jueves, 16 de febrero de 2017

Cuatro Reyes - Capítulo XIII



Un edecán entró en la sala del trono y dio dos golpes con su bastón en el suelo, llamando la atención de los presentes.
- ¡¡Su majestad el rey Al-Jorat, del reino de Tâsox!! – anunció con voz clara y potente. Después se hizo a un lado para dejar entrar a los visitantes. El rey Máximus despachó a sus consejeros y se levantó del trono.
Acompañado por cuatro hechiceros vestidos con túnicas azul oscuro y cubiertos con máscaras negras, Al-Jorat entró en la larga sala del trono del palacio de Sinderin, con paso rápido pero no por ello perdió su porte distinguido y regio. Caminó por la nave central hacia el trono del fondo.
- Majestad, me alegro de volver a veros – le saludó el rey Máximus, bajando la tarima de tres escalones del trono para recibir a su invitado a la misma altura. Los dos monarcas se estrecharon la muñeca, con efusividad. Los guardias de uno y los hechiceros del otro no perdieron detalle, para evitar cualquier jugarreta o atentado. – ¡Traed un asiento para el monarca! Tenemos que despachar asuntos importantes de estado....
Dos sirvientes trajeron una butaca de madera con asiento de cuero, ancha y cómoda. Colocaron un cojín en el asiento y dejaron la butaca con los reposabrazos forrados de terciopelo al lado del trono del rey Máximus.
- Acompañadme, Al-Jorat, por favor. Sentémonos aquí – invitó Máximus, precediendo a su invitado por la escalinata del trono. El rey de Rodena se sentó en su trono y el de Tâsox lo hizo en la butaca que habían dispuesto para él. Aunque los asientos eran distintos, no había diferencia de altura ni de fastuosidad entre un monarca y otro. No podían ser más diferentes: el rey de la espada corpulento, de pelo y barba blancos, vestido con coraza, protecciones en brazos y pies, espada al cinto y manta azul con forro de armiño; el rey de la copa delgado y alto, con pelo negro y perilla del mismo color, piel oscura, vestido con túnica granate y ni una sola arma a la vista. Sin embargo los dos parecían igual de importantes.
Uno de los hechiceros enmascarados de Al-Jorat se colocó tras su rey, en la espalda de la butaca. Los otros tres permanecieron en posición de firmes a los pies de la tarima escalonada. Dos soldados de Máximus se colocaron también detrás del trono de su rey y otros cuatro permanecieron en las cercanías, con las espadas desenvainadas, apoyando las manos en el pomo y la punta en el suelo.
- ¿Cómo estáis, majestad? – preguntó el anfitrión.
- Cansado por el viaje, pero encantado de estar aquí – dijo el rey de la copa, con un gesto de agradecimiento. – Lo cierto es que estaba deseando tener este encuentro con voz, majestad.
- Igual que yo, entonces.
- ¿Cómo os encontráis, majestad?
- Aburrido y envejecido – dijo el de la espada. – La guerra es un entretenimiento que me encanta, pero mis consejeros dicen que no es cosa de reyes, que debo permanecer en la capital.
- Mis consejeros me dicen lo mismo – reconoció Al-Jorat, con cierta lástima.
- Deberíamos despedirlos – bromeó el de la espada.
- No me tentéis – contestó el de la copa.
Rieron con risas leves. Después se pusieron serios.
- ¿Habéis encontrado a esos Innos que cruzaban vuestro desierto?
- No, majestad. Sólo a dos de ellos, que no llevaban el grimorio encima – se lamentó “el rey hechicero”. – Me temo que eran un señuelo y los que llevaban el libro de hechizos hayan escapado....
- Es una lástima, pero era difícil encontrarlos – reconoció Máximus. – El desierto es grande y ellos llevaban ventaja....
- Cierto, pero esas excusas son débiles. Debimos haberles atrapado....
- No os castiguéis – animó el de la espada, con una sonrisa de superioridad. – Todos cometemos errores....
- ¿Y los que tenéis vos en custodia? ¿Habéis conseguido hacer que hablen?
Máximus borró su sonrisa y se puso muy serio.
- No sacamos nada de ellos antes de que se mataran a mordiscos en su celda y ahora ya no pueden decirnos nada – se lamentó.
- Vaya, es una contrariedad....
- Lo es, pero he recibido paloma de mi fiel coronel Darius Gulfrait. La asamblea real ha sido un éxito, al parecer, y han llegado a la conclusión de que alguien quiere resucitar a Thilt.
- Mi hechicero también se ha comunicado conmigo por medio de una bola de cristal y me ha informado – asintió Al-Jorat.
- Me han dicho que tienen un plan para actuar – siguió Máximus. – Les he dado total libertad para hacerlo.
- Igual que yo.
- Por lo que tengo entendido, los embajadores de Tiderión y el de Belirio forman también el grupo.
- Los cuatro reyes estamos representados en esa misión audaz, entonces – opinó Al-Jorat.
- Me gustaría estar allí personalmente – soñó el de la espada.
- A mí también me gustaría – reconoció el de la copa. – Por lo que sé, el huakar Krann es un guerrero extraordinario. Sería estupendo verle pelear....
- ¿Os imagináis a Corasquino peleando? – dijo Máximus, con mala idea, y los dos soberanos rieron.
- Quizá no sea buena idea que los reyes peleemos en el campo de batalla – opinó Al-Jorat.
- Desde luego, algunos sólo están hechos para pelear desde los salones del palacio.
- Por mi parte, ayudaré a vuestros soldados a proteger las fronteras con Gondthalion – dijo Al-Jorat. – Estoy preparando un ejército de hechiceros en Medin para que se una a vuestros caballeros a los pies de la cordillera Oscura.
- Serán bien recibidos, no lo dudéis – dijo el rey Máximus, tratando de no sonar aliviado, aunque lo estaba.
- ¿Son muchos los Innos contra los que ya están luchando vuestros soldados?
- Mis informadores hablan de un ejército de hasta treinta mil cabezas – dijo el rey de la espada, con preocupación, asombrando y preocupando al otro soberano. – Pero el mayor problema al que se enfrentan mis soldados es a la falta de suministros.
- Por lo que he oído, Corasquino (de quien antes nos mofábamos) ha prometido mandar ayuda desde su reino, en forma de alimentos, ropas y equipamientos....
- También se ha puesto en contacto conmigo para decírmelo, y lo agradecí encantado – dijo Máximus, ahora sin bromear. – Cada uno aporta lo que puede.
- ¿Y Krann? Sus bárbaros armados con bastos luchan en el norte de la cordillera, ¿no es así?
- Así es – asintió el de la espada. – Han frenado el avance de los Innos por el norte, impidiendo que crucen a Belirio y a esa zona de mi reino. Son unos guerreros temibles....
- Descienden de los bárbaros mezclados con los heraclianos – apuntó el de la copa. – Hay que temerlos y respetarlos....
- Mejor tenerlos como aliados, desde luego. Como a vos, rey Al-Jorat....
- Lo mismo digo, rey Máximus. Vuestros ejércitos son temibles y eficientes....
Los dos reyes siguieron con el juego de la política y de la guerra durante gran parte de la mañana.


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