viernes, 4 de mayo de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo II (5ª parte)


SALTEADOR DE TUMBAS
- II -
UN AÑO

Aquélla era la imagen que más recordaba de Bittor Drill, durante todo el año que siguió. Estuve en Dsuepu, realicé misiones en Ülsher, Darisedenalia y Barenibomur, pude disfrutar de unos días libres en septiembre para aprovechar el Verano y visitar la playa y en la Tierra Marchita realicé un viaje de trabajo, custodiando a un hombre rico y su preciado equipaje, de Epuqeraton a Vuidake. Y en todo ese tiempo, un año como les digo, no tuve ninguna noticia de mi antiguo yumón.
Sí que recibí la visita de Tash Norrington, en Dsuepu, pero como no tenía nada contra mí, los alguaciles no vinieron con él. Me preguntó por Drill, le contesté lo que sabía, intercambiamos pullas, pagó mi cerveza y tomó una a la vez que yo y después se fue. Salió de la “Taberna de los mercenarios”, pero estuvo una semana más en Dsuepu: lo sé porque le vi rondando por la ciudad.
No encontró a Drill y no obtuvo noticias de él, porque ninguno las teníamos. Ni siquiera Riddle Cort, que pasó una larga temporada en Dsuepu, recuperándose de las lesiones provocadas durante una misión en las Colinas Grises. Por supuesto hablé con él y pasé muchas noches compartiendo bebida y conversaciones en la “Taberna de los mercenarios”: me habló de Drill, contándome su aventura juntos en Escaste y el bosque de Haan, pero no tenía noticias recientes de nuestro común amigo. Riddle pareció preocupado, cuando supo que Drill había marchado a Gaerluin, al Mausoleo de los Reyes, y que no había regresado ni se sabía nada de él.
Pasó un año, como digo, y al enero siguiente, después de haber celebrado la Muerte del Año en Dsuepu con vecinos y camaradas de la Hermandad, esperaba una nueva misión en la taberna.
Y así fue cómo, una noche como otra cualquiera, la puerta de la taberna se abrió, dejando pasar una ráfaga de frío invernal, acompañada de un puñado de copos de nieve. La figura que lo había provocado, al entrar en el recinto, iba abrigado hasta el bigote, con un viejo sombrero de lana gris y unos guantes desgastados de piel de conejo.
Por supuesto, era Drill.
Me levanté, sorprendida y contenta. Drill caminó entre las mesas, cojeando, encogido y todavía arropado. Saludó a un par de conocidos (aquella noche la taberna no estaba muy llena) y se dirigió a la barra, donde Frank ya lo saludaba desde lejos.
- ¡Drill! – lo llamé yo. Se giró y al verme sonrió. Le pidió a Frank un caldo caliente y vino hacia mi mesa. Su paso era lento y cojeante y cuando me abrazó noté que había perdido volumen. Al quitarse la ropa de abrigo vi su piel arrugada y su cabello por entero gris. Había envejecido mucho. Se sentó con una mueca de dolor, pero sin dejar de sonreír. – ¿Qué te ha pasado durante todo este tiempo?
Y Drill me lo contó.

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