miércoles, 12 de abril de 2017

Desmembramientos a la luz de la Luna - Capítulo 14

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(Arenisca)



Aparcó como pudo el Twingo, en un barrio fuera de la parte histórica de la ciudad, aunque bastante cerca. Salamanca no era una ciudad grande y todo estaba bastante accesible.
Cruzó el puente de Enrique Estevan, que tenía mucho tráfico y cuando llegó al otro lado del río Tormes y vio los restos de la antigua muralla cruzó y se adentró en el centro de la ciudad. Caminó con soltura, recorriendo el centro de Salamanca, en donde siempre había gente. Era una ciudad turística, llena de monumentos y de historia. Lucas admiró sus edificios y monumentos de la característica piedra franca amarillenta o anaranjada, de las antiguas canteras de Villamayor. Había estado un par de veces allí, cuando era muy niño, con sus padres, y no recordaba la ciudad. Pero encontrar la Plaza Mayor era sencillo.
- Disculpen, ¿por dónde llego a la Plaza Mayor? – preguntó, amablemente, a una pareja de señoras mayores que paseaban por la calle.
- ¡¡Uy, hijo!! No tiene pérdida – le contestó una de ellas, con desparpajo. – Sigue por esta calle, que es la de San Pablo, todo seguido. Cuando llegues a una plaza que queda a la derecha ya tienes que ver los edificios de la Plaza Mayor: justo enfrente tienes un arco de entrada.
- Muchas gracias, muy amables....
Lucas siguió su camino (dejando atrás a las dos señoras, que comentaban qué chico más educado era) y llegó a la Plaza Mayor en diez minutos, siguiendo las indicaciones de las vecinas sin ningún problema.
La Plaza Mayor de Salamanca era cuadrada, rodeada de edificios y soportales. De estilo barroco, fue construida en 1755 por Churriguera, y era el centro vital de la ciudad. El arco de entrada por el que pasó Lucas estaba justo frente a la Casa Consistorial, así que tuvo una vista magnífica del edificio nada más puso un pie en la plaza. A todo su alrededor había cafeterías y algún que otro comercio, bajo los soportales. El centro de la plaza, el que quedaba a cielo abierto, era un espacio diáfano, despejado, en el que había gente pasando de un lado al otro.
En el centro mismo había un hombre solitario. Era bajito y delgado, muy “poca cosa”. Tenía el pelo negrísimo, con algún claro en el que se veía el cráneo, y la piel muy pálida. Tenía cara de susto, de perdido, de desorientado.
Lucas supo casi al instante que era él.
Aunque su “cualidad” le indicó su presencia, no le hubiera hecho falta: su aspecto y su estampa le decían que era el tipo apocado y asustado que le había llamado aquella mañana.
- ¿Es usted Luis Miguel Tenencio Arias? – preguntó, cuando estuvo delante de él. Su interlocutor dio un respingo.
- Sí, sí, soy yo.... Pero llámeme Luismi.... – dijo el hombrecillo, mirando con admiración y algo de susto al detective recién llegado. Lucas era una cabeza y media más alto que él, de hombros anchos, buena mata de pelo castaño en la cabeza e irradiaba seguridad y confianza. Además, se había vestido con su mono granate de mecánico, con el que daba un aspecto más fantástico. Lucas sabía que la imagen era importante, más todavía en un negocio como el suyo, así que hacía tres años había ideado aquella vestimenta: su inspiración habían sido "Los Cazafantasmas".
- Muy bien, Luismi. Encantado – Lucas le tendió la mano, para estrechársela al otro, que se la devolvió blandita y fría. Aquello no pudo llamarse un “apretón” de manos. Se fijó en que su cliente tenía unos cortes en la muñeca derecha, en el interior. Se apuntó mentalmente el dato.
- Es un placer.... Me alegro de que al fin esté aquí....
- ¿Quiere que nos sentemos en una terraza a conversar? Así podrá contarme bien todos los detalles del caso y podremos negociar las condiciones de nuestro acuerdo.
Luis Miguel Tenencio se encogió de hombros.
