lunes, 21 de noviembre de 2016

Jinetes de Dhalea - Capítulo 4 + 7

- 4 + 7 -


El ente que había poseído a Eugenio Martín Arribas llegó a Cervera de Pisuerga. Sabía que llegaba tarde, pero aun así necesitaba ir al lugar.

Primero encontró el dibujo en la pared hendida. Vio un pequeño corte en la pared, muy cerca del dibujo a medio borrar, y pasó los dedos del humano por allí. En ese lugar había estado clavado el cuchillo. La pared estaba ennegrecida, así que era evidente que el demonio había sido convocado. Había una tiza en el suelo y recogió un trocito.

No dejó entrever su enfado, aunque era evidente que lo estaba. Enfadado y decepcionado consigo mismo. Había vuelto a llegar tarde, había perdido a los Jinetes.

Ya eran dos. Tenía que encontrarles cuanto antes.

Siguió los leves rastros de azufre, caminando por un bello parque que discurría encajonado entre el río y una calzada y llegó al camping del pueblo. Allí había ocurrido la matanza, aunque ya no quedaban restos de ella, salvo la cinta policial y los restos de tiendas de campaña y caravanas accidentadas. Sabía que los demonios habían llevado a cabo aquella carnicería solamente por el placer del reencuentro, sin otros motivos. Podía llegar a comprenderles.

Las criaturas del caos se habrían complacido.

- ¡¡Eh!! ¿Quién es usted? – una voz le sacó de sus ensimismados pensamientos.

- Ürk.... – contestó su verdadero nombre, de forma automática.

- ¿Cómo ha dicho?

El ente se volvió a mirar a quien le hablaba: era un hombre vestido con una especie de uniforme, con un polo amarillo con el nombre del camping estampado en el lado izquierdo del pecho. Mientras pensaba que debía de ser el dueño del camping o uno de los trabajadores, rebuscó en la mente de su anfitrión el nombre humano. Éste, en la sala blanca, gritó de pánico, al sentir cómo el demonio buscaba información en su cerebro.

- Eugenio Martín Arribas – dijo, tratando de disimular su voz de demonio. Simuló que tosía, para que aquel humano creyera que tenía una afección de la garganta.

- Pues si quería quedarse en el camping, ya ve que no admitimos a gente – dijo el hombre, a medias molesto y a medias apenado. – Hemos sufrido un percance y tenemos que hacer reparaciones....

- Ya veo – contestó el ente, asintiendo. No había sangre en el camping, pues las heridas que propinaban aquellos demonios se quemaban mientras se producían, pero había más pistas que los charcos de sangre: el olor muy sutil a parrilla, las notas de azufre en el aire, los espadazos en los árboles y los agujeros de flechas en los costados de las caravanas y roulottes. – Muchas gracias.

El ente que había poseído a Eugenio Martín Arribas se alejó de allí, pensando en las reparaciones que habría que hacer en aquel mundo cuando los Cuatro Jinetes se reunieran.



* * * * * *

Los cuatro agentes de la ACPEX viajaron hasta un pueblo de Salamanca, a ver a un reciente colaborador de la agencia. Era un ente que vivía en nuestra dimensión desde hacía mucho, escondiéndose a plena vista, esquivando los radares de la agencia. Pero tras los peculiares eventos ocurridos los dos últimos veranos, la agencia ya tenía constancia de él y se le permitía seguir residiendo en nuestra dimensión a cambio de su ayuda a los agentes de la ACPEX.

