viernes, 27 de julio de 2018

Lucas Barrios, Detective Paranormal: Árbol Genealógico - Capítulo 16


- 16 -
(Granito)

- ¿Entonces....? – preguntó Felipe Carvajal Roelas, vagamente interesado.
- Entonces sé qué es lo que le pasa a su hija – afirmó Lucas, quizá con demasiada certeza. Doña María Rosa Sande se llevó las manos a la cara, cubriéndose la boca y la nariz, con ojos emocionados. Miró al techo y después volvió a fijar su mirada en Lucas.
- Gracias.... – musitó.
Lucas se sintió mal de inmediato. Había vuelto a la mansión en cuanto el Elemental le había dejado solo, porque aunque sus palabras habían sido amables, Lucas había sabido entender la amenaza velada en ellas. El dios del bosque había sido amable con él sólo porque había comprendido que tenía una misión (explicarle a aquel primigenio lo que era un contrato hubiese sido inútil), pero en realidad aquel dios quería proteger el bosque (o protegerse a sí mismo, que al final era todo igual) de forasteros y extraños. Quería que Lucas saliese de allí y eso es lo que había hecho el detective.
La vuelta a la civilización había sido rápida y no tan ajetreada como su viaje de ida hasta el corazón del Bosque de los Suspiros. No había vuelto a ver Hadas ni Ofídropos, aunque sí contempló a un Unicornio y tuvo que esconderse de una cuadrilla de Trasgos, que iban tan entretenidos en chincharse y molestarse que no vieron ni olieron al detective tras dos árboles que crecían juntos. Una vez fuera del bosque, a primera hora de la tarde de aquel martes, había vuelto a paso vivo a la mansión.
Se suponía que tenía la clave de lo que le pasaba a Sofía, aunque no sabía lo que era. El idioma del primigenio era desconocido para él y no tenía muy claro quién podía hablarlo o al menos traducirlo. Había entrado en el bosque con ánimo de hallar respuestas para tranquilizar y aliviar a la familia Carvajal Sande, y ahora que las tenía no sabía si le iban a entender.
Por eso estaba reunido en el despacho del patriarca junto con doña María Rosa Sande y Sandra Carvajal, además de con Sofía. Lucas había pedido expresamente que la chica estuviera presente, teniendo que ponerse muy insistente (pesado incluso) con el señor Carvajal Roelas, que no veía la necesidad de que su hija supiera qué le afectaba.
- Gracias, Lucas – le decía en ese momento ella, admirada, y Lucas se sentía un fraude. Un estafador. Si de verdad supieran lo que había descubierto....
- ¿Y qué es lo que le pasa a nuestra hija? – preguntó, con un hilo de voz, llorando de alivio, la señora Sande Carpio. A Lucas se le añusgó la garganta, al verla tan emocionada.
- Sufre de gorgodion semnpta – contestó Lucas, sabiendo que les iba a vender humo.
- ¿Qué es eso?
- Es una dolencia sobrenatural, mágica podríamos decir – divagó Lucas. Aquello era lo que él suponía, que desde el bosque (o quizá Sofía lo había adquirido en una de sus recientes visitas a los árboles, hasta donde le gustaba ir a caballo, recordando las andanzas de su recién abandonada niñez) había sido enviada aquella especie de enfermedad o de hechizo, que afectaba periódicamente a la niña. Pero sólo eran eso, suposiciones, que además no encajaban con ciertos datos que había recabado durante su investigación en la mansión. – Ahora sólo tengo que descubrir cuál es el remedio. Entonces Sofía volverá a estar bien.
- Gracias a Dios – musitó doña María Rosa Sande. Sandra, por su parte, no decía nada, pero miraba muy atentamente a Lucas, como si quisiera leerle la mente.
- ¿Y cuándo conseguirá ese remedio? – preguntó Felipe Carvajal Roelas. Parecía contrariado por el resultado de la investigación, o porque se estuviera alargando un poco.