Lucas tomó la iniciativa y se dirigió a una de las cafeterías, cercana al arco de la calle Prior. Se sentó en una silla de la terraza, a la sombra de los edificios que rodeaban y conformaban la plaza. Al mirar hacia los arcos y las columnas de los soportales se fijó (y se acordó) de que había sellos por toda la plaza, con bustos de todos los gobernantes de España a lo largo de su historia y demás personalidades. Recordaba que Franco también tenía su imagen, llena de manchas y escupitajos. Luego la buscaría....
- Póngame un café con hielo y.... – pidió Lucas al camarero, volviéndose luego hacia su cliente.
- Yo una tila, por favor....
- Y una tila.
El camarero se fue al interior de la cafetería y Lucas se volvió a su cliente.
- Señor Tenencio....
- Luismi, por favor, de verdad – rogó el hombrecillo. Hablaba con una voz débil, de colegial asustado. Lucas temía que se rompiera en cualquier momento. – El señor Tenencio es mi padre.
- De acuerdo. Luismi.... explíqueme, ¿cómo no recuerda el ataque del monstruo? Debe ser una cosa que no se olvida nunca.... – dijo Lucas, tratando de sonar agradable y comprensivo, para no espantar a su cliente. De sobra sabía que el ataque de un corpóreo o de un espectro no se olvidaban: él mismo recordaba muchos, el que más el de cuando tenía quince años, la última misión de su padre....
- Yo.... No lo sé – dijo Luis Miguel Tenencio Arias, con aspecto agobiado. – Verá, la noche del miércoles salí a tomar algo por la noche, me aburría en el hotel, así que di una vuelta por la ciudad. Me debí pasar con el alcohol, no estoy acostumbrado, y pasé muy mala noche. El jueves en el trabajo creí que me moría, con dolor de cabeza y muy mal cuerpo. Así que anoche estaba muy cansado, sólo quería irme a dormir pronto al hotel. Pero la gente de la empresa con la que trabajo aquí, durante este par de meses, quiso que cenáramos por ahí. Aguanté la cena pero ya no quise tomar unas copas con ellos: no me entienda mal, son muy buena gente, pero yo estaba destrozado. Así que cuando volvía al hotel estaba más dormido que despierto.
Lucas Barrios asintió. El camarero les trajo sus consumiciones y esperó a que terminara para seguir hablando.
- Y fue entonces cuando el monstruo le atacó – aventuró Lucas.
- Sí. Ya le digo que no sé dónde fue, porque caminaba como sonámbulo. Imagino que puedo haber bloqueado el recuerdo: he leído que el cerebro hace eso cuando se enfrenta a un hecho traumático y horrible.
Lucas volvió a asentir. Aquello era cierto, aunque no le parecía que aquel hombrecillo sufriera de estrés posttraumático.
- ¿Fue en su encuentro con el monstruo cuando se hizo eso? – Lucas señaló la muñeca herida de su cliente. – ¿Se lo hizo el monstruo?
- ¿Eh? ¡Ah, sí! Puede ser, sí.... Lo he visto esta mañana, al ducharme....
- Y ayer no lo tenía....
- ¡No, claro que no!
Lucas se llevó la mano al mentón y empezó a morderse la uña del dedo índice. Era un gesto muy típico suyo, cuando de verdad se ponía a reflexionar.
- Antes me dijo que el monstruo caminaba a dos patas, como un hombre....
- Sí, eso me pareció. Y estaba lleno de pelo, como un animal, aunque recuerdo más bien poco.... – terminó Luis Miguel Tenencio Arias, con voz avergonzada.
Lucas apuró su café, haciendo sonar los hielos en el vaso vacío.
- Verá, Luismi, con sólo esos datos no sé qué voy a poder hacer.... Puede que haya caso, pero yo no lo veo....
- No puedo llevarle al lugar donde el monstruo me atacó, pero sí puedo enseñarle los lugares donde ha matado – dijo Luis Miguel Tenencio, un poco angustiado: veía que perdía a su salvador. – Después podría ir a hablar con la policía: ellos tendrán informes y le podrán contar que todo es verdad.