Ni Julián ni Sofía lo conocían personalmente, pero Marta Velasco, una gran amiga de Julián, les había hablado mucho de él. Podía decirse que Marta y Atticus eran amigos.
Sofía entró en el bar la primera, un local de los que proliferaban por todas las ciudades españolas, con la fachada cubierta de paneles metálicos, con el interior del mismo estilo, poca luz, luces negras indirectas, sofás para los clientes y música machacona dentro del estilo chill out, buscando un aspecto moderno. Julián iba inmediatamente tras ella. Arturo Inguilán y Marcial Sánchez entraron detrás, separándose un poco de los dos investigadores de campo, dándoles margen, muy en su papel de guardaespaldas. Se dirigieron directamente a la barra y pidieron dos botellines de cerveza.
Julián no pudo evitar mirar el escote apretado de la camarera (se jugaba medio sueldo a que eran tetas de plástico) e hizo intención de acercarse a la barra para preguntarle a ella, cuando Sofía le tocó en el hombro, llamando su atención.
         - Tiene que ser aquel – dijo, divertida. Julián siguió su gesto y vio a un tipo bajito, de pelo castaño deslustrado, vestido con unos vaqueros demasiado anchos para sus estrechas piernas y con una camisa negra de manga corta a la que le sobraban tres tallas. Los dos caminaron hacia él, que estaba sentado en uno de los sofás semicirculares, al lado de una mesa redonda. Con él había sentada una mujer muy atractiva y voluptuosa, de pelo negrísimo, piel pálida y demasiado maquillaje en la cara. Sofía hizo un gesto de disgusto: era una mujer muy vulgar.
- Hola, agentes – saludó Atticus, con una mueca divertida. Su voz sonaba extranjera, como de Europa del Este, aunque los agentes de la ACPEX sabían (casi) exactamente de dónde provenía, y no era de esta galaxia.
Ni de este universo.
- ¿Tan evidentes somos? – preguntó Sofía, con tono ligero, sentándose en una de las sillas que había al otro lado de la mesa circular, frente al sofá. No le había gustado la mujer que acompañaba a Atticus, pero el Guinedeo le había caído simpático: tal vez hubiese sido su voz, su forma de vestir, su tranquilidad al hablar o moverse o su cara de chiste: amplia frente, ojos redondos y saltones, nariz delgada y respingona y labios curvados en una eterna sonrisa.
Era un tipo de cara como la de Julián: no fea pero al menos rara. Una cara que se embellecía cuando su dueño sonreía. La cara de un buen tipo.
         - No es que sean evidentes – contestó Atticus a la pregunta de Sofía, mientras Julián se sentaba al lado de su compañera. – Pero hay pistas que no pueden esconder. Por ejemplo, los dos soldaditos de plomo que han traído con ustedes: pueden decirles que se acerquen y se sienten con nosotros, no hace falta que se queden en la barra. Las tetas de Jennifer están bien, pero se pierde el interés cuando no deja de ponértelas en la cara cada vez que pasa por delante de ti.
Julián se volvió e hizo una seña a Marcial Sánchez y Arturo Inguilán para que se acercaran. Sofía sonreía a Atticus: aquel comentario que podía haber sonado desagradable e incluso machista en boca de otro, en boca del Guinedeo  había sido un chiste simpático, sin maldad ni dobleces.
- Es usted un genio de la palabra, y eso que no es su idioma natal.... – comentó Sofía, admirada.
- Soy un lingüista, tengo que lucirme – bromeó Atticus. Después se dirigió en voz baja a la mujer que lo acompañaba, que se levantó y se fue, colocando su vestido negro ceñido, que había dejado ver una generosa porción de muslos cuando se puso en pie. Al pasar al lado de los soldados, Arturo Inguilán se dio la vuelta para verla alejarse.
- Así que éste es el monstruo – comentó Arturo, con poco tacto, volviéndose a mirar a Atticus.
Éste lo miró, lentamente, con una sonrisa burlona aleteándole en la comisura del labio. Sofía anticipó un comentario sardónico y Julián sonrió abiertamente, mirando a Arturo, disfrutando de un asiento en primera fila para ver cómo avergonzaban a aquel estúpido.
- ¿Y este cretino quién es? No sabía que ahora trabajaban con orangutanes en la agencia.... ¿O acaso es un programa para dotar a los menos favorecidos con oportunidades en el trabajo como agente?
Julián no sólo sonrió, sino que rompió en carcajadas. Sofía cubrió su sonrisa con la mano y Atticus le dedicó un guiño rápido a la agente, con familiaridad.
- Eres un bocazas: ten cuidado con lo que dices si no quieres que te parta los brazos.... – amenazó Arturo Inguilán Sobrino, apoyándose en la mesa, echándose hacia adelante, con cara de pocos amigos. Atticus no mostró ningún miedo ni se inmutó.
