lunes, 31 de marzo de 2014

El Apocalipsis de Melnûn

Los Flemdis vivían en armonía en Sath-Nür, la Ciudad de los Magos. Y uno de ellos era el más ambicioso que hubiese formado parte de la orden en toda su historia. Este Mago se llamaba Iqdbelion. Era un gran Mago. Conocía muchos hechizos y aprendía cada vez más. Pero su ambición no tenía límites. Bueno, en realidad tenía uno: su propia mortalidad.
Cuando Iqdbelion tenía ya unos setenta años, se dio cuenta de que le quedaban pocas décadas para morir. Y tuvo miedo. No por su muerte, sino por el hecho de que no podría aprender todos los hechizos de la historia de su orden en el poco tiempo que le quedaba. Así que, frenético, se puso a estudiar día y noche. Descuidaba las comidas, su higiene, el trato con la gente.... se encerró en su estudio en el palacio de los Flemdis, y dejó de relacionarse con el resto de los habitantes de Sath-Nür.
Un día, descubrió en un gran libro de hechizos una referencia a un modo de vencer la mortalidad. Pero el encantamiento no aparecía allí. Sin pedir permiso al resto de los Flemdis, partió hacia la torre de Ígheon. Allí tenía pensado buscar en la gran biblioteca de la magia. Quería encontrar el hechizo sobre el que había leído.
Pasó meses en la torre, encerrado entre libros y legajos. Parecía imposible que pudiese encontrar un hechizo tan raro y tan poco conocido en algún escrito pero, tras días y días de incansable búsqueda lo consiguió. Iqdbelion encontró el hechizo, las arcanas palabras que se debían pronunciar para poder hacer inmortal a un ser mortal. Pero para poder llevar a cabo la magia, se necesitaba una piedra preciosa, mucho más fuerte que el diamante y también mucho más difícil de encontrar que un diamante.
Un Tiridiamante. La piedra que Iqdbelion necesitaba era un Tiridiamante. Y si alguna vez se había encontrado alguno, había sido en las Cuatro Colinas de Hierro. Iqdbelion volvió a viajar, siendo esas colinas su nuevo destino. Volvió a pasar meses buscando la piedra, ayudado por los Enanos, sin saber éstos que estaban ayudando al que pronto se convertiría en un monstruo. Los hábiles Enanos encontraron la piedra e Iqdbelion la mandó tallar, dándole forma cónica, usando la magia y con gran esfuerzo. Su pureza era mayor que la de cualquier diamante conocido y su dureza era inigualable.
Iqdbelion volvió entonces a Sath-Nür, como un campeón, como un héroe para el pueblo. El resto de los Flemdis y los habitantes de la ciudad le miraban asombrados, mientras él entraba en la villa en una carroza, con una comitiva de Enanos de las Cuatro Colinas de Hierro. Desde la escalinata del palacio de los Flemdis los otros ocho Magos le miraron incrédulos. Faltaban pocos días para que Iqdbelion cumpliera los setenta años, pero aparentaba muchos más: estaba demacrado, consumido, terriblemente delgado, con los cabellos mucho más grises de cómo los tenía cuando marchó, con una sonrisa macabra en su rostro pleno de alegría. Algo le había alegrado mucho: estaba exultante.
Y no era  para menos: había  encontrado todo lo que buscaba, y más. Porque  el hechizo que  le había  interesado desde el principio resultó ser mucho mejor de lo que él creía: no sólo proporcionaba la inmortalidad, sino que daba también más poder, más fuerza, más competitividad.... Lo que era muy peligroso en un Flemdis.
El Mago reunió a sus ocho compañeros en una sala del palacio de los Flemdis, en la sala de audiencias, para exponerles un ultimátum: él, Iqdbelion, se iba a convertir en el Mago más poderoso de la historia, y quería saber si ellos estaban a su lado o en su contra. El resto de la orden no le creyó. Al contrario, le increparon su ausencia sin ninguna noticia, la forma en que había vuelto como si de un rey se tratara, de su reciente discurso proclamándose el mejor Mago de Melnûn.
