martes, 5 de junio de 2018

Lucas Barrios, Detective Paranormal: Árbol Genealógico - Capítulo 4


- 4 -
(Granito)

Lucas acabó rindiéndose a sus deseos y condujo hasta el aeródromo, pasado ya el mediodía. Trató de no encontrarse con Ramiro, no por nada personal, simplemente por ahorrarse explicaciones y nuevas conversaciones sobre Patricia.
Se acercó al hangar con disimulo y cautela y acabó colándose dentro. No era difícil, aquel hangar estaba abandonado y había dos o tres huecos por los que colarse.
Casi inmediatamente notó el olor de un ente y pudo sentir algunos rastros de ectoplasma. Estaba claro que alguno de los dos tipos que habían estado trapicheando allí con las cajas que Ramiro había visto era un ente paranormal. Apostaba por el alto de coleta (Ramiro aseguraba haberle visto los ojos amarillos) pero Lucas se guiaba por una intuición y creía que los dos eran entes paranormales. Muy probablemente corpóreos.
No había rastros de la mercancía, pero sacó del bolsillo de la cazadora el pistón trifásico fotovoltaico y lo encendió. Había tenido guardada (escondida era la palabra adecuada) la herramienta en casa y cuando tuvo el Twingo reparado guardó todas sus cosas de investigación en el baúl que había disimulado en el asiento trasero. No había tocado nada de allí ni usado ninguna herramienta desde el verano. Aquélla era la primera vez.
Y, lejos de sentirse incómodo o violento, Lucas se sintió a gusto. Más que eso, la sensación era de normalidad. Estaba haciendo lo que era suyo, lo que mejor hacía. No se sintió culpable ni mal por volver a investigar. Volver a ser un detective parecía lo más natural.
Aunque nunca se lo reconocería a su madre. Cualquiera la aguantaba si le daba la razón.
Encendió el pistón trifásico y caminó con tranquilidad, pero con resolución, por todo el hangar. Las luces del pistón parpadeaban con una cadencia lenta, rutinaria. Y siguieron así durante todo el paseo, hasta que llegó a un lado del hangar, cerca de unos contenedores de plástico enormes. Allí las luces del aparato se pusieron a parpadear como locas y el medidor se encabritó: la aguja llegó a ciento quince.
- Vaya, vaya.... – musitó Lucas, sonriendo a medias, sin darse cuenta de ello. Se acuclilló y pasó el pistón más cerca del suelo, haciendo que las lecturas fuesen más nítidas. Las luces siguieron palpitando como locas y el medidor subió otros cinco puntos.
En el suelo no había nada, al menos nada que pudiese verse. Lucas sí veía algo, una especie de resplandor, un reflejo fluorescente, como las partes blancas de algunas camisetas o camisas bajo la luz oscura de las discotecas. Su “anomalía” le permitía ver lo que estaba oculto en el mundo real. Y allí había restos de algo paranormal.
Olisqueó el ambiente y tocó el suelo de hormigón, en el lugar en que él veía el reflejo y cualquier otra persona sólo vería suelo. No se manchó con nada, pero sintió un leve cambio de temperatura. Lo olisqueó y se lo llevó a la lengua. Olía ligeramente agrio y el sabor era fuertemente ácido. Lucas estaba despistado, no sabía qué podía ser aquello, pero estaba convencido de que allí habían estado las cajas que había visto Ramiro y que alguna tenía una grieta o algo parecido, por donde habían salido unas emanaciones ectoplásmicas.
Lucas se puso en pie y miró alrededor, buscando alguna pista más, pero el rastro era muy vago y no había más pistas.
No había nada más que investigar ni que observar. En realidad Lucas no había averiguado nada más de lo que ya sabía (al menos había confirmado que allí se había realizado una transacción de artículos de otro universo) pero salió del hangar muy satisfecho.
Hacía tiempo que no se sentía tan bien.

