miércoles, 20 de diciembre de 2017

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo XII (3ª parte)



PALABRAS MÁGICAS
- XII -
“SABANADA”

Drill notó que lo zarandeaban y se despertó, bruscamente. La cara de Carius Lynn estaba a pocas pulgadas de la suya, en la oscuridad.
- Ya es la hora, Bittor – dijo el “Perro”, asintiendo. Drill le contestó con otro gesto de cabeza y Lynn se apartó, para despertar a otro compañero.
Era noche cerrada y cuando se había ido a dormir sabía que lo despertarían en mitad de la noche, a medio sueño. La tarde anterior les habían informado de que la compañía Puño había sido seleccionada para una “sabanada”, como acción de distracción, mientras otra de las compañías de veteranos, la compañía Hueso, se encargaba del verdadero objetivo de aquella noche: asaltar un puesto fronterizo en mitad de las montañas Hartodhax, para hacerse con él y usarlo de avanzada a la hora de organizar incursiones en territorio de Escaste. Los de la compañía Puño se encargarían de atraer el mayor número de soldados posibles, para dejar el puesto fronterizo con menos efectivos. Para ello pensaban atacar un campamento en el fondo de un valle, custodiado y lleno de soldados.
Drill no me contó casi nada de la guerra, de las batallas y las acciones bélicas, quiero decir. Pero la “sabanada” me la contó con todo lujo de detalles. Era una noche que le atormentaba, y cuando acabe de contaros la historia veréis por qué.


