viernes, 10 de febrero de 2017

Cuatro Reyes - Capítulo XI



Cuando se hizo de noche, Eonor y Dim lo tenían todo preparado.
El resto de embajadores y representantes habían acampado cerca del círculo de rocas (algunos, como el ministro Floke y Cástor al raso, otros como Syr Wilfretd Goldbloom, Remigius o Zanigra en una tienda de tela elegante y muy señorial) y los dos hechiceros (yumón y aprendiz) se alejaron unos pasos, para dedicarse a lo suyo.
- Creo que ya está todo – comentó Eonor, revisando todos los materiales e ingredientes que habían sacado del carro, necesarios para el conjuro que iban a realizar. Dim estaba encendiendo una gran hoguera, mientras tanto, a unos metros de su yumón.
- Esto ya está.... – dijo el chico. El hechicero se volvió a comprobarlo y asintió, al ver el fuego a su gusto.
- Muy bien. Ven y ayúdame a preparar los ingredientes por orden – mandó el yumón y el aprendiz obedeció, concentrado. Los dos sabían que aquel hechizo era complicado y podía resultar peligroso.
Mientras medían las cantidades exactas de cada hierba, cada polvo de hueso y cada gota de sangre de larva de mosca, escucharon unos pasos quedos que se acercaban.
- Coronel, ¿ocurre algo? – preguntó Eonor. El coronel Gulfrait se había acercado y el hechicero temió que algo grave hubiese ocurrido o que hubiesen recibido noticias funestas por paloma.
- Nada, maestro, nada. Descuide, no pretendía alarmarle – el coronel levantó las manos mientras se detenía. – Sólo quería estar presente, mientras realiza el hechizo, si es posible....
- No hay problema, siempre que usted no sea demasiado asustadizo – dijo el hechicero, con tono de broma, pero cierta verdad en sus palabras.
- No se preocupe por mí – aseguró el coronel, pero pareció que algo le quedaba por decir.
- ¿Quiere decirme algo más? – Eonor le invitó con un gesto, mientras detrás de él Dim seguía midiendo cantidades de guano de murciélago y sacaba una pata de cuervo de un bote de cristal y la colocaba en un lienzo blanco.
- En realidad no soy el único que quiere estar presente durante el hechizo – reconoció. – El alguacil y la bibliotecaria también tienen curiosidad por ver qué va a hacer y el pastor bárbaro no quiere quedarse al margen de nada....
Eonor levantó las cejas, algo sorprendido y se volvió hacia su aprendiz, que rio con una risa infantil, divertida.
- Que vengan, yumón – dijo éste último. – Seguro que no han visto una cosa así en su vida.
- Lo que me preocupa es que luego no puedan dormir.... – la voz del hechicero era divertida.
Dímoras se encogió de hombros.
- Avíselos. Y si aun así quieren quedarse a verlo será solamente cosa suya....
- Muy bien. Haga que se acerquen – dijo Eonor, volviéndose al caballero.
Darius Gulfrait asintió y volvió sobre sus pasos, para llamar a los otros. Los cuatro volvieron a la hoguera al cabo de unos momentos, con diferentes grados de curiosidad y temor. Cástor incluso parecía ligeramente indiferente, como si su presencia allí sólo fuera un trámite para no estar al margen de lo que hacían los demás embajadores.
- Muy bien, antes de nada debo advertirles que lo que Dímoras y yo vamos a hacer es algo bastante impresionante y puede asustar incluso al más aguerrido – dijo, terminando esta frase mirando al caballero, que no se inmutó. – No pretendo asustarles, pero sí advertirles. Si quieren estar aquí creo que deben saber de qué va la cosa, para no llevarse demasiados sustos después, que se los llevarán – agregó, terminando la frase mirando a Zanigra, que se encogió en el sitio, pero no se movió. – Muy bien, ya están avisados. Si quieren contemplar el hechizo es bajo su responsabilidad y elección.
Ninguno de los cuatro espectadores dijo nada ni hizo gesto de querer irse al campamento improvisado que había a unos metros, así que Eonor se dio la vuelta y acercó a la hoguera los ingredientes que Dim había preparado mientras tanto.
Entre yumón y aprendiz hablaron en voz baja, organizándolo todo y preparándose para el hechizo. Dim echó unos polvos al fuego, que tiñeron las llamas de color azul. Los cuatro espectadores miraron la hoguera maravillados, sentados en fila a unos tres metros de los hechiceros y el fuego. Las llamas siguieron azules, danzando y retorciéndose, sin cambiar de tamaño.
- Shamartán, dios del Otro Lado, escucha mi llamada – empezó a recitar Eonor, y los cuatro espectadores se quedaron inmóviles, un poco acomplejados por la seriedad del anciano. – Toma nuestra intrusión de la mejor manera posible, pues no queremos entrometernos en tu reino, sólo queremos ver y hablar con uno de tus huéspedes. Shamartán, oh señor del Otro Lado, atiende a mi llamada.
Dim le alcanzó a su maestro un puñado de hueso pulverizado y Eonor lo lanzó a las llamas soplando al borde de la mano, esparciendo el polvo sobre el fuego. Las llamas entonces crecieron en tamaño e intensidad, volviéndose rojas de nuevo. Los espectadores no pudieron evitar dar un respingo, sorprendidos, incluido Cástor, que ya no parecía nada indiferente y veía hacer a los hechiceros con ojos atónitos.
- Dum, Shamartán, ghele minghele. Dum, Esterthat, ovilium vestert – empezó a recitar Eonor en una lengua desconocida para todos. Su voz parecía distinta, más grave, más profunda, más seria. Incluso más poderosa.
Dim no paraba de acercarle los ingredientes en el orden correcto a su yumón, que los echaba al fuego en un orden concreto y con unos gestos determinados, dependiendo qué ingrediente era y en qué momento del hechizo se encontrara. Aquello siguió durante un rato, hasta que lanzó al fuego la pata de cuervo. Entonces las llamas se alzaron unos cuantos metros más, volviéndose negras. Era algo inaudito, cómo el fuego podía ser negro y seguir brillando y refulgiendo como un fuego normal.
- ¡¡Aaaahh!! – Zanigra gritó, asustada, y Remigius se tapó la cara con las manos, aterrorizado.
- ¡Por la Real Espada! – dijo Darius Gulfrait, sorprendido y asustado a partes iguales. Incluso Cástor se puso tenso, agarrando su basto, con pulso tembloroso.
De entre las llamas habían salido unos demonios formados del fuego negro, que saltaban en la parte alta de las llamas, aullando alocadamente o rugiendo con rabia. Saltaban de las crestas de las llamas y aterrizaban en otra parte de la hoguera, después de haber trazado un arco en el aire, como si fuesen salmones saltando fuera del agua. Sus apariencias y sus gritos eran horribles y habían asustado a los presentes.
- ¡¡Vahlá, Shamartán!! ¡¡Yur merte Carlus de Naran!! ¡¡Vahlá!! – dijo Eonor, a voz en grito, lanzando al fuego el último ingrediente, un puñado de polvos de color azul claro. Los tiró a la base del fuego, sin ceremonia ninguna, con fuerza. Las llamas explotaron en una nube de humo y chispas, haciendo que Zanigra y el coronel Gulfrait gritaran del susto. Cuando se dispersó el humo las llamas eran azules de nuevo, los demonios habían desaparecido y todo parecía normal otra vez.
Entonces desde las llamas empezó a surgir una figura etérea, fantasmal, translúcida, que flotó sobre las llamas, que ahora ardían sin furia, con normalidad, lamiéndole los pies transparentes a la aparición.
- ¿Sois Carlus de Naran? – preguntó Eonor, con voz clamada y amable. La aparición asintió, mirando alrededor, confuso. El hechicero sabía que tenía que ser rápido si quería aprovechar la presencia del espíritu. – Necesitamos preguntarle algo que sólo usted sabe en los Cuatro Reinos. Es importante....