* * * * * *

Aquella tarde José Ramón le llamó y quedaron para cenar en un nuevo restaurante que habían abierto en el barrio de su amigo. Desde que había visto que lo iban a inaugurar había tenido muchas ganas de probar la comida griega y llamó a Lucas para que lo acompañara.
Lucas aceptó.
Condujo con el Twingo hasta allí y dio unas vueltas hasta encontrar aparcamiento, un poco alejado del restaurante. Caminó hasta allí, encogido y refugiado dentro de su cazadora, y se encontró con José Ramón en el bar de enfrente, donde habían quedado. Su amigo lo vio desde dentro y cuando el detective llegó hasta él se encontró una caña de cerveza esperándole.
- ¡Vaya! Gracias.
- No hay de qué. Me he adelantado a tus deseos – contestó José Ramón, sonriendo. Los dos amigos se dieron un corto pero afectuoso abrazo. – ¿Qué hay?
- Nada del otro mundo – comentó Lucas, dándose cuenta al instante de la comicidad del comentario. Precisamente, acababa de investigar aquella mañana restos de cosas de otro mundo, pero a José Ramón no se lo iba a decir: su amigo todavía pensaba que trabajaba en una empresa de aspiradores. – Pensando en volver a trabajar.
- Eso está bien – asintió José Ramón, que creía que su amigo había pedido una excedencia en la empresa y por eso los últimos meses no había trabajado. – Algo me había dicho tu hermana.
- ¿Mi hermana? ¿Desde cuando hablas tú con Yolanda?
- Bueno.... desde....
- Ya, vale – asintió Lucas, dando un trago a su cerveza. – Pues no me gusta que andéis hablando de mí a mis espaldas.
- Era por ayudarte.
- Ya, y eso lo agradezco. Pero que hables con mi madre de mí me da mucho miedo – dijo Lucas, con voz cómica, y José Ramón sonrió.
- No me ha enseñado fotos tuyas desnudo en la playa, de cuando eras niño – bromeó.
- Todo llegará – suspiró Lucas, haciéndose el mártir. Los dos rieron, sobre todo porque la señora Margarita era muy capaz de aquello. – ¿Y tú qué tal?
- Todo guay. Deseando que den las vacaciones a los monstruos, para poder descansar – dijo, medio en serio medio en broma, hablando de sus alumnos. – Con esto de las Navidades están como locos.
- Ya lo imagino – asintió Lucas, pensando que prefería mil veces enfrentarse a demonios que a los alumnos de siete años de José Ramón. Días después se acordaría de este pensamiento y dudaría. – ¿Y con Carmen?
José Ramón dio un sorbo a la cerveza, muy probablemente para pensar qué contestar y cómo hacerlo.
- Muy bien, la verdad. Me gusta mucho – contestó, incómodo y avergonzado.
Lucas lamentaba que su amigo se sintiera así. Carmen era una antigua amiga de Patricia, que llevaba mucho tiempo sin pareja. Tras la muerte de Patricia, después del funeral y de un pequeño acto que hicieron sus amigos en su recuerdo, José Ramón y Carmen hicieron buenas migas y a finales de verano empezaron una relación más cercana. A Lucas le alegraba, porque habían encontrado consuelo el uno en la otra y viceversa. José Ramón estaba más contento, al estar con ella, y Carmen se había centrado un poco, pues había tenido una larga temporada de buscar un novio, pasando de tipo en tipo, a cual más lamentable y estrafalario.
Pero los dos se sentían un poco culpables, ante Lucas. Creían que era una especie de traición, algo con falta de decoro, que hubieran empezado a salir juntos como consecuencia de la muerte de Patricia. Incluso se sentían culpables por estar felices, cuando Lucas estaba hecho mierda.
Lucas sabía todo esto, pero no lo compartía. Sinceramente se alegraba por ellos. Veía que los dos, gracias a aquella relación, estaban mejor que solos, y eso le alegraba. No les consideraba unos traidores ni mala gente por buscar el consuelo en los brazos del otro.
Pero no podía evitar sentirse envidioso, eso sí.
- Me alegro. Carmen ha sido una cabra loca, pero es una chica genial. Desde luego con ella no te vas a aburrir....
- No, eso es verdad.
Los dos sonrieron. De las amigas de Patricia, Carmen era con la que mejor se llevaba Lucas y la que había mantenido más contacto con él después de la muerte de Patricia. Era genial pensar que estaba con su mejor amigo.
- Bueno, ya casi es la hora, ¿pasamos al restaurante? – propuso José Ramón. Lucas coincidió. Pagaron las cervezas y salieron a la calle, cruzándola hasta el restaurante. En tan corto espacio se destemplaron del todo, tal era el frío que dominaba las calles.
Y todavía no había empezado el invierno, oficialmente.
Tuvieron una velada muy agradable y entretenida. La comida griega les gustó a los dos (Lucas ya la había probado, durante su primer viaje de formación, pero José Ramón la gozó con la mousaka, la salsa tzatziki y los dolmades) y la conversación se volvió mucho más llevadera. Su amigo acabó hablando con libertad y menos preocupación de su relación con Carmen y compartieron sus planes para Navidades. Acabaron medio organizando una fiesta para Nochevieja, en un bar bajo la casa de José Ramón: allí podrían juntarse los amigos que quisieran.
Lucas se sintió a gusto, con ánimo de ir a la fiesta de Nochevieja (que por el momento sólo era un plan). Empezó a notar que se sentía parte del mundo de nuevo.
Se preguntó cuánto de responsabilidad tendría el haberse puesto el mono de nuevo y haber salido a investigar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario