martes, 5 de diciembre de 2017

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo VI (3ª parte)



PALABRAS MÁGICAS
- VI -
CRUZANDO DARISEDENALIA

El viaje transcurrió sin dificultades, fue cómodo y rápido. El anciano que viajó con Drill era alguien callado y tranquilo, con quien mi antiguo yumón compartió tan solo tres o cuatro conversaciones a lo largo del recorrido, siempre amables y serenas.
Al llegar a Epuqeraton los dos se despidieron agradablemente, deseándose buenos deseos. La diligencia de mi yumón salía al poco rato, así que Drill se limitó a quedarse por allí cerca, comprando un par de melocotones en un puesto en la calle y comiéndolos con ganas mientras veía a la gente pasar por las calles.
Epuqeraton era una ciudad grande, no tan elegante como Vuidake, pero igualmente rica. La diligencia salía desde un barrio humilde, pero si se comparaba con algún barrio humilde de las ciudades de Ülsher o Barenibomur, parecía la capital del continente, tal era su elegancia.
Drill hacía mucho tiempo que no la visitaba, pero como tenía poco tiempo hasta que saliera su siguiente diligencia, no quiso arriesgarse y postergar la visita para otra ocasión.
Ryngo no se movió de sus pies y tan sólo se puso en marcha cuando mi antiguo yumón se separó del poyete que había adosado a una fachada y caminó entre la gente, para acercarse a la zona de salida de diligencias.
En una plaza amplia había un montón de dársena de roca alicatada con finos y pequeños azulejos, de diferentes colores. La compañía con la que viajaba Drill usaba el amarillo y el azul, a rayas, así que se dirigió directamente a la dársena forrada con azulejitos de esos colores. Allí esperaban ya cuatro pasajeros, con aspecto de gente de buena posición: vestían buenas ropas y estaban acompañados de grandes y abundantes equipajes. Imagino que a su lado Drill parecería casi un vagabundo, con su ropa mediocre y su sencilla artilla colgada del hombro. Se puso al final de la fila y esperó, sin hacer caso a las miradas curiosas que le dedicaban sus futuros compañeros de viaje y la gente que esperaba en otras dársenas.
Al cabo de un rato una diligencia de color rojo, de las mismas medidas que la que le había llevado hasta allí, también con seis caballos de tiro, entró en la plaza. Se coló entre las diferentes dársenas y acabó deteniéndose en la rayada azul y amarilla.
- ¡¡Soooo!! – tiró de las riendas el conductor. Era un chico joven, rubio y de piel clara, evidentemente natural del país. Cuando hubo refrenado a los caballos saltó del pescante, apoyándose con una sola mano, y ya en el suelo se dirigió a los viajeros. – ¡Viajeros a Lendaxster y poblaciones anteriores! ¡Sus pasajes, si a bien tienen!
Todos los viajeros mostraron sus pasajes y el conductor se aseguró de que todos eran correctos. Después miró la gran cantidad de maletas y equipaje que llevaban y soltó un silbido, rascándose la rubia cabellera.
- Ahora, van ustedes bien surtidos – bromeó, con tono alegre y Drill cree que aquello fue lo que hizo que se ganara la simpatía del pasaje, a pesar de lo ordinario que pudiera parecerles a los viajeros más elegantes.
- Tranquilo, te echaré una mano – se ofreció mi antiguo yumón.
- Y yo se lo agradeceré, así sea – dijo el muchacho, sincero. – Ahora, no tiene que molestarse: no quiero que se haga daño por mi culpa....
