sábado, 29 de abril de 2017

Desmembramientos a la luz de la Luna - Capítulo 19

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(Arenisca)
Lucas Barrios puso al corriente de todo lo sucedido a Patricia, que escuchó con atención mientras saboreaba la exquisita comida del restaurante de Paco. El inspector Amodeo escuchó de nuevo las explicaciones, porque aquello era tan nuevo para él y sonaba tanto a película mala de Hollywood que no le venía nada mal escucharlo por segunda vez.
- ¿Esa persecución por la autovía tiene algo que ver con todo esto que pasa aquí? – preguntó el inspector Amodeo, mientras comía a cucharadas el flan casero.
- No lo creo. Quiero decir, con total seguridad no. Aquello tiene que ver sólo conmigo y lo de aquí es diferente: sólo estoy involucrado porque me llamó un cliente y me contrató para que descubriera al monstruo.
- ¡Es verdad! ¡Tu cliente! – saltó Patricia, que se había decidido por la tarta de tres chocolates. – ¿No sabes nada de él?
Lucas negó con la cabeza.
- Ayer me despedí de él a toda prisa, para volver a Madrid y cuando volví aquí no me dio tiempo a llamarle. Y esta mañana me habían requisado el móvil en el hotel – dijo, con recochineo. Patricia sonrió y el inspector Amodeo se hizo el loco, llamando a Paco con un gesto de la mano.
- ¿No has hablado con él?
- Tenía un par de llamadas perdidas suyas, pero no le he contestado. Hemos estado comiendo y explicándoos todo: ahora cuando acabemos le llamo....
- Me gustaría conocer a ese cliente – dijo Amodeo. Paco llegó en ese momento y le pidieron cafés, mientras el camarero se llevaba los platos vacíos.
- No es nadie del otro mundo, es casi una caricatura de ser humano – bromeó Lucas, al recordar la personalidad de su cliente.
- Pero si dice que ha visto al monstruo....
- No recuerda nada, y además ya no nos hace falta su declaración: yo le vi anoche y peleé contra él.
Amodeo asintió y Patricia se removió un poco incómoda: no le tranquilizaba pensar en su novio peleando contra un hombre-lobo.
- Fue una lástima que se me escapara....
- Esta noche estaremos preparados y no se nos escapará – declaró el inspector de policía.
- No es eso: anoche le pillé desprevenido. Por eso pude herirle. Esta noche, si aparece, estará preparado y nos costará mucho más alcanzarle....
- Eso me recuerda que necesito balas de plata, ¿no? – dijo Amodeo, esperando a que Paco se fuera, después de servirles los cafés: solo con hielo para los hombres y americano bien caliente para Patricia: siempre lo tomaba así, incluso en pleno verano. A Lucas siempre le divertían esas pequeñas costumbres inusuales. – A los hombres-lobo se les caza con balas de plata....
- Le sorprendería la cantidad de propiedades que tiene la plata, inspector, no sólo para los hombres-lobo – comentó Lucas. – Aunque tiene razón: para cazar a un hombre-lobo es necesaria una bala de plata en el corazón. Creo que tengo una pequeña caja en la mochila, luego las busco y le doy un puñado. Pero hay que recordar que ese monstruo es un hombre a plena luz del día. Creo que debemos atraparlo en lugar de cazarlo....
- ¿Atraparlo? – se sorprendió el inspector. – ¿Y dejaremos que vuelva a hacer lo mismo dentro de un mes?
- No, me encargaré de él. Sé de algunos santones o chamanes que pueden ayudarle con su maldición, para controlarla – explicó. – Porque ese hombre o mujer sufre una maldición, no lo olvide. No es malvado, sólo sufre las consecuencias de esa maldición.
- Ya, pero ha matado a gente.
- Pero no era él mismo, en realidad – trató de razonar con el inspector. – Claro que tiene responsabilidad sobre las muertes pero yo nunca le llamaría asesino. Su parte de lobo es la que ha matado a esa gente, pero su parte humana no es culpable. Tendrá que aprender a vivir con su maldición, pero no creo que deba acabar en la cárcel.
El inspector Amodeo no pareció convencido, pero no dijo nada: sólo se agarró el mentón y se mordió la uña del dedo índice.
- ¿Y cómo vamos a atrapar a una bestia así? – preguntó Patricia. – Porque no creo que sea tan fácil....