- Chaval, no tengo huesos así que me gustaría ver cómo consigues partirme los brazos – dijo, tranquilo. – Es lo típico: los machitos de gimnasio sólo pueden recurrir a las amenazas cuando se encuentran con alguien mucho más inteligente que ellos y con mayores dotes de palabra.... En fin, le aconsejo, caballero, que se haga cargo de su compañero antes de que salga lastimado: no hay que jugar con fuego....
Se había dirigido a Marcial, que evitó sonreír mientras cogía a Arturo y le sentaba en el sofá contiguo. Aquel tipo era un bocazas, pero tenía estilo, y Marcial respetaba eso.
- Discúlpenme, agentes, me he dejado llevar por el momento – dijo Atticus, dirigiéndose a Sofía y Julián. – ¿Por dónde iba?
- Decía que era usted un lingüista.... – apuntó Sofía.
- ¡Eso es! – dijo Atticus, jovial, dando un trago del líquido ambarino que había en su vaso, acompañado sólo con hielos. – Y supongo que por eso están ustedes aquí para verme, porque tienen algún problema con algún texto extraño. ¿No identifican el complemento directo en una oración en lyrdeno, agentes?
         - Creo que es mucho más complicado que eso – dijo Julián, sin hacer caso de la broma. Pidió con un gesto el iPhone de Arturo Inguilán y éste se lo acercó, con una mirada desdeñosa. Julián le enseñó la foto a Atticus. – No sabemos si esto es una escritura o no, pero necesitamos que nos ayude a entenderlo. Es muy importante....
Atticus se puso serio de repente, nada más ver la foto. Sofía y Julián se miraron y se pusieron tensos: algo muy grave tenía que ser para acabar con la alegría y despreocupación del ente. Marcial se inclinó hacia adelante, para no perderse detalle, e incluso Arturo (que trataba de hacerse el digno e indiferente) prestó atención ante el cambio de actitud de Atticus.
- Esto es la estrella de Dhalea – dijo el Guinedeo, sujetando el teléfono móvil, mirando la pantalla. – Al menos parte de ella.
- ¿Y los otros dibujos? ¿Son símbolos o palabras? – preguntó Sofía.
- Son símbolos. Representan a los Cuatro de Dhalea.... – como Atticus no vio ninguna reacción en los humanos que tenía delante dejó el iPhone en la mesa y se dirigió a ellos. – ¿Han oído hablar de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis?
Sofía abrió los ojos al máximo, sorprendida y asustada. Julián se quedó con la boca abierta.
- No me joda....
Atticus sonrió divertido, alzando las palmas de las manos, en una actitud evidente de que no era ésa su intención. Después volvió a ponerse serio y señaló en la pantalla los dibujos que había en la foto.
- Esto es parte de la Estrella de Dhalea. Y estos dos dibujos son los del Tercer y Cuarto Jinete – explicó. – Que según la Biblia, eran....
- El Hambre y la Muerte – apuntó Marcial Sánchez Berges, desde el otro sofá. Era católico y conocía su religión.
- Exacto, gracias – dijo Atticus, con un cabeceo hacia el soldado. – En realidad el libro del Apocalipsis es un desbarajuste y lo de los cuatro jinetes no sé de dónde lo sacaron, pero está claro que se basaron en los Cuatro Jinetes de Dhalea.
- ¿Qué son? – preguntó Sofía.
- Son demonios. Cuatro demonios que se pueden invocar, trayéndolos desde Dhalea, la dimensión en la que habitan. Allí están separados y sólo pueden juntarse si alguien los convoca desde otro lugar.
- ¿Y para qué se los convoca? ¿Para el fin del mundo? – se alarmó Julián.
- No, nada de eso. Eso lo añadieron en la Biblia – desdeñó Atticus con un gesto. – Cuando los Cuatro Jinetes de Dhalea están juntos de nuevo, su tiempo en la dimensión desde la que se les ha invocado es breve. Aquí en la Tierra será de unas horas. Durante ese tiempo, el que los haya invocado puede usarlos para cumplir una venganza.
- Pero hasta que la cumplen matan y destrozan a la gente a placer – dijo Sofía, mordiendo las palabras. Atticus se encogió de hombros.
- ¿Y qué quiere? No dejan de ser demonios....
Los cinco se quedaron en silencio un instante.
- Veo que en la foto el dibujo está medio borrado y la pared un poco chamuscada – señaló Atticus, levantando el iPhone de nuevo. – Además aquí hay clavado un cuchillo: éste es el lugar de la invocación de uno de los Jinetes.
- El segundo.
- ¡Vaya! Así que sólo quedan dos.... – Atticus se pasó la mano por la boca, pensativo. Durante un segundo sus ojos se pusieron amarillos y volvieron a su color marrón anodino, pero Sofía podría jurar lo que había visto. En aquel momento recordó que aquel tipejo no dejaba de ser un ente, un Guinedeo (fuese lo que fuese aquello) y la agente se prometió no olvidarlo. – Tenemos que intentar adivinar dónde se invocará el siguiente, para tratar de detenerlo. Los Jinetes deben ser convocados en un orden específico y si se rompe ese orden impediremos la reunión.
- ¿“Impediremos”? – preguntó Julián, haciendo hincapié en la persona del verbo y no en la palabra.
- Sí – asintió Atticus, enfáticamente. – Denme un momento para pagar la cuenta. Voy con ustedes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario