lunes, 14 de octubre de 2013

Mirando por el objetivo



Suspira, cansado.

Lleva allí ya un buen rato, esperando al objetivo. Sólo necesita verle un segundo para poder hacer su trabajo, pero sabe que para conseguirlo la espera puede ser de varias horas.

Se recoloca, apoyado en el murete de la azotea. Está en un edificio de tres plantas, frente al chalet donde se esconde el hombre. Mira hacia abajo, hacia la casa donde se supone que está el hombre. Ha recibido un chivatazo de su informador habitual y por eso está allí, esperando. Observa luego por el objetivo, encuadrando bien el campo de visión. Quiere tenerlo todo preparado para cuando el hombre salga, porque quizá sólo tenga una oportunidad.

Su objetivo es un político muy famoso, que ha sido noticia durante los últimos días. Se le ha relacionado con prostitutas y mafiosos de Europa del este, relacionados con la trata de blancas. Pero las noticias han sido sólo acusaciones y rumores sin fundamento. No hay pruebas, no hay pistas. Al menos públicas.

Quien le cace ganará una buena pasta.

Por eso está él allí.

Se yergue, estirando los brazos y moviendo los hombros. Lleva mucho tiempo en la misma postura, apoyado en el murete, mirando por el objetivo. Está cansado, dolorido. Pero tiene que esconderse para hacer su trabajo: los de su gremio están muy mal vistos.

Percibe movimiento abajo y se vuelca de nuevo en el objetivo, observando, atento como un halcón, con el dedo en el disparador. Pero solamente son dos tipos enormes, vestidos de traje, dos guardaespaldas acompañando a unas chicas, vestidas con poca ropa, que salen de la casa riendo y correteando. Los dos gorilas las meten en un coche que hay aparcado en el cemento delante de la puerta del garaje y luego se montan delante, llevándoselas de allí.

Se vuelve a incorporar, resoplando. Creyó que ya lo tenía y se había puesto nervioso. Siempre le pasaba cuando estaba apunto de conseguirlo.

Su teléfono móvil vibra en el bolsillo del pantalón. Lo saca rápido y descuelga, vigilando que nadie en el chalet lo haya oído: no quiere destapar su escondite.

- ¿Sí? – contesta, en voz baja. – ¡Ah, hola cariño! Sí estoy trabajando.... ¡No! No pasa nada, no te preocupes.... Sí, puedo ir yo a recoger a los niños, sin problema. Ya te lo dije ayer.... – dice, con voz paciente, hablando siempre en voz baja. – Pues claro que me acordaba de lo de tu reunión.... No hay problema de verdad, no llames a tu madre, me paso yo a por ellos.... – dice, sincero. – Sí, habré terminado a tiempo. Estoy seguro de que está a punto de salir. Le voy a pillar, claro que sí: no se espera que alguien sepa que está aquí escondido – sonríe, con superioridad. – Vale. Nos vemos esta noche en casa. Paciencia para la reunión. Cuídate. Te quiero.

Y cuelga.

Se apoya otra vez en el murete, pensando en los niños. Ya tenía en mente pasar a buscarlos después de que consiguiera al político, pero su mujer se lo ha recordado. Siempre estaba preocupándose.... piensa con cariño y ternura. Suspira, resignado: a saber a qué hora llegará esa noche de su reunión. Él quería pasar toda la tarde con ella y los niños. Siempre se pone un poco tierno después de una captura como la que piensa hacer en un momento.

Y entonces la puerta se vuelve a abrir.

Aparece un guardaespaldas de la misma pinta que los dos de hace un rato: un tío enorme, con el pelo rapado, vestido de traje oscuro, con cara cabreada y aspecto de matón. Otro más sale detrás. Y luego, el político.

Viste traje azul marino, impecable. No tiene mala pinta, no parece nervioso ni preocupado. Quizá se aprecian unas leves ojeras, pero nada alarmante.

Sonríe, colocando el ojo sobre el objetivo y el dedo en el disparador. Espera al momento oportuno, quiere verle bien. El político camina por el camino de piedra que cruza el jardín de césped hacia la plataforma de cemento, delante del garaje. Él le sigue con el objetivo, ansioso, como un cazador.

Casi con deleite, ve cómo el político se detiene, mientras los guardaespaldas que le acompañan abren la puerta abatible del garaje. Sonríe aún más, como un lobo hambriento, calculando la distancia. No hay aire y el ángulo es el adecuado.

Entonces aprieta el gatillo.

¡Bang!

El disparo resuena por la calle. Los guardaespaldas se sacuden, asustados repentinamente por el sonido del arma. El político da un respingo: un agujero se abre en su sien y su cara pronto se cubre de sangre.

El sicario ya no está a la vista. Está sentado, tapado por el murete de la azotea, desarmando el fusil, para guardarlo en el maletín que descansa a sus pies.

Sonríe y asiente, satisfecho. Ha cumplido el encargo.

Mira el reloj.

Parece que va a llegar sin problemas a recoger a los niños del colegio.

1 comentario:

  1. Estas cámaras las carga el diablo. Me ha sorprendido un poco menos, pero mola :P

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