- No lo será, pero tengo alguna cosa que puede ayudarnos. Podemos tratar de tenderle una trampa, con algún tipo de cebo, o rastrearle con mis sensores y lanzarle una trampa cuántica: sé que funciona con espectros y con una especie de corpóreos muy raros que descubrí hace muy poco, espero que también funcione con monstruos. Si no, tenemos las redes eléctricas de toda la vida.
- ¿Y con una red podemos reducirle? – preguntó Patricia.
- Podemos frenarle y después podemos sedarle. He mirado en el calendario de la comisaría el ciclo lunar y dura hasta hoy, así que con frenarle esta noche tenemos suficiente. Si logramos que no mate a nadie esta noche habremos ganado una prórroga de un mes. Creo que podremos atraparle y sedarle durante unas horas. En su forma humana será fácil razonar con él....
- O ella – apuntó Patricia, sonriendo, haciendo que sus ojos desaparecieran tras sus carrillos. Lucas le dio un beso en la punta de la nariz.
- Podría ser, aunque después de esta noche me inclino a pensar que es un hombre: mató al chico, pero se recreó con la chica. Se alimentó de ella.
- ¿Es consciente de lo que le pasa? – preguntó de sopetón el inspector Amodeo: había salido de su trance deductivo. – Quiero decir si tiene recuerdos de sus fases de lobo....
- Nadie lo sabe a ciencia cierta, aunque tuve maestros que aseguraban que eran dos personalidades completamente disociadas – explicó. – Lo que yo creo, personalmente, es que algo tiene que saber: seguro que se despierta por las mañanas totalmente desnudo, en lugares extraños, allí donde el monstruo se echa a dormir después de toda la noche correteando por la ciudad. Toda la gente en Salamanca sabe de esos extraños asesinatos nocturnos: si yo no supiera qué me ha pasado por la noche y me despierto en lugares raros, fuera de mi casa y de mi cama, probablemente uniría A y B. Por eso le digo que yo creo que el humano que sufre la maldición tiene que olerse algo, a poco que sea listo.
- Confiar en la inteligencia humana es un acto de fe muy grande, detective – dijo el inspector, con tono bromista, pero con trasfondo fúnebre. Lucas sonrió y asintió.
- Qué me va a contar a mí....
Los tres estuvieron un momento en silencio, bebiendo de sus respectivos cafés. El de Patricia humeaba, pero a ella no pareció importarle y bebió como los otros dos.
- Lo que todavía no me has contado es ese odio que te traías con el agente trajeado, el de la Jefatura Central de Homicidios.... – preguntó el inspector, al cabo.
Lucas bufó e hizo un gesto despectivo con las manos.
- No es odio, es desprecio. Además no es con ese hombre en concreto, al que no conocía hasta esta mañana, es hacia toda la organización.
- No sé por qué....
- Verá, inspector, ¿usted conocía la Jefatura Central de Homicidios? ¿Había oído hablar de ella hasta esta mañana?
Amodeo negó con la cabeza, poniendo una mueca.
- Eso es porque en realidad no existe. No hay tal Jefatura Central. Sólo es una tapadera para la agencia real que hay detrás: una agencia que investiga y controla a los entes paranormales y los eventos que estos provocan. Es del gobierno, pero secreta, así que operan bajo el radar: de ahí la pantomima de la Jefatura y todo eso....
- ¿Y cómo se llama esa agencia?
- Agencia para el Control Paranormal de Entes Extraños – contestó Lucas, con retintín.
- No lo entiendo: deberías alegrarte de que exista esa agencia, ¿no? Si investiga lo mismo que tú, te podría servir de ayuda en ciertos casos – se sorprendió el inspector. – ¿Por qué no te gusta esa agencia?
Patricia negó disimuladamente con la cabeza, muy discreta. El inspector Amodeo vio con el rabillo del ojo aquel movimiento, y lo entendió, pero ya era tarde: la pregunta ya estaba formulada. Lamentó haberlo hecho y esperó la contestación, con cierta cautela.
Lucas arrugó el gesto, antes de contestar. Trató de hacerlo con ligereza, mirando la mesa, pero la amargura en sus palabras fue evidente para un agente tan perspicaz como Santiago Amodeo.
- Bueno, sobre todo porque me hace la competencia: si los clientes se enteran de que hay una agencia del gobierno encargada de lo mismo que yo, dejarán de llamarme para contratar mis servicios. Además, estuve relacionado con ellos cuando era un crío, no acabé bien....
Patricia suspiró, discretamente, pero Amodeo lo vio. Al parecer la respuesta podía haber sido más grosera y más tensa, pero había sido muy neutra.
Pero Lucas, sorprendentemente, se animó a hablar un poco más, sorprendiendo a sus dos compañeros.
- Verá, mi padre trabajó para la agencia y.... sufrió un percance durante una de sus misiones.... yo tenía quince años.... estábamos de vacaciones....
Patricia dirigió su mirada hacia Amodeo: era una mirada de alarma y de profunda tristeza. El inspector rellenó los huecos que dejaba la respuesta de Lucas y creyó que ya era suficiente. Al fin y al cabo acababa de conocer a aquellos dos jóvenes y no necesitaba saber todos los rincones oscuros de su pasado.
- Pues no estaba solo – intervino, cortando los recuerdos dolorosos del detective. Patricia se lo agradeció con un gesto de la cabeza: había agarrado la mano de Lucas entre las suyas y éste parecía calmado. – Tenía una compañera, una mujer menuda y muy morena. Ella se quedó arriba cuando el tipo del traje bajó al calabozo a verle. Los dos estaban muy interesados en usted, cuando llegaron a investigar los asesinatos y se enteraron de que había sido detenido.
- Soy bastante conocido entre la gente de la agencia – respondió Lucas. – Tengo cierta fama....
- Lo cierto es que los dos se sorprendieron mucho de que hubiésemos sido capaces de atraparle – dijo el inspector, esperando que aquellas palabras animaran a su reciente compañero. Además, no eran falsas. – No se creían que Lucas Barrios estuviera entre rejas.
- Pues la verdad es que no ha sido la primera vez – sonrió Lucas.
- Ya, pero tu fama te precede.... – bromeó Patricia.
- Y eso que sólo llevo poco más de cuatro años de detective....
- Pues esa pareja anda ahora por Salamanca, supongo que encargándose de encontrar a ese monstruo, ¿no? – Patricia y Lucas asintieron. – ¿Tenemos que escondernos de ellos o preocuparnos de que no sepan de nosotros?
- ¿La mujer que acompañaba al hombre del traje era bajita, de pecho abundante, caderas redondas, melena negra rizada y cara delgada? ¿Cómo con muchos ángulos?
- Sí, ésa es su descripción....
- Entonces no hay que esconderse – Lucas negó con la cabeza. – Creo que ella es Susana, una agente que conozco. Es buena persona, muy profesional. No tenemos que buscarlos, pero si nos encontramos con ellos, estando Susana en el caso, no tendremos problemas.
- Bueno, pues son más de las cuatro – dijo el inspector, mirando el reloj de pulsera. – Hasta la noche queda bastante, pero ¿nos ponemos en marcha?
- De acuerdo. Yo invito.
- De ninguna manera....
Se pusieron de pie, decidiendo, ofendidos, quién pagaba la comida. Patricia se acercó riendo a la barra, más práctica, y le pidió la cuenta a Paco, mientras los dos hombres se disputaban en la mesa el honor de pagar la comida.

* * * * * *

Ganimedes bajó las escaleras de hormigón cuando el guardaespaldas le dejó el paso franco. Tragó saliva, nervioso, por volver a tener que dar malas noticias a Zard.
- ¡Hola, Ganimedes! ¿Me traes buenas o malas noticias?
- Malas, me temo....
Zard achicó los ojos y le miró, con aquella cara tan horrible. No parecía enfadado, pero sí expectante.
- Verá, el detective escapó ayer de los Barquens. Perdimos seis unidades. Además el humano escapó y está fuera de nuestro alcancé gnomático: no podemos encontrarle. Algunos de mis hombres me han dicho que hay revuelo en Salamanca a causa de un monstruo nocturno y que podría estar allí, pero no lo he comprobado todavía.... señor.... lo siento, señor....
Zard sonreía, con la barbilla apoyada en las manos enlazadas. No parecía enfadado, sino complacido.
- Bien, bien.... estupendo.... – dijo, risueño y peligroso.

jueves, 27 de abril de 2017

Desmembramientos a la luz de la Luna - Capítulo 18

- 18 -
(Arenisca)


- ¡¡Eh!! ¡¡Tengo derecho a llamar, ¿no?!! ¡¡¿Por qué me han detenido?!! ¡¡¿De qué se me acusa?!!
Lucas Barrios había pasado toda la noche en una celda de la comisaría de policía. Al principio no había dicho nada y al final se había acomodado en uno de los bancos para dormir un poco. Pero cuando se hizo de día decidió que iba a cambiar de táctica: daría guerra, a ver si conseguía que alguien bajase a verle y le explicase qué estaba pasando. A esas alturas ya debían de haber confirmado la autenticidad de su identificación.
