lunes, 18 de diciembre de 2017

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo XI (3ª parte)



PALABRAS MÁGICAS
- XI -
CONVERSACIONES A LA LUZ DE UNA VELA

Quentin Rich fue el mayor aliado de Drill durante aquella época, al margen de Ryngo. Lo sé porque apenas sé nada de las batallas que mi antiguo yumón libró durante aquella guerra ni sé nada de las acciones que tuvo que realizar, pero conozco conversaciones, buenos ratos, confidencias que sí me contó.
Una de ellas, la que más recuerdo, es ésta que voy a contaros.
No sé cuándo sucedió, exactamente, pero tuvo que ser después de la batalla del muro de Lithus, porque según mi yumón ya habían entrado las Calendas. Se habían ido las lluvias y había venido el Verano.
La compañía de Drill llevaba unos días en las laderas de las montañas Hartodhax, cerca de Ire. Había indicios de que pequeños escuadrones de soldados de Escaste estaban cruzando por los pasos de montaña para agruparse al otro lado y formar una fuerza de ataque importante, para tomar las ciudades y aldeas que había en esta vertiente, entre los ríos Verde y Naranja. El ejército bareniense había dispuesto una compañía de monteros baquianos organizada en grupos por las montañas, vigilando y buscando a posibles invasores. La compañía Puño servía de enlace entre los monteros y el llano, haciendo también labores de contención y de defensa.
Aquella noche Drill montaba guardia en un pequeño avistadero con Bill “Broncas”. El avistadero era una plataforma de madera, levantada sobre postes, con tejado y paredes bajas de troncos, para resguardarse. Estaba en un risco, desde el que se divisaba todo el valle. Sólo se podía subir por medio de una escalera de mano, que podía recogerse desde arriba y hacer inaccesible el puesto.
Cada uno de los dos soldados estaba sentado en un rincón del cuadrado de la plataforma del avistadero, apoyados en la pared baja, que hacía de baranda. Ryngo estaba con ellos dos. Bill “Broncas” conocía al zorrillo e incluso podía considerarse amigo suyo: Ryngo comía de su mano cuando le apetecía y en un par de ocasiones se había dejado acariciar. De todas formas, aquella noche el matasiete no había hecho mucho caso del raposo: Bill estaba enfermo, tapado con una manta a pesar de la noche templada de Verano. Leía una novela en cuartillas desencuadernadas, a la luz de una vela, protegida por la baranda de troncos. Drill oteaba el valle, forzando la vista de su único ojo, apoyado en la barandilla de la baja pared del avistadero.
- Viene alguien – musitó, despreocupado. La figura ascendía la ladera hasta el risco con tranquilidad, iba sola y no parecía llevar armas. Además, venía desde la dirección en la que estaba acampada la compañía, así que probablemente se trataba de un camarada.
Bill se arropó más con la manta y se acercó al lado donde estaba Drill, poniéndose de rodillas sobre las planchas del suelo y mirando por encima de la baranda de troncos que delimitaba la plataforma.
- ¿Puede ser Quentin? – propuso, después de observar la forma de andar de la figura que se acercaba.
- Podría ser, sea – asintió Drill.
El soldado tardó todavía un rato en llegar hasta el avistadero y cuando lo tuvieron debajo y el hombre miró hacia arriba, sonriente, pudieron comprobar que era su amigo. Drill descolgó la escalera de mano y el gigantesco soldado subió hasta la plataforma.
- Buenas noches os dé Sherpú – saludó, con voz alegre. Venía abrigado con un chaquetón largo de arpillera, a pesar de la buena noche que hacía.
- ¿Qué haces aquí? – se extrañó Drill. – Hoy no te toca guardia, no sé por qué no aprovechas para descansar en el campamento.
- Creo que el que más necesita descansar en un colchón de paja, al lado de una hoguera, es Bill – contestó Quentin Rich, señalando al valentón arropado en la manta.
- ¿Lo dices en serio? – sonrió el otro, sorprendido pero agradecido.
- Claro que sí. Ve a la tienda del enfermero: ya he hablado con él y te habrá preparado un lecho confortable al lado del fuego.
