lunes, 18 de junio de 2018

Lucas Barrios, Detective Paranormal: Árbol Genealógico - Capítulo 7


- 7 -
(Granito)

Lucas avisó a su madre y a su hermana y después le mandó un mensaje de voz a José Ramón: había vuelto al trabajo y tenía que irse a Cáceres. A ninguno le explicó muchos detalles (a José Ramón por razones obvias) pero sí les dijo que estaría de vuelta para las Navidades (quedaban al menos veinte días) y que lo había pensado muy bien al volver al trabajo.
Su madre y su hermana se mostraron muy satisfechas y contentas de que Lucas pasara página. Le desearon mucha suerte y le pidieron que las mantuviera informadas, sobre todo si necesitaba algo o hablar con alguien. Lucas estuvo muy agradecido.
Preparó todo el material y lo revisó, pues aunque parecía que el caso era de una posesión rutinaria necesitaba saber que tenía todo el material en buenas condiciones. Además, hacía tantos meses que no se había preocupado por ello que la realidad era que tenía que hacer una revisión. Una vez todo listo consultó mapas en su teléfono móvil y comprobó que muy cerca de Jerte se encontraba un pueblo llamado Cabezuela del Valle, que quedaba cerca de la mansión de los Carvajal. En el Google Maps aparecían señalados algunos hostales y casas de huéspedes en aquel pueblo, así que decidió buscar alojamiento allí. No sabía cuánto tiempo tardaría en averiguar lo que le pasaba a la niña que preocupaba tanto a su padre y su hermana, pero suponía que pasaría allí al menos un par de días, así que necesitaba un sitio donde dormir.
Una vez tuvo todas sus cosas preparadas y el Twingo estuvo listo, salió de Madrid con decisión. Sólo tuvo un momento de duda, de incomodidad, cuando la vieja costumbre de antaño le hizo pensar en escribir a Patricia antes de salir, como hacía siempre. Con la mano estirada hacia el móvil se dio cuenta de lo que estaba haciendo y arrancó el coche sin más. Pero el pellizco de dolor que sintió en el pecho no le permitió emprender el viaje como si nada.
Desde Madrid partió a Cáceres, en silencio, serio. Aquel viaje, además de servir para ayudar a una pobre niña a la que iba a conocer, tenía el objetivo de ayudarle a él mismo. No había salido de Madrid y ya había sufrido: imaginaba que no sería la única vez durante aquel caso, pero deseaba (y en parte estaba convencido de que así sería) que una vez concluido se sentiría mejor. Liberado. Consolado. Y decidido a seguir su camino.
Llegó a Cabezuela del Valle y buscó, siguiendo la avenida de Plasencia, el bar y edificio de apartamentos llamado “Prado del abuelo”. Lo había visto por encima en el móvil, curioseando un poco su página web, y le había convencido. Era un edificio grande pintado de color ocre oscuro, que hacía esquina. La avenida hacía una curva justo delante del bar restaurante, así que estaba en un lugar privilegiado del pueblo.
Lucas aparcó el Twingo muy cerca (Cabezuelo era un pueblo pequeño, en el que había muchos coches de paso, pero bastantes sitios libres de aparcamiento) y se encaminó andando al local. Toda la planta baja estaba ocupada por el bar y el comedor del restaurante, que era muy grande. Había tan sólo un par de hombres maduros y orondos en la barra, que lo miraron con curiosidad. Lucas sonrió para sí: al menos no se había puesto el mono rojo, su uniforme de trabajo. Para viajar había decidido ir cómodo, con vaqueros y sudadera de deporte: el mono se lo pondría al día siguiente, cuando fuese a conocer a la familia Carvajal Sande.
- Buenos días – saludó. Fue contestado débilmente por los parroquianos, que después de observarle con curiosidad al entrar, habían perdido interés en el forastero, al ver que no era nadie que llamara la atención.
Si ellos supieran....
- Buenas – saludó el único camarero que había en la barra, un tipo ancho de cara redonda y pelo rubio muy ralo. Sonreía agradablemente mientras miraba a Lucas. – ¿Qué desea?
- Hola. Quería un apartamento para un par de días. A lo mejor tengo que quedarme más tiempo, así que cuente con esa posibilidad....
El camarero hizo una mueca.
- Lo siento, pero no tenemos habitaciones libres.
- Vaya.
- Sí. Imagino que pensó que no tendría problemas para encontrar alojamiento en un pueblo como éste, ¿verdad? – dijo el camarero, de manera simpática. – Pues está el pueblo completo.
- Vaya.... Eso es bueno, supongo.... – Lucas estaba sorprendidísimo. El camarero rio con grandes carcajadas.
- Ya, no parece el pueblo adecuado para pasar las Navidades, ¿no? – volvió a reír. Los dos hombres sentados en taburetes a la barra le miraron, sin cambiar su cara. Al camarero no pareció importarle, pues siguió hablando con confianza con Lucas. – Hay mucha gente que viene aquí en verano, por lo de la Garganta de los Infiernos y las piscinas naturales y todo eso, así que hay muchos que repiten en invierno. No es una época para bañarse en el río, la verdad es que no, pero esta zona tira mucho y a los que les gusta son muy fieles.
- Ya veo, ya....
- Soy Gerardo – le tendió la mano por encima de la barra.
- Yo Lucas Barrios – contestó, estrechándosela.
- Un placer – asintió el camarero. – ¿Quiere tomar algo? Desde Madrid el viaje es largo y supongo que tendrá sed y hambre.
Lucas se quedó sin habla, delante del camarero, que volvió a reír.
- No es muy marcado, pero lo he notado en su acento. ¿He acertado?
- Pues sí. Vengo de Madrid – contestó Lucas. – Y quiero una Coca-cola y un buen trozo de tortilla, si tienen.
- Claro que sí, la mejor de la comarca.
Estaba claro que el tal Gerardo hacía bien su trabajo. Le sirvió la Coca-cola a Lucas y le puso una generosa ración de tortilla de patatas, acompañada con un trozo de pan del pueblo.
- Entonces, ¿no hay alojamiento en el pueblo?
- Me temo que no – se encogió de hombros el camarero. – Aunque hay varios hostales en el pueblo, podría preguntar en todos a ver si queda alguna habitación libre. Es muy probable que sí. Y si no, ¿por qué no prueba en Jerte?
- Bueno, me había hecho idea de quedarme a dormir aquí. Me pillaba mejor.
- ¿Está aquí de vacaciones? ¿O por trabajo?
- Por trabajo. Tengo que ir a la mansión de los Carvajal.
Gerardo emitió un silbido de admiración y los dos paisanos del pueblo miraron a Lucas con más respeto y curiosidad.
- ¡Con los Carvajal! Vaya, vaya, así que es usted importante....
- Ni mucho menos – ahora le tocó reír a Lucas. – Soy.... experto en ciertos temas que le interesan al señor Carvajal. Me ha contratado para dar mi opinión. No voy a entrar en nómina.
- Creí que era un nuevo profesor para la pequeña de las hijas o un criador de caballos – comentó Gerardo. – Los Carvajal tienen un excelente criadero de caballos en sus tierras.
- No, no, no me dedico a la enseñanza ni a la veterinaria – dijo Lucas, terminando la tortilla, con voz divertida.
- ¿Y qué es lo suyo?
Lucas dudó un momento. No llevaba en secreto su oficio, al menos cuando estaba en un caso, pero quizá a los Carvajal no les hacía mucha gracia que se los relacionara con un detective paranormal. Con clientes de aquel nivel y renombre había que guardar cautela.
- Soy consejero de actividades extranjeras y perito en movimientos migratorios – inventó, sobre la marcha, pensando en posesiones demoníacas. – Vengo sólo a ayudar a los Carvajal con un asunto puntual.
- Entonces Cabezuela del Valle era un buen sitio donde quedarse, está claro – asintió Gerardo. – Desde Jerte el camino hasta la mansión Carvajal-Sande es más largo.
Lucas apuró su bebida y dejó el vaso sobre la barra. Gerardo recogió vaso y plato y los llevó al lavavajillas que había bajo la barra. Después volvió ante Lucas.
- Estaba pensando.... Quizá no haya plazas libres en Cabezuela, pero puede ir hasta Navaconcejo. Vuelva por la carretera, por donde ha venido, y en un par de minutos llegará al pueblo.
- ¿Allí habrá habitaciones libres?
- No me refería a eso – explicó Gerardo el camarero. – El maestro de la escuela vive allí. Vive en una casa del ayuntamiento, cedida para él. Tiene varias habitaciones y él sólo usa una. Puede preguntarle, no creo que tenga inconveniente en dejársela unos días.
- Puedo probar, sí – a Lucas le gustó la idea. No sabía si pasaría mucho tiempo en casa o estaría muy ocupado en la mansión Carvajal-Sande, pero tener compañero de apartamento sería mejor que estar solo. Además, se ahorraría el precio del alojamiento.
- El maestro es un tipo solitario, pero no tendrá reparos en dejarle una habitación – comentó Gerardo, riendo. – Se llama Francisco. Francisco Pizarro.
- No me fastidies – se asombró Lucas.
- Pues sí – rio el camarero, divertido. Los dos parroquianos también: debía ser un chiste muy común en el pueblo, y no era para menos. – Sólo le falta haber nacido en Trujillo, pero no. Creo que es de Burgos....
Sin dejar de sonreír, Gerardo le indicó dónde encontrar la casa en el pueblo de al lado y después de invitarle a la consumición se despidieron amigablemente. Lucas caminó hasta el Twingo, encogido por el frío, pensando que había hecho un aliado nada más llegar. Eso era bueno.
Retrocedió por la misma carretera por la que había venido y, efectivamente, enseguida llegó a Navaconcejo. Buscó la casa que le había dicho Gerardo y aparcó delante. Salió del Twingo con cuidado y se acercó a la puerta, llamando al timbre.
¡Riiinnnggg!
La casa era pequeña, de una sola altura. Estaba al borde de la carretera que atravesaba el pueblo, encalada y con la puerta de madera negra, con una simple placa pequeña con el número. Había dos ventanas anchas que daban a la carretera, tapadas con cortinas.
