad de la noche, a medio sueño. La tarde anterior les habían informado de que la compañía Puño había sido seleccionada para una “sabanada”, como acción de distracción, mientras otra de las compañías de veteranos, la compañía Hueso, se encargaba del verdadero objetivo de aquella noche: asaltar un puesto fronterizo en mitad de las montañas Hartodhax, para hacerse con él y usarlo de avanzada a la hora de organizar incursiones en territorio de Escaste. Los de la compañía Puño se encargarían de atraer el mayor número de soldados posibles, para dejar el puesto fronterizo con menos efectivos. Para ello pensaban atacar un campamento en el fondo de un valle, custodiado y lleno de soldados.
Drill no me contó casi nada de la guerra, de las batallas y las acciones bélicas, quiero decir. Pero la “sabanada” me la contó con todo lujo de detalles. Era una noche que le atormentaba, y cuando acabe de contaros la historia veréis por qué.


Una “sabanada” es una acción de guerra nocturna llamada así porque los soldados se envuelven en sábanas o en pedazos de ellas para realizar la incursión. Podréis pensar que envolverse con sábanas de color blanco en mitad de la noche hace que cualquiera pueda verlos más fácilmente, pero de eso se trata: de reconocer a los compañeros en mitad de la lucha y de no confundirlos con el enemigo, al que hay que acuchillar alegremente y sin descanso. Las “sabanadas” suelen ser golpes de mano de corta duración, cinco o diez minutos como mucho. Se usan para hacer mucho ruido, como distracción para otras acciones más importantes, pero también para diezmar a compañías enemigas muy numerosas o como venganza por algún golpe recibido anteriormente en alguna batalla o encontronazo. Por eso es importante que los compañeros se reconozcan rápida y fácilmente en el barullo que se provoca.
Los soldados se colocan una armadura ligera pero resistente, de cuero, sobre el cuerpo, para ir protegidos, y después se envuelven en sábanas o en trozos de ellas, incluyendo brazos y piernas. Algunos se envuelven también la cabeza o se hacen capuchas para ir cubiertos.
Aquella noche de primeros de octubre, los miembros de la compañía Puño hicieron todo eso: se pusieron sus armaduras de cuero, se envolvieron en sábanas y cogieron sus armas, para salir en plena noche de cacería.
Sus presas eran los soldados enemigos.
Drill llevaba la espada decorada sin la funda y en la otra mano llevaba su cuchillo afiladísimo (le habían confiscado el hacha al reclutarle, porque en el ejército de Barenibomur había muchos soldados pero insuficientes armas para todos, así que suponía que algún soldado inexperto estaría luchando en algún lugar del reino con su excelente hacha: el cuchillo lo había podido conservar gracias a llevarlo escondido en una bota).
La “sabanada” serviría para crear revuelo en el campamento, para eliminar a unas cuantas decenas de soldados escasteños y, sobre todo, para que grupos de soldados del cercano puesto fronterizo bajaran al valle al escuchar la algarabía, para ayudar a sus compañeros. Así el puesto quedaría prácticamente desguarnecido, para que la compañía Hueso pudiera hacerse con él.
A pesar de todos los detalles que me contó Drill (el camino hasta el campamento, las resbaladizas rocas del suelo, la humedad de la noche en las plantas empapando las sábanas que los cubrían, el frescor de la noche veraniega que los hacía sentir escalofríos, las hogueras de guardia del campamento enemigo brillando en la distancia entre los árboles y los arbustos, como indicador de su destino....) voy a centrarme en lo que de verdad importa de aquella noche, lo que de verdad marcó a mi antiguo yumón, a pesar de haber realizado múltiples misiones como mercenario antes de aquella noche.
La sorpresa fue un éxito. Los soldados envueltos en sábanas entraron en el campamento como un vendaval, sorprendiendo a los soldados de guardia y a los que estaban dormidos. La pelea comenzó, bestia y brutal.
Drill acuchilló allí y allá, más por salvar su vida que por verdadero odio hacia aquellos enemigos o por devoción al reino de Barenibomur. Al final, mientras estaba luchando, sólo importaba sobrevivir o dejarse matar.
Lo impactante de aquella “sabanada” fue cuando Drill entró en una tienda de campaña, en busca de enemigos, encontrándose con dos soldados con el uniforme de Escaste. No los atacó ni les hizo nada, quedándose helado al verlos.