- Gratitud y prosperidad, amigo – sonrió Bill “Broncas”, posando una mano en el hombro del ladrón. – Te debo una.
- No me debes nada – desechó con un gesto de la mano el gigantón. Todos llevaban tiempo luchando juntos y se habían hecho favores, demasiados para llevar la cuenta.
Bill “Broncas” bajó por la escalera sin perder la manta y una vez en el suelo se arropó mejor con ella, sujetándola a la altura del cuello con una mano, mientras con la otra agarraba el puñado de hojas sueltas. Se despidió de sus amigos desde abajo con un cabeceo y después echó a andar por la roca de la montaña, de camino al campamento. Todavía tenía una media hora de camino, pero lo que le esperaba allí (un colchón cómodo, una hoguera cálida, los cuidados del enfermero) era suficiente motivo para olvidar las incomodidades del camino.
- Bueno, ¿cómo estás? – comentó Quentin, sentándose en la esquina contraria que ocupaba Drill, haciendo que todo el avistadero se sacudiera por su corpulencia y su peso. Ryngo se acercó tranquilamente a él, olisqueando las planchas de madera del suelo y se dejó acariciar el lomo. Después le dio dos lametones en la mano al gigantesco ladrón y se volvió con Drill, acomodándose entre sus piernas cruzadas.
- Como siempre – se encogió de hombros Drill, con una mueca. Quentin Rich asintió despreocupadamente.
- La guerra terminará pronto, ya lo verás – dijo, sin creérselo él mismo. Los dos estuvieron en silencio un instante.
- No sé si hemos tenido mala suerte o buena suerte – dijo Drill, al cabo de un rato, mirando hacia el valle, con el brazo apoyado en la baranda de maderos.
- ¿Qué quieres decir?
- Mala suerte por estar en el sitio equivocado cuando aparecieron los soldados que hacían el reclutamiento – explicó mi antiguo yumón. – Buena suerte porque llevamos en esta mierda de guerra varios meses y no hemos muerto.
- Difícil de decidir – aceptó Quentin. – Aunque creo que si hemos sobrevivido hasta ahora es por algo más que la simple suerte....
- Claro, pero no dudes que estar vivo en una guerra es, sobre todo, por la buena suerte....
- Wen a eso.
Los dos amigos siguieron en silencio un momento más, Drill acariciando distraído a Ryngo y Quentin mordiéndose las uñas, con detenimiento y dedicación.
- Vrinden, yo tendría que estar cumpliendo mi misión – musitó Drill, de repente. Quentin sonrió.
- ¿Tienes la caja por ahí?
- Está en el barracón.
Quentin rio, ligeramente. Al parecer Drill le había enseñado la caja y lo que había dentro hacía ya tiempo.
- Siempre me produce mucha ternura ver lo que hay dentro de la caja – resultó curioso escuchar esas palabras a un ladrón tan despiadado como Quentin Rich y tan sanguinario en las batallas. – Es.... muy bonito pensar que eso pertenece a un hombre adulto. Muy entrañable.
- Todo lo que tú quieras, pero por culpa de esa caja tan entrañable estoy metido en medio de esta historia – dijo Drill, desdeñoso.
- No te olvides que estás metido en esta guerra por la mala suerte, como tú has dicho antes – bromeó Quentin.
- La mala suerte que me ha traído esa caja – farfulló Drill, volviéndose hacia su amigo, sin dejar de acariciar el tupido pelaje rojizo de Ryngo. El zorrillo se estaba quedando dormido.
Quentin rio a carcajadas disimuladas. En el avistadero había que tratar de no hacer demasiado ruido, de pasar desapercibidos.
- Esa caja te va a traer tu caldero de oro – le dijo Quentin Rich y aquella vez su voz no era de broma. – Confía en ello, te lo ruego. La guerra terminará pronto, no estoy seguro de ello pero tengo esperanzas en que así sea. Y entonces nos iremos los dos a Escaste, hasta el bosque ése al que quieres ir.
- ¿Me acompañarás? – se sorprendió Drill.
- Me he cansado un poco de mi patria, con todo esto de la guerra – dijo Quentin, con tono ligero pero muy en serio. – Me apetece salir del reino, y si es con un amigo mucho mejor.
Los dos se miraron y Drill se contagió de la sonrisa de Quentin. Aunque estoy segura de que fue su sonrisa infantil la que ocupó su cara.

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