Estaba decepcionado. No preocupado porque lo hubieran detenido (por eso estaba molesto: no era la primera vez), decepcionado por cómo había ido la noche. O el viernes en general.
Habían tratado de matarle, se había quedado sin su coche, había dejado plantada a Patricia por irse a investigar a Salamanca y allí tampoco se había lucido. Había habido dos muertos más (que él supiera) y el monstruo seguía suelto.
Aunque, por lo menos, ahora sabía a qué se enfrentaba.
- ¡¡Eh!! ¡¡Tengo que hablar con el comisario!! ¡¡No soy un criminal!! ¡¡He venido aquí a ayudar!!
Pero nada. Nadie le hacía caso.
Cerca de las doce del mediodía un tipo de pelo oscuro, delgado, de buena planta, piel morena, vestido con vaqueros y camisa y con cara de pocos amigos, bajó a los calabozos a verle. Se paró delante de los barrotes y Lucas se puso en pie, para estar cara a cara con él.
- Hola. ¿Es usted el comisario? – preguntó.
El policía le miró durante unos segundos en silencio, sin dejar de mirarle ni cambiar su cara.
- ¿Usted cree que el comisario vendría a la comisaría un sábado por la mañana? – contestó al fin, con otra pregunta.
Lucas Barrios se encogió de hombros.
- Imagino que si hubieran atrapado al asesino de estas últimas noches, el comisario vendría aquí perdiendo el culo – reflexionó en voz alta. – No se lo perdería, da igual que fuera sábado, domingo o la fiesta de San Pedro. Pero como no está aquí, supongo que será porque saben que yo no soy el asesino – su lógica era aplastante. Hizo una mueca antes de continuar. – Entonces, ¿usted quién es?
El policía le miró sin cambiar su cara, durante otro periodo de varios segundos.
- Soy el inspector Amodeo. Yo tampoco quería venir en sábado a la comisaría, pero por su culpa aquí estoy.
- Lo siento.
- Y no se apresure al suponer que le hemos descartado como sospechoso – el inspector estaba muy serio, aunque su voz no era amenazante ni peligrosa. – Es usted el tipo más sospechoso que he visto en mi vida....
- ¿Sospechoso de qué? – preguntó, sin poder evitar sonar divertido.
El inspector levantó una ceja.
- Sospechoso de cualquier cosa – le abarcó con un gesto de la mano. – Eso sin contar con todos los cachivaches y armas que hemos encontrado en su mochila....
- Tengo licencia – replicó, inmediatamente.
El inspector Amodeo sonrió, por primera vez en toda la conversación. Pero no era una sonrisa alegre ni divertida, de complicidad.
- Ya lo imagino. Pero en esa mochila hay muchas más cosas aparte de armas....
El inspector se dio la vuelta y se alejó por el pasillo del calabozo. Lucas le vio irse, sin saber muy bien qué más decir.

* * * * * *

Al cabo de una hora y media, Lucas volvió a escuchar pasos que se acercaban, así que se levantó del banco. Había estado tumbado boca arriba, con las manos en la nuca, pensando en el caso y en su situación.
Para atrapar al hombre-lobo en una ciudad como Salamanca sólo tenía que tenderle una trampa, vigilar bien la parte vieja y tener las pistolas preparadas, aunque sólo en último caso. Pensaba más bien en un par de dispositivos que llevaba en la mochila, que podían servirle para anular o contener al monstruo, hasta que pasase el ciclo de la Luna llena: entonces dejaría de transformarse y volvería a ser un hombre o una mujer normal. Una vez pasado el peligro, podría recomendarle a quién visitar, para que tratase su licantropía.
Por otro lado estaba la cuestión de su detención. Tenía que resolverlo para salir cuanto antes: si el hombre-lobo había matado las tres últimas noches significaba que la noche del sábado podía muy bien ser la última del ciclo. Si lo dejaban escapar aquella noche todo volvería a empezar dentro de un mes, en Salamanca de nuevo o quizá en otra ciudad.
El inspector Amodeo se detuvo delante de la celda, otra vez. Pero ahora venía acompañado: era un hombre corpulento, con un poco de barriga que curvaba su camisa elegante. Vestía traje que le quedaba bien, salvo por el detalle del vientre. Llevaba un pequeño sombrero de tela en las manos, también de color azul oscuro. Era entrecano y con claros en la parte alta del cráneo. Observó a Lucas con detenimiento y éste hizo lo mismo: no conocía a aquel individuo, pero le molestaba sentirse como un gorila en su jaula del zoo.
