jueves, 7 de diciembre de 2017

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo VII (3ª parte)



PALABRAS MÁGICAS
- VII -
A TODO GALOPE

Imagino la sorpresa de Drill en ese momento y lo que no entiendo es cómo no se cayó de la diligencia, al perder un momento su conexión con la realidad.
Pero le conozco y sé que reaccionaría con rapidez: del mismo modo que él mismo había sobrevivido a la caída de la cascada en las Montañas Rocco, era evidente que Tash Norrington (un mercenario más joven y en mejor forma física que Bittor Drill) también podía haber sobrevivido. De alguna forma se había puesto a cubierto, se había refugiado en algún sitio (incluso podía haber recibido la ayuda de alguien, como le había pasado a mi antiguo yumón) y había conseguido encontrar su pista de nuevo.
Desde luego, aquel mercenario era muy bueno.
Drill dejó el ojolejos en el compartimento y se sentó en el pescante otra vez hacia delante. Benn lo miró a su lado, expectante.
- ¡¡¿Y bien?!! – preguntó, venciendo la resistencia del aire al marchar a tanta velocidad. – ¡¡¿Qué le ha parecido?!!
Drill se rascó la barba antes de hablar.
- ¡Es un mercenario! – contestó, decidiéndose a confesar. – ¡Viene a por mí!
- ¡¿Qué?!
Drill se encogió de hombros.
- ¡Ha sido contratado para, en cierta forma, no dejarme cumplir mi misión! – explicó mi antiguo yumón, sin mentir en realidad. – ¡Quiere atraparme!
- ¡¡Vaya!! ¡¡Eso sí que no me lo esperaba!!
- ¿Vas a detener la diligencia y dejar que nos alcance? – preguntó Drill, imaginando la respuesta, preparándose para huir de allí (echando al joven del pescante y haciéndose con las riendas si era necesario, estoy segura).
Benn sólo tardó dos segundos en negar con la cabeza.
- ¡¡No!! ¡¡Cuando la compañía me confía su diligencia también me confía a sus pasajeros!! ¡¡Tengo que cuidar de todos ellos hasta el destino!! – contestó, azuzando a los caballos. – ¡¡Ahora, usted me cae bien!! ¡¡No pienso portarme como un cuatrero con usted, así sea!!
Drill sonrió como un niño, estoy segura.
Después miró hacia atrás, donde Tash Norrington mantenía la distancia (si no la había acortado) y después en derredor, buscando una salida a aquella situación.
- ¡¡¿Dónde estamos, más o menos?!! – preguntó a Benn.
- ¡¡A menos de dos horas del río Bongo!! – contestó el joven cochero. – ¡¡Ése es el principio de la arboleda Davy y aquellos árboles de allí son los del roquedal Sedenhy!!
Drill miró los árboles delante y a su derecha, fuera del camino, a unos doscientos metros de él. Se podían ver algunas rocas entre ellos, las pequeñas del borde del roquedal: eran las estribaciones más orientales de las Montañas Seden, que se transformaban en rocas pulidas y redondeadas al llegar a la pradera del reino de Darisedenalia.
- ¡¡¿Podríamos dirigirnos allí?!! ¡¡¿Al roquedal?!!
Benn lo miró con estupefacción y después miró a los árboles y las piedras.
- ¡¡¿Quiere que meta la diligencia en el roquedal Sedenhy?!! ¡¡¡Está loco!!! ¡¡Allí no hay caminos!!
- ¡¡Pero hay una senda, ¿no?!! – preguntó Drill, sabiendo la respuesta. – ¡¡Sólo quiero que entremos allí para despistarle!! ¡¡No quiero poner en peligro a los viajeros!! ¡¡Una vez entre las rocas dejaré la diligencia y podréis continuar el viaje!!
Benn valoró las palabras de mi yumón, mordiéndose el labio. Después, de improviso, tiró de las riendas, dirigiendo a los caballos fuera del camino. Éstos cabalgaron por la pradera, aparentemente sin notar la diferencia del terreno. La diligencia botó tras ellos, acusando el nuevo terreno, que estaba sin allanar.
- ¡¡Hablaré con los viajeros!! – dijo Drill, descolgándose con cuidado por el borde de la diligencia, agarrándose al pescante, tratando de no chocar con la rueda delantera. Se acabó apoyando en el estribo del coche y abrió la puerta, entrando de nuevo en la cabina. No hacía calor, precisamente, pero Drill notó una temperatura mucho más agradable que en lo alto de la diligencia.
- ¿Qué ha ocurrido? – preguntó el hombre rico, ofendido.
- Nos persigue un bandolero – explicó Drill. La mujer rica y su criada pusieron caras de susto. La anciana de incomodidad y fastidio. Drill sonrió al ver la diferencia. – He hablado con el cochero para que saliera del camino y tratara de despistarle.
- ¿Y cómo hará eso? – preguntó el hombre, con tono soberbio y desdeñoso.
- Nos hemos desviado a un roquedal, para perderle allí.