Eran dos chiquillos, dos niños casi. Drill no les calculó más de quince años y entonces tuvo la duda de si habría más soldados tan jóvenes en el campamento, si en la vorágine de la lucha casi a oscuras habría matado a algún niño como aquellos. Drill me dijo que tuvo que contener una arcada y yo le creo. Hay veces que el trabajo de mercenario me ha hecho sentir lo mismo.
Uno de los chiquillos desenvainó una espada corta, mientras otro se agachaba tras el jergón, buscando una maza. Drill levantó la espada decorada y detuvo los ataques del chiquillo, que aullaba en una mezcla de miedo y rabia. Con los ataques del chico Drill reculó, saliendo de la tienda, acompañado por su enemigo.
En el exterior de la tienda, en medio del campamento en el que la “sabanada” estaba concluyendo, Drill detuvo los otros tres ataques siguientes, sin dificultad. Podría haber acabado con aquel chico enseguida, pero estaba bloqueado, sin poder reaccionar más. El chico armado con la maza salió de la tienda en ese momento.
Entonces Quentin Rich llegó a su lado, corriendo, sin darse cuenta de que estaba peleando contra dos chiquillos.
- ¡¡Vamos, Drill!! ¡¡Nos vamos de aquí!!
El chico que estaba peleando contra Drill se giró y le clavo la espada en la amplia barriga hasta la empuñadura. Quentin gritó, con su vozarrón de oso, y le lanzó un mandoble al chico que le cruzó el pecho: la sangre regó a los dos soldados veteranos. El chico, antes de caer al suelo y morir, todavía pudo sacar su espada del cuerpo de Quentin y enterrarla de nuevo en él, esta vez en el pecho.
El ladrón volvió a gritar de dolor, cayendo al suelo, derrumbándose en realidad. El chico de la maza cargó contra Drill, que gritaba, preso de la furia (mi antiguo yumón asegura que sólo se dio cuenta de que gritó como un demente tiempo después, cuando ya estuvo de vuelta en su campamento). Detuvo su ataque, desvió la maza y estuvo a punto de atravesarle con su espada decorada, pero en el último momento recapacitó y la giró, golpeando al chiquillo con la empuñadura en la parte trasera de la cabeza. El chiquillo cayó mareado al suelo y allí Drill le dio un par de patadas, antes de recapacitar y calmarse.
Se giró hacia Quentin, que se desangraba en el suelo. Drill sabía que sus compañeros se estaban yendo, que si tardaba mucho en irse sería el último, presa de las iras de los soldados escasteños que dejaban atrás. Pero no podía irse dándole la espalda a Quentin Rich.
- Qué mala suerte – dijo Quentin, con voz estrangulada, cuando Drill se agachó a su lado. La espada seguía clavada en su pecho y las dos heridas que había sufrido sangraban mucho, tintando la sábana blanca que lo cubría, haciendo que se confundiera con el suelo oscuro, en medio de aquella oscuridad. Sus palabras salían ahogadas, con sangre en la boca. – Ahora no podré ir contigo a Escaste, en busca de la magia....
Drill no pudo contestarle, no supo qué. Y creo que eso es lo que más le reconcome de aquella noche.
- Cuídate, Drill, si a bien tienes.... – dijo el gigantesco ladrón, antes de expirar.
Una figura blanca pasó corriendo por allí cerca, reconoció a Drill y cambió de rumbo, acercándose a él. Era Bill “Broncas”, con la cara llena de sangre por una brecha en la ceja. Vio a los dos amigos en el suelo, uno abrazando al otro, y se hizo cargo de la situación inmediatamente. Agarró a Drill con la mano libre (en la otra llevaba la espada) y tiró de él, con misericordia pero con firmeza.
- ¡¡Vamos, Bittor!! ¡¡No podemos hacer nada por Quentin, vamos!! ¡¡Salgamos de aquí, te lo ruego!!
Drill se dejó llevar y luego corrió al lado de su otro amigo, dejando a otro tendido en la tierra oscura, enfriándose por momentos.
Antes de salir corriendo con Bill “Broncas” mi antiguo yumón todavía tuvo tiempo de echar un vistazo a los dos chiquillos, al muerto y al inconsciente. No había visto ira en aquellos dos chicos cuando le atacaron. No era odio hacia el enemigo lo que les había empujado a atacarle y a pelear contra él.
Era miedo. Lo que había visto en los ojos de los chicos soldados era terror.
Abandonó el campamento enemigo corriendo con Bill “Broncas” (al día siguiente supieron que habían sido los últimos en salir de allí), pensando en ello. Aquella revelación, junto con la muerte de su amigo Quentin Rich, hizo que se decidiera.
Y creo que lo cambió un poco para siempre.