- No, inspector. No le conozco – dijo el recién llegado. Tenía una voz profunda, de cantante de blues. – No es ninguno de nuestros sospechosos habituales, pero si ha encontrado todo eso de arriba en su mochila yo también me andaría con cuidado con él....
- ¿Quién narices es usted? – Lucas estaba cada vez más amoscado.
- Soy Gerardo Antúnez Faemino, de la Jefatura Central de Homicidios – dijo el hombre del traje azul, mostrándole su identificación.
- ¿De la Jef....? Me cago en mi calavera, ¡no me jodas! – Lucas no se lo creía, mirando al recién llegado con rabia: el otro seguía mirándole serio, con total desfachatez. – No le habrá dado crédito, ¿no inspector? Es un farsante, la Jefatura Central de Homicidios no existe, es una tapadera para otra organización del gobierno....
- Esto es increíble – dijo el hombre del traje. Lucas sabía que hacía teatro y de repente tuvo muchas ganas de aplastarle la nariz contra los barrotes de la celda. – Ya le dije que me sonaba a terrorismo, y ahora ve cómo trata de salir del paso ninguneándome....
- ¡¡¿Terrorismo?!! ¡¡¿Van a acusarme de terrorismo?!! – Lucas no daba crédito. – Sí que voy mejorando, de homicida a terrorista....
El inspector Amodeo le miraba sin decir nada. Estaba muy pensativo, valorando todo el circo que tenía montado en su comisaría. No sabía qué creerse y le costaba mucho no hacer caso a su instinto, que le estaba diciendo desde primera hora de la mañana que hiciera algo muy distinto a lo que estaba haciendo.
- Verá, inspector, yo creo que este hombre no entraña peligro alguno: con tenerle vigilado y que los de la científica se encarguen de revisar todos sus aparatos para deducir si son peligrosos o no, será suficiente. En caso de que sus aparatos entrañen riesgo para la seguridad nacional, usted sabrá obrar en consecuencia, ¿verdad? Y si no son más que juguetes para aparentar, podrá devolvérselos sin riesgo – dijo, mesurado, a pesar de los insultos que le lanzaba Lucas a través de los barrotes. – Pero no querría decirle cómo hacer su trabajo: yo sólo he venido aquí para hacer el mío. Así que, si me permite, iré al instituto forense para ver los informes de las autopsias, entrevistarme con los doctores y poder redactar mi propio informe.
El inspector Amodeo asintió y le indicó con un gesto por dónde salir.
- Por aquí, por favor....
- ¡¡Mentiroso!! ¡¡Que eres un mentiroso!! ¡¡No eres más
que un chico de los recados para el general!! ¡¿Te han gustado mis aparatitos?! ¡¡Como vea que me falta uno voy y te saco las tripas, desgraciado!! ¡¡Pídele a la agencia que te compre máquinas nuevas, que estáis desfasados!! – gritaba Lucas, fuera de sí. Los dos hombres salieron de su campo de visión y dejó de gritar, dejándose caer en el banco, derrotado.
Había tardado mucho la agencia en llegar a Salamanca, le extrañaba mucho. Quizá los eventos del hombre-lobo habían pasado desapercibidos y no se registraban bien en la Sala de Luces: al fin y al cabo sólo era un medio “encarnado”. O quizá Salamanca estuviese en medio de una nube azul de ésas y tardaban en discriminar los eventos reales de las meras presencias rutinarias.
De todas formas, Lucas resopló. Si la agencia se encargaba del caso podía ir despidiéndose de cobrar. Por muy poca cosa que parecía, Luis Miguel Tenencio Arias no le pagaría por un trabajo que no había hecho él mismo. Al acordarse de su cliente se dio cuenta de que no había concretado un precio con él, aunque visto como estaba el panorama, no iba a ser necesario.
Volvió a oír ruidos y miró por entre los barrotes: el inspector Amodeo estaba allí de vuelta, serio y pensativo como siempre. Miraba a Lucas como si esperara algo de él.
- Inspector, ese hombre es un farsante – dijo, levantándose del banco y acercándose a los barrotes, cara a cara con el inspector. – No me entienda mal, será un profesional y es de los buenos, pero no es quien dice ser. No deja de ser un investigador como yo, pero trabaja para el gobierno. Al fin y al cabo como usted, pero en otro tipo de cuerpo. Si le deja ahí fuera, ¿por qué a mí no? Estoy seguro que lleva el coche lleno de cachivaches como yo.... aunque no tan buenos y tan originales como los míos....
El inspector Amodeo seguía serio.
