lunes, 30 de julio de 2018

Lucas Barrios, Detective Paranormal: Árbol Genealógico - Capítulo 17


- 17 -
(Granito)

Lucas avisó a la familia Carvajal Sande que al día siguiente volvería a irse, para regresar en un par de días. Los padres de Sofía recibieron la noticia con resignación, más doña María Rosa que don Felipe, a quien parecían importarle poco los métodos de Lucas. Sofía sí que lamentó que el detective volviera a irse y Sandra lo aceptó, estando al tanto como estaba de lo que ocurría. Luis Antonio Carvajal Sande estaba en la mansión aquel día y simplemente observó con curiosidad cómo Lucas se preparaba para viajar y se iba. A Lucas seguía sorprendiéndole la indiferencia y la dejadez de algunos miembros de la familia con respecto a él y al problema de la pequeña Sofía.
El miércoles volvió a montar en su fiel Twingo y salió hacia la provincia de Salamanca. Como siempre, el Twingo respetó las señales de tráfico y los límites de velocidad máxima, pero viéndolo pasar, ya fuera por su tamaño o por sus colores y forma, parecía que volaba a toda velocidad.
A mediodía estaba en el pueblo indicado por el general Muriel Maíllo. Era una localidad importante, aunque mediana en tamaño y población. Lucas aparcó el Twingo en un pequeño aparcamiento municipal, a pie de calle, que había en una pequeña plaza, y después siguió andando, buscando el bar en el que el general le había indicado que encontraría al Guinedeo traductor. Había dejado la mochila en el coche, pero llevaba con él el pistón y una de las pistolas de aire comprimido, metida en el bolsillo derecho del vientre del mono. No quería llamar la atención, paseándose por aquel tranquilo lugar con las pistolas colgando de las cartucheras de los hombros, pero tampoco quería ir desarmado.
Al fin y al cabo, iba a reunirse con un ente, una criatura que al parecer trabajaba para la agencia, pero que seguía siendo una criatura, después de todo.
Caminó por una ancha avenida peatonal y, siguiendo las indicaciones del mapa de su teléfono móvil, torció por una bocacalle de la gran avenida, llena de bares de copas y pubs. A aquellas horas del mediodía estaban casi todos cerrados y en la calle apenas había tres o cuatro peatones, contando con él.
Siguiendo las indicaciones del general y lo que veía en el mapa del teléfono, se detuvo delante de uno de los bares de aquella calle, uno de los pocos abiertos. Tenía dos grandes cristaleras con los marcos de metal opaco. Era uno de aquellos locales modernos, que habían tenido su auge hacía unos años, apareciendo por todas partes.
Lucas miró por uno de los ventanales y sin saber qué buscaba, entró.
El local era amplio y estaba muy oscuro: la única luz era la que entraba por los ventanales, que estaban orientados hacia el norte. Había tan sólo una camarera tras la barra (una muchacha pálida, morena y delgaducha, muy maquillada y con tetas operadas dentro de un traje corto y ceñido) que le miró con curiosidad y sorpresa. En las mesas del bar había tres clientes y otros tantos en la barra. Parecían trabajadores de la zona que habían pasado por allí a hacer un descanso, tomándose un café o una cerveza. Nadie iba vestido “de fiesta” y sus indumentarias eran ordinarias, muy distintas a lo que se esperaba que casara con un local así.
Lucas fue a acercarse a la barra, mirando desde lejos el rebosante escote de la camarera (demasiado exagerado para su gusto, pero llamativo al fin y al cabo) pero se detuvo a medio camino, pues su atención había sido captada por un cliente.
Estaba sentado en una de las mesas circulares que había por todo el local, unas mesas que tenían un sofá al lado, semicircular, abrazando la mesa. La otra mitad estaba ocupada por dos sillas. Sentado en uno de aquellos sofás, con una bebida frente a él, sentado despreocupadamente y mirando alrededor con ligero interés, había un ente.
Un Guinedeo.
Lucas reconoció su piel escamosa, sus ojos grandes y bulbosos, ambarinos, brillantes como si hubiesen sido barnizados, y la curiosa trompetilla que tenían en donde los humanos tenían la nariz. Era un Guinedeo de corta estatura y tranquilos movimientos, que aun así incomodó a Lucas. Mirar de frente a cualquier ente siempre era un poco asqueroso.
- Buenos días – le dijo el Guinedeo. Con aquel extraño apéndice que les servía de boca y aparato respirador no eran capaces de sonreír, aunque la voz había sonado amable y simpática. – ¿Nos conocemos?
- No – contestó Lucas, deseando no tener aquella “anomalía”, como tantas otras veces (aunque había otros instantes, durante sus investigaciones, en que agradecía sufrirla) para no tener que ver el verdadero aspecto del traductor. Imaginaba que su camuflaje funcionaba realmente bien, porque nadie en todo el bar parecía notar su naturaleza monstruosa. – Aunque he venido a verle.
- ¿Quién es? – la trompetilla se encogió y sacudió, cuando las palabras salieron de ella. Lucas contuvo una mueca de asco.
- Soy Lucas Barrios. Detective paranormal – se presentó Lucas, agarrando el respaldo de una silla delante de la mesa a la que estaba sentado el Guinedeo. – ¿Puedo sentarme?
- Adelante – indicó con un gesto de la mano huesuda. Dos de los brazos estaban pegados al cuerpo, inmóviles, y sólo los dos superiores se movían: Lucas imaginó que era porque, en su “disfraz” de humano, sólo usaba dos brazos. Los dos a mayores que tenía por ser un Guinedeo los mantenía quietos. – Es usted detective paranormal, pero no trabaja para la agencia, ¿me equivoco?
- No se equivoca – reconoció Lucas. – Y no tengo nada que ver con ellos porque no quiero. ¿Y usted es....?
- Soy Atticus – asintió el Guinedeo. Lucas notó que lo miraba mucho más atentamente con aquellos grandes ojos amarillos: si hubiera tenido cejas estaba seguro de que habría levantado una. – ¿Me equivoco o le está costando mucho ver la imagen que estoy proyectando?
Lucas se sorprendió por ello, pero se rehízo inmediatamente: estaba acostumbrado a tratar con corpóreos y con sus habilidades extrasensoriales.
- Me da la impresión de que ve mi verdadera naturaleza....
- Así es.
- ¡Vaya! Ahora entiendo que se hiciera detective paranormal: juega con ventaja – la trompetilla no sonrió, porque no podía hacerlo, pero la voz era divertida, ligera.
- No tenía muchas más opciones....
- ¿Puedo preguntarle cómo adquirió esas habilidades?
Lucas dudó durante un momento.
- Un trauma infantil – reconoció, sin decir nada de la muerte de su padre. – Un encuentro con unos espectros violentos....
