lunes, 30 de julio de 2018

Lucas Barrios, Detective Paranormal: Árbol Genealógico - Capítulo 17


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(Granito)

Lucas avisó a la familia Carvajal Sande que al día siguiente volvería a irse, para regresar en un par de días. Los padres de Sofía recibieron la noticia con resignación, más doña María Rosa que don Felipe, a quien parecían importarle poco los métodos de Lucas. Sofía sí que lamentó que el detective volviera a irse y Sandra lo aceptó, estando al tanto como estaba de lo que ocurría. Luis Antonio Carvajal Sande estaba en la mansión aquel día y simplemente observó con curiosidad cómo Lucas se preparaba para viajar y se iba. A Lucas seguía sorprendiéndole la indiferencia y la dejadez de algunos miembros de la familia con respecto a él y al problema de la pequeña Sofía.
El miércoles volvió a montar en su fiel Twingo y salió hacia la provincia de Salamanca. Como siempre, el Twingo respetó las señales de tráfico y los límites de velocidad máxima, pero viéndolo pasar, ya fuera por su tamaño o por sus colores y forma, parecía que volaba a toda velocidad.
A mediodía estaba en el pueblo indicado por el general Muriel Maíllo. Era una localidad importante, aunque mediana en tamaño y población. Lucas aparcó el Twingo en un pequeño aparcamiento municipal, a pie de calle, que había en una pequeña plaza, y después siguió andando, buscando el bar en el que el general le había indicado que encontraría al Guinedeo traductor. Había dejado la mochila en el coche, pero llevaba con él el pistón y una de las pistolas de aire comprimido, metida en el bolsillo derecho del vientre del mono. No quería llamar la atención, paseándose por aquel tranquilo lugar con las pistolas colgando de las cartucheras de los hombros, pero tampoco quería ir desarmado.
Al fin y al cabo, iba a reunirse con un ente, una criatura que al parecer trabajaba para la agencia, pero que seguía siendo una criatura, después de todo.
Caminó por una ancha avenida peatonal y, siguiendo las indicaciones del mapa de su teléfono móvil, torció por una bocacalle de la gran avenida, llena de bares de copas y pubs. A aquellas horas del mediodía estaban casi todos cerrados y en la calle apenas había tres o cuatro peatones, contando con él.
Siguiendo las indicaciones del general y lo que veía en el mapa del teléfono, se detuvo delante de uno de los bares de aquella calle, uno de los pocos abiertos. Tenía dos grandes cristaleras con los marcos de metal opaco. Era uno de aquellos locales modernos, que habían tenido su auge hacía unos años, apareciendo por todas partes.
Lucas miró por uno de los ventanales y sin saber qué buscaba, entró.
El local era amplio y estaba muy oscuro: la única luz era la que entraba por los ventanales, que estaban orientados hacia el norte. Había tan sólo una camarera tras la barra (una muchacha pálida, morena y delgaducha, muy maquillada y con tetas operadas dentro de un traje corto y ceñido) que le miró con curiosidad y sorpresa. En las mesas del bar había tres clientes y otros tantos en la barra. Parecían trabajadores de la zona que habían pasado por allí a hacer un descanso, tomándose un café o una cerveza. Nadie iba vestido “de fiesta” y sus indumentarias eran ordinarias, muy distintas a lo que se esperaba que casara con un local así.
Lucas fue a acercarse a la barra, mirando desde lejos el rebosante escote de la camarera (demasiado exagerado para su gusto, pero llamativo al fin y al cabo) pero se detuvo a medio camino, pues su atención había sido captada por un cliente.
Estaba sentado en una de las mesas circulares que había por todo el local, unas mesas que tenían un sofá al lado, semicircular, abrazando la mesa. La otra mitad estaba ocupada por dos sillas. Sentado en uno de aquellos sofás, con una bebida frente a él, sentado despreocupadamente y mirando alrededor con ligero interés, había un ente.
Un Guinedeo.
Lucas reconoció su piel escamosa, sus ojos grandes y bulbosos, ambarinos, brillantes como si hubiesen sido barnizados, y la curiosa trompetilla que tenían en donde los humanos tenían la nariz. Era un Guinedeo de corta estatura y tranquilos movimientos, que aun así incomodó a Lucas. Mirar de frente a cualquier ente siempre era un poco asqueroso.
- Buenos días – le dijo el Guinedeo. Con aquel extraño apéndice que les servía de boca y aparato respirador no eran capaces de sonreír, aunque la voz había sonado amable y simpática. – ¿Nos conocemos?
