domingo, 3 de diciembre de 2017

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo V (3ª parte)



PALABRAS MÁGICAS
- V -
CARROS Y DILIGENCIAS

Llegaron al pequeño pueblo de Zurst aquella tarde, después de cruzar el bosque y salir del valle a la llanura. Las montañas ya quedaban atrás y el vasto reino de Darisedenalia se abría ante ellos.
En Zurst Drill preguntó por el mejor lugar donde poder coger una diligencia que cruzase el país. El tabernero que le había servido la cerveza se lo pensó un momento y le acabó explicando que había una población un poco más grande a un par de días de camino, hacia el sur. Allí creía que el mercenario podría comprar un pasaje para una diligencia que lo llevaría a Epuqeraton.
Drill agradeció la información y después la valoró en silencio. La gran ciudad de Epuqeraton estaba relativamente cerca y desde allí todavía le quedaría un buen recorrido hasta las montañas Seden. Pero era un comienzo.
Aquella noche durmió en el pajar de unos granjeros (pagando un sermón por las molestias) y a la mañana siguiente consiguió viajar en el carro lleno de hortalizas de un arriero que viajaba a Tedrum, el pueblo grande donde podría coger la diligencia.
Durante el viaje en carro Drill fue en la parte trasera, con las piernas colgando por el borde, con Ryngo a su lado, aunque el zorrillo de vez en cuando saltaba de la carreta y marchaba al trote al lado, sin quedarse atrás. Después, cuando estaba cansado, Drill tenía que ayudarle a subir de nuevo.
- Deberías quedarte aquí arriba y descansar todo lo que puedas. Vamos a tratar de recorrer Darisedenalia en diligencia y el viaje todavía es largo – le explicó al raposo en un momento del viaje, cuando le subió después de que hubiese estado corriendo un rato, durante el segundo día. – Después cruzaremos el reino siguiente, Barenibomur, que es muy grande, y así podremos llegar a Escaste. Allí es donde queremos ir: quizá encontremos a algún descendiente de los poderosos Elfos de Melnûn que pueda ayudarnos con la fórmula mágica que abre las puertas del Mausoleo de los Reyes. El viaje es muy largo: espero que lleguemos a nuestro destino antes de las Calendas.
El zorrillo le miraba mientras Drill le hablaba, con ojos atentos: en verdad parecía que le escuchaba y le entendía. No llegué a ver al zorro en esta actitud nunca, pero creo lo que mi yumón me contó.
Al cabo de tres días llegaron a Tedrum. Drill se despidió del arriero y le agradeció el viaje y después fue en busca de la oficina de diligencias del pueblo. Un hortelano cargado con una cesta de pimientos le indicó la cabaña que hacía las veces de oficina y allí se fue mi antiguo yumón.
En la oficina de diligencias le informaron de que aquella tarde salía una a Epuqeraton. El viaje duraba dos días, haciendo noche en el mismo carruaje. Además, la encargada de vender los pasajes también le informó de que en Epuqeraton podría coger otra diligencia que le llevase hasta la costa, hasta Lendaxster, cruzando todo el reino.
Drill pensó que Lendaxster era un buen destino, ya que estaba cerca de la frontera con Barenibomur. Una vez allí decidiría cómo seguir el viaje: seguramente podría coger otra diligencia que marchase al sur. Así que mi antiguo yumón compró un pasaje doble, para los dos viajes: primero hasta Epuqeraton y desde allí a Lendaxster.
Comió en una pequeña taberna barata (los pasajes de las diligencias habían sido caros y su reserva para gastos estaba menguando mucho) y a la hora de salida de la diligencia estuvo puntual en la plaza.
El conductor estaba en el pescante de una diligencia grande, tirada por seis caballos ruanos. Era un coche alto y ancho, con espacio para los equipajes en la parte trasera y en lo alto. No parecía haber más viajeros.
- Buenas tardes.
- Sherpú se las dé a usted – contestó el cochero.
- Ésta es la diligencia que va a Epuqeraton, ¿verdad?
- Así sea – contestó el hombre, con acento de la zona. – Ahora, necesito ver su pasaje, si a bien tiene.
Mi yumón se lo mostró y el cochero pareció conforme.
- Sólo llevo esta pequeña artilla – se la dio, para que el conductor la colocara y estibara en lo alto de la diligencia. La caja de Karl Monto iba bien guardada en el bolsillo del muslo de los pantalones de pana de Drill. – Este zorrillo me acompaña, ¿habrá algún problema?
- Ninguno por mi parte – dijo el cochero, mirando al raposo con mirada atravesada. – Ahora, eso tendrá que preguntárselo al resto de pasajeros: si no tienen problema podrá viajar con usted dentro de la cabina, así sea. Pero si alguno se queja....
- No dará problemas, es muy bueno.
- Así sea – concedió el cochero, y a Drill no le pareció muy convencido. – Ahora, si ensucia el interior usted se encargará de limpiarlo y de dejarlo tal cual lo va a encontrar.
- Wen a eso – asintió Drill.
Después subió a la diligencia, seguido de Ryngo, que lo hizo de un cómico y ágil salto. Dentro de la cabina había espacio para unas ocho personas, pero sólo había un ocupante: un anciano de rostro arrugado, pelo blanco y fino y ropas humildes estaba sentado en el banco orientado en el sentido de la marcha.
- Buenas tardes.
- Buenas tardes le dé Sherpú – contestó el anciano, al estilo de la zona.
- Espero que no le moleste viajar con mi mascota.... – indagó Drill.
- Por mi parte no hay ningún problema – contestó el anciano. Ryngo, en el suelo de la cabina, se acercó a olisquear a su compañero de viaje, que sonrió levemente (dejando ver una dentadura llena de huecos) y se inclinó estirando la mano, para que el zorrillo pudiera olerle. El raposo pareció convencido y se quedó al lado de Drill, tumbado y con la cabeza sobre las patas delanteras.
Al cabo de unos minutos, sin que hubiese llegado ningún viajero más, el cochero hizo restallar las riendas y los caballos se pusieron en marcha, de camino a Epuqeraton.

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