domingo, 10 de mayo de 2015

Târq (7) - Capítulo 7 + 20


- 7 + 20 -
  
El padre Beltrán había sentido un peso de culpabilidad que le caía encima de repente, cuando todo el grupo se dispersó y se separó por la casa llena de fantasmas. Todos estaban allí por él, estaban allí porque él iba a enfrentarse a los siete fantasmas y no querían que lo hiciese solo.
Por primera vez pensó que todos podrían morir por su culpa. Incluido él mismo.
Corrió por el atrio circular, entrando por una de las puertas que había abiertas, recorriendo la sala del piano que había al otro lado (del piano sólo quedaba un montón de maderas y teclas por el suelo), atravesándola y llegando hasta la siguiente sala, una habitación grande, llena de polvo, que tenía una amplia ventana al otro lado, ancha y alta, que llegaba hasta el suelo, por la que se podía salir al jardín. Ahora estaba cerrada, los postigos clavados con maderos por dentro y por fuera.
Y delante había un fantasma.
- Fray Guillermo.... – musitó el padre Beltrán, con pena y sorpresa.
Tenía el aspecto pálido y brumoso de todos los fantasmas, pero podía intuirse la barba oscura y el marrón desvaído del hábito. Sabía que uno de los siete fantasmas era fray Guillermo, pero verle le afectó igual que si no lo hubiese sabido.
- ¿Acaso te deseé algún mal? – le preguntó el espectro y escuchar la voz de su antiguo maestro y amigo le afectó todavía más hondo que verle. – ¿Acaso te hice daño de alguna manera? ¿Por qué me mataste?
El padre Beltrán hubiese atacado al fantasma, con su cuchilla de plata o con algún conjuro que le hubiese venido a la mente, en cualquier otra circunstancia. Pero en aquella situación, delante de fray Guillermo, sólo se le ocurrió responder.
- No me hizo daño, maestro – respondió, utilizando el apelativo con el que se dirigía a fray Guillermo, hace ya tantísimos años. – Me enseñó muy bien y si he llegado tan lejos ha sido gracias a usted. Pero tuve que matarle.
El fantasma de fray Guillermo le miró en silencio, un rato largo. No parecía que fuese a atacarle, así que el padre Beltrán no se preocupó ni atacó. No estaba seguro de poder hacerlo.
- ¿Por qué me mataste? – repitió el fantasma de fray Guillermo, demostrando que ya había agotado todo su discurso.
- Porque era lo necesario – contestó, con un nudo en la garganta. – Fue lo que me enseñó: el sacrificio menor para salvar al bien mayor....
Fray Guillermo le miró, sin cambiar su imagen. Sin embargo, sus ojos se encendieron de color rojo.
- ¿Acaso te hice daño de alguna manera? – su voz seguía igual, quizá con un toque agresivo que antes no había.
- Ninguno, maestro.
- Ha llegado el momento de que te lo haga.... – dijo el fantasma de fray Guillermo, con voz mucho más dura de la que había usado hasta ese momento. Bramó con fuerza y con furia y se lanzó contra el padre Beltrán. Éste le recibió con lástima y sólo en el último momento reaccionó: recitó unas palabras en lyrdeno y movió la mano delante de él, de izquierda a derecha, con el meñique y el anular plegados y el índice y el corazón estirados y pegados, con el pulgar hacia un lado. El fantasma de fray Guillermo salió despedido hacia el lado en que había movido la mano el padre Beltrán, como si le hubieran golpeado con una bola de demolición: no se disgregó pero salió de la sala atravesando la pared.
La pared quedó tal cual estaba.
Algo bramó detrás del padre Beltrán, que se dio la vuelta con velocidad. Delante de él estaba Bundy, el demonio bebé de Anäziak, que había sido uno de los Ocho Generales del Príncipe. Tenía el mismo aspecto que cuando había cruzado hasta este mundo el verano pasado, sólo que un poco más pálido y brumoso. Los ojos eran distintos: los tenía rojos, como bombillas, como todos los fantasmas enfadados.
Bundy saltó hacia el padre Beltrán, que no pudo pronunciar ningún conjuro, así que usó su cuchilla de plata cortando al fantasma en el aire, desde la cadera derecha al hombro izquierdo. El fantasma se desvaneció como si estuviese hecho de humo o formado por cenizas, desde el corte hacia los dos extremos.
El padre Beltrán notó que se le erizaban los pelos de la nuca y se giró, alerta. El fantasma de fray Guillermo había aparecido de nuevo en aquella habitación. Se tiró a por él, el padre Beltrán le lanzó un corte con la cuchilla de plata, el espíritu la esquivó y le golpeó con las palmas de las manos en el pecho, lanzando al anciano sacerdote contra la pared de atrás, chocando contra ella, astillando la madera y haciendo que cayeran trozos de yeso al suelo. El padre Beltrán cayó al suelo, tosiendo de dolor y notando la espalda arder.
- Vrinden....
El fantasma de fray Guillermo planeó hasta él de nuevo, pero esta vez el padre Beltrán reaccionó a tiempo, pronunciando el conjuro anterior y repitiendo el movimiento de la mano, esta vez de derecha a izquierda. El fantasma fue empujado contra la misma pared contra la que había chocado el padre Beltrán, pero el fantasma la atravesó limpiamente.
El padre Beltrán se levantó con dificultad, dolorido, y cruzó a la habitación anterior, a la que había mandado al fantasma de fray Guillermo.
Al atravesar el umbral el fantasma le agarró por los hombros, apretando con mucha fuerza. El padre Beltrán gritó, escuchando crujir las articulaciones. El fantasma del fraile le levantó por encima de la cabeza y le lanzó a la otra esquina de la habitación, por encima de los restos del piano.
El padre Beltrán se levantó pesadamente, notando que el hombro izquierdo se le había dislocado. Agarró con fuerza la cuchilla en la mano derecha y lanzó un tajo al fantasma de fray Guillermo cuando volvió a planear hacia él. El fantasma se volvió invisible y desapareció, al menos aparentemente.
El padre Beltrán aprovechó para acercarse a la pared y colocarse el hombro contra ella, golpeándose la articulación varias veces, hasta que volvió a su sitio. Después se dio la vuelta y observó a su alrededor, alerta, con la cuchilla preparada.
Un fantasma invisible era peligroso, aunque podía realizar menos “trucos” para atacar a un vivo. El padre Beltrán lo sabía, así que caminó hasta el centro de la habitación y se detuvo allí, atento, con las piernas ligeramente abiertas y los brazos a ambos lados del cuerpo.
Un pedazo de piano voló hasta él, pero como estaba atento lo esquivó fácilmente. Cinco o seis teclas se levantaron del suelo y volaron en fila, por el techo, en círculos. Salieron despedidas de repente hacia él: el padre Beltrán se agachó, girándose, cubriéndose con el abrigo largo de paño. Las teclas de piano le dieron en la espalda y cayeron al suelo, inofensivas.
- ¿Eso es todo? – dijo, cual grajo. – ¿Te has unido a esta venganza para tirarme trozos de madera?
Una cuerda del piano se levantó de entre los restos, oxidada pero fina como antaño. Se estiró, tensa y viajó veloz hacia el padre Beltrán. Éste musitó unas palabras en lyrdeno y colocó la mano frente a sí, con la palma estirada. La cuerda del piano le dio en la palma y se dobló, como un alambre inocente, cayendo al suelo, sonando a metálico. Aun así, la palma de la mano le sangró un poco, con un corte transversal.
- ¿Y qué?
El fantasma de fray Guillermo se apareció de nuevo, furioso, lanzándose con las manos por delante hacia el padre Beltrán. Éste no se inmutó: estaba peleando y los sentimientos se dejaban fuera en esos casos. Lanzó la cuchilla hacia el fantasma, atravesándole la frente, disolviéndole en el aire. La cuchilla siguió su camino y se clavó en la pared, al otro lado de la habitación.
Allí, en la puerta que daba a la otra sala, había un nuevo fantasma. El padre Beltrán lo reconoció desde el primer momento. Achicó los ojos tras las gafas de sol y apretó los labios.
- Caramba: el jefe.... – comentó. Se sentía inspirado y sabía que a los fantasmas vengativos se les podía irritar si se usaban las palabras correctas.