Iqdbelion se rió mucho cuando se acercó a una ventana de la sala y, levantando sus dedos hacia el Sol, lo apagó con un gesto. Los Magos se quedaron sin habla cuando lo vieron. Y la gente de Sath-Nür, a pesar de estar acostumbrada a la magia, se asustó mucho cuando vio que el Sol se apagaba con la misma facilidad que una hoguera a la que se le echa un cubo de agua.
El Sol volvió a encenderse cuando el Mago lo quiso, y el resto de los Flemdis tuvieron que reconocer que su poder había aumentado. Habían sido muchos meses leyendo hechizos para encontrar el que él quería, y su mente preclara había aprendido muchos que se había guardado.
Iqdbelion se recluyó entonces en sus aposentos. Quería descansar, preparándose para su gran día. Los otros ocho Flemdis tuvieron varias discusiones acaloradas, en las cuales se vio claramente que la orden se había dividido en dos facciones: una que reconocía la superioridad de Iqdbelion y proponía nombrarle Mago Supremo de la orden y otra que pugnaba por expulsar al soberbio Mago, poniendo en marcha una selección de aspirantes al puesto vacante, que deberían pasar las pruebas en la torre de Ígheon.
A los  pocos  días,  Iqdbelion  se presentó  ante  los ocho Flemdis y les dijo que se había acabado el tiempo. Tenían que ponerse de su lado o darle la espalda. Seis se pusieron de su parte, aunque le rogaron que no fuese tan extremista. Reconocían su superioridad, pero no compartían su ideal de dominio total de la tierra de Melnûn por su parte. Los otros dos se negaron, aduciendo que la orden había sido siempre de nueve y no de uno, con ocho siervos. Pero entonces Iqdbelion les dijo que la orden quedaba deshecha y que a partir de entonces el único que importaba sería él.
De sus manos comenzaron a salir rayos de color verde, finos y retorcidos como patas de araña, que atravesaron la piedra de las paredes y el suelo. Sus cabellos, eléctricos, se pusieron enhiestos en torno a su cabeza. Sus ojos estaban abiertos, llenos de demencia. Ante el temor que él les inspiraba, los seis Flemdis cobardes se rindieron a sus pies. Sin embargo, los otros dos se mantuvieron firmes y se negaron a aceptar a Iqdbelion como dueño y señor de Melnûn. Iqdbelion los amenazó, diciendo que se encargaría de ellos cuando estuviese preparado.
Entonces el tan esperado hechizo se llevó a cabo. Iqdbelion tomó entre sus manos el Tiridiamante, rodeado por sus seis servidores, y recitó las palabras que había memorizado en la torre de Ígheon. Tras la alocución, una serie de espasmos le convulsionaron. Su alma, en forma de nube de vapor verde, salió de su cuerpo por la boca para introducirse en el Tiridiamante. Se había librado de su alma mortal para convertirse en inmortal.
Su cuerpo había cambiado. Sus ojos se habían rodeado de espesas y negras ojeras. Sus carnes parecían haberse esfumado, para dejar solo un cuerpo huesudo cubierto de finos músculos y piel. Sus manos se volvieron descarnadas y largas y su nariz aquilina. Los ojos refulgían con una luz verdosa.
Entonces, su primera acción fue recompensar a sus fieles seguidores, los otros seis Flemdis que habían sido leales a su poder. Modificando el maldito hechizo en ese mismo instante, les impuso las manos y se alimentó con sus almas, convirtiéndoles en lo que los habitantes de Melnûn llamaron Sacerdotes Oscuros. Iqdbelion mostró su crueldad con sus mismos seguidores. Les condenó a no tener rostro, a no tener formas definibles, a ser entre muertos y vivos, a tener que alimentarse de las almas de los mortales.... Pero también les convirtió en inmortales, seres que nunca podrían morir. Sólo eran débiles ante las armas hechas con hierro azul.