- No te preocupes – dijo Drill, tomando la primera maleta y tendiéndosela al muchacho. Era una valija grande y panzuda e imagino que el joven conductor se quedó asombrado ante la fuerza de mi yumón: Drill parecía viejo y desvalido, pequeño y débil, pero en realidad sus músculos eran de acero.
Entre los dos (Drill en el suelo y el conductor en lo alto de la diligencia) pronto subieron todas las maletas y bultos, salvo un gran baúl: para subir aquello el chico tuvo que bajar al suelo y sumar sus brazos a los de Drill para levantarlo hasta el techo de la diligencia.
- Gratitud y prosperidad, como suele decirse – dijo el conductor, sudando pero sonriente, cuando acabaron de estibar los equipajes.
- Ofrezco y deseo igual, así sea – asintió mi antiguo yumón, seguro que con su sonrisa infantil. – Tengo que pedirte un favor: este pequeño zorro viaja conmigo y espero que no haya ningún problema si....
- Después de haberme ayudado a cargar todo esto no voy a ponerle pegas – sonrió el conductor. – Ahora, si algún pasajero se molesta, hágamelo saber y subiremos a su zorro al pescante: puedo atarle allí para que esté seguro y viajará conmigo. No me molestará.
- Gracias – contestó Drill, tocándose la barbilla con la punta del dedo pulgar. – ¿Cuál es tu nombre, si a bien tienes?
- Soy Benn Carlton – dijo el joven conductor, extendiendo la mano.
- Bittor Drill – contestó mi yumón, estrechando la muñeca del joven.
- Un placer, señor mercenario – dijo el chico, con una sonrisa franca. – Ahora, si a bien tiene, monte en la diligencia. El viaje es largo y cuanto antes lo emprendamos más lejos nos alcanzarán las lunas.
- Wen a eso – dijo mi antiguo yumón, apoyándose en el pedal y entrando en la diligencia. Ryngo saltó y subió tras él.
El joven conductor revisó de un vistazo todos los equipajes, asegurándose de que estaban bien amarrados, se acomodó en el pescante, se puso un sombrero de ala ancha y plana y restalló las riendas, haciendo que los caballos se pusieran en marcha. Dirigió la diligencia por las calles de Epuqeraton, saliendo de la ciudad hacia el este.
Drill se sentó en el asiento, de espaldas a la marcha de la diligencia. Delante de él iban sentadas dos mujeres y un hombre, todos elegantes y con finas ropas, mirando curiosos y con un punto de asco al mercenario y al zorro.
- ¿Les importa que el animal viaje con nosotros? – preguntó mi antiguo yumón. – No les molestará, pero si ustedes no quieren que viaje aquí se lo diré al conductor. El animal tendrá que viajar atado en el pescante....
El hombre elegante (que Drill descubriría más adelante que era un hacendado que viajaba con su joven mujer y una criada todavía más joven) abrió la boca para contestar. ¿Qué iba a decir? Sería muy injusto suponer que iba a echar a Ryngo  de la cabina (aunque yo creo que eso era justo lo que iba a hacer) pero eso nunca lo sabremos, porque en ese momento intervino la otra viajera, que iba sentada en el mismo banco que Drill, apoyada en el otro costado de la diligencia.
- ¡¡Oh, no!! ¡Pobre criatura! ¿Cómo íbamos a dejar que semejante animalillo viajara ahí fuera, con el riesgo de caer y hacerse daño? – la anciana, que vestía bien pero con ropas nada exageradas, miró inteligentemente a mi antiguo yumón mientras sonreía con picardía. Después se giró a los otros viajeros, los de enfrente. – ¿Verdad que puede quedarse con nosotros?
- Desde luego, desde luego – asintió el hombre rico, aunque su tono de voz no parecía tan seguro ni tan cómodo. – Asegúrese de que el animal se comporta y no habrá problemas....
