martes, 18 de noviembre de 2014

Arrieros Somos y en Astudillo Nos Encontraremos - XXIV


UN NOMBRE Y UN COLOR

Llegaron a la última habitación de la torre, después de subir un montón de escaleras. Los tres amigos llegaron resoplando, como perros al Sol.
La escalera terminaba allí, en una especie de descansillo, delante de una pared con una puerta de madera muy vieja, pero que parecía fuerte y resistente. La puerta tenía un pomo de hierro y una cerradura.
Delante de la puerta había una doncella, vestida con lujo y elegancia. Estaba sentada en una mecedora y se puso en pie en cuanto los tres escuderos llegaron allí. Los miraba con interés y atención, y sonreía ligeramente.
- No imaginaba que llegaríais aquí – dijo, a modo de saludo. – Lo esperaba, pero no podía imaginarlo. Pero bueno, ya estáis aquí, ya podéis rescatar a la princesa Adelaida....
La infanta sacó de la manga ancha de su vestido un aro de metal con una llave y se giró hacia la puerta, con intención de abrirla. Los niños se sorprendieron mucho, al ver que no tenían que pasar la última prueba para rescatar a la princesa.
- Pero.... ¿esto es de verdad? ¿No tenemos que apostar ni nada? – preguntó María, diciendo en voz alta lo que los tres estaban pensando, sorprendidos pero también aliviados y contentos. La infanta Rosalinda se giró entonces hacia ellos, con la cara tensa. Empezó a sudar mucho y le temblaba la mano en la que sujetaba la llave, que tintineó.
- Es verdad.... Tenemos que apostar.... – dijo, respirando con fuerza. – Yo no quería, pero si me lo proponéis, no me queda más remedio....
La muchacha empezó a calmarse, al haberse convencido a sí misma de que iba a apostar. Darío y Sergio miraron a María con cara enfadada y acusadora: la niña había despertado el espíritu apostador que la infanta, como habitante del reino de Cerrato, tenía grabado a fuego en la cabeza y ahora no podrían librarse de la prueba. La escudera se encogió de hombros, pidiendo perdón.
- Bien – dijo la infanta, calmada. Su deseo de apostar se había despertado ante las palabras de la niña, pero lo había calmado ante la perspectiva de una apuesta. – Os diré un acertijo, que tendréis que adivinar en un minuto. Sólo podéis darme una respuesta. Si es la correcta os daré este collar de perlas....
- ¿Y por qué no nos dais mejor la llave que guardáis en la manga? – intervino María, intentando arreglar el error que había cometido antes.
La infanta se lo pensó un momento y después asintió.
- De acuerdo. ¿Qué me ofrecéis vosotros? – dijo Rosalinda.
Los tres amigos se miraron, sin saber qué podían ofrecer a una muchacha de la nobleza que ya lo tenía todo.
- Nos apostamos una aventura de amor – dijo Darío, inspirado de repente. – Conocemos a muchos caballeros que os cortejarían sin dudarlo. Podemos hablar con ellos....
Rosalinda levantó una ceja, interesada. Estuvo pensando un instante para aceptar al final.
- Muy bien. Una llave por una historia de amor con un caballero de verdad – dejó claro la infanta. – Ahí va el acertijo:

“El enamorado le dijo a la dama
que de qué color vestía y cómo se llamaba.
Si el enamorado es entendido
ahí lleva el nombre de la dama y el color de su vestido”

La infanta dio la vuelta al pequeño reloj de arena, que empezó a dejar caer su contenido. Tenían un minuto para adivinar el acertijo, y las caras de los tres mostraban que ninguno lo sabía. Estaban perdidísimos.
- Vamos a ver: tenemos que adivinar el nombre de la dama y de qué color va vestida, ¿no? – preguntó María, a sus amigos, que se habían colocado en círculo.
- ¿Pero cómo vamos a divinar un nombre y un color, sin ninguna pista? – se quejó Sergio.
- No lo sé.... – dijo Darío, pensativo. – Pero sólo tenemos una oportunidad, así que no podemos decir nombres y colores hasta acertar....
El tiempo pasaba y los tres escuderos intentaban encontrar una pista en el acertijo, pero no la acertaban. No podían creerse que, estando tan cerca de Adelaida, iban a fallar justo entonces.
- Un momento.... – dijo Darío de pronto. – A lo mejor es una tontería, pero puede ser una pista....
- ¿Lo tienes? ¡Pues dilo! – dijo María, mirando al reloj de arena: quedaba muy poco para que se acabara.
- No estoy seguro.... – dijo Darío, volviéndose hacia la infanta Rosalinda, nervioso. – La dama se llama Elena y el vestido es morado....
La arena del reloj terminó de caer y todos se quedaron en silencio, Darío mirando a la infanta con resignación, María y Sergio mirando a su amigo tensos por los nervios y Rosalinda observando con cara de póker al escudero que había contestado.
- Correcto – dijo la infanta Rosalinda, sacándose de la manga la llave y entregándosela a Darío. Los otros dos escuderos saltaban y gritaban de alegría, abrazándose a su amigo, que suspiraba aliviado contemplando la llave de latón.
La infanta los miró y sonrió, contenta por la alegría de los niños. No sabía si también la alegraba perder de vista a Adelaida o no.


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