- Tengo que consultar con unos expertos, que podrán asesorarme – contestó Lucas, no muy alejado de la realidad que le esperaba, aunque no le gustaba nada. – Imagino que podré tratar a Sofía en un par de días, como mucho.
- Estupendo – asintió Felipe Carvajal Roelas, muy solemne. Lucas lo encontraba demasiado serio, teniendo en cuenta que le estaba dando buenas noticias. Eran un poco demasiado optimistas, la verdad, pero eso sólo lo sabía Lucas. Al menos eso creía él, ¿o el patriarca había notado sus dudas y había deducido que les estaba estafando con sus deducciones?
- Así que, si me disculpan, tengo que hacer unas llamadas. Probablemente tenga que volver a desplazarme, pero volveré enseguida, cuando tenga el remedio – dijo, haciendo amago de levantarse de la butaca.
- Desde luego. Adelante – le contestó el patriarca de los Carvajal, levantándose él del todo. Sólo entonces se levantó Lucas y se despidió con un cabeceo, saliendo del despacho, sin querer mirar a Sofía, ni a Sandra, ni a la señora Sande Carpio.
- ¡Lucas! – le llamaron cuando ya estaba en el pasillo. Se dio la vuelta, suspirando, encontrando a Sandra que llegaba hasta él, como había adivinado, al reconocer la voz. – ¿Qué ocurre?
- Nada.
- Vamos – se quejó la mayor de los hermanos. – Ahí dentro no ha contado toda la verdad.
- ¿Tiene poderes paranormales, señorita Carvajal? – bromeó Lucas, tratando de desviar la atención. – ¿Puede leer las mentes?
- Ojalá pudiera, porque sé que algo no anda como debería, aunque no he adivinado lo que es. Cuéntemelo.
Lucas la miró fijamente, dudando si podía sincerarse con ella.
- Venga, ¿ya no confía en mí? Entonces, ¿por qué me dio esto antes de irse al Bosque de los Suspiros? – Sandra sacó la roseta de plata del bolsillo, mostrándosela a Lucas. – ¿Qué ha pasado ahí dentro para que nos mienta tan descaradamente?
- ¿Quién dice que he mentido? – Lucas trató de mostrarse ofendido, aunque por dentro pensaba en que lo habían cazado.
- En realidad no sé si nos ha mentido, pero al menos sé que no nos ha dicho toda la verdad....
Lucas miró un poco más a Sandra, la única a la que había considerado aliada en aquella casa. No es que los demás fuesen sus enemigos, sino que era con la única con la que había conectado, manteniendo una relación cordial. Si a alguien podía contarle sus inquietudes y la verdadera naturaleza de sus hallazgos era a ella, aunque al ser la hermana mayor de Sofía podía ser que se tomara muy mal aquel engaño de Lucas.
Entonces recordó a Patricia, en concreto cómo le decía que tenía que aprender a confiar en la gente, no a la ligera ni indiscriminadamente, sino confiar en la gente que te había demostrado que se podía confiar en ella. Y Sandra Carvajal Sande se lo había demostrado.
- He contado la verdad – bufó Lucas, pasándose la mano por la nuca, despeinándose. – He descubierto que lo que sufre Sofía es gorgodion semnpta. Realmente creo que es una dolencia mágica, un hechizo o algo así, provocado desde el bosque. Pero no sé nada más. Supongo que por eso se sentía tan cansada y tan mareada estos días, aunque no lo sé seguro. Quizá el hechizo cause esos episodios violentos, como posesiones. No lo sé seguro. Por no saber, no sé ni siquiera qué significa gorgodion semnpta.
- ¿En serio?
Lucas asintió.
- Por eso quiero consultar con algunos expertos, preguntarles por ese término. Averiguar si alguien me lo puede traducir y explicarme qué es. Una vez que sepa a qué nos enfrentamos, podré encontrar una solución.
- ¿Y por qué esa pantomima con mis padres? ¿Por qué esos ánimos? – se indignó Sandra.
- Porque sentía que les había fallado – aceptó Lucas. – Entré en el bosque convencido de que allí iba a encontrar la solución. Y la encontré, solo que no la entiendo. Temía que perdieran su confianza en mí si volvía con otro enigma más.