- Gracias – dijo Drill, tocándose la barbilla. Después se volvió a la mujer anciana y repitió el gesto, adornándolo con su sonrisa infantil (estoy segura).
Ryngo seguía en el suelo de la cabina, a los pies de Drill, mirando a los humanos que le rodeaban, no sé si entendiendo todo lo que se decía, pero al menos sabía que lo que se estaba hablando le incumbía a él. Cuando vio que los humanos ya no le miraban y que mi antiguo yumón le acariciaba en el lomo, se enroscó en sus pies y se quedó allí tranquilo.
- Es su mascota, ¿verdad? – preguntó la anciana matrona, dirigiéndose a Drill. Éste asintió. – ¿Desde hace mucho tiempo?
- No, lo cierto es que no – reconoció Drill. – Lleva conmigo poco más de dos meses, si a bien tiene.
- Parecen muy unidos....
- Es extraño, no deja de ser un zorro salvaje, pero parece encontrarse a gusto viajando conmigo – explicó el mercenario. – Es indómito, pero sabe cómo sobrevivir en la civilización de los seres humanos....
- Es usted mercenario, ¿así sea? – inquirió la anciana y como Drill no tenía por qué ocultar su identidad asintió, lentamente. – ¿Y está en medio de una misión?
- Así sea – dijo Drill: el acento y la manera de hablar de Darisedenalia ya se le había pegado.
- Espero que no sea algo criminal, lo que debe hacer.... – sugirió la amable mujer, y Drill se limitó a no contestar. Incluso creo que sonreiría a la mujer con aquella mueca suya, sin decir nada. La anciana comprendió la respuesta sin palabras (o se quedó con la duda, sólo Sherpú sabe) y volvió a mirar a Ryngo, señalándole. – ¿Le gusta la cecina?
Drill se inclinó hacia adelante y miró a sus pies, divertido. Ryngo levantó la mirada y la intercambió con mi antiguo yumón.
- Nunca le he visto comerla, pero imagino que no pondrá pegas – dijo, con tono bromista. – Pruebe, si a bien tiene.
La anciana sacó un paquete de papel encerado del bolso de viaje que llevaba en el regazo y sacó una tira de brillante cecina de caballo. Se inclinó un poco hacia adelante, sonriendo, acercándole la carne al zorrillo. Éste vaciló, mirando la cecina y después a Drill, que no se movió, sólo le mantuvo la mirada y la sonrisa a su acompañante peludo. Ryngo acabó por ponerse de pie sobre sus cuatro patas, se adelantó hacia la cecina y la atrapó entre sus dientes, volviendo atrás, a la seguridad de los pies cruzados de Drill. La anciana rio con un curioso cloqueo, alborozada.
- Es cecina de Epuqeraton – explicó, todavía alegre. – A mi hermano le gusta mucho y siempre que vengo le compro un poco. En realidad es el único “vicio” que tiene, el pobre....
Ryngo ronchaba la dura carne, tratando de hacer más pequeña la larga tira, para poder tragarla. Drill se palmeó los muslos, el zorrillo lo miró, y después dio un brinco, saltando al regazo de mi antiguo yumón. Se acomodó allí y, más plácidamente, fue desligando las hebras de la carne y tragándolas con deleite.
El hombre adinerado del asiento de enfrente miraba con cierto disgusto al zorro y la mujer con el vestido que no bajaba de los cien sermones (Drill me dijo que creía que era su mujer) lo observaba con algo de asco. Sin embargo, la mujer más joven (una niña, en realidad, según las palabras de Drill) y de ropas algo más humildes (pero igualmente finas y de buen sastre) lo miraba sonriente y con curiosidad.
Ryngo, ajeno a toda la atención que atraía, siguió comiendo la cecina que la amable anciana le había regalado.