El fantasma de Bruno Guijarro Teso caminó un par de pasos y se detuvo delante del cura de negro. Estaba igual que en vida, con el aspecto pálido de los fantasmas. Pero miraba al padre Beltrán con rabia mal contenida.
- Volvemos a vernos, Beltrán.... – dijo el fantasma de Bruno Guijarro Teso.
- No hubiese sido necesario ni natural hacerlo – respondió el padre Beltrán, que comprendió al momento que no estaba tratando con un espectro normal y corriente. – Sobre todo teniendo en cuenta que estás muerto....
- Muerto, sí, pero mi alma se quedó aquí, con una cuenta pendiente.... – dijo el fantasma de Bruno Guijarro Teso y casi sonó humano.
- Vengarte....
- Ni mucho menos – sonrió el fantasma. – Mi pesar era no haber conseguido un “encarnado”. Era lo único que me impedía ir al mundo de los espíritus.
- Pero aquí estás ahora, mandando un grupo de siete fantasmas para vengarte.... – dijo el padre Beltrán. – Lo cual es curioso, ya que yo no te maté....
- ¡Pero eso no era lo que a mí me importaba! – saltó el fantasma del ex-agente de la ACPEX. – ¿No lo acabo de decir? ¡Usted frustró mis planes de hacerme con una criatura! Eso era lo único que quería....
- ¿Y cómo has podido reunir a este grupo de siete fantasmas? – preguntó el padre Beltrán, realmente interesado. – Es lo único que no entiendo de todo este embrollo....
- No los he reunido yo.... – dijo el fantasma y el padre Beltrán comprendió que era muy diferente a los demás, cuando lo vio sonreír. – Ha sido un antiguo conocido.... ¿Le suena el Príncipe de Anäziak?
El padre Beltrán sufrió un sobresalto, pero no lo exteriorizó. Recordaba al Príncipe, claro que sí, pero sobre todo sus últimas palabras: “¡Anäziak Printze nikad ahaztu!” (1) Lo comprendió todo al instante, sabiendo como sabía que entre los siete fantasmas estaba Andrés García Aragón, el guardia civil que había quedado infectado por los poderes de los demonios y que había matado hacía pocos meses. Comprendía la implicación de Bruno Guijarro Teso, por qué no era un fantasma como los demás (estaba manejado e influido por el Príncipe) y por qué habían atacado a Atticus primero y (cuando aquello falló) después a Jonás.
- Muy bien – dijo el padre Beltrán. – Todo está en orden. Adelante....
El fantasma volvió a sonreír, sus ojos se pusieron rojos y se tensó para saltar a por el anciano sacerdote. Pero no pudo hacerlo.
Otro fantasma había aparecido a su lado, pálido como todos y desdibujado como le correspondía a su condición de fantasma, pero aun así podía reconocerse su piel oscura, de origen indio.
El padre Beltrán reconoció a la niña, aunque le costó un poco más recordar el nombre.
- Mowgli.... – musitó, contento.
El fantasma de la niña agarró al de Bruno Guijarro Teso y tiró de él, alejándole del anciano sacerdote, lanzándole luego a través del techo de la mansión. Luego se volvió al anciano, sonriéndole con bondad.
- Gracias – dijo el padre Beltrán, asintiendo. – Pero son muchos, no sé qué hacer con ellos. Si pudieras ayudarme.... Saca a los demás de la casa: yo me quedaré aquí y veré qué puedo hacer....
Pensaba en volar la casa de alguna manera: el “impulso” que desde la ACPEX habían mandado para acabar con él a distancia le había dado una idea. Pero como si le hubiese leído el pensamiento, el fantasma de la niña negó despacio con la cabeza.
- Un espejo.... – dijo, sin más, con voz delicada y baja.
El padre Beltrán abrió los ojos como platos detrás de sus gafas oscuras.
- Un espejo, eso es....
Corrió a recuperar su cuchilla clavada en la pared y salió corriendo de nuevo al atrio circular, en busca de los demás. El fantasma de Mowgli se desvaneció poco a poco detrás de él.




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(1) ¡El Príncipe de Anäziak nunca olvida!

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