Con su nuevo séquito de macabros servidores, Iqdbelion se mostró ante la población de Sath-Nür. Salió a una balconada del palacio con una capa negra sobre sus hombros y anunció con una voz serena y clara que se nombraba a sí mismo Señor de Melnûn y que como primera muestra de su poder pensaba arrasar esa insignificante ciudad con un solo movimiento de su mano. Les daba dos horas para abandonarla.
La gente no le creyó. Le habían visto llegar a la ciudad hacía tan sólo unos días, como un emperador. Todos creyeron que se había vuelto loco. Pensaron que la orden se apresuraría a invitarle a abandonarla y comenzarían las pruebas en la torre de Ígheon para encontrar a su sustituto. Así que atribuyeron tan grandilocuente discurso a su locura. Pero cuando el tiempo se cumplió, todos se arrepintieron de no haber escuchado a los dos Flemdis que habían recorrido la ciudad durante ese tiempo, conminándoles a huir.
Primero Iqdbelion apareció en el mismo sitio que antes, la balconada de mármol en lo alto del palacio de los Flemdis. Con las manos en alto, anunció que había llegado la hora de demostrar el gran poder del Señor de Melnûn. La mayoría de los ciudadanos que estaban en las calles se acercaron a ver qué ocurría. Incluso los que estaban lejos, sintieron la necesidad de acercarse a la plaza del palacio de los Flemdis. Los que estaban en sus casas, notaron que algo iba a ocurrir, saliendo de ellas o asomándose a las ventanas.
Después, el cielo se oscureció, no porque el Sol se hubiese apagado como hacía unos días, sino porque una serie de nubes habían surgido de la nada para cernirse sobre Sath-Nür en espirales. Entonces  Iqdbelion  bajó  los  brazos,  que  había mantenido en alto mientras murmuraba unas palabras en el idioma de la magia.
Un enorme cometa de fuego surgió del centro de las espirales de nubes. Cubierto de llamas y seguido por brasas y cenizas, cayó sobre la ciudad. Nadie quedó vivo. El cometa cayó sobre la plaza que había frente al palacio, donde hizo un agujero del que salió despedido el fuego y las rocas ardientes. La ciudad se agrietó desde ese agujero, tragándose los edificios y a la gente. La tierra retumbó, generándose terremotos que se propagaron hasta la cercana Hávet y hasta el país de los Elfos. La ciudad se convirtió en una serie de ruinas ardientes, grietas de las que salía roca fundida y simas por las que caían los habitantes y las construcciones.
El Apocalipsis sacudió la tierra de Melnûn.
Todos los habitantes de Sarh-Nür murieron. Los únicos que surgieron de entre las llamas y la destrucción fueron Iqdbelion y sus seis Sacerdotes Oscuros.
Después, lleno de soberbia y de poder mágico, Iqdbelion (con su séquito de muertos andantes) viajó hacia el oeste. Se dirigieron a Hávet, otra de las grandes ciudades de Melnûn. Viajaron sin prisa, utilizando tres o cuatro días en llegar. Una vez allí, repitió el espectáculo de Sath-Nür: les daba dos horas para dejar la ciudad. Los habitantes de la ciudad costera, que habían visto el cometa que había acabado con la Ciudad de los Magos, huyeron enseguida. Pero esta vez Iqdbelion no esperó el lapso de tiempo prometido: al ver a los habitantes huir, convocó a las aguas del mar, que se elevaron desde la playa e inundaron las calles, arrasando con todo lo que encontraron. Pájaros de fuego bajaron desde el cielo por orden del Mago, incendiando lo que sobresalía de las aguas y quemando a los supervivientes. Los pocos que sobrevivieron aseguraron que cuando Iqdbelion se marchaba, una risa macabra y déspota le hacía convulsionarse, complacido.