- ¿A un roquedal? – se indignó el ricachón. Cada vez me caía peor, a medida que avanzaba la narración de Drill.
- Así sea – contestó mi antiguo yumón y volvió a salir de la cabina, sin esperar ninguna respuesta. Se había asegurado de que Ryngo estaba bien, le había acariciado el lomo y se había dejado lamer la mano y volvió con Benn al pescante.
Drill subió al asiento del conductor con ciertas dificultades, debidas a la marcha de la diligencia por la pradera, pero llegó hasta arriba. Desde allí no necesitó el ojolejos para ver a Norrington: el mercenario estaba mucho más cerca. La diligencia había perdido algo de velocidad al correr campo a través.
- ¡¡Tenemos que llegar cuanto antes a las rocas!! – dijo mi antiguo yumón.
- ¡¡Están ahí mismo!! – señaló Benn. – ¡¡Pero no sé si servirá de algo!! ¡¡Será muy difícil perderle allí!!
Drill se pasó la mano por la barba, mirando hacia atrás de nuevo. Tash Norrington les perseguía implacable, sin perder un metro de distancia, muy al contrario, ganando espacio a cada momento. Se mordió el labio, pensando qué hacer.
En aquel momento entraron en el roquedal, haciendo que los costados de la diligencia golpearan contra alguna roca un poco saliente y que las ruedas traquetearan sobre las piedras del suelo. Pero Benn debía ser un conductor excepcional, porque dirigió la diligencia con pericia, colándola entre las grandes rocas y tomando el angosto sendero que discurría entre ellas. Eso no le impidió evitar que la diligencia rozara contra algunas rocas, pero al menos mantuvo cierta estabilidad en el carruaje y mantuvo la marcha.
- Trataré de no chocar, pero esas rocas están muy cerca – dijo el chico, apurado. Algunas rocas que sobresalían un poco rozaban contra los costados de la diligencia y las ruedas también golpeaban y rozaban el pie de algunas rocas a su paso.
Drill se giró de nuevo, mirando a Norrington. El paso lento de la diligencia por entre las rocas había hecho que fueran bastante más lentos, así que el joven mercenario les había dado alcance: galopaba tras ellos, a unos diez o doce metros de distancia. Esa distancia se recortaría poco a poco, debido a la velocidad de la diligencia y a las maniobras que Benn se veía obligado a hacer con ella, recorriendo el sendero del roquedal.
- ¡¡Ya te tengo, Drill!! – aulló Norrington, apuntándole con un dedo. Drill me dijo que sufrió un leve escalofrío en la espalda.
Miró adelante, al sendero tortuoso y lleno de piedras que tenían por delante y después se volvió atrás, mirando a Norrington, que no reducía la velocidad y cada vez estaba más cerca de la diligencia. Drill fijó su vista en el equipaje que iba asegurado en el techo, pensando qué hacer. Y entonces tuvo una idea.
- Tengo que volver dentro – dijo.
- Pues ahora es muy peligroso – contestó Benn, concentrado en los caballos y el sendero. Una roca en el lado derecho del camino rozó el costado del coche, subrayando las palabras del joven conductor. – ¿Lo ve? Si se cuelga del costado de la diligencia para volver a entrar lo más seguro es que le aplaste una roca al pasar....
- Creo que podré hacerlo, digo wen – contestó mi antiguo yumón, concentrado. Pasaban entonces por una zona un poco más despejada, en la que el sendero que atravesaba el roquedal hacía una curva abierta. Tendría unos cinco segundos para entrar, ya que en esa zona las rocas que salían del suelo estaban alejadas del sinuoso sendero. Drill se descolgó por el lateral, se agarró a la ventanilla de la puerta, apoyó los pies en el estribo de metal, abrió la puerta y se coló dentro, con la agilidad de un gato. Seguía teniendo esas habilidades, igual que cuando era joven, aunque cuando entró en la cabina de pasajeros las rodillas le mandaron un mensaje de dolor, recordándole que ya no debía hacer esas “heroicidades”. La puerta seguía abierta y se cerró de un portazo, al golpear contra una de las rocas.
- ¡¡Señor!! – se sorprendió el ricachón. – No vuelva a hacer una cosa así, si a bien tiene. ¿Es que quiere matarnos del susto?
- No era mi intención, discúlpenme – contestó Drill, masajeándose las rodillas y el codo derecho (que empezó a molestarle). – Sólo trato de librarnos de ese bandolero. Ahora, ¿de quién es ese gran baúl que hay en el techo de la diligencia?
- Es de mi mujer – contestó el hombre elegante, alzando la cabeza, con desdén.
- ¿Y que lleva en su interior? ¿Cosas de gran valor? – preguntó Drill, deseando que no fuese así.
- Lleva unos cuantos vestidos y media docena de libros: mi mujer se entretiene con eso.... – agregó el hombre, con un gesto displicente al final.
