domingo, 25 de enero de 2015

Peón Rojo (3 de 17)


-3-
Los jugadores se miraron entre ellos.
- ¿Qué hay en el bosque? – preguntó la Madre.
- De todo. Pero habéis decidido entrar de noche, así que quizá os encontréis con algunos habitantes nocturnos nada deseables....
- Nosotros no hemos decidido nada – intervino Fásthlàs el Bullicioso, con cara enfurruñada. Después se volvió a mirar a Azar. – Ha sido éste....
- Todos estáis jugando juntos: yo no puedo hacer nada si algunos miran sólo por sus propios intereses.... – dijo Volbadär, encogiéndose de hombros.
Fásthlàs se cruzó de brazos, frunciendo el ceño. Azar no pudo evitar sonreír.
- ¿Qué hacemos ahora? – preguntó Bestia.
- Eso depende de vosotros....
- Tenemos que ir a la Llanura Umbría, ¿no es así? – preguntó Doncella, con su delicada voz. – Entonces marchamos hacia el oeste, para salir del bosque....
- Bien – dijo Volbadär, consultando sus notas.
- Un momento.... – dijo Bestia, mirando las fichas de los jugadores, colocadas entre los árboles de corcho que representaban al bosque Oriental. – Quiero poner en juego a algunas de mis criaturas....
- ¿Para qué? – preguntó la Madre, algo preocupada.
Bestia no respondió de inmediato. Miró durante un rato la piedra irregular de granito que representaba a su jugador. Parecía valorar su siguiente jugada.
- Puede que gane algún alma con la tirada – respondió al fin.
- Muy bien. Tira el dado, para ver si tu jugada se hace efectiva – dijo Volbadär, tendiéndole el dado.
Bestia cogió la figura de hueso, la agitó entre sus garras y la lanzó al tablero de juego. El dado de doce caras rebotó entre las ciudades de la Llanura Umbría y se detuvo al fin mostrando un once.
- Bien – dijo Volbadär, tras consultar sus notas, contento porque la partida que había organizado empezaba a animarse. – ¿Qué alimañas quieres poner en juego, Bestia?