- Me han dicho los agentes que le detuvieron anoche que asegura haber llegado a la ciudad poco antes de que lo detuvieran....
- Sí, así es. Vine en moto desde Leganés: la moto está cerca del Puente Romano. No es mía, es de un amigo, pero es que mi coche sufrió un percance hace poco y no podía viajar con él....
- Y lo primero que hizo al llegar a Salamanca fue ir al cerro de San Vicente, a encontrarse con aquellos dos muertos, ¿no es así?
Lucas fue consciente de cómo sonaba aquello. Pero ¡qué mierda!, quería salir del calabozo.
- Sí. En realidad no los buscaba a ellos, buscaba a quién los mató. Llegué tarde....
El inspector Amodeo se pasó la mano derecha por la mejilla izquierda, haciendo que su barba de siete días le raspase en la palma. Tenía todo el aspecto de ser uno de esos hombres que se afeitaban un día a la semana, y aquel día (quizá por culpa de Lucas) se había saltado el afeitado de rigor. El inspector estaba pensativo, sin quitar los ojos de encima de Lucas. Aquellos ojos le dieron una pista.
- ¿Anoche....? ¿Anoche murió alguien más?
El inspector asintió, sin dejar de pasarse la mano por la cara.
- Rediós, sí. Dos mujeres que estaban en la terraza de la casa de una de ellas, allí cerca, en el barrio al lado del cerro de San Vicente – contestó.
Lucas parpadeó, pensativo.
- ¿Antes o después?
No tuvo que dar más explicaciones. En aquel contexto y con un interlocutor tan avispado como el inspector no hicieron falta palabras de más.
- Parece que después, aunque la forense todavía no me ha pasado el informe preliminar. No mucho después, pero todo indica a ello.
- Entonces está claro que yo no fui – se defendió Lucas.
- Todavía podría ser el responsable del primer asesinato.
- Está de broma, ¿no? – sonrió Lucas. – Yo no tengo la mandíbula que hizo esos mordiscos. Eso era lo que yo estaba mirando cuando llegaron sus chicos de uniforme. Además, prefiero cenar otras cosas, antes que carne cruda: hornazo, por ejemplo, que todavía no he comido.
El inspector Amodeo se volvió a pasar la mano por la mejilla barbada, mirando a Lucas. Sonrió levemente, lo que era una buena señal.
- Nunca he creído que usted fuera el asesino de esa pobre pareja.
Lucas suspiró.
- Me alegra oír eso. Entonces, ¿por qué sigo aquí?
- Por toda la amenaza de que usted sea un terrorista o pueda trabajar para una célula islámica....
- Ahora sí que está de broma, ¿verdad? – Lucas sonó divertido, pero su cara fue de sorpresa.
El inspector Amodeo se encogió de hombros.
- Nunca lo creí, aunque es verdad que en esa mochila hay cachivaches muy raros. Ante la duda....
- Pero si no lo cree, si cree que soy inocente....
- Creo que eres quien dices ser. Creo que eres un detective contratado por algún familiar de las víctimas para encontrar al asesino. Y creo que todo eso que llevas encima no es peligroso, más que para quien se quiera meter contigo.
- Entonces ¿por qué no me suelta? – se sorprendió Lucas, agarrándose a los barrotes.
- Imagino que tú también habrás tenido un jefe o habrás tenido que hacer cosas que no has querido hacer, pero había que hacerlas – se excusó el inspector. – Una de las primeras víctimas era la hija de un tipo muy importante de Salamanca, un constructor que debe tener apaños con el alcalde, con un juez de instrucción y a saber con cuánta gente más, rediós. Se ha enterado de tu detención de anoche y ha llamado al comisario para decirle que no te dejen salir, por nada del mundo. Quiere un culpable y cree que eres tú. Es un mafioso con problemas de control de la agresividad: no tolera que le lleven la contraria....
- ¡¡¿Me van a cargar con el muerto?!!
- Claro que no – desdeñó el inspector con un gesto de la mano. – Mañana o pasado estarás fuera, pero ese constructor necesita un asesino y no para de meter presión al comisario y al cuerpo de policía. Creo que a ti te ha tocado pagar el pato durante unas horas, para mantenerle contento. Lo siento....
- Más lo siento yo, no crea....
El inspector Amodeo se volvió a pasar la mano por la cara, molesto y pensativo. Lucas lo miró y no pudo evitar sonreír: estaba claro que era un buen hombre, un buen policía y parecía que él le caía bien. Tenía que intentar convencerle para que le soltara.