Una “sabanada” es una acción de guerra nocturna llamada así porque los soldados se envuelven en sábanas o en pedazos de ellas para realizar la incursión. Podréis pensar que envolverse con sábanas de color blanco en mitad de la noche hace que cualquiera pueda verlos más fácilmente, pero de eso se trata: de reconocer a los compañeros en mitad de la lucha y de no confundirlos con el enemigo, al que hay que acuchillar alegremente y sin descanso. Las “sabanadas” suelen ser golpes de mano de corta duración, cinco o diez minutos como mucho. Se usan para hacer mucho ruido, como distracción para otras acciones más importantes, pero también para diezmar a compañías enemigas muy numerosas o como venganza por algún golpe recibido anteriormente en alguna batalla o encontronazo. Por eso es importante que los compañeros se reconozcan rápida y fácilmente en el barullo que se provoca.
Los soldados se colocan una armadura ligera pero resistente, de cuero, sobre el cuerpo, para ir protegidos, y después se envuelven en sábanas o en trozos de ellas, incluyendo brazos y piernas. Algunos se envuelven también la cabeza o se hacen capuchas para ir cubiertos.
Aquella noche de primeros de octubre, los miembros de la compañía Puño hicieron todo eso: se pusieron sus armaduras de cuero, se envolvieron en sábanas y cogieron sus armas, para salir en plena noche de cacería.
Sus presas eran los soldados enemigos.
Drill llevaba la espada decorada sin la funda y en la otra mano llevaba su cuchillo afiladísimo (le habían confiscado el hacha al reclutarle, porque en el ejército de Barenibomur había muchos soldados pero insuficientes armas para todos, así que suponía que algún soldado inexperto estaría luchando en algún lugar del reino con su excelente hacha: el cuchillo lo había podido conservar gracias a llevarlo escondido en una bota).
La “sabanada” serviría para crear revuelo en el campamento, para eliminar a unas cuantas decenas de soldados escasteños y, sobre todo, para que grupos de soldados del cercano puesto fronterizo bajaran al valle al escuchar la algarabía, para ayudar a sus compañeros. Así el puesto quedaría prácticamente desguarnecido, para que la compañía Hueso pudiera hacerse con él.
A pesar de todos los detalles que me contó Drill (el camino hasta el campamento, las resbaladizas rocas del suelo, la humedad de la noche en las plantas empapando las sábanas que los cubrían, el frescor de la noche veraniega que los hacía sentir escalofríos, las hogueras de guardia del campamento enemigo brillando en la distancia entre los árboles y los arbustos, como indicador de su destino....) voy a centrarme en lo que de verdad importa de aquella noche, lo que de verdad marcó a mi antiguo yumón, a pesar de haber realizado múltiples misiones como mercenario antes de aquella noche.
La sorpresa fue un éxito. Los soldados envueltos en sábanas entraron en el campamento como un vendaval, sorprendiendo a los soldados de guardia y a los que estaban dormidos. La pelea comenzó, bestia y brutal.
Drill acuchilló allí y allá, más por salvar su vida que por verdadero odio hacia aquellos enemigos o por devoción al reino de Barenibomur. Al final, mientras estaba luchando, sólo importaba sobrevivir o dejarse matar.
Lo impactante de aquella “sabanada” fue cuando Drill entró en una tienda de campaña, en busca de enemigos, encontrándose con dos soldados con el uniforme de Escaste. No los atacó ni les hizo nada, quedándose helado al verlos.
Eran dos chiquillos, dos niños casi. Drill no les calculó más de quince años y entonces tuvo la duda de si habría más soldados tan jóvenes en el campamento, si en la vorágine de la lucha casi a oscuras habría matado a algún niño como aquellos. Drill me dijo que tuvo que contener una arcada y yo le creo. Hay veces que el trabajo de mercenario me ha hecho sentir lo mismo.
Uno de los chiquillos desenvainó una espada corta, mientras otro se agachaba tras el jergón, buscando una maza. Drill levantó la espada decorada y detuvo los ataques del chiquillo, que aullaba en una mezcla de miedo y rabia. Con los ataques del chico Drill reculó, saliendo de la tienda, acompañado por su enemigo.
En el exterior de la tienda, en medio del campamento en el que la “sabanada” estaba concluyendo, Drill detuvo los otros tres ataques siguientes, sin dificultad. Podría haber acabado con aquel chico enseguida, pero estaba bloqueado, sin poder reaccionar más. El chico armado con la maza salió de la tienda en ese momento.
Entonces Quentin Rich llegó a su lado, corriendo, sin darse cuenta de que estaba peleando contra dos chiquillos.
- ¡¡Vamos, Drill!! ¡¡Nos vamos de aquí!!
El chico que estaba peleando contra Drill se giró y le clavo la espada en la amplia barriga hasta la empuñadura. Quentin gritó, con su vozarrón de oso, y le lanzó un mandoble al chico que le cruzó el pecho: la sangre regó a los dos soldados veteranos. El chico, antes de caer al suelo y morir, todavía pudo sacar su espada del cuerpo de Quentin y enterrarla de nuevo en él, esta vez en el pecho.
El ladrón volvió a gritar de dolor, cayendo al suelo, derrumbándose en realidad. El chico de la maza cargó contra Drill, que gritaba, preso de la furia (mi antiguo yumón asegura que sólo se dio cuenta de que gritó como un demente tiempo después, cuando ya estuvo de vuelta en su campamento). Detuvo su ataque, desvió la maza y estuvo a punto de atravesarle con su espada decorada, pero en el último momento recapacitó y la giró, golpeando al chiquillo con la empuñadura en la parte trasera de la cabeza. El chiquillo cayó mareado al suelo y allí Drill le dio un par de patadas, antes de recapacitar y calmarse.
Se giró hacia Quentin, que se desangraba en el suelo. Drill sabía que sus compañeros se estaban yendo, que si tardaba mucho en irse sería el último, presa de las iras de los soldados escasteños que dejaban atrás. Pero no podía irse dándole la espalda a Quentin Rich.
- Qué mala suerte – dijo Quentin, con voz estrangulada, cuando Drill se agachó a su lado. La espada seguía clavada en su pecho y las dos heridas que había sufrido sangraban mucho, tintando la sábana blanca que lo cubría, haciendo que se confundiera con el suelo oscuro, en medio de aquella oscuridad. Sus palabras salían ahogadas, con sangre en la boca. – Ahora no podré ir contigo a Escaste, en busca de la magia....
Drill no pudo contestarle, no supo qué. Y creo que eso es lo que más le reconcome de aquella noche.
- Cuídate, Drill, si a bien tienes.... – dijo el gigantesco ladrón, antes de expirar.
Una figura blanca pasó corriendo por allí cerca, reconoció a Drill y cambió de rumbo, acercándose a él. Era Bill “Broncas”, con la cara llena de sangre por una brecha en la ceja. Vio a los dos amigos en el suelo, uno abrazando al otro, y se hizo cargo de la situación inmediatamente. Agarró a Drill con la mano libre (en la otra llevaba la espada) y tiró de él, con misericordia pero con firmeza.
- ¡¡Vamos, Bittor!! ¡¡No podemos hacer nada por Quentin, vamos!! ¡¡Salgamos de aquí, te lo ruego!!
Drill se dejó llevar y luego corrió al lado de su otro amigo, dejando a otro tendido en la tierra oscura, enfriándose por momentos.
Antes de salir corriendo con Bill “Broncas” mi antiguo yumón todavía tuvo tiempo de echar un vistazo a los dos chiquillos, al muerto y al inconsciente. No había visto ira en aquellos dos chicos cuando le atacaron. No era odio hacia el enemigo lo que les había empujado a atacarle y a pelear contra él.
Era miedo. Lo que había visto en los ojos de los chicos soldados era terror.
Abandonó el campamento enemigo corriendo con Bill “Broncas” (al día siguiente supieron que habían sido los últimos en salir de allí), pensando en ello. Aquella revelación, junto con la muerte de su amigo Quentin Rich, hizo que se decidiera.
Y creo que lo cambió un poco para siempre.

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