domingo, 10 de abril de 2016

Vampiros del Far West - Noche sangrienta (2 de 2)

- VIII -
(2 de 2)

Mike siguió a Sam por la calle del pueblo, que se estaba llenando de gente que corría para salvarse. Había cadáveres y charcos de sangre por todas partes. Se oían gritos a lo lejos.
- ¿Qué está pasando? – preguntó Mike. No estaba asustado, pero le ponía nervioso no saber de dónde venía ese caos.
- Esas cosas han tomado el pueblo – contestó Sam, con su voz profunda.
- ¿Y qué son esas cosas? – preguntó de nuevo Mike, recordando al hombre pálido que había querido atacarle en la celda. Si es que a “eso” se le podía llamar “hombre”.
- No sé lo que son – dijo Sam, sin dejar de caminar con prisa. – Sólo sé que matan a la gente para sobrevivir.
Mike sacó su revólver de la funda. No necesitaba saber nada más. Estaba tan desorientado que no recordaba que ya había disparado a una de aquellas cosas esa misma noche y no había servido para nada.
Los dos habían pasado por el gran establo y habían comprobado que no había caballos en él. No quedaba ni rastro de ellos. Mike esperó que solamente hubiesen huido del pueblo al comenzar el caos.
Vio el saloon a lo lejos, iluminado y ruidoso. Se veía gente moviéndose en el interior, a través de las grandes ventanas. Le pareció el mejor lugar del mundo para estar aquella noche.
- Vamos allí – propuso, sintiéndose mejor al tomar decisiones sobre su propio destino. Sam miró y asintió.
Tres figuras se levantaron entonces del suelo. Estaban a un lado de la calle, alimentándose de dos cuerpos que había en el suelo, tendidos uno junto al otro. Eran dos mujeres y un hombre joven, vestidos con ropas sucias y con la cara manchada de sangre. Los tres tenían los ojos completamente negros y la piel muy pálida. Gruñeron y aullaron suavemente con las bocas abiertas, dejando ver sus colmillos afilados, rojos de sangre humana.
- ¡Vamos! ¡Corre! – dijo Sam, tirando de Mike. Los dos hombres corrieron hacia el saloon. Los tres monstruos estaban atiborrados de sangre, así que los miraron huir sin decidirse a seguirles.
Los dos hombres entraron en el saloon, apresurados y jadeantes. El espectáculo que allí se encontraron los dejó helados en el sitio.
El lugar estaba tomado por dos de aquellos monstruos. Eran dos hombres, uno alto y delgado y otro corpulento. Las dos criaturas corrían de un lado para otro, peleando con la gente que se había refugiado en el saloon, creyendo que allí estarían seguros.
El hombre alto era moreno, con el pelo largo y grasiento. Vestía una especie de frac, oscuro y sucio. Era alto y delgado. Se movía con mucha rapidez y acababa con los humanos con celeridad, aullando y riendo a la vez. Sus colmillos eran enormes.
El otro monstruo tenía pinta de mejicano. Vestía un poncho y un gran sombrero. Además tenía la tez un poco más oscura que su compañero, aunque también parecía pálido. Un bigote fino y una sombra de barba destacaban sobre su piel. Sin embargo, sus ojos eran negros completamente como los de su compañero, y sus colmillos también eran visibles.
Entre los dos habían matado a la mayoría de gente del local. Los que quedaban intentaban huir o luchar, pero los dos monstruos parecían jugar con ellos, sin dejarles escapar pero sin matarlos tampoco.
Un hombre corría hacia la salida, manoteando desesperado. El monstruo alto y moreno se plantó delante de él, palmeándole el pecho con ambas manos a la vez. El hombre salió despedido hacia atrás volando por los aires, aterrizando sobre una mesa que se rompió.
El monstruo con aspecto de mejicano esperó de pie el ataque de dos hombres. Llegaron a la vez sobre el monstruo, uno armado con una silla y otro con un cuchillo. El mejicano sujetó la silla con las dos manos, cuando el hombre la sacudió sobre él. El otro hombre le clavó el cuchillo en la espalda, entre los dos omóplatos. La criatura con poncho mejicano arrancó la silla de las manos del hombre y le golpeó con ella, partiéndola en pedazos. Después se giró hacia el otro hombre, cogiéndole por la barbilla: le sacudió la cabeza y le partió el cuello. Echó la mano hacia atrás y se sacó el cuchillo, con toda tranquilidad.