Iqdbelion se instaló en la torre de Ígheon, convirtiéndose en la capital de Melnûn. Pero el resto del continente no se quedó de brazos cruzados. El relato espeluznante del Apocalipsis vivido en Sath-Nür y en Hávet que contaron los supervivientes de ésta última despertó la ira del resto de razas y habitantes de Melnûn.
Enanos, Guerreros D’Anesti, Rasharrezum, Hombres, Centauros, Elfos.... Se enfrentaron a Iqdbelion y su ejército, compuesto por los seis Sacerdotes Oscuros y un puñado de Mélgodos de las montañas, que logró atraer a su causa prometiéndoles poder saquear el campo de batalla y los cuerpos de los caídos cuando todo hubiese acabado.
La batalla tuvo lugar en el llano de Hávet, al norte de la destruida ciudad. El cronista de la torre de Ígheon (Tarrestmont, un historiador elegido y coaccionado por Iqdbelion) lo llamó batalla, pero debería haber escrito carnicería: según las crónicas, nueve de cada diez combatientes del ejército aliado sucumbieron en la lucha. Cientos de miles de soldados contra un centenar de Mélgodos, seis seres sin alma y el Nigromante. Y no hubo victoria.
Entonces comenzó el reinado de terror de Iqdbelion. Comenzó a exprimir al pueblo, se alió con los Mélgodos de Kûnten-Dhaza para seguir reprimiendo a la población, atacó duramente a las razas que habían participado en la batalla.... Los Guerreros D’Anesti y los Rasharrezum habían acudido en masa a la batalla: fueron los más perseguidos después. Los Centauros y los Enanos participaron en la batalla en gran número, pero los primeros habían sido diezmados y el Nigromante se olvidó pronto de ellos; y los segundos fueron obligados a construir un pueblo amurallado alrededor de la torre de Ígheon. Los Elfos pelearon bravamente, pero fueron pocos los que estuvieron en el llano de Hávet: Iqdbelion no les molestó demasiado. En cuanto a los Duendes, no participaron en la batalla y los Caballeros de Iridia, por su parte, además de no participar en el levantamiento contra el Nigromante, se unieron a él, sabedores de cuál era el equipo ganador en el nuevo orden de Melnûn.
La población siguió siendo atacada por las tropas del Nigromante. Los habitantes de Melnûn fueron disminuyendo, hasta convertir el continente en una tierra deshabitada. Además, los habitantes que quedaron y que nacieron a partir de entonces tuvieron que hacer frente a una serie de leyes de férreo cumplimiento:
La ley de restricción de las armas obligaba a cualquier habitante de Melnûn a portar tan sólo un arma, ya sea cuchillo, espada, hacha, lanza.... Los arcos estaban permitidos, aunque los Mélgodos, los encargados de mantener el orden en el nuevo orden establecido, a menudo tomaban presa a la gente sin motivo aparente. Llegaron a arrestar a gente que cazaba por el campo que sólo llevaba un cuchillo de monte y un arco corto para cazar. Las armas de hierro azul (el metal prohibido) estaban terminantemente prohibidas.
La ley de las bebidas espirituosas y embriagantes prohibía el consumo y producción de bebidas alcohólicas. Todos los licores, cervezas y vinos estaban controlados y requisados por el Nigromante.
La ley de asilo prohibía prestar ayuda y acoger en casa a cualquier viajero que se presentara en la puertas. Para viajar por Melnûn se necesitaba un visado válido, extendido y validado por las patrullas de Caballeros de Iridia y de Mélgodos que vigilaban los caminos.
La ley del control de la población sólo permitía tener un hijo, fuera del sexo que fuera, a cualquier pareja, sin excepción en cuanto a la raza.
La pena impuesta por Iqdbelion ante los que ignoraban o se saltaban estas leyes (considerados criminales de guerra y enemigos del Nigromante) iban desde castigos físicos y torturas; pérdida de la casa, la granja y los animales; trabajos forzados.... hasta el encierro perpetuo en prisión y la muerte.


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