• • • • • •

El bosque pronto se volvió muy oscuro, mucho más oscuro que el reservado de la taberna. Al menos allí había un par de lámparas: en el bosque no tenían ninguna luz, ni siquiera antorchas, y la luz de las estrellas no atravesaba la maraña de ramas y hojas.
Mórtimer de repente se chocó contra la amplia espalda de Hiromar, que se había detenido delante de él. Los Bárbaros Borta y Wup pararon detrás de él, sin golpearle, pero discutiendo entre ellos en su lengua, que era un galimatías. Llevaban así desde que habían salido de la taberna y habían entrado en el bosque.
- ¿Qué pasa? – preguntó el ladrón, frotándose la nariz.
- Ahdam se ha parado – contestó el Minotauro, seco.
- ¿No lo habéis oído? – dijo el caballero. Mórtimer apenas podía verle, sólo era una figura oscura sobre el tapiz oscuro del bosque. A veces su coraza parecía emitir algún brillo, y así era más fácilmente visible, pero no del todo. – Ha sonado como el repicar de una cascada de huesos al caer desde gran altura. Incluso el suelo parecía sacudirse. ¿De verdad no lo habéis notado?
- Nung – dijo Borta.
- No – secundó y tradujo su hermano Wup.
Hiromar negó con la cabeza (pero Mórtimer creyó que sólo había sido él el que le había visto hacerlo, ya que estaban cerca uno del otro).
- Yo tampoco – dijo el ladrón. – ¿Qué crees que ha sido?
- No lo sé, pero no me ha gustado nada.... – dijo el caballero, nervioso.
- ¿Y por qué hemos entrado en el bosque de noche? – se quejó Mórtimer.
- No queríamos hacerlo, pero no nos quedó otro remedio – dijo Ahdam, sin dejar de mirar en derredor. – Si hubiésemos podido nos hubiésemos quedado a pasar la noche, pero tuvimos que salir de allí en seguida.
- Ahora eso no podemos remediarlo – intervino Hiromar. – Sigamos adelante.
- Pero con cautela – dijo Ahdam. – ¡Abrid los ojos ahí atrás, chicos!
- ¡Jum! – escucharon decir a uno de los dos Bárbaros.
El grupo siguió caminando, un poco más despacio ahora, atentos a los ruidos del bosque que los rodeaba.
Y había muchos ruidos y sonidos. Las ramas chascaban, las hojas se movían por el viento (o empujadas por alimañas nocturnas) emitiendo su frufrú característico, crujían las hojas secas del suelo, goteaba agua de no se sabía dónde....
- ¡Alto! – dijo de pronto Ahdam, y sirvió para que Mórtimer no volviese a aplastarse la nariz contra la espalda enfundada en cuero de Hiromar.
- ¿Qué pasa esta vez? – dijo éste.
Pero no hizo falta que el caballero contestara: algo removía la hojarasca, aplastaba arbustos y pisaba hojas secas del suelo, acercándose a ellos. El ruido venía desde su izquierda, desde lo profundo del bosque.
- ¿Qué ser eso? – dijo Borta. Nadie supo qué contestarle.
Ahdam descolgó el escudo de la mochila y se lo colocó en el brazo izquierdo, mientras con el derecho empuñaba la espada. Los Bárbaros también se orientaron hacia el lugar de donde venía el ruido y empuñaron sus armas. Mórtimer sacó el cuchillo de su espalda, nervioso. A su lado Hiromar mantenía la calma, con el extraño puñal de madera en la mano.
No le dio tiempo a pensar más, a ponerse más nervioso. Mientras aún se estaban colocando, preparándose para hacer frente a lo que fuera que se acercaba, una decena de alimañas salieron de la espesura, saltando sobre ellos.
Eran læti, unas aves venenosas, del tamaño de pollos o gallinas. Tenían la cabeza redondeada, pico largo y fuerte y patas de tres dedos bastante amplias, lo que les permitía correr con rapidez. Tenían la piel gomosa, sin plumas, de color negro o gris, cubierta por cicatrices o marcas, como las grietas de la roca en lugares volcánicos. Donde los pollos y gallinas normales tienen la cola, los læti tenían un aguijón, una púa afilada con la que inyectaban el veneno.
Ahdam alcanzó con su espada a uno de aquellos animales, cuando todavía estaba en el aire, atacando. Los dos Bárbaros, Borta y Wup, golpearon a los læti del suelo haciendo molinetes con sus armas.
Hiromar repelió a uno de los bichos de una patada, con su fuerte pezuña, esquivó los picotazos de otro læti y acabó embistiéndolo, ensartándolo con uno de sus cuernos.
Llegaron más læti, atravesando la espesura del bosque, corriendo y saltando, tratando de picotear las caras de sus enemigos.
Ahdam usó su escudo para evitar que un par de aquellos animales le picasen con su aguijón venenoso en los pies. Hiromar repartió patadas, con la seguridad de que los læti no podrían inyectar su veneno en las duras pezuñas.
Mórtimer esquivó los ataques de los pequeños bichos, pero acabó teniendo que defenderse con su cuchillo de monte. A pesar de no saberlo utilizar muy bien pudo defenderse (no tenía que salir vivo de un duelo a espada, tan sólo tenía que acuchillar a aquellas alimañas antes de que le picaran a él).
Se sorprendió al ver que el Minotauro seguía sujetando su extraño puñal de madera, sin utilizarlo. Simplemente pateaba a los læti y se defendía con los cuernos de aquellos que llegaban por los aires, saltando. El ladrón observó que el Minotauro no dejaba de murmurar algo, como si estuviese rezando.
- ¡¡Aaaaahhh!! – aulló uno de los Bárbaros a su espalda. Mórtimer se giró y vio a Wup agarrándose un tobillo y cayendo al suelo. Su hermano, a su lado, acuchillaba con su hacha a los læti del suelo.
- ¡¡Wup!! – gritó Ahdam, corriendo hacia el herido, pasando al lado de Mórtimer como una exhalación, agarrando la espada con las dos manos, olvidado el escudo detrás de él.
Hiromar acabó con los læti que quedaban por allí y Mórtimer se unió a él, apretando los dientes con rabia, queriendo matar a todas aquellas criaturas. Era curioso, apenas hacía un par de horas que conocía a Wup, pero sufría enormemente al saber que un læti le había picado con su aguijón y que iba a morir envenenado.
No había más læti por los alrededores, así que Hiromar y Mórtimer dejaron de pelear.
- ¿Conocías a estas alimañas? – preguntó el Minotauro.
- Sí. También viven en los bosques del reino de Jonsën – explicó el ladrón. El Minotauro lo miró y sonrió débilmente, justo a la vez que volvió a sonar la hojarasca y el monte bajo: más læti se acercaban.
- Ve con ellos – dijo Hiromar, empujando a Mórtimer hacia el Bárbaro herido y sus acompañantes. Después volvió a murmurar por lo bajo, volviendo a rezar, o lo que fuera.
Mórtimer llegó hasta Wup, que estaba tendido en el suelo, retorciéndose de dolor. Su hermano Borta le sujetaba la cabeza mientras Ahdam trataba de chuparle el veneno del picotazo que tenía en el tobillo derecho.
- ¿Se va a poner bien? – preguntó Mórtimer, colocándose al lado de Ahdam.
- He hecho lo que he podido, pero no sé.... – dijo el caballero, tras escupir el veneno en el suelo.
Una nueva marea de læti llegó en ese momento, pillándolos desprevenidos. Mórtimer trató de ponerse en pie, empuñando el cuchillo, para defenderse, pero lo hizo tarde.
Por suerte, Hiromar estaba preparado. Dejó de hablar en murmullos para hacerlo en altas voces, sacudiendo el puñal retorcido de madera, que seguía en su mano. Entonces Mórtimer comprendió qué era en realidad.
Era una varita.
El Minotauro sacudió la varita de madera de vid y lanzó un conjuro a las alimañas que los atacaban. Fue una onda de luz blanca, que empujó a los læti hacia atrás, devolviéndolos a la espesura, que también se sacudió por el hechizo. Los læti huyeron.
Mórtimer lo entendió al fin. Cuando Ahdam había dicho que Hiromar era un soldado no había mentido: pertenecía a los ejércitos de la magia.
Hiromar el Minotauro era un mago.



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