- Lo he visto en La Gaceta de Salamanca y en La Tribuna de Salamanca, por internet.
- ¿Entonces? Ya ha visto que los asesinatos han ocurrido....
- En las noticias no se decía nada de un monstruo....
- ¡Claro! Porque nadie lo ha visto.
- Si me atengo a sus declaraciones, usted casi no lo ha visto tampoco....
Luis Miguel Tenencio Arias se puso muy serio de repente. Parecía la viva imagen de la desesperación y Lucas casi se arrepintió de mostrarse tan duro y suspicaz con él.
Casi.
- Créame. Lo he visto. Muy de cerca – fueron las palabras más serenas y seguras que le escuchó decir y por eso fue por lo que se convenció. – Otra cosa es que no logre recordarlo, pero sé que el monstruo me atacó. Y quiero que usted acabe con él.
- ¿Quiere que lo cace? ¿Que lo mate?
- ¿Qué otra cosa se puede hacer acaso con un monstruo?
Lucas reflexionó sobre esas palabras y después se levantó de la silla. Luis Miguel Tenencio le vio hacer desde abajo, sentado en la silla todavía.
- Lléveme a los lugares en los que ha matado el monstruo – pidió Lucas Barrios.
- ¿Y la cuenta? – preguntó sorprendido el otro.
- De eso se encarga usted: es el cliente....
Salieron de la plaza por la calle Prior (después de que Luis Miguel Tenencio Arias se hiciera cargo de la cuenta, con cierto atropellamiento) y caminaron juntos hasta el lugar del primer asesinato, frente a la Casa de las Muertes y la estatua de Miguel de Unamuno.
- Aquí murió el primer chico....
Había unas vallas colocadas con cinta policial entre ellas, cercando un pequeño espacio a los pies de la estatua. Todavía había manchas rojas en la piedra del suelo, dejando claro que lo que allí había sucedido había sido un asesinato brutal.
- Un chico joven, ¿verdad? – preguntó Lucas, recordando lo que había leído en el periódico digital.
- Un universitario, sí....
Lucas se acercó a la cinta, miró alrededor y, al no ver a nadie (mucho menos policías), la traspasó, generando cierta agitación en su cliente, aunque éste no le dijo nada.
Revisó las manchas de sangre y buscó alguna pista, sabiendo que dos días después y tras los técnicos forenses era prácticamente imposible que quedara nada. Tampoco su “capacidad” le dijo nada, aunque el pistón registró unas lecturas, mínimas, de presencia paranormal.
- Aquí queda poco que ver – refunfuñó, saliendo del perímetro de la cinta policial. – ¿Y el otro lugar del asesinato? ¿Es por aquí cerca?
- ¡No, no! Es hacia el sur, cerca del río.
- Así que no parece que tenga una zona de caza delimitada.... – murmuró Lucas Barrios. Su cliente no le dijo nada, porque no supo qué decir.
Lucas razonó sus pensamientos. Quizá el monstruo (todavía no sabía qué tipo de monstruo era, y eso le preocupaba) sí que tuviera una zona de caza, aunque no era precisamente pequeña. Quizá su zona de actuación era toda la ciudad de Salamanca. Aquello no era bueno y le dio un toque de urgencia a sus pasos. Luis Miguel Tenencio Arias tuvo casi que correr para mantener el ritmo del detective.
El hombrecillo guio a Lucas Barrios por la calle Compañía, pasando por delante de la Universidad Pontificia, la iglesia de la Clerecía y la Casa de las Conchas. Siguieron por la calle Pla y Deniel y pasaron por delante de las dos Catedrales unidas que tenía la ciudad. Una vez las dejaron atrás estaban cerca de la salida de la parte vieja y llegaron al cruceiro que estaba frente al puente Romano, al lado de la Casa Lis.
El recorrido no les había llevado más de veinte minutos.
Igual que delante de la Casa de las Muertes, en la entrada de la Casa Lis había cinta policial, asegurada por unas pequeñas vallas metálicas, con el sello de la Policía Nacional. Allí sí que había un agente de la policía, que vigilaba que los turistas y visitantes que entraban al museo de Art Dèco y Art Nouveau no contaminasen la escena del reciente crimen.