El fantasma del escritor tideriano fijó sus ojos inexistentes en Eonor, sin hacer gesto alguno. El hechicero creyó que aquello era suficiente atención.
- ¿Sabéis dónde se esconde la prisión de bronce del hechicero Thilt? Sólo vos lo sabéis y es necesario que nosotros lo sepamos. Estamos en peligro, los Cuatro Reinos lo están....
El espíritu levantó su mano izquierda, que ondeó como si estuviera bajo el agua. Señaló hacia el este.
- ¿En Gondthalion? Eso lo sabemos, ¿pero dónde exactamente?
El espíritu volvió a mirar al hechicero, mientras se volvía más y más transparente. Las llamas empezaban a perder su color azul y volvían a sus colores rojos, naranjas y amarillos. El hechizo se desvanecía.
El fantasma levantó su mano derecha y señaló hacia Remigius, que se encogió muerto de miedo. Entonces saltó una chispa en la mochila de cuero del alguacil y su equipaje saltó dos metros en el aire. Cuando aterrizó en el suelo la mochila humeaba y el hombre se apresuró a apagarla a manotazos, abriéndola y buscando el origen del fuego. Era un mapa de los Cuatro Reinos que llevaba dentro, en pergamino: un punto del mapa se había ennegrecido y todavía humeaba, aunque ya no ardía, tras los manotazos de Remigius.
- Ha marcado un punto en Gondthalion – dijo.
Eonor se volvió a mirar al espectro, para agradecerle su información, pero ya era tarde. El fantasma se desvanecía, a la vez que las llamas volvían a su tamaño y su color normal. Al cabo de unos segundos no quedó rastro del espíritu, ni de la hoguera azul, ni del hechizo.
La noche parecía volver a ser normal y la hoguera sólo era una chispa naranja en su inmensidad oscura.




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