Atticus torció la cabeza, en un gesto muy humano poco habitual en un corpóreo de su especie.
- Debió de ser duro. Lo lamento – dijo, con sinceridad. Lucas asintió, agradecido. – Le aseguro que trato de intensificar mi camuflaje, pero veo que es inútil: sigue viéndome como lo que de verdad soy.
- No se moleste por mí, estoy aquí por sus habilidades lingüísticas, no por su capacidad de crear imágenes – dijo Lucas, sonriente.
- ¿Cómo ha sabido de mí? – los ojos amarillos y bulbosos brillaron con un destello durante un instante, ilusionados. – ¿Ha sido el padre Beltrán?
Lucas arrugó el gesto.
- No, no sé quién es ése – contestó. – Ha sido el general Muriel Maíllo.
- ¡Ah! Claro.... – asintió Atticus. – Desde que ayudé a Justo Díaz y a Marta Velasco la agencia está muy pendiente de mí.... – se lamentó.
- Sé lo que es eso – murmuró Lucas y Atticus pareció haberlo oído, pero no dijo nada.
- ¿Y bien? ¿Cuál es el texto que quiere que traduzca?
- No es un texto – Lucas se encogió de hombros. – Es un término que he escuchado hace poco: gorgodion semnpta. Necesito saber qué significa exactamente – pidió, lamentando no haber recordado más palabras de las que había dicho el Elemental.
- Vaya.... ¿ha estado recientemente en un bosque primigenio o con una criatura bosquífera, como un Unicornio o un Hada?
- Sí, he visto Hadas, y no son tan bonitas como las pintan – bromeó Lucas, recordando su enfrentamiento con las violentas criaturas del bosque.
- Desde luego que no – coincidió Atticus.
- Entonces, ¿sabe lo que significa?
- Sólo he reconocido el idioma – contestó Atticus, con humildad. – Pero puedo averiguar lo que significa.... ¿Fue algo que dijeron las Hadas?
- No, fue algo que.... – Lucas miró alrededor, con cautela, antes de proseguir, bajando la voz. – Algo que me dijo un primigenio. Un Elemental del bosque.
La trompetilla de Atticus lanzó un silbido. Sus ojos amarillos lanzaron un destello, que en su camuflaje de humano se traduciría como un alzamiento de cejas, sorprendido y lleno de admiración.
- Se mueve entre los grandes, ¿eh? – bromeó, aunque su rostro de Guinedeo permaneció hierático. – Era gorgodion....
- Gorgodion semnpta.
- Ya.... – una mano huesuda y de tres dedos subió hasta el rostro escamoso, acariciándose la plana barbilla: estaba claro que aquel gesto era adquirido después de mucho tiempo entre humanos, un gesto que ningún Guinedeo haría. – Gorgodion, gorgodion....
Atticus estuvo pensativo un rato, sacando una libreta pequeña de un bolsillo del pantalón, pasando páginas y páginas, buscando. Encontró el párrafo que quería y después miró al techo, pensativo: la trompetilla se sacudía y su extremo se ondulaba, como si murmurase. Lucas esperó pacientemente.
- No controlo esa lengua, solamente sé unas expresiones y palabras sueltas, lo suficiente para poder tratar con primigenios y que me dejen pasar cuando atravesaba sus fronteras – explicó, haciendo que Lucas se mareara un poco: aquel ente tenía mucha aventura a sus espaldas. – Le digo esto para que tome con precaución mis palabras, pero creo que esa expresión hace referencia a una enfermedad.
- ¿Una enfermedad?
- Una enfermedad bosquífera – asintió Atticus. – Generada en el corazón del bosque y transmitida por algún agente: quizá un Trasgo, o un Gnomo.
- ¿La enfermedad la crearía, digamos, un Elemental y otro habitante del bosque la llevaría fuera para contagiar a un humano? – preguntó Lucas, recordando el resto de ramita de roble que había encontrado de casualidad bajo la cama de Sofía.
- Así sería, sí – asintió Atticus.
- ¿Qué síntomas tiene?
- Al ser una enfermedad bosquífera cursaría con cansancio, lasitud, somnolencia.... quizá alguna complicación respiratoria e incluso hongos de la piel y el pelo. No soy curandero, lo siento, no controlo demasiado ese tema.
- ¿Síntomas parecidos a los de una posesión infernal? – preguntó Lucas.
- No veo por qué – Atticus sonó sorprendido, – aunque podría ser. Ya digo que no soy experto.
- ¿Sabe si esa enfermedad puede curarse? ¿Tratarse? – preguntó Lucas, mientras pensaba en otra cosa: el Elemental del Bosque de los Suspiros había dicho que Sofía sufría aquello porque la ayudaba para algo, aunque no lo recordaba.
- Al fin y al cabo este tipo de enfermedades son más hechizos que verdaderos contagios, así que supongo que habrá un método para poder librarse de ellas. Quizá otro conjuro, un tratamiento con pócimas....
- Gracias, Atticus. Ha sido de gran ayuda – asintió Lucas, pensando en quién podría proporcionarle ayuda con el tratamiento. Tendría que ir hasta Soria, pero como había pensado estar de viaje todo el día.... – No sé muy bien si tengo que pagarle o....
- Ni se le ocurra – rechazó con un gesto del brazo. – Tengo dinero suficiente.
- ¿Y si le pago la consumición? – preguntó Lucas, levantándose, señalando el vaso con líquido ambarino, casi vacío.
- Bueno, no le diré que no – sonó sonriente Atticus. – Pero hágame el favor de mirar el escote de Jennifer: está muy orgullosa de ellas y sería una pena que las pasara por alto....
- Con mucho gusto – aceptó Lucas, imitando el tono bromista del Guinedeo.
Lucas se despidió con un gesto y se volvió a la barra. No dio ni tres pasos antes de que Atticus lo llamara.
- Señor Barrios – se giró para mirar al Guinedeo, – ¿quién sufre el gorgodion semnpta?
- Una adolescente de quince años, en Cáceres – contestó Lucas. – Es una chica estupenda.
Atticus lo miró intensamente, pensativo (aunque en un rostro tan libre de rasgos era difícil identificar emociones: fue más una intuición de Lucas que una certeza real). Después hizo chistar el esfínter de su trompetilla y se puso en pie.
- ¿Le importa si le acompaño? Hace tiempo que no participo en ninguna investigación y el cuerpo me pide acción – dijo, terminando después el resto de bebida que quedaba en el vaso. – Y ayudar a una buena chica en apuros es un aliciente que no se puede dejar pasar.
- Por mí no hay problema – respondió Lucas, sin tenerlas todas consigo, aunque estaba convencido de que se sentía solo y que tener compañía no le vendría mal. Atticus parecía un gran compañero y el único problema era tener que ver su verdadero y repulsivo aspecto.
Los dos se dirigieron a la barra, donde Jennifer les esperó, ilusionada, apoyándose en la barra y mostrando todavía más su amplio y generoso escote. Lucas vio, en parte por su “anomalía” y en parte por su intuición de detective, que la camarera estaba colada por Atticus.
Si ella pudiera ver cómo era él realmente....
Lucas rio.