- Oiga, inspector, a mí me parece muy bien lo de ese constructor mafioso, todas las ciudades tienen el suyo propio. Tengo un amigo en Valladolid que habla de un tal Karanassos que debe ser un personaje, ¿le suena?
- No....
- Es igual. A lo que iba era a que si me suelta yo puedo conseguirle un culpable. Y no uno cualquiera: al de verdad.
- Anoche lo viste, ¿verdad? – el inspector Amodeo se pegó a los barrotes.
- ¿Cómo lo ha sabido?
- Intuición – el policía se encogió de hombros. – Supuse que eras un buen tipo nada más verte esta mañana.
- Muy bien, gracias. Ahora escuche – Lucas se sentía un poco incómodo al escuchar aquellas buenas palabras por parte del inspector. – Vi al asesino, pero no es quien usted se espera. No digo que usted lo conozca, digo que no es como  usted se espera que sea.
Amodeo frunció las cejas.
- Verá, inspector, usted me cae bien. Quizá sea porque sé que yo le caigo bien a usted, y por empatía me pase al revés. Pero me estoy pensando muy mucho si puedo contarle todo lo que sé....
El inspector Amodeo le miró, valorándolo.
- ¿Vas a contarme un cuento? – bromeó.
- Si le cuento la verdad va a sonarle a película, pero prometo que soy sincero – se arriesgó Lucas. – Necesito que me saque de aquí para atrapar al asesino, para poder salvar a gente. Creo que usted me puede ayudar y por eso creo que debo confiar en usted. Y tiene que ser rápido, porque creo que esta noche es nuestra última oportunidad.
- ¿Cómo es eso?
- Me temo que el asesino puede cometer esta noche sus últimos asesinatos y después desaparecerá. Sólo es una teoría, pero puedo confirmarla simplemente con un calendario que muestre las fases lunares.
Amodeo alzó las cejas, con sorpresa.
- ¿Va usted a escucharme con la mente abierta? Lo necesito, de veras necesito que me crea.
- Adelante....
- Recuerde que le estoy hablando con total sinceridad.... – empezó Lucas y después pasó a relatar al inspector Amodeo cuál era su verdadero oficio, qué eran los entes paranormales y cómo los encontraba y los hacía desaparecer, si eso era para lo que le habían contratado. Le explicó un poco por encima para qué eran la mayoría de aparatos que llevaba en su mochila y cómo funcionaban las armas contra los entes y al final le contó que el asesino de Salamanca era un hombre-lobo, y que por eso, cuando acabara el ciclo de la Luna llena, se acabarían las transformaciones y los asesinatos nocturnos. – Creo que la última Luna llena completa será esta noche y también será la última transformación. A partir de mañana habrá que esperar un mes para que el hombre-lobo vuelva a aparecer, y quizá no sea en Salamanca. Allí donde aparezca de nuevo puede que no estén preparados.
El inspector Amodeo lo miró y lo escuchó sin inmutarse, aunque su cara parecía muy seria, incluso un poco recelosa. Lucas esperaba haber hecho lo correcto, aunque no todo el mundo era como Patricia.
El inspector se pasó la mano por la cara, pensativo y dejó de mirar a Lucas, para bajar la cabeza y mirarse los pies. Parecía confuso y abatido, y aquella mezcla de sensaciones podía ser tanto buena como mala. Al alzar la cabeza su cara era un poema: parecía dolido y tenía dudas.
Lucas suspiró, derrotado, pero entonces el inspector dio un paso adelante, con las llaves de la celda en la mano. Introdujo la adecuada en la cerradura y abrió la puerta.
- Te creo porque mi intuición me dice que lo haga – le advirtió, alzando un dedo índice. – Pero si me la has jugado, no sé cómo se lo voy a explicar al comisario....
- Va a tener problemas para explicárselo a su comisario de todas formas, siendo verdad y todo – bromeó Lucas, al salir de la celda. El inspector le tendió la mano y se la estrechó.
- Santiago Amodeo Córcovas.
- Yo soy Lucas Barrios – sonrió. – Oiga, ¿no tendrá problemas con ese juez, con el alcalde y con el constructor ése por soltarme?
Amodeo soltó una carcajada, la primera y única que Lucas le escucharía.
- Con el alcalde me llevo bien y ya tengo problemas con el juez Gutiérrez Alarcón y con el constructor Jurado Jiménez. Uno más no estropeará mucho nuestras relaciones....
Subieron los dos juntos a la comisaría. Estaba prácticamente vacía, pues era sábado y casi era la hora de comer. Sólo había cuatro agentes uniformados por allí y en las mesas de los subinspectores e inspectores no había nadie más que Amodeo.