La puerta se abrió y un hombre de la edad de Lucas, más delgado y con el pelo negrísimo le miró desde el vano, tras las gafas de montura fina y cristales delgados.
- ¿Sí?
- Buenas tardes, soy Lucas Barrios. ¿Es usted el maestro de la escuela?
- Uno de ellos.
- Bien. Me han dicho que podía encontrarle aquí. Quería hablar con usted.
- Muy bien. Cuéntame, pero no me trates de usted.
- De acuerdo – asintió Lucas. – He venido a trabajar en la mansión Carvajal-Sande, en una especie de labor de asesoría. Voy a pasar unos días aquí y no he encontrado plazas libres en toda Cabezuela. Gerardo, el camarero del “Prado del abuelo”, me ha dicho que podía preguntar aquí si tenías camas libres. Sería sólo para unas pocas noches y no te molestaría.
El maestro llamado Francisco Pizarro le miró durante unos instantes, valorando la situación. No mudó su cara, inexpresiva, y Lucas se sintió un poco incómodo. Al final, se encogió de hombros.
- Bueno.
Después se dio la vuelta y entró en la casa, dejando la puerta abierta. Lucas dudó si pasar o no.
- Pasa – se escuchó desde el interior, haciendo que Lucas se decidiera. Caminó por un pasillo muy largo, con dos o tres puertas en cada lado. El pasillo terminaba al fondo en una cocina amplia, que daba a su vez a un patio trasero. El maestro estaba en la cocina, preparando la cena, una fuente enorme de macarrones con queso y atún.
- Mi habitación es la que queda aquí al lado, a la izquierda del pasillo – señaló, mientras atendía los fuegos y mezclaba todos los alimentos en la fuente. – Tienes otras dos, una a cada lado: escoge la que mejor te venga. El baño está a la derecha del pasillo, la puerta del medio. No sé si necesitas toallas o alguna cosa de aseo....
- Tengo todo lo que necesito – contestó Lucas palmeando la mochila.
- Entonces ya está todo. Coge lo que quieras de la cocina, ya arreglaremos cuentas si hay que comprar comida – el maestro cogió la fuente con cuidado y se encaminó al pasillo, de camino al salón. – A lo mejor deberías pasar por el ayuntamiento a avisar de que vas a estar en la casa. No sé si te han dicho que la casa es del pueblo y que yo estoy aquí un poco de prestado. Aunque si no quieres dar el aviso no pasa nada, yo tampoco diré nada.
Salió de la cocina, en dirección a la primera habitación que había a la derecha, según se entraba de la calle. Cuando estuvo ya casi dentro habló desde allí.
- ¿Tienes hambre? ¿No querrás unos pocos macarrones? Tengo de sobra....
- No te molestes, gracias. No tengo hambre – contestó Lucas, que era cierto que acababa de comer en el bar de Gerardo y no le apetecía nada en ese momento. Además, no estaba muy seguro de querer compartir espacio con aquel tipo tan extraño. – Voy a instalarme en la habitación.
- Como quieras.
Lucas fue a la habitación de la izquierda, cuya ventana daba a la fachada de la casa. Allí deshizo la mochila y colocó sus pocas prendas en un armario estrecho. La habitación era pequeña pero no le faltaba de nada: cama amplia y cómoda, mesilla, armario, mesa con silla de oficina, de esas con ruedas, televisión colgada de la pared y un espejo cuadrado y ancho. Estaba todo un poco amontonado, por las estrechas dimensiones del cuarto, pero estaba muy bien.
Una vez colocó sus pocas ropas salió de nuevo al Twingo y llenó la mochila con algunas armas y aparatos. Además de unas trampas cuánticas, el pistón trifásico fotovoltaico, una botella de agua bendita y un libro de ensalmos indios (que su maestro de allí le había regalado al marcharse y seguir su viaje hacia Mongolia) metió también las dos pistolas de aire comprimido y varias cargas de bolas de plata. Desde su aventura en el edificio abandonado de Ciudad Lineal (el verano anterior) se había acostumbrado a llevarlas siempre encima.
Por si acaso.
Lucas arregló su habitación y después pasó al salón a acompañar al maestro. Era un tipo callado y algo tímido, con el que apenas intercambió unas palabras. Ni el maestro se interesó por el trabajo de Lucas ni él se molestó en explicárselo. Menos complicaciones.
El único asomo de simpatía afloró cuando Lucas le dijo que sabía su nombre.
- Ya me han dicho que te llamas Francisco Pizarro. Qué curioso.
- Sí, ya ves – el maestro de escuela sonrió, medio divertido medio resignado. – Cosas de mi padre, que era un cachondo.
La velada no dio para mucho más. Vieron la tele un rato y cuando el maestro dijo que se iba a dormir Lucas hizo lo propio. Se alegró al comprobar que la puerta de su habitación tenía un pestillo, y lo dejó echado toda la noche.
Lucas no era aprensivo, pero por si acaso.


No hay comentarios:

Publicar un comentario