lunes, 8 de febrero de 2016

Vampiros del Far West - Buscando refugio

- III -

Mike caminó por el desierto, sin prisa pero sin pausa. El calor era agobiante y sofocante, pero iba bien preparado: llevaba cantimplora con agua suficiente y el sombrero le protegía del implacable Sol.
Caminó por la tierra suelta y la tierra dura, entre pequeños arbustos y algún que otro cactus suelto. El Sol estaba alto en el cielo cuando empezó a andar desde el cañón hacia el sur, después fue girando hasta colocarse frente a él y luego descendió a su derecha mientras avanzaba la tarde.
Desde donde había dejado la diligencia asaltada y su desdichado caballo muerto estaba más cerca de Silver Leaf, pero era un pueblo muy pequeño, y estaba demasiado cerca de donde habían asaltado la diligencia. La ayuda llegaría desde allí y los pasajeros que quedaban con vida probablemente le reconocerían. Además, el pueblo quedaba al otro lado del cañón.
Lo mejor era alejarse de allí.
Desesperanza era la mejor opción. Era un pueblo más o menos grande, en el que pasaría desapercibido. Podría descansar unas cuantas noches y luego seguiría su camino hacia Culver City, saliendo del desierto.
El problema era que ya no tenía caballo, y un hombre cargado con alforjas que entraba a pie en un pueblo llamaba la atención. Tendría que encontrar un sitio donde esconder el dinero antes de llegarse a Desesperanza, un sitio seguro y cercano al pueblo.
Las cuevas. Mike pensó en las montañas que crecían cerca de Desesperanza, al oeste del pueblo. En ellas había abundantes cuevas, largas y profundas, llenas de murciélagos y alimañas. Nadie entraría en ninguna de esas cuevas buscando tesoros.
Así que se dirigió hacia el sur, hacia las cuevas.

* * * * * *

Era de noche ya cuando llegó hasta los pies de las montañas. Por suerte, el cielo en los desiertos suele estar despejado, y la luz de la Luna creciente y de las estrellas le sirvió para ver donde ponía los pies en su escalada por las laderas empinadas.
Eligió una cueva al azar y entró en ella. Caminó adentrándose en la oscuridad, conteniendo un escalofrío. Mike no era un hombre que se asustase con facilidad, pero aquella oscuridad le infundía un miedo muy profundo, casi sobrenatural.
Sacudió la cabeza y siguió avanzando. Encendió una cerilla chascándola con el dedo pulgar y usó su luz para orientarse.
La cueva era estrecha y larga, muy larga. Había multitud de estalactitas y estalagmitas, trabajando poco a poco para acabar encontrándose, al cabo de cientos de años. La roca era oscura, casi azul, y brillaba a la luz de la mísera cerilla. Había multitud de recovecos y recodos.
Mike encontró una pila de rocas, piedras más o menos pequeñas y manejables. Las removió como pudo, en la oscuridad, después de que la cerilla se apagara. Colocó las alforjas llenas del dinero contra la pared estriada de la cueva y las tapó con las rocas, haciendo un nuevo montón. Cuando acabó no había evidencia de que allí debajo hubiese doscientos mil dólares en billetes nuevos.
Llevaba todo el día caminando por el desierto y ya era noche avanzada. Así que decidió que lo más adecuado era echarse a dormir.
Se tapó con su guardapolvo largo y raído y se echó el sombrero sobre los ojos. Apoyado en una roca se durmió en seguida.

* * * * * *

Se despertó totalmente antes del alba.
Había dormido incómodo toda la noche, removiéndose sin poder conciliar un sueño completo. No era por dormir en el suelo, estaba acostumbrado a dormir sin una cama y al raso. Y tampoco era por tener la conciencia intranquila, ni mucho menos.
Era algo externo.
Se sentía incómodo allí, como si estuviese en lugar peligroso. Como si estuviese profanando el refugio de alguien. De alguien peligroso.
Al fin decidió ponerse en pie y salir de allí. Había descansado algo, quizá no lo suficiente, pero lo justo para poder seguir adelante hacia Desesperanza. Salió de la cueva comprobando sus pertenencias: no quería olvidarse nada en la cueva, salvo el botín.
Llevaba su sombrero, el guardapolvo, el pequeño hatillo con víveres y municiones. Y al cinto su viejo revólver, en la cadera derecha. Y, además, dentro del cinto, en el vientre, llevaba el Colt Dragón del viejo conductor de diligencias.
Desde la entrada de la cueva pudo ver el desierto, allá abajo, oscuro y azulado. La Luna se había escondido ya pero había cierta luminosidad que permitía orientarse. Aún no había amanecido, pero la línea del horizonte por el este estaba iluminada, con los primeros apuntes del Sol.
Mike bajó de las montañas y caminó hacia el este, en dirección a Desesperanza. Un caballo, un trago de whisky, una cama.... Mike soñó despierto.
Un ruido extraño y amenazador le sacó de sus pensamientos, cuando ya hacía rato que pisaba la arena del desierto. Miró hacia atrás, hacia el cielo nocturno.
Una bandada de murciélagos, una gran multitud, aleteaba asquerosamente en dirección a las cuevas que acababa de dejar. Venían volando desde el desierto y entraban como una riada en las cavernas.
Mike tuvo otro escalofrío. Después siguió andando.


No hay comentarios:

Publicar un comentario