Días después, mientras seguían de viaje, Drill despertó por un bache grande, que sacudió toda la diligencia. Las dos mujeres jóvenes lanzaron sendos gritos de susto y el hombre adinerado soltó un exabrupto nada adecuado a una persona de sus modales y su posición.
- Menudo salto.... – comentó la mujer anciana.
Durante el largo viaje (enero ya estaba mediado) los pasajeros habían intercambiado diversas conversaciones. El hombre adinerado hablaba siempre con superioridad, con un cierto dominio torpe de todos los temas. A mí me hubiese molestado esa actitud, pero a Drill le divertía y no se la tomaba muy en serio. La mujer del hombre rico habló en contadísimas ocasiones, con algo de soberbia también, pero menos evidente: sus opiniones solían ser más reservadas. La criada no abrió la boca ni una sola vez, sumisa.
En cambio, la anciana compañera de banco de Drill era muy dicharachera, y aunque mi antiguo yumón prefería hablar poco, se entretuvo con las historias de la anciana y con las conversaciones que compartieron.
Por su parte, Ryngo se mantuvo silencioso y tranquilo durante todas las leguas que recorrieron.
Drill se incorporó en el asiento, haciendo que Ryngo se despertara en su regazo, adoptando una posición de alerta. El mercenario cogió al zorrillo con delicadeza y lo colocó sobre el asiento. Luego se puso en pie, apoyándose contra el costado de la cabina.
- Ryngo, quieto, si a bien tienes – dijo. Después abrió la portilla de cristal de la ventanilla (cerrada durante todo el viaje, porque el frío del exterior era cortante) y se asomó mirando hacia arriba y hacia adelante. – ¡Benn! ¡¿Por qué vamos tan rápido?!
La diligencia marchaba muy rápido, volando casi sobre el camino de tierra. El bache anterior se había debido a un agujero que había en la cuneta, donde la diligencia se había desviado a pesar de la conducción del joven rubio, debido a la gran velocidad.
- ¡¡No me gusta nada el aspecto de ese tipo que nos sigue!! – contestó el joven cochero, por encima del hombro, sin descuidar su mirada del camino, para evitar un accidente. – ¡¡Ha empezado a seguirnos hace unas leguas y ahí sigue!! ¡¡No me fío!!
Drill miró hacia atrás pero no vio nada, así que volvió a meterse dentro de la cabina y cerró el cristal de la ventanilla.
- Voy un momento con el conductor – dijo, mirando a sus compañeros de viaje. – ¿Podría ocuparse de Ryngo mientras estoy fuera, si a bien tiene? – añadió dirigiéndose a la amable anciana.
- Así sea – asintió ella, con energía.
- Pórtate bien. Enseguida vuelvo – dijo Drill, inclinándose hacia el zorrillo. Éste le miró fijamente, sin moverse, manteniendo sus ojos brillantes como cubiertos de aceite en los ojos de Drill. Mi antiguo yumón me dijo que al zorrillo sólo le faltó asentir.
Drill abrió la puerta de la diligencia, haciendo que un viento helado se colase dentro. Salió de la cabina, apoyándose en el estribo que había bajo la puerta para facilitar la subida y la bajada. Agarrándose como pudo al costado de la diligencia cerró la puerta y después se apoyó en una moldura del costado para subir con ciertas penurias al pescante.
- ¡¿Qué hace aquí arriba?! – se sorprendió el joven cochero, ayudándole a subir, sujetando las riendas con una mano y agarrando por la espalda del chaleco de borreguillo a mi antiguo yumón. – ¡¡Está usted chiflado, así sea!!
- ¡Sólo quería echar un vistazo a nuestro perseguidor! – contestó Drill, venciendo la fuerza del viento. La diligencia marchaba a toda velocidad y los seis caballos (cambiados la noche anterior en una parada de postas) corrían con mucha energía. Se notaba que estaban frescos.
Drill se agarró a la barra de metal que rodeaba todo el techo de la diligencia y se puso de rodillas en el pescante, mirando hacia atrás. Desde allí arriba pudo ver sin problemas al jinete que recorría el mismo camino que ellos. Era un tipo enorme, cubierto con una piel de oso. Cabalgaba un buen caballo de batalla, de gran anchura y altura, la necesaria para cargar con un jinete tan corpulento.
- ¡¿Tienes un ojolejos?! – le preguntó a Benn. Drill me reconoció después que en ese momento se llamó estúpido, recordando que él tenía un buen ojolejos en Dsuepu y que lo había dejado allí olvidado al iniciar su misión.
- ¡¡Sí!! ¡¡Ahí, en el compartimento!! – indicó Benn Carlton. Drill buscó donde le había indicado el joven cochero, un compartimento bajo el pescante, con una puerta corredera de madera. Entre diversos objetos (incluyendo una daga, un par de libros, unos guantes de cuero y un viejo cojín de cuero relleno de plumas) el mercenario encontró un cilindro de latón, que estaba frío como un carámbano de hielo. Lo tomó y se lo puso bajo la ceja, mirando hacia el camino que dejaban detrás. La diligencia se meneaba y bamboleaba mucho, debido a la velocidad que trataba de mantener el joven Benn, así que a mi yumón le costó mantener firme el ojolejos. Se agarró con la mano izquierda en la barra de metal del techo y miró con el ojolejos en la mano derecha, compensando los movimientos de la diligencia.
El jinete llenó todo el círculo del visor, viéndose muy nítidamente. Drill contuvo el aliento, al reconocerlo.
- Vrinden.... – maldijo, asombrado. El jinete que seguía la diligencia era Tash Norrington.

1 comentario:

  1. ¡No! ¡No puede acabar así de repente! ¡Vamos, sube la continuación, ja ja!

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