Sandra valoró las palabras de Lucas, encontrando sentido en ellas. Suspiró.
- No vuelva a mentirme – pidió. – Haga lo que quiera con mis padres: entiendo que no será fácil tratar con ellos, cuando no son tan receptivos a su oficio como yo. Pero a mí puede contarme la verdad: yo confío en usted. Y creo en lo que usted cree.
Lucas asintió, valorado.
- Gracias.
- No hay de qué. No vuelva a mentirme, por favor – le ordenó Sandra, dejando salir su vena más autoritaria, aristócrata. Luego volvió a ser ella misma. – Y ahora no le molesto más: vaya a averiguar qué es eso del “gorgorian” para ayudar a mi hermana.
 - Gorgodion semnpta – rio Lucas.
- Como sea....
Sandra volvió al despacho de su padre, quizá a simular que compartía la alegría que ellos sentían, o para explicarles la conversación que acababa de mantener con él (esperaba que ocultando la realidad que le había confiado a ella en secreto). Lucas suspiró, un poco superado por la situación y se dio la vuelta, bajando a la planta baja. Allí se fue a la sala del piano, una sala tranquila, con buena acústica, y que solía estar vacía. Una vez allí sacó el teléfono del bolsillo del mono rojo.
No quería hacer esa llamada, pero no le quedaba otra opción. Entre todos sus contactos del mundo sobrenatural no había ningún lingüista. Algunos hablaban lyrdeno mucho mejor que él, pero la lengua en la que había hablado el Elemental era mucho más antigua que el lyrdeno, mucho más compleja y mucho más desconocida. Necesitaba a un traductor excelente.
Y para encontrarle, sólo se le ocurría ponerse en contacto con el general Muriel Maíllo.
No le gustaba la idea, sobre todo porque le debería un favor al general si éste le ayudaba, y no quería tener tratos con él, pero sabía que los únicos con los medios necesarios para traducir aquellas arcanas palabras eran los de la agencia.
Tomó aire, llenándose de resignación y de valor con la inspiración profunda, y después buscó el teléfono en la agenda. Tenía el teléfono particular del general, pues había sido amigo de su padre y aún tenía cierto trato con su madre: además, lo había guardado hacía años para saber cuándo no tenía que contestar al teléfono, al ver el número del general en la pantalla. Muy al principio de toda aquella locura, cuando dejó la agencia y se marchó a aprender del mundo, recibió muchas llamadas de la ACPEX, pero no hizo ni caso de ellas ni de los técnicos y agentes que hablaron con él. Con el paso de los meses dejaron de llamarle.
- Soy el general Muriel Maillo. Dígame – escuchó la conocida voz, autoritaria pero juvenil. Apretó los ojos, con rabia, tratando de mantener a raya las lágrimas. La voz del general le recordaba una época pasada, cuando era un niño adolescente, como Sofía. Cuando su padre aún estaba vivo y había muerto ante él, durante aquella misión que había interrumpido sus vacaciones.
- General, soy Lucas Barrios – contestó al fin, consiguiendo que su voz sonara normal, a pesar de la sacudida de los recuerdos y las emociones. Sus ojos, cerrados, brillaban por las lágrimas que los rubricaban, sin caer.
- Vaya, qué sorpresa, Lucas – contestó el general, al cabo de un instante de silencio, por la sorpresa. Sonaba verdaderamente amable y contento de oírle. – No esperaba que me llamaras nunca.
- No lo hubiera hecho si de verdad no lo necesitara – Lucas mordía las palabras, no las pronunciaba. El general debió de darse cuenta del tono tenso del detective, aunque no dio muestras de haberlo notado.
- ¿Te ocurre algo?
- No es a mí. Es a una niña.
- Tu madre me dijo que habías vuelto a trabajar. ¿Es eso?
- Deje a mi madre en paz. Y, por favor, deje de hablar de mí con ella. No soy de su incumbencia – masculló Lucas, con rabia.
