lunes, 7 de noviembre de 2016

Jinetes de Dhalea (4) - Capítulo 4x2

- 4x2 -



Aquella noche Mezthu paseó, intranquilo, por las calles del pequeño pueblo de Cervera de Pisuerga.
Allí era donde le había mandado ir el pergamino con las instrucciones y no sabía si los sitios habían sido elegidos por el Dharjûn al azar o eran los adecuados por alguna ley arcana que él desconocía.
Le daba igual. El cumpliría todas las normas si con eso conseguía invocar a los Cuatro Jinetes y llevaban a cabo su venganza.
El pueblo estaba bastante animado. Hacía buen tiempo y había gente por la calle, a pesar de que los comercios habían cerrado. En ese momento Mezthu pasaba por la plaza, en donde había varios bares, todos abiertos y con gente dentro. Al otro lado de la plaza, bajo los soportales con arcos, había gente con botellines en la mano, disfrutando de la bebida y de la conversación al aire libre, en lugar de estar “encerrados” en los bares.
Mezthu se agitó un poco, dentro de su abrigo. Las púas de la espalda le molestaban con la mochila. No sabía si era sólo eso o el nerviosismo que sentía se debía también a lo que iba a hacer.
Y a haber dejado solo al Primer Jinete.
Estaba claro que no podía pasear con él por el pueblo, buscando el lugar donde debía llevarse a cabo la invocación. El demonio se había quedado fuera del pueblo, oculto entre el campo y las primeras casas. Aun así Mezthu le sentía cerca, le sentía vigilando.
No podía evitar sentirse así, cuando él era claramente el jefe.
Pero un Qeneke, a pesar de sus peligrosas cualidades, no se podía comparar a un Jinete de Dhalea. Él lo sabía y lo peor era que el demonio también lo tenía claro.
Caminó por el pueblo, tratando de que los humanos no se fijasen mucho en él. Recorrió varias calles, buscando el lugar idóneo que se ajustara a las indicaciones del pergamino. Fue hacia las afueras, de camino hacia el camping y las piscinas, cuando halló la pared adecuada.
Según las instrucciones, la invocación del Segundo Jinete debía hacerse en barro, en lugar de arena. En un barro resistente hendido por el rayo. Eso decía el pergamino. Mezthu había encontrado una casa de adobe, abandonada y casi derruida, con una pared todavía en pie, que tenía una grieta que la recorría en diagonal, casi en toda su longitud. La grieta tenía el mismo aspecto que un rayo.
Aquella pared se ajustaba bastante bien a las indicaciones, así que decidió que probaría allí. Ya era de noche, la calle estaba desierta, iluminada desde lejos por una farola que estaba en una esquina con otra calle más moderna y habitada. Mezthu sacó de la mochila una tiza redonda de color rojo, dibujando con ella en la pared de adobe. Notaba la mirada del Primer Jinete y cuando levantó la mirada del dibujo y la paseó alrededor, comprobó que el demonio estaba al final de aquella calle, que acababa en un camino de tierra que se adentraba en el monte: el Jinete estaba erguido, cubierto a medias por unos arbustos, esperando a su siguiente compañero.
Mezthu copió fielmente el dibujo de los Cuatro Jinetes de Dhalea, el de la estrella con los cuatro símbolos, uno de cada demonio. Comprobó todos los detalles, como había hecho en la playa, corrigió un par de trazos y después dejó caer la tiza al suelo, que se partió con un chasquido sordo.
Después rebuscó en la mochila, sacando con cuidado un machete del ejército, manchado de sangre. No sabía de quién o de qué era esa sangre, que estaba ya seca, pero no le había preguntado a Zardino cuando se lo dio.
Había cosas que era mejor no saber.
Tomó aire, para darse ánimos, y empezó a recitar:
- Camper vegan lindu voorm. Enquentelak miracun soort. Viguelion, viguelion, viguelion doorv. Exager mee, Sena Xinetet. Vegan. Voorm. Soort. Viguelion doorv. Ahegadar tuum qetra onn. ¡¡Exager mee, Sena Xinetet!!
Con el último grito, Mezthu clavó el cuchillo en el adobe, al lado del dibujo de la esquina inferior derecha, el que parecía una flecha. El cuchillo vibró clavado en el adobe y el dibujo se iluminó con una luz roja, como si el adobe se hubiera transformado en lava. Mezthu se alejó un par de pasos hacia atrás, con precaución.
Pero fue en balde. El aire resonó con un estallido, al dejar sitio para que el cuerpo proveniente de otra dimensión apareciera súbitamente. Un nuevo demonio enorme surgió de pronto a su lado, mientras Mezthu caía al suelo, de espaldas, golpeándose las púas y la nuca de su “disfraz” de humano, empujado por la fuerza mística de la aparición del demonio.
- ¡¡Ayy!! – se quejó desde el suelo. El Primer Jinete galopó desde la distancia para encontrarse con su hermano, que era muy parecido a él. Era inmenso, de más de dos metros de alto, con aspecto de centauro. El recién llegado era de color rojo, con la cola cubierta de escamas y con la punta de flecha. Era un demonio femenino, musculosa igual que el primero, pero con pechos de mujer, aunque sin pezones. Tenía una melena roja, con pelos que parecían alambres. Su rostro era tan horroroso como el de su hermano mayor, con la nariz aplastada y de grandes agujeros, los ojos amarillos y los colmillos retorcidos asomando de su boca sin labios. En la frente, como el otro Jinete, llevaba impresa su marca:



Mezthu vio cómo los dos demonios parecían reír al saludarse, al estrecharse la mano y al caracolear como caballos contentos. Imaginó que hablaban entre ellos, aunque esa vez las voces de los demonios no resonaron en su cerebro agotado. Algo decidieron hacer porque los dos salieron galopando por la carretera que discurría al lado de un parque y que llevaba a las piscinas y al camping. El Primer Jinete, el blanco, llevaba su arco en la mano. El Segundo Jinete, el rojo, también iba armado: una espléndida espada llameante iba en su mano.

Aquello no le gustó a Mezthu.
- ¡¡Eh!! ¡¡Esperadme!! – chilló, acordándose de recoger la mochila, echando a correr detrás de los dos demonios. Quizá debían obedecerle, pero en aquel momento sus instintos fueron más fuertes.
Los cascos hendidos de los demonios resonaron en el asfalto de la carretera por delante de él, a pesar de que ya no les veía. Después empezó a escuchar gritos de terror y de dolor y el Qeneke corrió más rápido, agotándose.
Al cabo de un rato llegó al camping, donde los dos Jinetes habían decidido llevar a cabo una masacre, para festejar el encuentro. El camping del pueblo no estaba muy concurrido, por suerte (era principio de la primavera, un tiempo muy inestable para los humanos), pero los dos demonios habían encontrado suficientes víctimas para divertirse.
El Primer Jinete cazaba a los humanos a flechazos, como si estuviese cazando ciervos para un festín. El Segundo Jinete corría por entre los humanos que trataban de huir, manejando la espada roja como si estuviese segando trigo o cebada, pero lo que caía al suelo eran cabezas y miembros humanos. Todas las heridas eran mortales y, como había ocurrido con los chicos de la playa, quemaban el cuerpo sin llama, levantando zarcillos de humo y generando un olor como de parrilla o de barbacoa.
Mezthu sudaba y temblaba, de miedo y horror.
No sentía ninguna empatía hacia los humanos que habían muerto o que estaban muriendo, pero temía por su integridad y por el éxito de su misión si los Jinetes de Dhalea tomaban el gusto por aquellas matanzas indiscriminadas, que llamarían la atención de los agentes de la ley de aquel mundo. Los humanos eran unos cretinos, pero no lo suficiente como para no notar la presencia de todos aquellos cadáveres.
Según había oído Mezthu, el padre Beltrán había muerto, al viajar a otra dimensión, o algo así, pero no se fiaba. Si aquel maldito cura mago no estaba por allí (cosa que dudaba) todavía había otros enemigos a los que temer, y los de aquella agencia sobre la que había oído muchas leyendas e historias no eran los peores.
- ¡¡Basta!! – ordenó al fin, gritando con todas sus fuerzas. – ¡¡Os ordeno que os detengáis!!
Los dos demonios se pararon, mirando a su señor. Inclinaron las cabezas en un asentimiento de sumisión y se pusieron en marcha, al paso, acercándose a él. Pasaron entre los cadáveres que habían dejado en el camping y no pudieron evitar sonreír, satisfechos.
Mezthu tragó saliva y les ordenó salir del pueblo. Estaba seguro de que todo aquel jaleo, todo aquel griterío de las víctimas había llegado a oídos de la gente del pueblo. Iba a cundir el pánico.

* * * * * *

El Dharjûn llamado Zard, que no estaba por allí cerca (ni siquiera estaba en aquella dimensión), también había podido captar los gritos de pánico y terror de las víctimas humanas.
Sonrió, complacido.

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