viernes, 27 de julio de 2018

Lucas Barrios, Detective Paranormal: Árbol Genealógico - Capítulo 16


- 16 -
(Granito)

- ¿Entonces....? – preguntó Felipe Carvajal Roelas, vagamente interesado.
- Entonces sé qué es lo que le pasa a su hija – afirmó Lucas, quizá con demasiada certeza. Doña María Rosa Sande se llevó las manos a la cara, cubriéndose la boca y la nariz, con ojos emocionados. Miró al techo y después volvió a fijar su mirada en Lucas.
- Gracias.... – musitó.
Lucas se sintió mal de inmediato. Había vuelto a la mansión en cuanto el Elemental le había dejado solo, porque aunque sus palabras habían sido amables, Lucas había sabido entender la amenaza velada en ellas. El dios del bosque había sido amable con él sólo porque había comprendido que tenía una misión (explicarle a aquel primigenio lo que era un contrato hubiese sido inútil), pero en realidad aquel dios quería proteger el bosque (o protegerse a sí mismo, que al final era todo igual) de forasteros y extraños. Quería que Lucas saliese de allí y eso es lo que había hecho el detective.
La vuelta a la civilización había sido rápida y no tan ajetreada como su viaje de ida hasta el corazón del Bosque de los Suspiros. No había vuelto a ver Hadas ni Ofídropos, aunque sí contempló a un Unicornio y tuvo que esconderse de una cuadrilla de Trasgos, que iban tan entretenidos en chincharse y molestarse que no vieron ni olieron al detective tras dos árboles que crecían juntos. Una vez fuera del bosque, a primera hora de la tarde de aquel martes, había vuelto a paso vivo a la mansión.
Se suponía que tenía la clave de lo que le pasaba a Sofía, aunque no sabía lo que era. El idioma del primigenio era desconocido para él y no tenía muy claro quién podía hablarlo o al menos traducirlo. Había entrado en el bosque con ánimo de hallar respuestas para tranquilizar y aliviar a la familia Carvajal Sande, y ahora que las tenía no sabía si le iban a entender.
Por eso estaba reunido en el despacho del patriarca junto con doña María Rosa Sande y Sandra Carvajal, además de con Sofía. Lucas había pedido expresamente que la chica estuviera presente, teniendo que ponerse muy insistente (pesado incluso) con el señor Carvajal Roelas, que no veía la necesidad de que su hija supiera qué le afectaba.
- Gracias, Lucas – le decía en ese momento ella, admirada, y Lucas se sentía un fraude. Un estafador. Si de verdad supieran lo que había descubierto....
- ¿Y qué es lo que le pasa a nuestra hija? – preguntó, con un hilo de voz, llorando de alivio, la señora Sande Carpio. A Lucas se le añusgó la garganta, al verla tan emocionada.
- Sufre de gorgodion semnpta – contestó Lucas, sabiendo que les iba a vender humo.
- ¿Qué es eso?
- Es una dolencia sobrenatural, mágica podríamos decir – divagó Lucas. Aquello era lo que él suponía, que desde el bosque (o quizá Sofía lo había adquirido en una de sus recientes visitas a los árboles, hasta donde le gustaba ir a caballo, recordando las andanzas de su recién abandonada niñez) había sido enviada aquella especie de enfermedad o de hechizo, que afectaba periódicamente a la niña. Pero sólo eran eso, suposiciones, que además no encajaban con ciertos datos que había recabado durante su investigación en la mansión. – Ahora sólo tengo que descubrir cuál es el remedio. Entonces Sofía volverá a estar bien.
- Gracias a Dios – musitó doña María Rosa Sande. Sandra, por su parte, no decía nada, pero miraba muy atentamente a Lucas, como si quisiera leerle la mente.
- ¿Y cuándo conseguirá ese remedio? – preguntó Felipe Carvajal Roelas. Parecía contrariado por el resultado de la investigación, o porque se estuviera alargando un poco.
- Tengo que consultar con unos expertos, que podrán asesorarme – contestó Lucas, no muy alejado de la realidad que le esperaba, aunque no le gustaba nada. – Imagino que podré tratar a Sofía en un par de días, como mucho.
- Estupendo – asintió Felipe Carvajal Roelas, muy solemne. Lucas lo encontraba demasiado serio, teniendo en cuenta que le estaba dando buenas noticias. Eran un poco demasiado optimistas, la verdad, pero eso sólo lo sabía Lucas. Al menos eso creía él, ¿o el patriarca había notado sus dudas y había deducido que les estaba estafando con sus deducciones?
- Así que, si me disculpan, tengo que hacer unas llamadas. Probablemente tenga que volver a desplazarme, pero volveré enseguida, cuando tenga el remedio – dijo, haciendo amago de levantarse de la butaca.
- Desde luego. Adelante – le contestó el patriarca de los Carvajal, levantándose él del todo. Sólo entonces se levantó Lucas y se despidió con un cabeceo, saliendo del despacho, sin querer mirar a Sofía, ni a Sandra, ni a la señora Sande Carpio.
- ¡Lucas! – le llamaron cuando ya estaba en el pasillo. Se dio la vuelta, suspirando, encontrando a Sandra que llegaba hasta él, como había adivinado, al reconocer la voz. – ¿Qué ocurre?
- Nada.
- Vamos – se quejó la mayor de los hermanos. – Ahí dentro no ha contado toda la verdad.
- ¿Tiene poderes paranormales, señorita Carvajal? – bromeó Lucas, tratando de desviar la atención. – ¿Puede leer las mentes?
- Ojalá pudiera, porque sé que algo no anda como debería, aunque no he adivinado lo que es. Cuéntemelo.
Lucas la miró fijamente, dudando si podía sincerarse con ella.
- Venga, ¿ya no confía en mí? Entonces, ¿por qué me dio esto antes de irse al Bosque de los Suspiros? – Sandra sacó la roseta de plata del bolsillo, mostrándosela a Lucas. – ¿Qué ha pasado ahí dentro para que nos mienta tan descaradamente?
- ¿Quién dice que he mentido? – Lucas trató de mostrarse ofendido, aunque por dentro pensaba en que lo habían cazado.
- En realidad no sé si nos ha mentido, pero al menos sé que no nos ha dicho toda la verdad....
Lucas miró un poco más a Sandra, la única a la que había considerado aliada en aquella casa. No es que los demás fuesen sus enemigos, sino que era con la única con la que había conectado, manteniendo una relación cordial. Si a alguien podía contarle sus inquietudes y la verdadera naturaleza de sus hallazgos era a ella, aunque al ser la hermana mayor de Sofía podía ser que se tomara muy mal aquel engaño de Lucas.
Entonces recordó a Patricia, en concreto cómo le decía que tenía que aprender a confiar en la gente, no a la ligera ni indiscriminadamente, sino confiar en la gente que te había demostrado que se podía confiar en ella. Y Sandra Carvajal Sande se lo había demostrado.
- He contado la verdad – bufó Lucas, pasándose la mano por la nuca, despeinándose. – He descubierto que lo que sufre Sofía es gorgodion semnpta. Realmente creo que es una dolencia mágica, un hechizo o algo así, provocado desde el bosque. Pero no sé nada más. Supongo que por eso se sentía tan cansada y tan mareada estos días, aunque no lo sé seguro. Quizá el hechizo cause esos episodios violentos, como posesiones. No lo sé seguro. Por no saber, no sé ni siquiera qué significa gorgodion semnpta.
- ¿En serio?
Lucas asintió.
- Por eso quiero consultar con algunos expertos, preguntarles por ese término. Averiguar si alguien me lo puede traducir y explicarme qué es. Una vez que sepa a qué nos enfrentamos, podré encontrar una solución.
- ¿Y por qué esa pantomima con mis padres? ¿Por qué esos ánimos? – se indignó Sandra.
- Porque sentía que les había fallado – aceptó Lucas. – Entré en el bosque convencido de que allí iba a encontrar la solución. Y la encontré, solo que no la entiendo. Temía que perdieran su confianza en mí si volvía con otro enigma más.