- Pero el caso es que sí eres de mi interés. Y en estos días más que nunca – rebatió el general, sin explicar por qué. – ¿Qué necesitas?
Lucas suspiró, con las lágrimas corriéndole por las mejillas, aunque su voz no se torció.
- Tengo una cita en un idioma extraño. Muy antiguo – dijo, sin dar más explicaciones. – Necesito a un traductor que me ayude. Sé que en la agencia tendrán los mejores.
- Tenemos uno muy bueno, que descubrió hace un par de años Justo Díaz Prieto, antes de jubilarse – nombrar al antiguo compañero y gran amigo de su padre no ayudó a Lucas. – Podría mandarle tu petición.
- No quiero que le mande nada. Sólo necesito que me dé su teléfono o que me diga dónde encontrarle – pidió Lucas. – No quiero tener trato con usted. Lo sabe.
- Lo sé – admitió el general, sereno. – Pero el caso es que te necesito para una cosa. Nada sobrenatural, no es ningún caso. Solamente hay alguien que quiere conocerte. Me ha pedido que consiga una charla contigo. Si aceptases reunirte conmigo y con este hombre interesado en ti, te daría la localización de nuestro traductor.
Lucas se separó el teléfono de la oreja y movió la cabeza, deseando decir muchos tacos, pero sin soltar ninguno al final. Estaba cabreado, mucho más que antes de la llamada. Lo que más temía se había cumplido, casi inmediatamente. El general podía ayudarle, pero le pedía algo a cambio.
Y él no quería tratar con el general ni volver a la ACPEX.
- ¿Es sólo una charla? – preguntó, volviendo a ponerse el teléfono en la oreja.
- Es lo que ha pedido – admitió el general Muriel Maíllo. Su voz no se había agriado en ningún momento, ni enfadado, a pesar de que el trato de Lucas estaba siendo terco y tenso. – Quiere conocerte y tener una entrevista contigo. Supongo que querrá hacerte una proposición o mandarte un encargo, no lo sé.
Lucas estuvo a punto de preguntar que por qué ese misterioso personaje no se ponía en contacto con él por medio de la página web, pero supuso que o bien el general no lo sabía o no se lo diría. A Lucas aquello le sonaba a una trampa para volver a tratar de reclutarle, y aunque no quería volver a pasar por aquello, si era el precio de poder seguir investigando cómo ayudar a Sofía, tragaría y lo haría. Con volver a decir que no cuando el general hiciera su oferta....
- Está bien. Acepto – consintió.
- Me alegro, Lucas.
- El jueves puedo estar allí. Pero no iré a la agencia – advirtió. – Elija el lugar que quiera, pero en terreno neutral.
- No es necesario, pero de acuerdo.
- ¿Quién es ese tipo que tiene tanto interés en conocerme? – preguntó, de repente, tratando de pillar en un renuncio al general, para demostrar que todo era una treta, una trampa para engatusarle.
- Darío M. Zardino – contestó el general, sin dudar. – Es un hombre de negocios, muy educado y con buena posición. La verdad es que yo no lo conocía hasta hace un par de días, cuando se puso en contacto conmigo a través de un agente.
Lucas arrugó la cara. O el general era muy rápido, o estaba preparado, o era cierto que existía aquel tipo. De todas formas, ya había convenido que se reuniría con él, fuera quien fuese.
- ¿Y el traductor?
- Sí. Está en un pequeño pueblo de la provincia de Salamanca – explicó el general, dándole la dirección. Lucas estaba tan tenso y molesto por la situación que no tuvo recuerdos dolorosos al oír mencionada la ciudad charra. – Podrá encontrarle en ese bar sin duda.
- Muy bien – dijo Lucas, sin sentirse satisfecho.
- No te asustes al verle, Lucas – advirtió el general. – Aunque ese Guinedeo se oculta muy bien a simple vista, con tus habilidades verás perfectamente su aspecto real.
Lucas alzó una ceja, curioso.
Hacía tiempo que no veía un Guinedeo.

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