Otros seres humanos atacaron a los monstruos, con idénticos resultados. Los más afortunados sólo recibieron un golpe que los alejó de allí, volando por los aires, rompiendo el mobiliario o atravesando alguna ventana.
Sam reaccionó antes que Mike, con furia. Tomó una silla volcada en el suelo y se la estampó en la espalda al mejicano, rompiéndola en pedazos. La criatura no se inmutó. Simplemente se dio la vuelta y lanzó por los aires al negro con un golpe de la garra que era su mano: Sam cayó sobre la barra y se deslizó detrás de ella, cayendo pesadamente.
Mike se movió por fin, sacando el revólver de la funda de nuevo, corriendo de lado por el local, esquivando las sillas y las mesas volcadas, golpeando con el canto de la mano izquierda el percutor, mientras apretaba el gatillo. Los disparos partieron certeros hacia la criatura con aspecto de mejicano. Cuatro boquetes se abrieron en su espalda, pero ninguno sangró.
Mike se detuvo al lado de la pianola cuando se le acabaron las balas. Respiraba agitadamente, atónito ante lo que ocurría delante de él.
La criatura alta y morena, el otro monstruo, apareció de repente a su lado, sonriente, feliz y contento. Tomó a Mike por el pecho de la camisa y lo levantó en vilo, lanzándolo por los aires. Mike cruzó la estancia y acabó chocando contra la barandilla que tenía el pasillo elevado del primer piso. Se rompió en cien pedazos y el bandido quedó tendido en la galería.
Sam se levantó detrás de la barra. Las dos criaturas estaban entretenidas con otras víctimas. Salió corriendo desde detrás de la barra y subió las escaleras que llevaban al piso de arriba del saloon, donde estaban las habitaciones de huéspedes. Llegó al pasillo y levantó a Mike.
- ¿Estás bien?
- Me duele todo.... – contestó Mike.
- Vámonos de aquí – dijo Sam, con su profunda voz un poco vacilante. Ayudó a bajar las escaleras a Mike, vigilando a los monstruos, que seguían jugando con sus “mascotas” humanas. Quedaban una docena de hombres vivos en el saloon, que corrían asustados y despavoridos: las dos criaturas les cerraban el paso y les golpeaban, riéndose de ellos.
Sam cruzó la estancia sosteniendo a Mike, que a cada paso apoyaba los pies con más seguridad. Se escondían detrás de las mesas volcadas y de los cuerpos muertos del suelo, pasando desapercibidos. Parecía que lo iban a conseguir, estaban a unos pasos de la puerta de vaivén, cuando alguien les empujó por la espalda.
Mike rodó por el suelo y se levantó al lado de la puerta de salida. Se giró para ver dónde estaba su compañero, y se lo encontró forcejeando con la criatura con pinta de mejicano. El monstruo había reconocido al humano que le había golpeado antes y quería vengarse.
Mike desenfundó su revólver, en un gesto automático. Sam alcanzó a verlo.
- ¡Huye! – gritó, agarrando las manos del monstruo, intentando mantenerle alejado de él y de su cuello. La criatura peleaba con furia y fuerza, con la boca abierta, mostrando los colmillos. – ¡Vete de aquí, maldita sea!
Mike, sin saber cómo reaccionar, se dio la vuelta y salió del saloon, corriendo por la calle. Recordó a tiempo a los tres monstruos que había visto antes cerca del saloon y corrió en la otra dirección, aunque no los vio. Se acercó a una casa y se metió dentro.
Era una especie de establo, de almacén. En el centro había un cercado bajo con forma rectangular, con cuatro o cinco terneros dentro. Alrededor de él había utensilios y herramientas, ruedas de carro y balas de paja.
Mike se coló hasta el fondo, intentando que su respiración se tranquilizase, mientras recargaba el revólver. Pensaba en Sam, sentía haberle dejado atrás. ¿Por qué se preocupaba por un desconocido, cuando nunca le había importado cargarse o dejar atrás a sus compañeros de fechorías? No lo sabía, pero era así....
