sábado, 15 de noviembre de 2014

Arrieros Somos y en Astudillo Nos Encontraremos - XXIII


UN CUENTO DE PAPEL

María, Sergio y Darío subieron por la escalera oculta hasta llegar a una puerta de madera. Estaba abierta, así que tiraron de ella y pasaron al otro lado. Salieron detrás de un tapiz, que apartaron para darse cuenta de que habían llegado a la Sala del Trono.
Allí los estaba esperando la reina Guadalupe, sentada en su trono, despreocupada, leyendo una revista del corazón. Cuando se dio cuenta de que los tres extranjeros estaban allí, dejó la revista, bajó los pies del reposabrazos y les sonrió, tranquila.
- Veo que habéis llegado hasta aquí – dijo la reina, serena y admirada de verdad. – Sois unos contrincantes muy buenos y duros. Pero no os confiéis, os quedan unas pruebas muy difíciles....
- Eso dicen todos.... – murmuró María, para sus amigos.
- ....pero antes de la prueba – seguía diciendo la reina Guadalupe – hay que fijar la apuesta. Yo me apuesto tres tazones de pepitas de rubí a que no sois capaces de superarla....
- ¿Y para qué queremos nosotros pepitas de rubí? – dijo María, arisca. – Esa moneda sólo es válida en el Cerrato y nosotros pretendemos volver a Castillodenaipes. ¿Para qué querremos una fortuna en pepitas de rubí si no nos valdrá para nada? – razonó la niña. – Sin embargo, nos vendrían bien un par de buenos caballos, capaces de tirar de un carro....
- ¿Queréis que me apueste unos caballos? – preguntó la reina.
- Solamente necesitamos dos.
- ¿Y qué me ofrecéis vosotros? – pidió la reina.
- Podemos ofrecerle un bonito peine que tiene mi amiga María – propuso Darío. – Es de nácar y marfil, muy suave y muy bonito. Podréis peinaros vuestra larga cabellera con él....
María lo había sacado de su mochila para que la reina lo viera y es verdad que era muy bonito. A la reina le convenció el trato y dio paso a explicar su prueba.
- Estoy harta de que el bufón Pichiglás intente entretenerme todos los días con sus monerías y tonterías – empezó a contar, cansada. – Siempre hace lo mismo: volteretas, saltos, malabares, andar en monociclo, equilibrios, piruetas.... y tiene la manía de terminar siempre el espectáculo dándose unos trompazos tremendos.... ya se ha roto un brazo, una pierna, los dedos de la mano derecha y dos veces la nariz esta temporada – la reina sacudió la cabeza, decepcionada. – Por eso quiero que intentéis entretenerme. Tenéis cinco minutos para hacer algo que me entretenga y me guste.
Los tres niños se quedaron inmóviles, asombrados y sin saber qué hacer ante la propuesta de la reina Guadalupe. Pero cuando su majestad dio la vuelta al reloj de arena se pusieron en movimiento y empezaron a hacer cosas.
Sergio hizo el pino y empezó a andar con las manos por todo el salón, pero la reina lo miró sin interés. Darío empezó a contarle adivinanzas a la reina, pero ésta sólo bostezaba. María lo intentó con los chistes, pero sólo se rieron Darío y Sergio: la reina Guadalupe ni siquiera sonrió.
Bailaron entre los tres, improvisaron una obrilla de teatro, pero la reina no se inmutaba. Y los cinco minutos pasaban.
- Majestad, ¿tenéis un trozo de papel por ahí? – preguntó Sergio, casi al final, cuando quedaba muy poca arena. La reina se lo alcanzó y el escudero empezó a hacer dobleces en él, con rapidez, vigilando con el rabillo del ojo la arena del reloj que quedaba por caer. Una vez que lo terminó empezó a contarle un cuento a la reina, usando el papel para crear a los personajes. Doblando y desdoblando el papel Sergio formó un pato, un zorro, un pajarito, un barco, una casa, una corona de rey.... mientras iba contando las desventuras del pobre rey que había perdido su corona. (1)
Darío, María y (lo que era más importante) la reina Guadalupe lo miraron embelesados, sin perderse ninguna de sus palabras, ni de sus gestos, ni de las formas que creó con el papel. Sergio terminó su cuento algo más tarde de que la arena hubiese terminado de caer, pero la reina acabó tan contenta y entretenida que no se fijó en un detalle tan insignificante.
- ¡Muy bien! ¡Muy bien! ¡Bravo! –aplaudió la reina al final del cuento. Sergio se puso todo colorado, mientras sus dos amigos también le aplaudían. – Me ha gustado mucho, sí señor. Tienes que hablar con Pichiglás y enseñarle a hacer esas cosas para que me pueda deleitar con ellas cuando esté aburrida.
Sergio hizo una reverencia, avergonzado.
- Tendréis los caballos que nos apostamos, no os preocupéis – dijo la reina, humilde. – Haré que alguien os los prepare. Salid ahora por la puerta y caminad hacia la derecha. Allí encontraréis unas escaleras: subid hasta la última habitación de la torre. Sólo os queda una prueba con la infanta y, aunque espero que no la superéis, os deseo buena suerte....
- Muchas gracias – contestaron los tres escuderos, haciendo una reverencia educada, que la reina aceptó con un asentimiento.
Después salieron de la Sala del Trono hacia la última prueba.

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(1) El cuento que Sergio el escudero le contó a la reina Guadalupe usando un papel podréis leerlo en este mismo blog el 27 de noviembre.

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