- Veo que era verdad que usted no tenía que estar aquí en sábado – señaló Lucas a su alrededor. – Disculpe.
- No te preocupes. Si atrapamos al asesino me vale.
El inspector Amodeo le devolvió la cartera y después le tendió la mochila. Cuando Lucas la fue a coger el inspector la retuvo un momento, sujetándola con la mano.
- No me falles.... – le advirtió. Lucas asintió. Después se puso a revisar el interior, comprobando que no le faltaba nada: no desconfiaba de los policías, era de ese tal Gerardo Antúnez Faemino de quien no se fiaba. No era más que un perro de la agencia y tenía que andarse con cuidado con ellos.
Mientras rebuscaba en el interior de la mochila, sonó el teléfono de la mesa del inspector. Se acercó a ella y descolgó, haciéndole un gesto a Lucas para que esperase y guardase silencio.
- ¿Sí? Ah, hola, comisario..... – Lucas se quedó helado, mientras Amodeo conservaba la calma. – Sigue abajo, en la celda.... ¿Está seguro? – el inspector puso cara de sorpresa. – Por mí de acuerdo, pero no sé si tendremos problemas con el constructor.... Usted manda, comisario, pero no querría verle metido en problemas.... – después de escuchar la contestación del comisario Amodeo sonrió. – Es usted un as, jefe. Le mantendré al corriente. Y gracias....
Después colgó, mirando con respeto y cariño el teléfono sobre su mesa.
- ¿Qué? – preguntó Lucas, en ascuas.
- El comisario me ha ordenado que te suelte – el inspector Amodeo levantó la vista y miró sonriente a Lucas. – Al parecer un general le ha llamado solicitándole personalmente que te dejemos libre. Y el comisario me ha pedido, como una petición suya, que te ayudemos en todo lo que podamos. Parece que quiere tocarles un poco las narices al juez y al constructor Jurado....
- ¡¡Olé por su comisario!! – dijo Lucas, pero no perdió de vista el fondo de la cuestión. – ¿Le ha dicho qué general era ése que quería que yo estuviera libre?
- El general Martínez, creo que me ha dicho....
- Claro.... – se lamentó. No quería deberle favores al general: en realidad, prefería no tener ningún tipo de relación con él.
- Inspector, ¿ya no está detenido el sospechoso? – preguntó una agente uniformada, que se acercó a ellos con respeto.
- No, Ortega, órdenes directas del comisario.
- Bien, es que hay una señorita esperando en el mostrador de información desde hace casi una hora a que la dejemos pasar para ir a verle. Por más que le decimos que no puede recibir visitas ella no se va. Ahora que ya está libre....
- Ay mi madre, no me lo puedo creer.... – musitó Lucas, que creía conocer la identidad de su insistente visita. Salió por donde le indicaba la agente Ortega y llegó al mostrador de información. Allí, sentada en unos asientos de plástico adosados a la pared, esperaba Patricia, con evidente gesto impaciente. Al verle aparecer por la puerta se puso en pie muy sonriente y corrió a abrazarle.
- ¡¡Lucas!!
- ¿Pero qué haces aquí? – le preguntó él cuando se separaron después de un largo beso.
- Como no sabía nada desde ayer por la noche te he llamado desde bien pronto, sin que me contestaras ni me cogieras el teléfono. Estaba preocupada, por lo que me contaste que te pasó el jueves en Ciudad Lineal y por lo que podía pasar aquí en Salamanca, así que llamé a tu madre, a
ver si ella sabía algo más....
- Mi madre.... – agitó la cabeza Lucas.
- No sabía nada, pero me dijo que investigaría. Al cabo de una media hora me llamó y me dijo que viniese aquí, que te habían detenido pero que ella iba a seguir tratando de que te soltaran inmediatamente. Por eso he esperado....
Ahora la llamada del comisario a Amodeo tenía todo el sentido. Su madre había removido media agencia para saber qué le había pasado y después había contactado con el general para que él usase sus influencias y consiguiese que le soltaran.
Lucas meneó la cabeza. Su madre era lo más.
Y, aunque ahora quizá le debía un favor al general, se alegraba de tener una madre así.
- Bonito reencuentro – dijo el inspector Amodeo, a su espalda. Los dos enamorados se dieron la vuelta a mirarle. – ¿Comemos juntos? Ya es la hora más que de sobra, y conozco un lugar aquí al lado bastante decente....
Los tres salieron juntos de la comisaría.