La puerta de madera sonó al abrirse y chocar contra la pared. Mike miró entre las columnas y los aperos que colgaban de ella. La respiración se le cortó.
La criatura morena estaba allí.
- Veo que has abandonado la fiesta que habíamos montado en el saloon – bromeó, con una voz sarcástica, susurrante. – Con todas las molestias que nos habíamos tomado....
La criatura caminó despacio por el establo, con tranquilidad. Mike se movió también, para mantener cuantos más objetos mejor entre aquella “cosa” y él. Cuando la criatura se detuvo él también lo hizo: el corral vallado quedaba entre ellos.
- ¿Qué sois? – dijo Mike, soltando la pregunta que le quemaba en la garganta.
La criatura rió, a carcajadas.
- Somos el futuro.... – dijo, con voz llana y sincera. Tenía los ojos dorados, que miraban a Mike con diversión. – Somos vuestros amos.
Mike levantó su revólver y disparó, los seis tiros sobre el pecho de la criatura. Seis agujeros rojos se abrieron en la camisa blanca que llevaba bajo la chaqueta del frac. El monstruo ni se inmutó. Mike miró su revólver, inútil. Se había quedado sin balas, y lo que era más preocupante y le asustaba más: se había quedado sin ideas.
- No puedes matarme – susurró el monstruo, mientras sus ojos se volvían negros y sus colmillos surgían de la boca.
- Espero poder solucionar eso – dijo una voz seria y dura detrás de él.
Mike se movió un poco, para ver a la persona que había entrado en el establo. Era un hombre bajo, de tez colorada, con el cabello muy negro y corto. Vestía un guardapolvo negro que le llegaba hasta los tobillos. Un sombrero de ala amplia, también negro, le cubría la cara, aunque Mike pudo entrever una ancha cicatriz que le cruzaba el carrillo derecho.
- ¡¡¡!!! – aulló la criatura, olvidando a Mike y volviéndose hacia el recién llegado. Levantó las manos provistas de garras y se lanzó sobre el hombre.
Éste no se inmutó. Se mantuvo en el sitio, en el vano de la puerta. Apartó el guardapolvo y cogió dos pistolas que llevaba en el cinturón. Desenfundando a una velocidad de vértigo apuntó al monstruo y abrió fuego.
La criatura recibió los disparos y aulló de dolor. Mike se asombró, pues su experiencia al disparar a esas criaturas era bien distinta. El monstruo incluso retrocedió, chocando contra una de las vigas que sostenían el techo. El hombre vestido de negro volvió a disparar otras dos veces y el monstruo se retorció, lanzándose a toda velocidad hacia al fondo del establo. Mike no pudo verle, en realidad: se convirtió en un borrón negro que viajó contra la pared de madera, destrozándola y abriendo un agujero en ella.
La criatura huyó.
Mike reaccionó entonces y corrió hacia el hueco abierto en la pared, asomándose fuera. El hombre vestido de negro se unió a él.
- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está? – preguntó Mike. No había ni rastro de la criatura, ni de ella ni de ninguna otra. La calle estaba desierta, salvo por los cadáveres y la gente que corría por ella, gritando de miedo y llorando.
- Ha huido – dijo el hombre.
- ¿Por qué?
El hombre salió a la calle y Mike le siguió. El hombre vestido de negro señaló entre dos edificios, hacia el horizonte. Allí el cielo empezaba a clarear.
- Va a amanecer – dijo, como si con eso estuviese explicado todo. Mike le miró, sin entender nada. – El Sol es nuestro mayor aliado.
Mike miró a su alrededor. No había rastro de los monstruos. Sólo había muertos desangrados en el suelo y gente que corría asustada. El saloon estaba silencioso, destrozado y revuelto. Una casa en la lejanía, al otro lado del pueblo, estaba en llamas. Había gente parándose, dejando de correr, al darse cuenta de que los monstruos se habían ido. Algunos empezaron a reconocer a gente entre los muertos. Los gritos de terror se apagaron y dejaron paso a los lloros y lamentos.
- Va tener que explicarme mejor eso – dijo Mike, volviendo a mirar al hombre vestido de negro, con una mueca de ignorancia y cansancio.


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