Lucas Barrios se mantuvo alejado del policía y de la cinta, pero no perdió de vista el escenario. Aquel tenía manchas de sangre más dispersas, pero nada más. El suelo de piedra y adoquines no retenía ninguna prueba más.
- ¿Va a hablar con la policía? – preguntó su cliente, que jadeaba a su lado, víctima del cruel ritmo al que le había sometido.
Lucas miró el reloj de su móvil. Eran poco más de las seis y media de la tarde.
- Creo que hoy no.
Tenía un lío en la cabeza terrible.
Aquella historia de Salamanca prometía: parecía un caso real, muy diferente de los gatos fantasmas y de los zorros que cazaban gallinas y de los murciélagos que anidaban en los desvanes abandonados. Era un caso de verdad, de los que salían en los periódicos y le daban fama, aunque luego la delegación del gobierno (con la ACPEX detrás) negara toda existencia de un monstruo en la ciudad.
Aquello a Lucas luego le daba igual. Las noticias eran las noticias y la fama era la fama: las visitas a su página web subirían y los clientes aumentarían.
Pero también estaba la fiesta de cumpleaños de Sofía. Le había prometido a Patricia que iría y, aunque ella era comprensiva si le decía que tenía que encargarse de aquello en Salamanca, la verdad era que tenía ganas de ir: pasaría el rato con amigos (aunque la mayoría fuesen amigos de su novia) y vería a Patricia.
Tenía unas ganas terribles de abrazarla y mirarla de cerca. Por lo pronto eso: los tocamientos vendrían después....
Sonrió, pícaro, pero entonces recordó que en Madrid también le esperaban (seguramente) aquellos “cabeza de caja” o cualquier otro que estuviese detrás de él. No recordaba haberse metido en líos últimamente, así que no sabía qué ente o criatura podía desear su muerte. Aunque era cierto que en los cuatro años que llevaba en activo se había cargado a muchos demonios y monstruos y había mandado a la dimensión de los espíritus a mucho fantasma cabreado.
Cualquier cosa podía pasar cuando uno empezaba a zarandear el multiverso.
No sabía qué hacer. Quedarse en Salamanca e investigar esos asesinatos tan bárbaros le alejaría de Madrid, lo que era bueno para él (aunque no sabía muy bien qué peligros acechaban en la ciudad charra). Ir a Madrid a pasar la noche con Patricia era lo que deseaba, pero Madrid era peligroso para él en aquellos momentos....
- Verá, Luismi....
No pudo seguir hablando, porque entonces sonó su móvil. Lo sacó y vio que era su amigo José Ramón.
- Disculpe, tengo que contestar – dijo a su cliente, que le hizo un gesto animándole a hacerlo. – Jose, dime....
- Tengo a Darío – fue la respuesta tajante de su amigo
- ¿Cómo?
- Yo no le he encontrado, pero sé de alguien que le ha visto y me lo ha dicho. Está en un punto de encuentro juvenil del barrio de Chamberí. Te puedo mandar la ubicación por WhatsApp.
- Hazlo, tío, y muchísimas gracias – Lucas colgó, ilusionado. Ya no sabía qué había decidido que iba a hacer hace unos segundos, pero ahora tenía un destino claro. Se volvió a su cliente para comunicárselo. – Luismi, disculpe, pero tengo que irme. Tengo que volver a Madrid inmediatamente.
- ¡¿Cómo?! ¡¿Y el monstruo?!
- El monstruo seguirá aquí cuando vuelva, se lo prometo – le dijo, echando a correr bajando la cuesta. Iba al otro lado del río a por su coche. – ¡¡Ya hablaremos de mis honorarios después!! ¡¡Será un dinero bien invertido, no lo dude!!
Luis Miguel Tenencio Arias le miró marcharse, presa del desconcierto y el miedo. No quería ni pensar lo que el monstruo haría aquella noche, sin que el detective estuviera allí para evitarlo.

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