Sandra valoró las palabras de Lucas, encontrando sentido en ellas. Suspiró.
- No vuelva a mentirme – pidió. – Haga lo que quiera con mis padres: entiendo que no será fácil tratar con ellos, cuando no son tan receptivos a su oficio como yo. Pero a mí puede contarme la verdad: yo confío en usted. Y creo en lo que usted cree.
Lucas asintió, valorado.
- Gracias.
- No hay de qué. No vuelva a mentirme, por favor – le ordenó Sandra, dejando salir su vena más autoritaria, aristócrata. Luego volvió a ser ella misma. – Y ahora no le molesto más: vaya a averiguar qué es eso del “gorgorian” para ayudar a mi hermana.
 - Gorgodion semnpta – rio Lucas.
- Como sea....
Sandra volvió al despacho de su padre, quizá a simular que compartía la alegría que ellos sentían, o para explicarles la conversación que acababa de mantener con él (esperaba que ocultando la realidad que le había confiado a ella en secreto). Lucas suspiró, un poco superado por la situación y se dio la vuelta, bajando a la planta baja. Allí se fue a la sala del piano, una sala tranquila, con buena acústica, y que solía estar vacía. Una vez allí sacó el teléfono del bolsillo del mono rojo.
No quería hacer esa llamada, pero no le quedaba otra opción. Entre todos sus contactos del mundo sobrenatural no había ningún lingüista. Algunos hablaban lyrdeno mucho mejor que él, pero la lengua en la que había hablado el Elemental era mucho más antigua que el lyrdeno, mucho más compleja y mucho más desconocida. Necesitaba a un traductor excelente.
Y para encontrarle, sólo se le ocurría ponerse en contacto con el general Muriel Maíllo.
No le gustaba la idea, sobre todo porque le debería un favor al general si éste le ayudaba, y no quería tener tratos con él, pero sabía que los únicos con los medios necesarios para traducir aquellas arcanas palabras eran los de la agencia.
Tomó aire, llenándose de resignación y de valor con la inspiración profunda, y después buscó el teléfono en la agenda. Tenía el teléfono particular del general, pues había sido amigo de su padre y aún tenía cierto trato con su madre: además, lo había guardado hacía años para saber cuándo no tenía que contestar al teléfono, al ver el número del general en la pantalla. Muy al principio de toda aquella locura, cuando dejó la agencia y se marchó a aprender del mundo, recibió muchas llamadas de la ACPEX, pero no hizo ni caso de ellas ni de los técnicos y agentes que hablaron con él. Con el paso de los meses dejaron de llamarle.
- Soy el general Muriel Maillo. Dígame – escuchó la conocida voz, autoritaria pero juvenil. Apretó los ojos, con rabia, tratando de mantener a raya las lágrimas. La voz del general le recordaba una época pasada, cuando era un niño adolescente, como Sofía. Cuando su padre aún estaba vivo y había muerto ante él, durante aquella misión que había interrumpido sus vacaciones.
- General, soy Lucas Barrios – contestó al fin, consiguiendo que su voz sonara normal, a pesar de la sacudida de los recuerdos y las emociones. Sus ojos, cerrados, brillaban por las lágrimas que los rubricaban, sin caer.
- Vaya, qué sorpresa, Lucas – contestó el general, al cabo de un instante de silencio, por la sorpresa. Sonaba verdaderamente amable y contento de oírle. – No esperaba que me llamaras nunca.
- No lo hubiera hecho si de verdad no lo necesitara – Lucas mordía las palabras, no las pronunciaba. El general debió de darse cuenta del tono tenso del detective, aunque no dio muestras de haberlo notado.
- ¿Te ocurre algo?
- No es a mí. Es a una niña.
- Tu madre me dijo que habías vuelto a trabajar. ¿Es eso?
- Deje a mi madre en paz. Y, por favor, deje de hablar de mí con ella. No soy de su incumbencia – masculló Lucas, con rabia.
- Pero el caso es que sí eres de mi interés. Y en estos días más que nunca – rebatió el general, sin explicar por qué. – ¿Qué necesitas?
Lucas suspiró, con las lágrimas corriéndole por las mejillas, aunque su voz no se torció.
- Tengo una cita en un idioma extraño. Muy antiguo – dijo, sin dar más explicaciones. – Necesito a un traductor que me ayude. Sé que en la agencia tendrán los mejores.
- Tenemos uno muy bueno, que descubrió hace un par de años Justo Díaz Prieto, antes de jubilarse – nombrar al antiguo compañero y gran amigo de su padre no ayudó a Lucas. – Podría mandarle tu petición.
- No quiero que le mande nada. Sólo necesito que me dé su teléfono o que me diga dónde encontrarle – pidió Lucas. – No quiero tener trato con usted. Lo sabe.
- Lo sé – admitió el general, sereno. – Pero el caso es que te necesito para una cosa. Nada sobrenatural, no es ningún caso. Solamente hay alguien que quiere conocerte. Me ha pedido que consiga una charla contigo. Si aceptases reunirte conmigo y con este hombre interesado en ti, te daría la localización de nuestro traductor.
Lucas se separó el teléfono de la oreja y movió la cabeza, deseando decir muchos tacos, pero sin soltar ninguno al final. Estaba cabreado, mucho más que antes de la llamada. Lo que más temía se había cumplido, casi inmediatamente. El general podía ayudarle, pero le pedía algo a cambio.
Y él no quería tratar con el general ni volver a la ACPEX.
- ¿Es sólo una charla? – preguntó, volviendo a ponerse el teléfono en la oreja.
- Es lo que ha pedido – admitió el general Muriel Maíllo. Su voz no se había agriado en ningún momento, ni enfadado, a pesar de que el trato de Lucas estaba siendo terco y tenso. – Quiere conocerte y tener una entrevista contigo. Supongo que querrá hacerte una proposición o mandarte un encargo, no lo sé.
Lucas estuvo a punto de preguntar que por qué ese misterioso personaje no se ponía en contacto con él por medio de la página web, pero supuso que o bien el general no lo sabía o no se lo diría. A Lucas aquello le sonaba a una trampa para volver a tratar de reclutarle, y aunque no quería volver a pasar por aquello, si era el precio de poder seguir investigando cómo ayudar a Sofía, tragaría y lo haría. Con volver a decir que no cuando el general hiciera su oferta....
- Está bien. Acepto – consintió.
- Me alegro, Lucas.
- El jueves puedo estar allí. Pero no iré a la agencia – advirtió. – Elija el lugar que quiera, pero en terreno neutral.
- No es necesario, pero de acuerdo.
- ¿Quién es ese tipo que tiene tanto interés en conocerme? – preguntó, de repente, tratando de pillar en un renuncio al general, para demostrar que todo era una treta, una trampa para engatusarle.
- Darío M. Zardino – contestó el general, sin dudar. – Es un hombre de negocios, muy educado y con buena posición. La verdad es que yo no lo conocía hasta hace un par de días, cuando se puso en contacto conmigo a través de un agente.
Lucas arrugó la cara. O el general era muy rápido, o estaba preparado, o era cierto que existía aquel tipo. De todas formas, ya había convenido que se reuniría con él, fuera quien fuese.
- ¿Y el traductor?
- Sí. Está en un pequeño pueblo de la provincia de Salamanca – explicó el general, dándole la dirección. Lucas estaba tan tenso y molesto por la situación que no tuvo recuerdos dolorosos al oír mencionada la ciudad charra. – Podrá encontrarle en ese bar sin duda.
- Muy bien – dijo Lucas, sin sentirse satisfecho.
- No te asustes al verle, Lucas – advirtió el general. – Aunque ese Guinedeo se oculta muy bien a simple vista, con tus habilidades verás perfectamente su aspecto real.
Lucas alzó una ceja, curioso.
Hacía tiempo que no veía un Guinedeo.

