martes, 11 de noviembre de 2014

Arrieros Somos y en Astudillo Nos Encontraremos - XXII


UNA LISTA DE COSAS
  
Mucho más adelante, siguiendo por el pasillo y después de haber subido dos tramos de escaleras, los tres escuderos vieron una puerta a la izquierda que tenía un crucifijo clavado. Sabiendo que tenían que ir a la capilla, decidieron entrar en esa sala.
En efecto la capilla era allí: era una sala pequeñita, con ocho o diez bancos de madera delante de un altar pequeño, que estaba por delante de un crucifijo grande de madera, con la imagen del Cristo clavado en él. Arrodillado delante de uno de los bancos había un fraile, de espaldas a ellos, con las manos juntas, rezando hacia el altar. Cuando cerraron la puerta, el fraile se dio la vuelta.
- ¡Alabados seáis! – dijo el hombre, poniéndose de pie. – Acercaos, acercaos. Sentaos por aquí – dijo señalándoles el banco detrás del que ocupaba él. Los tres niños obedecieron. – Me alegro de que hayáis llegado hasta tan lejos. Estáis a punto de rescatar a vuestra princesa, ¿eh? Bueno, eso no está tan mal como pudiese parecer a primera vista.... – dijo el fraile, sonriendo con bondad  ....cuanto más desorden, más revuelo. Cuanto más revuelo, más agitación. Cuanta más agitación, más caos. Cuanto más caos, más cerca queda el Apocalipsis....
Los tres niños no sabían a qué se refería el fraile, así que se quedaron sentados en silencio, mirando alrededor, contemplando la capilla del castillo: era pequeña y bonita.
- Bueno, me presentaré: soy fray Malaquías, el confesor de la reina. Soy fraile en el monasterio de Torre Marte, pero mi compromiso con su majestad me permite vivir en el castillo. La prueba que voy a poneros es de ingenio, cosa muy poco valorada en estos tiempos. Mi apuesta es esta Biblia que tengo....
- Déjese de Biblias.... – cortó María, sacudiendo una mano. – No la necesitamos, ya tenemos una Biblia cada uno. Pero no nos vendría mal un carro.... ¿Tenéis carros en el castillo?
- Por supuesto que sí, en las cuadras.
- Entonces consíganos un carro de cuatro ruedas, cubierto, que sea cómodo – dijo María, resuelta. – Y nosotros apostaremos una reliquia de San Vito que Darío tiene en muy alta estima....
- ¡¡Eh!! – saltó Darío, ofendido. – ¡Mi reliquia no!
- Vamos, hombre.... – pidió María.
- Está bien.... Un carro por mi reliquia de San Vito – aceptó el escudero.
- Muy bien. La apuesta está hecha. Me juego un carro contra vuestra reliquia a que no sois capaces de decir más animales mitológicos que yo.... – dijo fray Malaquías, con expresión inocente.
- ¡Bah! Eso es muy fácil – se envalentonó María.
- Yo soy capaz de deciros cinco animales mitológicos – dijo fray Malaquías, siguiendo con su tono ingenuo.
- Nosotros podemos decir seis animales mitológicos – aseguró Darío.
- Muy bien.... – el fraile hizo como que meditaba. – Yo diré ocho....
- Nosotros nueve.... – dijo Darío, calculador.
- Uff.... – fingió el fraile que se ponía nervioso. Se quedó un rato pensativo y dijo. – Venga, me arriesgo con diez....
- ¡Quince! – saltó María, animada, queriendo terminar con aquel regateo inacabable. Sus dos amigos se volvieron hacia ella con susto.
- Muy bien.... – dijo el padre Malaquías, sonriendo como un zorro astuto. Tenía a los tres escuderos justo donde quería desde el principio. – Adelante con vuestras quince....
- Pero.... cómo....
- Habéis asegurado que sois capaces de citar quince animales mitológicos.... veamos si es verdad y ganáis la apuesta.... – dijo el fraile, con tono inocente y sereno, pero con una sonrisa astuta y malintencionada.
- ¡Mira lo que has hecho, María! – se quejó Darío.
- Vamos, hombre, no te enfades.... No tengas miedo, que lo podemos conseguir.... – dijo la niña, segura de sí misma, optimista. Miró fijamente al fraile y empezó a enumerar. – A ver, quince animales mitológicos: el grifo, la esfinge, el basilisco, el ave fénix.... la gárgola, el leviatán.... – María guardó silencio un par de segundos, pensando. –....el centauro, el cíclope, la sirena.... – miró de refilón a sus dos amigos, con una mirada de ayuda, nada tranquilizadora –....el unicornio, Pegaso, el Minotauro, la Medusa, el can Cerbero....
La niña se quedó callada, a falta solamente de uno. El fraile sonreía, superior, a punto de dar por terminada la prueba. Pero entonces Sergio abrió los ojos como dos platos enormes.
- ¡El dragón! ¡El dragón! – dijo, contento y acelerado. Los tres amigos se pusieron a dar saltos y botes, alegres y felices. El fraile bajó los hombros, hundido.
- Veo que sois gente instruida – reconoció, demostrando que tenía buen perder. – Me encargaré de que os preparen vuestro carro. Ahora seguid por aquí hasta la Sala del Trono – explicó, empujando una pared, que se abrió como una puerta, demostrando que era un pasadizo secreto. – Os espera su majestad la reina.
Los tres escuderos asintieron, agradecidos, y empezaron a subir por la escalera de caracol escondida tras la pared.
El fraile se quedó atrás, en la capilla, pensativo. Aquellos escuderos eran muy buenos. ¿Podrían rescatar a la princesa Adelaida? Parecía que sí.... ¿Y eso sería bueno para el reino o malo? ¿Se acercarían al apocalipsis si la princesa era rescatada o era mejor que se quedara prisionera en Astudillo?
Fray Malaquías no estaba seguro, pero pensó que tendría que hacer algo para liar un poco más la cosa....


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