- No – contestó Lucas, deseando no tener aquella “anomalía”, como tantas otras veces (aunque había otros instantes, durante sus investigaciones, en que agradecía sufrirla) para no tener que ver el verdadero aspecto del traductor. Imaginaba que su camuflaje funcionaba realmente bien, porque nadie en todo el bar parecía notar su naturaleza monstruosa. – Aunque he venido a verle.
- ¿Quién es? – la trompetilla se encogió y sacudió, cuando las palabras salieron de ella. Lucas contuvo una mueca de asco.
- Soy Lucas Barrios. Detective paranormal – se presentó Lucas, agarrando el respaldo de una silla delante de la mesa a la que estaba sentado el Guinedeo. – ¿Puedo sentarme?
- Adelante – indicó con un gesto de la mano huesuda. Dos de los brazos estaban pegados al cuerpo, inmóviles, y sólo los dos superiores se movían: Lucas imaginó que era porque, en su “disfraz” de humano, sólo usaba dos brazos. Los dos a mayores que tenía por ser un Guinedeo los mantenía quietos. – Es usted detective paranormal, pero no trabaja para la agencia, ¿me equivoco?
- No se equivoca – reconoció Lucas. – Y no tengo nada que ver con ellos porque no quiero. ¿Y usted es....?
- Soy Atticus – asintió el Guinedeo. Lucas notó que lo miraba mucho más atentamente con aquellos grandes ojos amarillos: si hubiera tenido cejas estaba seguro de que habría levantado una. – ¿Me equivoco o le está costando mucho ver la imagen que estoy proyectando?
Lucas se sorprendió por ello, pero se rehízo inmediatamente: estaba acostumbrado a tratar con corpóreos y con sus habilidades extrasensoriales.
- Me da la impresión de que ve mi verdadera naturaleza....
- Así es.
- ¡Vaya! Ahora entiendo que se hiciera detective paranormal: juega con ventaja – la trompetilla no sonrió, porque no podía hacerlo, pero la voz era divertida, ligera.
- No tenía muchas más opciones....
- ¿Puedo preguntarle cómo adquirió esas habilidades?
Lucas dudó durante un momento.
- Un trauma infantil – reconoció, sin decir nada de la muerte de su padre. – Un encuentro con unos espectros violentos....
Atticus torció la cabeza, en un gesto muy humano poco habitual en un corpóreo de su especie.
- Debió de ser duro. Lo lamento – dijo, con sinceridad. Lucas asintió, agradecido. – Le aseguro que trato de intensificar mi camuflaje, pero veo que es inútil: sigue viéndome como lo que de verdad soy.
- No se moleste por mí, estoy aquí por sus habilidades lingüísticas, no por su capacidad de crear imágenes – dijo Lucas, sonriente.
- ¿Cómo ha sabido de mí? – los ojos amarillos y bulbosos brillaron con un destello durante un instante, ilusionados. – ¿Ha sido el padre Beltrán?
Lucas arrugó el gesto.
- No, no sé quién es ése – contestó. – Ha sido el general Muriel Maíllo.
- ¡Ah! Claro.... – asintió Atticus. – Desde que ayudé a Justo Díaz y a Marta Velasco la agencia está muy pendiente de mí.... – se lamentó.
- Sé lo que es eso – murmuró Lucas y Atticus pareció haberlo oído, pero no dijo nada.
- ¿Y bien? ¿Cuál es el texto que quiere que traduzca?
- No es un texto – Lucas se encogió de hombros. – Es un término que he escuchado hace poco: gorgodion semnpta. Necesito saber qué significa exactamente – pidió, lamentando no haber recordado más palabras de las que había dicho el Elemental.
- Vaya.... ¿ha estado recientemente en un bosque primigenio o con una criatura bosquífera, como un Unicornio o un Hada?
- Sí, he visto Hadas, y no son tan bonitas como las pintan – bromeó Lucas, recordando su enfrentamiento con las violentas criaturas del bosque.
- Desde luego que no – coincidió Atticus.
- Entonces, ¿sabe lo que significa?
- Sólo he reconocido el idioma – contestó Atticus, con humildad. – Pero puedo averiguar lo que significa.... ¿Fue algo que dijeron las Hadas?
- No, fue algo que.... – Lucas miró alrededor, con cautela, antes de proseguir, bajando la voz. – Algo que me dijo un primigenio. Un Elemental del bosque.
La trompetilla de Atticus lanzó un silbido. Sus ojos amarillos lanzaron un destello, que en su camuflaje de humano se traduciría como un alzamiento de cejas, sorprendido y lleno de admiración.
- Se mueve entre los grandes, ¿eh? – bromeó, aunque su rostro de Guinedeo permaneció hierático. – Era gorgodion....
- Gorgodion semnpta.