lunes, 23 de julio de 2018

Lucas Barrios, Detective Paranormal: Árbol Genealógico - Capítulo 15


- 15 -
(Granito)

La mañana siguiente estuvo mucho más despejada, aunque seguía habiendo nubes en el cielo. Sin embargo, eran en su mayoría blancas, así que parecía que iba a poder descansar de la lluvia.
Hacía frío, a pesar de que lucía más el Sol que el día anterior. Lucas salió de su refugio un poco anquilosado, frotándose los brazos y el torso.
Había dormido en una madriguera, escavada en el suelo. Incluso imaginaba que podía ser del Ofídropo, por el tamaño y por la calidad de los restos que encontró al fondo. Era suficiente para refugiarse y estar un poco más caliente y seco, aunque había que estar bastante encogido y agachado.
La noche anterior había limpiado los zarpazos de su brazo izquierdo y los había vendado, con unas pocas gasas. Después había comido unas galletas y un par de batidos que había comprado de camino a la mansión, reservando para aquel día la fruta y el bocadillo de jamón y queso.
Reanudó la marcha cuando ya lucía el Sol y cuando había recuperado la movilidad de las piernas y brazos, un poco aletargados por pasar la noche encogido. Mientras caminaba por entre los árboles masticó una manzana, a modo de desayuno.
No había duda de que estaba cerca del corazón del bosque, porque los árboles eran mucho más ancianos, con líquenes colgando de las ramas semejando cortinas. Algunos de los árboles estaban podridos en parte y la mayoría de los robles tenían bolas de muérdago creciendo en sus ramas. Aquella planta parasitaria era muy deseada por los celtas, pues la consideraban mágica y llena de poderes.
No estaban equivocados los celtas y Lucas se dijo que, si lograba averiguar algo aquel día y podía salir del bosque aquella tarde a lo máximo, tendría que llevarse una buena bola de muérdago: tenía aplicación en muchas pociones y emplastos.
El bosque, en aquella zona en la que se adentraba, era más sombrío y el aire era más pesado. Lucas sabía que aquello no era a causa de una magia especial, sino al peso del tiempo. Aquél era el corazón del bosque y tenía miles de años.
Sin perder de vista la orientación, trató de caminar dando vueltas, esperando encontrar lo que buscaba, o que lo encontraran a él. Mientras, terminó de comer la manzana, así que lanzó el corazón entre los arbustos gomosos que crecían al pie de los árboles centenarios.
La manzana rebotó por el suelo y removió las ramas de los arbustos, pero después se sacudieron más, al aparecer entre ellas unas figuras pequeñas, delgadas y que emitían luz propia.
- Hadas.... – musitó Lucas, maravillado. Era la primera vez que veía aquellas criaturas, aunque por supuesto las había estudiado con sus diferentes maestros durante sus viajes de estudios.
Las pequeñas criaturas saltaban y planeaban entre las ramas de los arbustos, mirando con curiosidad el corazón de manzana que Lucas había lanzado allí. Algunas, las más valientes, se acercaron y se apoyaron en los restos de la fruta. Eran verdes, amarillas y anaranjadas, cada una tenía un color. Eran figuras humanoides delgadas y esbeltas, con los cabellos agrupados hacia arriba, casi como coronas. Tenían alas transparentes a la espalda y emitían una luz interna, que los eclipsaba en parte: Lucas no pudo averiguar si iban desnudas o vestían algún tipo de ropa.
- Sois mucho más pequeñas de lo que me habían dicho – comentó, ilusionado, acercándose a ellas. – Y menos peligrosas, por lo que parece....
Las Hadas se giraron al escuchar su voz, mirándole asustadas. Pero al instante su actitud cambió, enseñándole los dientes (diminutos pero afiladísimos), gruñendo como pequeños ratoncillos, con voces chillonas pero amenazantes. El color de sus cuerpos se intensificó y Lucas detuvo su avance, sorprendido y nervioso.
Atraídas por los ladridos y gruñidos de las Hadas pequeñas, una serie de criaturas con la misma forma, pero del tamaño de Lucas, salieron de entre los árboles y de detrás de los arbustos, saltando y revoloteando. Caían al suelo y se agazapaban, a cuatro patas. Todas las Hadas adultas eran de color verde, sobre todo oscuro, mezclado con algunos tonos de marrón, desde el ocre al más oscuro posible. Llevaban el pelo hacia arriba, igual que las pequeñas, aunque el color de todos era verde. Ya no brillaban sus cuerpos y la luz se limitaba al pecho: seguían siendo luces verdes, amarillas o anaranjadas. Tenían mandíbulas llenas de colmillos, igual de afilados que las Hadas bebé, pero mucho más grandes.
- Joder.... – musitó Lucas, atónito.
Aquello se parecía mucho más a las Hadas de las que le habían hablado sus maestros.
Lanzando dentelladas y algo parecido a ladridos, muy agudos, las Hadas adultas empezaron a acercarse a él, rodeándole, como una manada de hienas al cazar en la sabana nocturna.
Lucas dudó, sin saber muy bien qué arma utilizar. ¿La plata servía contra las Hadas? En principio, contra todo ser sobrenatural era efectiva, aunque creía recordar que contra las Hadas no era definitiva. Por lo que recordaba de lo que había aprendido en sus viajes, lo mejor contra las Hadas era no enfrentarse a ellas.
La más cercana, por su derecha, se lanzó a por él. Instintivamente, desenfundó la pistola de ese lado (después del susto con el Ofídropo la noche anterior, se había puesto las cartucheras colgadas de los hombros aquella mañana, para llevar las pistolas bien a mano) y disparó. La bala de plata atravesó al Hada, pero no la detuvo. El mordisco se quedó a unos centímetros de la cara de Lucas: quizá la bala sí que había detenido un poco al Hada y por eso había fallado.
Lucas trastabilló hacia atrás, asustado y preocupado. Las Hadas revolotearon para recuperar las posiciones, rodeando al humano.
Dos Hadas atacaron a la vez, y sabiendo que las balas no las detenían, Lucas levantó el pistón trifásico fotovoltaico y lo encendió, activando la función de protección. El pistón generó una burbuja de fuerza fotoprotónica, contra la que chocaron las dos Hadas. Lucas fue empujado un poco hacia atrás, pero no perdió pie ni salió despedido: los ataques de las Hadas no habían sido tan violentos.
Otra Hada saltó hasta él desde la izquierda y Lucas reaccionó, activando de nuevo el pistón trifásico, generando la burbuja de fuerza fotoprotónica, repeliendo el ataque. Las Hadas gruñeron y ladraron más fuerte, llenando aquella parte del bosque con sus voces agudas y chillonas.
Saltaron muchas sobre Lucas, que las repelió a todas con la burbuja de fuerza. Algunas cayeron sobre él después de un corto vuelo y Lucas las golpeó con la burbuja, moviendo el pistón como si fuese una raqueta de tenis. A la vez que se defendía iba retrocediendo, temeroso.
Tres Hadas quedaban en pie, cuando la mayor parte del grupo fue golpeado, una por una, repeliendo sus ataques. Las tres se lanzaron a por Lucas a la vez y éste, temiendo que la batería del pistón no aguantase mucho más, volvió a activar la burbuja de fuerza fotoprotónica. Las Hadas chocaron contra ella como contra un muro y esta vez Lucas sí que fue empujado hacia atrás.
El suelo se terminó bajo su pie y cayó por un terraplén libre de árboles, pero lleno de hojas secas y arbustos llenos de ramas puntiagudas. Después de varias vueltas y revueltas, rodando sobre la cabeza y la espalda, Lucas aterrizó al fondo de la cuesta, de unos doce metros de alto. Estaba sucio, golpeado y arañado, pero se giró para ver llegar a las Hadas.
Se sorprendió al ver que no lo hacían. Las Hadas adultas, enseñando los colmillos y gruñendo, le miraban desde lo alto del terraplén, con las Hadas bebé a sus pies, saltando y revoloteando mientras le ladraban, disgustadas y enfadadas, brillando con intensidad. Una incluso alzó el corazón de manzana por encima de la cabeza y se lo tiró al fondo del terraplén.
Sin dejar de vigilar a las Hadas, Lucas se puso en pie y retrocedió unos metros, para tantearlas, pero las criaturas del bosque no hicieron amago de seguirle. Muy al contrario, sin dejar de increparle en su lengua (llena de chillidos y ladridos agudos, que hacían daño a los oídos) fueron retirándose, dándole la espalda, despareciendo por la cima del terraplén. Lucas las observó, sorprendido y aliviado, hasta que todas desaparecieron.
Suspiró entonces, tomando aire de nuevo, un poco alucinado por lo que acababa de pasarle. Menuda forma de estrenarse con las Hadas: tenía que recordar mandarle un email a Kumiko en China y una carta a Gansükh en Mongolia: tenía que contarles su experiencia.
Tanteándose el cuerpo, comprobando con alivio que no tenía lesiones, se incorporó del todo y se giró para seguir su camino por el bosque. Pero se detuvo en seco, asombrado por lo que tenía delante.
Era un roble enorme, aunque no muy alto. Su tronco no tendría más de tres metros de altura, pero probablemente doblara esa longitud de diámetro. Su copa sí alcanzaba gran altura, pero lo chato de su tronco y lo extendidas que tenía las ramas le daban un aspecto achaparrado. Su presencia era imponente, pero no sólo eso había dejado clavado en el sitio a Lucas: aquel árbol refulgía, lleno de fuerza ectoplásmica, algo que Lucas pudo ver gracias a su “anomalía”. Si había visto restos de magia en aquel bosque, emanaban de ahí. No había duda. Aquel roble enorme era el corazón del bosque.
Y Lucas entendió en ese momento el nombre de Bosque de los Suspiros: aquel roble inmenso parecía que respiraba, suspirando, gimiendo, resoplando.
Se quedó sin habla, pensando que allí estaban sus respuestas, pero sin saber cómo obtenerlas de un árbol milenario. Apagó el pistón trifásico fotovoltaico, de manera automática, pensando que tenerlo encendido allí era casi obsceno, irreverente. Tenía la sensación de estar en un lugar sagrado, el más sagrado y real de todos los supuestos en los que había estado (y había estado en muchísimas iglesias, mezquitas, sinagogas y templos).
Entonces, el árbol pareció romperse, por el tronco, longitudinalmente. Se abrió una grieta como si fuera una solapa, con un crujido fuerte y sonoro, que hizo dar un respingo a Lucas. Desde el agujero pareció brotar, como saliendo y despegándose del árbol a la vez, una figura gigantesca, que debía de estar plegada dentro del tronco, porque sus dimensiones no encajaban con el posible hueco que habría allí dentro. Si Lucas se había quedado impresionado y sin habla al ver el roblón, al observar la salida de la criatura de su interior se convirtió en el ejemplo de la estupefacción.
La criatura que salió del árbol era un Elemental, un primigenio, un dios del bosque. Medía tres metros de alto y era bastante ancho de hombros y de cuerpo. Todo su cuerpo parecía estar hecho de madera, pero de madera viva y maleable, porque su superficie se movía al compás de sus pasos y de su respiración, como la piel de los animales. Tenía dos miembros superiores y dos inferiores, como de corteza de árbol: las piernas tenían dos rodillas cada una y los brazos acababan en manos de cuatro dedos, enfrentados de dos en dos. Los dedos eran como lianas y las piernas, después de los dos pliegues, terminaban en dos plataformas llenas de dedos, cortos y ondulantes, como si fuesen ramitas de goma. Toda su superficie tenía hojas sueltas o cúmulos de ellas y también lucía chorretones de savia y algunos pegotes duros en algunos pliegues. La cabeza, grande y cilíndrica, parecía tallada en madera, aunque sus rasgos se movían, coronada por un penacho de hojas de diferentes formas, tamaños y colores. En la parte baja del rostro había un montón de musgo, rodeándole la “barbilla” y el corte de la boca. En el pecho brillaba una luz interna de color verde vivo, que también podía verse cuando la criatura abría la boca para hablar.
Lucas no creía en un ser superior, pero estuvo convencido de que si alguna vez iba a estar delante de Dios, era en aquel momento.
El Elemental caminó con pasos largos y lentos, rodeando a Lucas, para verle en todos sus costados, sin hablar, pero abriendo la boca de vez en cuando, aunque sin decir nada. Desde su garganta lucía aquella luz verde tan especial y fantasmal. Sus pasos resonaban al impactar contra el suelo y sus “brazos” se cimbreaban y ondulaban al andar, como las ramas de los sauces mecidas por el viento. Lucas lo admiró deslumbrado.
- Grudiûn akh, humanit.
Lucas lo miró, sin moverse. No entendía qué le había dicho. En realidad, ni siquiera sabía qué idioma era ése.
- Vhalá, Mede jurteq. Mea krog Lucas[1] – dijo en lyrdeno, usando un puñado de las pocas palabras que sabía. El Elemental lo miró, arqueando la corteza sobre uno de sus ojos, valorativamente. Lucas no sabía si le había entendido o no.
- Humano, ¿qué haces en mí? – dijo luego, con voz grave y profunda, reverberante, aunque con un tono amable y bajo. Lucas tragó saliva, impresionado. El Elemental conocía su lengua y se había detenido frente a él, inclinándose, apoyando una de sus curiosas “manos” en el suelo, para mantenerse sujeto y tener la mirada a la misma altura (más o menos) que Lucas. Desde los “dedos” de sus “manos” surgieron pequeñas raicillas, que se hincaron en el suelo del bosque. Pequeñas hierbas y florecillas crecieron alrededor de su “mano”.
- Yo.... eh.... – dudó Lucas, confuso y nervioso. – Estoy aquí porque necesito respuestas....
- Dudo mucho que comprendas las preguntas, chiquillo – contestó el Elemental, inclinando la cabeza, haciendo que sus frondosas hojas se sacudieran, con un rumor característico. Dos pájaros salieron volando de allí dentro, piando con alegría.
Lucas tragó saliva, intimidado.
- Estoy tratando de ayudar a una niña, que está sufriendo – contestó Lucas. – Pero yo solo no puedo hacerlo.
- ¿Una kila? ¿La.... muchacha?
- Se llama Sofía.
- Sólo los humanos usáis fedatien para nombrar las cosas – dijo con desdén, sacudiendo la “mano”, haciendo que un pedo de esporas saliera disparado, flotando en el ambiente. – No sé su rêmen, pero sé su vhalá.... espíritu.
- Entonces sabrás que está sufriendo – dijo Lucas, suponiendo que el Elemental y él estuvieran hablando de la misma persona, de Sofía.
- Todo el mundo sufre. Erga misto borogodien. Vosotros no sois los más importantes....
Lucas suspiró, pensando cómo dialogar con aquel dios del bosque.
- Puede que no, pero mi misión es ayudarla.
El Elemental se incorporó y dio dos pasos hacia atrás.
Parecía mirar a Lucas con otro tipo de mirada, valorándolo, reconociéndole.
- La misión del río es regar el bosque. La de los árboles perpetuar la vida en el mundo. La de las ardillas ayudar a los árboles a expandirse – dijo, con voz pausada, reverberante. – Hirga dun elehan mubutun. Las misiones son muy respetables. Tú debes cumplir la tuya.
- Así es – asintió Lucas.
- Esa kila no sufre por wersinos, aunque lo intentan.
- ¿Por qué sufre, entonces? – preguntó Lucas, casi desesperado.
- Ella sufre gorgodion semnpta.
- ¿Cómo?
- Gorgodion semnpta – repitió el Elemental, volviendo a rodear a Lucas, observándole desde todos los lados. El detective se giró, para ver en todo momento a la criatura, mientras caminaba a su alrededor. – No es fácil decirlo en tu idioma, así que no intentaré hacerlo. Su heritman le ha bendecido con el gorgodion para evitar la wersia.
- No.... no sé qué dices.... – dijo Lucas, avergonzado, no queriendo ofender al Elemental, que lo miró de la misma manera, sin ofenderse ni molestarse.
- Es la única manera que tengo de ojuga – dijo, como queriendo disculparse, aunque su voz no cambió de entonación ni de profundidad. – La kila no puede librarse del gorgodion, por su bien.
- ¡¡Pero le hace daño!!
El Elemental negó con la “cabeza”, haciendo que su piel de corteza crujiese y que las hojas se sacudiesen.
- Le hace mucho bien. Evita la wersia. Los wersinos no gerfa und forrus – agregó, mezclando su idioma con el castellano.
- Pero.... no entiendo.... no sé....
- Es todo cuanto puedo ojuga. Ahora ya lo sabes. Era mi secreto pero ahora conoces la ammame.... la realidad.
Lucas lo miró confundido. El Elemental le había contado cosas, pero no estaba seguro de conocer la realidad, como él decía.
- Ahora hast irme – agregó, alzándose. Lucas lo vio en toda su altura y se mareó. Nuevos pájaros llegaron volando y se refugiaron el penacho de hojas dispares que coronaban su “cabeza”. Sus “brazos” volvieron a oscilar. – Espero que mis fedatien te ayuden, humanit. Ahora sal del mí. No puedo kelegatar que no sufras daños....
El dios del bosque le dedicó una reverente inclinación de cabeza y después se acercó al árbol, con largos y lentos pasos: en cada una de sus huellas crecieron florecillas. Se introdujo en la grieta del tronco, metiéndose en un lugar pequeño pero en el que aparentemente cabía sin problemas y después el tronco se selló, con un crujido leve.
Lucas se quedó en el pequeño claro, frente al roblón milenario, sorprendido y confundido.


[1] Señor bosque. Soy Lucas.

jueves, 19 de julio de 2018

Lucas Barrios, Detective Paranormal: Árbol Genealógico - Capítulo 14


- 14 -
(Granito)

Llovió durante todo el camino de vuelta, hasta que entró en la provincia de Cáceres y el cielo se despejó, aunque se quedó con un montón de nubes deshilachadas. El Twingo, sin sobrepasar los límites de velocidad, voló por las carreteras, de vuelta al hogar de los Carvajal Sande. Víctor había hecho un gran trabajo y el coche respondía estupendamente.
Recorrió las carreteras ya conocidas para él, llegando hasta la mansión, y aparcó el coche directamente en la dársena con tejado metálico. Antes de salir se dio la vuelta en el asiento y, abriendo la mochila, sacó un montón de cosas que creía que podría necesitar del baúl que había bajo el asiento trasero del coche. Guardó varios cargadores de bolas de plata para las pistolas de aire comprimido, el florete bañado en plata, unas baterías de repuesto para el pistón trifásico fotovoltaico, tres trampas cuánticas, una red de hilo de diamante y plata, una piedra mogûn, un frasco de cristal reforzado con malla de acero con lágrimas de sirena del Cantábrico y varias piquetas bañadas en plata con símbolos grabados en la cabeza. Se echó la pesada mochila a la espalda al salir del coche y cerró el Twingo. Al caminar hacia la parte delantera de la casa, con la tarjeta del coche en la mano, se le ocurrió quitarle el llaverito con la roseta celta de plata. Tenía una idea para ella.
Venancio le abrió la puerta y él le saludó de pasada, entrando con prisa en la mansión. Pasó por el recibidor, sin fijarse en todos los objetos de decoración que había allí expuestos, y subió las escaleras hasta el primer piso, dirigiéndose al despacho de Sandra.
- ¿Sandra? – preguntó, llamando con los nudillos. Esperó, pero no tuvo respuesta, así que abrió con delicadeza. La mayor de los Carvajal Sande no estaba allí.
Se dio la vuelta y volvió por el pasillo, sin saber dónde preguntar por ella. Pasó por delante de los dos tramos de escaleras que llevaban al descansillo y siguió recto, de camino a la habitación de Sofía. Allí hizo lo mismo, llamando con precaución, pero sin recibir respuesta. Sofía no estaba en su cuarto.
Lucas volvió apurado al amplio pasillo de la primera planta, pasándose la mano por la cara. Había viajado todo el día desde el asentamiento de sus amigos Carla y Pancho y casi era de noche. Quería avisar en la mansión de sus próximos movimientos y salir cuanto antes, para aprovechar la última hora u hora y media de luz. Al no encontrar a nadie todo su plan se retrasaba.
Venancio llegó entonces al primer piso, subiendo las escaleras con tranquilidad. Miró con curiosidad al detective, parado en mitad del pasillo, pero sin decirle nada.
- ¡Venancio! ¿Sabe dónde están la señorita Sofía o la señorita Sandra? – Lucas se acercó al mayordomo con necesidad, peguntándole a bocajarro. Luego añadió, aunque sin mucho interés. – ¿O el señor Carvajal Roelas?
- El señor está en Cáceres, con la señora, reunidos con unos inversores – contestó, calmo. – La señorita Sandra está en los establos, si no me equivoco. Y la señorita Sofía descansa en la sala de lectura: no va a recibir clases, pero su madre le ha dado permiso para pasear por la finca o por la casa mientras se encuentre con fuerzas.
- Muchas gracias, Venancio – asintió Lucas, y bajó corriendo las escaleras. El mayordomo le vio irse con una mezcla de indiferencia y asombro.
Lucas buscó la sala de lectura, para hablar con Sofía y así poder salir por la parte trasera de la casa hacia los establos. A pesar del peso de la mochila y de los golpes que le daba en la parte baja de la espalda, al rebotar, corrió por los pasillos y las salas, asustando a algunos criados. Entró como un toro de lidia en la sala de lectura, haciendo que Sofía levantara la mirada del libro.
- Hola Lucas – sonrió.
- Hola Sofía – le devolvió la sonrisa, recuperando el aliento. – ¿Cómo estás?
- Bastante bien, la verdad – asintió la niña. – ¿Dónde has estado?
- Tenía que ir a ver a unos amigos – contestó Lucas, sentándose en un sillón al lado de la niña.
- ¿Pasaba algo grave?
- ¡No! Necesitaba su ayuda para entender lo que pasa.... aquí.
- Lo que me pasa a mí, quieres decir – dijo Sofía, poniéndose seria.
- A ti no te pasa nada – mintió a medias Lucas. – Hay algo que quiere hacerte cosas. Eso es lo que pasa.
- Un demonio....
- Puede, pero creo que hay algo más – contestó, enigmático, pero como todavía era una teoría no quiso dar más detalles. – Por eso quería verte: tengo que irme.
- ¿Otra vez?
- Sí, pero esta vez estaré más cerca. En el bosque.
Sofía no dijo nada, pero lo miró enarcando una ceja, interrogativa. Estaba muy divertida con esa mueca.
- Tengo que ir a comprobar una cosa al bosque que hay detrás de la casa. Creo que ahí encontraré la solución a esto. Eso espero.
- El Bosque de los Suspiros.
- ¿Cómo?
- El Bosque de los Suspiros. Siempre lo hemos llamado así – indicó Sofía. – Cuando era más pequeña me pasaba horas enteras jugando allí, por entre los árboles.
- Pues ahí voy – asintió Lucas. – Quiero que te quedes tranquila, volveré pronto. Y confía en tu familia: ellos te cuidarán.
- Lo sé.
- Voy a hablar con tu hermana Sandra – añadió Lucas. – No creo que te pase otra vez, pero por si acaso, le voy a explicar a Sandra cómo proceder.
- Vale – dijo Sofía, llorosa.
- Eeeh.... – Lucas se sentó en el brazo del sillón que ocupaba Sofía, pasándole una mano por el hombro. – Tranquila. No tengas miedo: si es verdad que el demonio sigue acechando, tu hermana sabrá cómo actuar y se lo explicará a tu familia para que te ayuden. Además, yo volveré en seguida.
- Vale.
- ¿Qué estás leyendo? – preguntó Lucas, mirando el libro que Sofía había dejado sobre sus rodillas, tratando de cambiar de tema. – ¿“Bosque Mitago”? Muy propio....
- ¿Lo has leído?
- Hace mucho, más o menos a tu edad.
- Espero que no te encuentres con estas cosas en el Bosque de los Suspiros – deseó Sofía, con los ojos brillantes, por las lágrimas que no habían caído.
Lucas deseaba lo mismo.

* * * * * *

Las nubes grises habían crecido, ocupando los espacios libres que antes dominaban el cielo. Aún había claros, pero eran muy pocos y muy pequeños. Lucas suspiró, esperando que la lluvia le dejase tranquilo.
Caminó con paso rápido hasta los establos, atravesando la finca trasera de la mansión. Venancio le había dicho que creía que Sandra estaba allí, pero si no la encontraba, había decidido seguir su camino, dejándole las instrucciones escritas en una nota. Por suerte, al acercarse a la puerta, vio en el interior que Sandra se afanaba allí, acicalando a su caballo Hércules.
- Buenas – saludó al entrar, decidido.
- Hola, señor detective – Sandra se dio la vuelta, un poco sorprendida por la súbita irrupción. – Pensé que estaría más tiempo fuera.
- He estado lo justo, para volver a tener perspectiva – explicó Lucas, sacando el pequeño llavero del bolsillo. – He hablado con Sofía, aunque no creo que la haya tranquilizado del todo....
- No se apure.
- De todas formas, quiero que tenga esto – le tendió el llavero y Sandra lo cogió, a la expectativa. – Es una roseta celta, un símbolo del Sol y de protección. Además está hecha de plata, lo mejor para luchar contra los demonios.
- ¿Por qué....?
- Porque tengo que irme otra vez – Lucas arrugó la cara – y quiero que tenga algo con lo que proteger a su hermana. Tengo el presentimiento de que el demonio no va a poder poseer a Sofía, pero si lo intenta quiero que tenga herramientas para enfrentarse a él y evitarlo.
Sandra miró el llavero y después al detective, con miedo.
- Solamente tiene que apoyarlo sobre la frente de Sofía, si empieza a sufrir otra posesión. Otro intento de posesión – se corrigió Lucas. – Simplemente eso. La roseta hará el resto. Y no se asuste si sale algo de humo al contacto con la piel: estará haciéndole daño al demonio, no a su hermana pequeña.
- Está bien.... – contestó Sandra, aunque parecía asustada.
- Tenga confianza. Si no me equivoco, y todo sale bien, volveré con la solución para su hermana.
Sandra asintió. Lucas la imitó y, sin nada más que decir, se dio la vuelta, para salir de los establos. La voz de Sandra le detuvo un instante.
- ¡Eh! No se equivoque.... – bromeó la hermana mayor de los Carvajal Sande. Lucas sonrió, se despidió con un saludo y reanudó su marcha.