- ¿Y sería tan amable de vendérmelo, para que pudiese disponer de él, señora, si a bien tiene? – preguntó Drill, siempre dirigiéndose a la mujer, con una amabilidad infinita, estoy segura de ello: mi yumón era duro y brusco, como era habitual en un hombre de armas, pero Drill sabía cómo comportarse con la gente. Era una de las características que lo habían hecho ser el mejor en el pasado.
- ¿Cómo se atreve? – se indignó el ricachón. – ¿Acaso tiene un interés insano en los vestidos de mi mujer?
- Nada de eso, señor – contestó el mercenario al borde de su paciencia. – Sólo quiero el baúl.
- ¿Cuál es su interés en él, señor, si a bien tiene contestarme? – intervino la mujer, con una voz delicada y baja, sonriendo amablemente. Su marido la miró, incómodo, pero ella no se calló. – Me parece una petición muy extraña, así sea....
- Lo es, mi señora – contestó Drill, acompañando las palabras con el gesto de reverencia. – Sólo quiero el baúl para bloquear el camino tras nosotros, para intentar que el bandolero se quede atrás y nos deje tranquilos. Su baúl es lo suficientemente ancho como para bloquear el sendero que recorre el roquedal, así sea, mi señora.
La mujer elegante y estirada asintió, sonriendo interesada.
- ¡¡Mujer!! ¿No estarás pensando en darle tu baúl a este sinvergüenza? – intervino su marido. Drill apretó los dientes, haciendo caso omiso al insulto: estaba más preocupado por Norrington que por los desplantes de aquel señoritingo.
- Pagaré gustosamente por él, si es necesario – dijo Drill, que ya había pensado en ello. – Puedo darle dos homilías por él, así sea.
- ¡¡Es el baúl que te regaló tu padre por nuestros esponsales!! – se indignó aún más el marido, mirando brevemente a mi yumón con desprecio. Estoy seguro de que Drill le respondió con su mueca, que sólo él llamaba sonrisa.
La mujer miraba al mercenario con interés, pensativa. Acabó por asentir.
- De acuerdo. Ahora, no aceptaré más de cinco sermones por él. Una homilía será suficiente.
- Gratitud y prosperidad – dijo Drill, tocándose la barbilla con el pulgar, acariciando a Ryngo al ponerse de pie. Se asomó a la ventanilla y salió de la cabina al estribo, cuando se aseguró de que no había rocas cerca. – ¡¡Ayúdame, Benn!!
El joven cochero le echó una mano para subir de nuevo al pescante. Desde allí, mirando hacia atrás, pudo ver que Tash Norrington estaba a tan sólo unos cinco o seis metros de la diligencia.
- ¡¡Detén la diligencia, Drill!! ¡¡No puedes escapar a ningún sitio!! – gritó el joven mercenario. – ¡Es mejor que te entregues!
- Refrena un poco a los caballos, Benn – dijo mi antiguo yumón, volviéndose al cochero. – Necesito que se pegue a nosotros – a la vez que hablaba con el joven conductor Drill vigilaba el camino que tenían delante. Necesitaba una zona concreta para llevar a cabo su plan.
- ¡¿Que frene?! – se sorprendió Benn.
- Sí, necesito que se acerque a nosotros, pero sin que nos pase por el lado – explicó Drill. La diligencia entró entonces en una especie de pasillo, con rocas grandes y altas a los lados. El centro de las cuatro ruedas, donde se unían a los ejes, rozaba a ambos lados.
- Así sea, señor mercenario – dijo Benn, tirando un poco de las riendas. – Que Sherpú sepa lo que hace....
La diligencia bajó un poco de velocidad y el enorme caballo de batalla de Norrington se acercó peligrosamente. Drill retiró la red que cubría los bultos del techo y gateó entre ellos, acercándose al baúl del final. Lo abrió (gracias a Sherpú no tenía candado), sacó los vestidos y un montón de libros y lo volvió a cerrar. Miró por encima del hombro y, cuando le pareció el lugar adecuado, empujó el baúl hacia atrás.
Este rodó por la parte trasera de la diligencia y cayó al suelo, encajándose entre las rocas que cercaban el sendero. Norrington iba tan cerca de la diligencia que no pudo frenar, así que trató de que su caballo esquivara el baúl atravesado en el sendero. El caballo saltó, pero ni él ni el jinete habían reaccionado a tiempo, así que tropezó con el baúl y cayó al suelo al otro lado, rodando montura y jinete juntos por el sendero.
Drill, a gatas en lo alto de la diligencia, vio cómo Norrington caía al suelo hecho una bola junto con su caballo. El golpe fue muy fuerte y mi antiguo yumón creyó por un momento que el mercenario podía haber sufrido graves heridas, aplastado por su caballo de batalla. Pero desde lejos pudo ver que Tash Norrington se removía y se incorporaba a medias, sacudiéndose el polvo del sendero, mientras su caballo se sacudía tras él.
Desde la distancia, mientras la diligencia se alejaba, creyó ver que el joven mercenario le mantenía la mirada, enfadada y retadora.

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