- Ya.... – una mano huesuda y de tres dedos subió hasta el rostro escamoso, acariciándose la plana barbilla: estaba claro que aquel gesto era adquirido después de mucho tiempo entre humanos, un gesto que ningún Guinedeo haría. – Gorgodion, gorgodion....
Atticus estuvo pensativo un rato, sacando una libreta pequeña de un bolsillo del pantalón, pasando páginas y páginas, buscando. Encontró el párrafo que quería y después miró al techo, pensativo: la trompetilla se sacudía y su extremo se ondulaba, como si murmurase. Lucas esperó pacientemente.
- No controlo esa lengua, solamente sé unas expresiones y palabras sueltas, lo suficiente para poder tratar con primigenios y que me dejen pasar cuando atravesaba sus fronteras – explicó, haciendo que Lucas se mareara un poco: aquel ente tenía mucha aventura a sus espaldas. – Le digo esto para que tome con precaución mis palabras, pero creo que esa expresión hace referencia a una enfermedad.
- ¿Una enfermedad?
- Una enfermedad bosquífera – asintió Atticus. – Generada en el corazón del bosque y transmitida por algún agente: quizá un Trasgo, o un Gnomo.
- ¿La enfermedad la crearía, digamos, un Elemental y otro habitante del bosque la llevaría fuera para contagiar a un humano? – preguntó Lucas, recordando el resto de ramita de roble que había encontrado de casualidad bajo la cama de Sofía.
- Así sería, sí – asintió Atticus.
- ¿Qué síntomas tiene?
- Al ser una enfermedad bosquífera cursaría con cansancio, lasitud, somnolencia.... quizá alguna complicación respiratoria e incluso hongos de la piel y el pelo. No soy curandero, lo siento, no controlo demasiado ese tema.
- ¿Síntomas parecidos a los de una posesión infernal? – preguntó Lucas.
- No veo por qué – Atticus sonó sorprendido, – aunque podría ser. Ya digo que no soy experto.
- ¿Sabe si esa enfermedad puede curarse? ¿Tratarse? – preguntó Lucas, mientras pensaba en otra cosa: el Elemental del Bosque de los Suspiros había dicho que Sofía sufría aquello porque la ayudaba para algo, aunque no lo recordaba.
- Al fin y al cabo este tipo de enfermedades son más hechizos que verdaderos contagios, así que supongo que habrá un método para poder librarse de ellas. Quizá otro conjuro, un tratamiento con pócimas....
- Gracias, Atticus. Ha sido de gran ayuda – asintió Lucas, pensando en quién podría proporcionarle ayuda con el tratamiento. Tendría que ir hasta Soria, pero como había pensado estar de viaje todo el día.... – No sé muy bien si tengo que pagarle o....
- Ni se le ocurra – rechazó con un gesto del brazo. – Tengo dinero suficiente.
- ¿Y si le pago la consumición? – preguntó Lucas, levantándose, señalando el vaso con líquido ambarino, casi vacío.
- Bueno, no le diré que no – sonó sonriente Atticus. – Pero hágame el favor de mirar el escote de Jennifer: está muy orgullosa de ellas y sería una pena que las pasara por alto....
- Con mucho gusto – aceptó Lucas, imitando el tono bromista del Guinedeo.
Lucas se despidió con un gesto y se volvió a la barra. No dio ni tres pasos antes de que Atticus lo llamara.
- Señor Barrios – se giró para mirar al Guinedeo, – ¿quién sufre el gorgodion semnpta?
- Una adolescente de quince años, en Cáceres – contestó Lucas. – Es una chica estupenda.
Atticus lo miró intensamente, pensativo (aunque en un rostro tan libre de rasgos era difícil identificar emociones: fue más una intuición de Lucas que una certeza real). Después hizo chistar el esfínter de su trompetilla y se puso en pie.
- ¿Le importa si le acompaño? Hace tiempo que no participo en ninguna investigación y el cuerpo me pide acción – dijo, terminando después el resto de bebida que quedaba en el vaso. – Y ayudar a una buena chica en apuros es un aliciente que no se puede dejar pasar.
- Por mí no hay problema – respondió Lucas, sin tenerlas todas consigo, aunque estaba convencido de que se sentía solo y que tener compañía no le vendría mal. Atticus parecía un gran compañero y el único problema era tener que ver su verdadero y repulsivo aspecto.
Los dos se dirigieron a la barra, donde Jennifer les esperó, ilusionada, apoyándose en la barra y mostrando todavía más su amplio y generoso escote. Lucas vio, en parte por su “anomalía” y en parte por su intuición de detective, que la camarera estaba colada por Atticus.
Si ella pudiera ver cómo era él realmente....
Lucas rio.

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