* * * * * *

Llegó hasta el muro del fondo de la finca y lo recorrió. Pegados al muro había espinos y zarzales en abundancia, algunos secos y viejos, pero con espinas todavía afiladas, así que Lucas tuvo mucho cuidado al caminar por allí, acercándose lo mínimo. Llegó a un punto en el que el muro presentaba una abertura, una parte derruida y caída, así que escaló por los pocos cascotes y saltó al otro lado, aterrizando sobre una hierba mullida. Siguió pegado al muro, esquivando las zarzas, sólo que ahora del otro lado. Técnicamente, estaba fuera de los terrenos de los Carvajal.
Caminó con paso vivo por el campo, acercándose a la gran masa de árboles que se veía desde lejos. Eran robles enormes, salpicados de algún grupo de castaños y de alguna encina desperdigada y solitaria. El bosque parecía, desde la dirección en la que se acercaba Lucas, un muro de árboles, como soldados o centinelas de un antiguo ejército, que seguían de guardia después de cientos de años.
Entró entre los árboles cuando la lluvia empezó a caer. Al menos no era la tromba de agua que había sufrido en la carretera, mientras volvía en el Twingo, sino una lluvia intermitente y suave. Los árboles, altos y grandes, le protegieron del agua y sólo en alguna zona, en la que las copas de los robles no cubrían el cielo del bosque al completo, notó los aguijonazos del agua.
Llevaba puesto el mono rojo, así que iba protegido de la lluvia. Dentro de la mochila, en uno de los bolsillos pequeños, llevaba un gorro de lana, de color gris, con tantos años y tanto uso que casi era ya impermeable, pero no lo sacó todavía. Las copas de los árboles todavía lo protegían durante la mayor parte de su camino, así que sólo tenía que preocuparse al atravesar algún claro o en alguna zona más despejada. La humedad flotaba en el ambiente, pero no se mojó demasiado.
El bosque era anciano, eso lo notó Lucas nada más entrar. Lo que tardó en sentir fue que además era inteligente y peligroso. Veía los rastros verdes de la fuerza sobrenatural, como jirones de niebla, entre los árboles y sus ramas, cómo líquenes colgantes. Era algo que sólo él podía ver, pero cualquiera notaría cierta magia en el lugar, cierta presencia o fuerza en el ambiente.
Los robles eran altos y con copas frondosas y grandes. Crecían o muy juntos o muy separados, formando diferentes estratos de sombra y claridad, zonas llenas de hojas secas y raíces que asomaban con otras despejadas, en las que se veía perfectamente la tierra marrón, salpicada de rocas grises. Lucas caminó por entre los árboles con cuidado, guiándose únicamente por el azar, por su instinto y su “anomalía”. Aún era pronto para sacar el pistón trifásico: por ahora tenía que adentrarse más en el bosque.
Se hizo de noche y Lucas siguió andando. Sacó entonces el pistón, solamente para usarlo como linterna, encendiendo las luces verde y amarilla. Todo estaba muy oscuro, por la noche, las nubes y las copas de los árboles, así que hubiese sido imposible seguir sin la luz del pistón trifásico.
Ya no llovía, pero en algunas zonas el suelo del bosque estaba mojado. La humedad del ambiente era perenne. Lucas sintió frío y se puso el gorro de lana y unos guantes del mismo material. Aunque los árboles resguardaban un poco, no había que olvidar que estaban en diciembre.
Pasaba ya la medianoche, y en el mismo momento en que Lucas pensaba en buscar un refugio para pasar el resto de la noche (debía estar cerca del corazón del bosque), escuchó un gruñido y un siseo. Se detuvo al instante, agachándose instintivamente. Había algo allí cerca y se temía que no era un lince o un lobo o cualquier otro animal.
Hacía tiempo que había entrado en otra especie de mundo. Un mundo en el que las leyendas seguían vivas.
Un roblón de tronco ancho estaba cerca, así que se acercó y se escondió tras él, apagando el pistón, pero sin poder evitar que sus pisadas fuesen audibles. Una vez tras el tronco del árbol escuchó gruñir a la criatura de nuevo.
Ésta apareció por fin en su campo visual, entre los árboles, a unos veinte metros de él, caminando por el bosque con cautela, acechando. Lucas lanzó un reniego mental, lamentándose por su suerte.
Era un Ofídropo.
Llevaba el torso al descubierto, como la mayoría de su especie, con dos tatuajes, de serpientes: las cabezas de las  serpientes moradas le cubrían el pecho y sus cuerpos ondulaban hacia el torso, dando la vuelta por el costado y llegando hasta la espalda, donde sus colas terminaban en los omóplatos. Dos serpientes moradas más le adornaban el rostro, a ambos lados, con las cabezas frente a frente sobre las cejas negras. Vestía unos pantalones púrpura con un cinturón llamativo: la hebilla estaba formada por dos cabezas de serpientes enfrentadas, con las fauces abiertas. Su piel era amarillenta, con cúmulos de escamas en algunos sitios, y sus ojos tenían rendijas en vez de pupilas. Carecía de pelo, tenía la cabeza con un aspecto similar al de las cobras, sin orejas, y blancos colmillos le asomaban de las mandíbulas. Sus manos, una negra (la izquierda) y otra gris (la derecha), tenían garras en lugar de uñas.
Lucas había estudiado y visto por primera vez a los Ofídropos en India, hacía unos años. Un chamán que le instruyó allí le avisó de todos los peligros de aquellas criaturas. Por ejemplo, que su mordisco llevaba veneno, o que las heridas de la mano negra pudrían el miembro herido, o todo el cuerpo, si el arañazo era cercano al corazón.
A Lucas no le sorprendió encontrar un ejemplar en aquel bosque, aunque lo lamentó. Un hogar que los Ofídropos encuentran cómodo son los bosques sombríos y viejos.
Aunque deseaba pasar desapercibido, no lo consiguió. Había hecho mucho ruido al esconderse y el Ofídropo, además, tenía una visión infrarroja, a efectos prácticos, similar a su “anomalía”. Así que le encontró con facilidad.
Lucas, lleno de miedo, sin embargo actuó con destreza, como debía hacer. Encendió el pistón y lo echó al suelo, salió de detrás del árbol, desenvainando su florete de esgrima, enfrentándose a la carga del monstruo. Éste se echó sobre él, y aunque le buscó con las garras no le encontró, porque Lucas se había movido, apartándose, no sin lanzar un ataque de lado con el florete, dejando una herida larga y estrecha en el pecho.
El Ofídropo gritó de dolor, frenando su ataque. Se giró con rapidez, como atacan las serpientes, lanzando su mano gris, alcanzando a Lucas en el pecho, empujándole hacia atrás. Voló durante unos metros y aterrizó con la espalda y el trasero, rodando por la hierba y las raíces de los árboles. Aturdido, fue capaz de reaccionar, sin apuntar bien, lanzando un nuevo ataque con la espada, horizontal, al sentir que el monstruo estaba otra vez sobre él, tratando de herirle. El florete alcanzó las manos del Ofídropo, que las retiró dolorido. Lucas sacudió la cabeza, tratando de despejarse, y aunque le dolía la espalda, se lanzó hacía adelante, enfocando mejor al monstruo, golpeándole con el botón del florete en el hombro, de punta. No le atravesó la dura piel, cubierta de escamas en algunas partes, pero sí consiguió hacer que humeara, herido.
El Ofídropo chilló y siseó, dando dos pasos hacia atrás. Mostró los colmillos y se lanzó de nuevo sobre Lucas. Éste afirmó los pies y le lanzó un ataque, que el monstruo desplazó con el brazo izquierdo, alcanzando con un zarpazo el brazo de Lucas. El detective chilló, movió el florete, y aunque no alcanzó al monstruo, al menos lo espantó, haciendo que retrocediera.
Lucas estaba apoyado contra un castaño retorcido, recostado sobre su tronco. Se miró el brazo izquierdo, donde resaltaban cuatro cortes irregulares en la fuerte tela del mono y en su propia piel. Había sido un zarpazo con la mano gris, la derecha del Ofídropo, así que estaba libre de veneno. Aun así, la herida dolía un montón. Sudando, a pesar del frío, miró a su enemigo, que caminaba en arco frente a él, tentándole.
De repente atacó de nuevo, como una cobra lanzándose hacia adelante. Las dos manos, la gris y la negra, iban por delante, y Lucas volvió a golpearlas con el florete. La bestia las apartó, más preocupado que dolorido, pero Lucas se preocupó mucho más: el florete se le escapó de las manos, al golpear las del monstruo.
Mientras el florete repiqueteó contra las raíces del suelo, fuera de su alcance, Lucas pensó en sus armas. Estaban todas en la mochila, allá lejos, perdida cuando el Ofídropo le había golpeado la primera vez.
Pero entonces, cuando el monstruo volvía sobre él, recordó que llevaba una pistola en uno de los bolsillos del mono, uno de los que quedaba en el abdomen. Con velocidad, deseando que no se le enganchara en la cremallera, sacó la pistola de aire comprimido, apuntando a bulto y disparando dos veces.
La primera bala de plata le rozó la mejilla escamada al Ofídropo, pero la segunda le atravesó el hombro, saliendo por la espalda.
Aquella fue la que detuvo en seco al monstruo, que estaba a pocos centímetros de Lucas. Aulló de dolor y quizá también de miedo, trastabillando hacia atrás, girándose y corriendo. Pronto se perdió entre los árboles, desapareciendo de la vista.
Lucas, sin soltar la pistola, se tanteó las heridas, comprobando que sangraban  pero que no eran profundas. Suspirando y jadeando, por la adrenalina que todavía recorría las autopistas de sus venas, se incorporó y anduvo renqueante hasta la mochila. Allí tenía algunas gasas, quizá alcohol o yodo.
La recogió del suelo y se incorporó, dolorido. La lluvia había vuelto a empezar a caer y en aquella parte del bosque las copas de los árboles no estaban tan juntas y no hacían de paraguas natural.
Tenía que buscar un refugio, para guarecerse y curar sus heridas.