sábado, 16 de septiembre de 2017

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo I



ÉRASE UNA VEZ, EN UNA TABERNA....
- I -
LA TABERNA DE LOS MERCENARIOS

La palabra “mercenario” es una palabra bonita, ¿no es así? Es sonora, tiene un buen equilibrio entre vocales y consonantes, una bella entonación.... Es agradable.
Sin embargo, cuando nos metemos en el tema del significado.... ¡Ay, amigos! Ahí ya tenemos unos pocos problemas. La mayoría de la gente nos ve a los mercenarios como figuras oscuras, gente taimada y astuta, de la que no te puedes fiar. ¿Cómo se puede fiar uno de una persona que pone precio a su lealtad?
La mayoría de la gente puede pensar así, pero no toda. Los mercenarios de Ülsher no tenemos reparos en reconocer que somos mercenarios, en vivir rodeados de mercenarios o en asociarnos con mercenarios. Al fin y al cabo, los encargos a sueldo son la economía del país.
Ülsher es un pequeño país del oeste del gran continente Ilhabwer. Ocupa toda la extensión de un ancho cabo que se introduce en el Mar Frío. Es un pequeño país, extraño entre los demás reinos de Ilhabwer: no tenemos un rey que nos gobierne, sino que se elige democráticamente a un presidente cada cinco años. El cargo de presidente en Ülsher es casi simbólico: las leyes están muy bien redactadas y todos las acatamos. No es necesario modificarlas, pues la vida de los mercenarios de Ülsher sigue siendo igual que hace siglos. El presidente electo del país de los mercenarios es más un administrador que un gobernante. En Ülsher cada cual va a lo suyo.
En el pequeño país no hay ciudades, excepto una. Dsuepu es la capital y la localidad más grande del territorio, con una población de treinta y cinco mil habitantes. El resto de mercenarios del país se reparten por las aldeas, villas y pueblos que completan el cabo.
En cualquiera de los pequeños pueblos de Ülsher un ciudadano respetable puede contratar los servicios de un mercenario decente, pero es cierto que los mejores negocios se hacen en Dsuepu. Y el mejor lugar de la capital para encontrar al mejor empleado es “La taberna de los mercenarios
La taberna de los mercenarios” en realidad se llama “El fraile gordo”, pero poca gente de fuera de Dsuepu la llama así. En todo Ilhabwer se sabe que en la capital de Ülsher está “La taberna de los mercenarios”, donde se puede contratar a cualquier esbirro para que se encargue del problema que uno no puede (o no quiere) solucionar.
Pero no nos quedemos en la puerta: entremos, entremos para que la vean.
La taberna es un lugar muy amplio, con suelo de tierra prensada, paredes de piedra hasta media altura y planchas de madera hasta el techo, con columnas, vigas y tejas del mismo material. Es un lugar fresco en Verano y cálido en la Tierra Marchita y el Invierno, gracias a las estufas que Frank (el dueño) coloca en los rincones del local y en otros sitios puntuales donde no molestan y hacen un gran servicio. La larga barra de madera pulida y barnizada está a la derecha del local, según se entra por la puerta. El resto del espacio está ocupado por mesas redondas y sillas a su alrededor, para que los clientes puedan entrevistarse con los mercenarios que piensan contratar y para que los amigos y conocidos compartan charla y unos tragos.
Al fondo de la estancia hay unas escaleras de madera adosadas a la pared, que llevan hasta la parte de arriba de la taberna, otro espacio amplio con largas mesas cuadradas y demás bancos y taburetes. A menudo se celebran allí arriba cenas de amigos o encuentros de mucha gente, pero la mayor parte del tiempo se usa para lo mismo que las pequeñas mesas de abajo: cerrar tratos. Las camareras contratadas por Frank (todas bellas jovencitas, de cintura estrecha y caderas anchas) se encargan de servir las mesas de arriba. La planta baja de la taberna está atendida por dos jóvenes, Thalio y Thelio, hermanos gemelos y primos lejanos de Frank. Son dos apuestos muchachos, de pelo rubio y lacio, simpáticos y agradables. Son un regalo para la vista, cuando me paso las tardes muertas en la taberna, los días que no tengo trabajo.
Porque yo también soy una mercenaria, como habrán podido adivinar. Nací en un pequeño pueblecito del norte de Ülsher, donde el mar rompe con fuerza contra los acantilados de la costa. Como en el resto del país, los chicos y chicas del pueblo no teníamos otro futuro que dedicarnos al campo (agricultores o ganaderos) o marchar a Dsuepu, a la academia de mercenarios, para acabar siendo un cazarrecompensas más.
Y yo me decanté por lo segundo, para orgullo de mi padre y desesperación de mi madre, que siempre quiso tener una princesita de ojos verdes y largo pelo rubio, una doncella preciosa que se dedicara a cuidar una granja y encontrara un marido granjero con quien compartir el trabajo y darle nietos. Y acertó en todo menos en lo del marido y la granja.
Bueno, y en lo de la princesita.
Aquella tarde de marzo me encontraba en la taberna de Frank, tomando un vino especiado y carne de pollo cortada en tiras y dorada al horno, acompañada de manzana asada. La taberna estaba bastante llena, aunque no abarrotada: era una jornada normal.
La gente ocupaba algunas mesas; había campesinos y ganaderos tomando algo, intentando quitarse a sorbos el polvo de la piel y el cansancio de los músculos; mercenarios aquí y allá estaban sentados en varias mesas, todos solos salvo dos, que negociaban con sus clientes en voz baja; Thalio y Thelio deambulaban entre las mesas, sirviendo, cobrando y retirando vasos vacíos. Nada parecía indicar que estábamos viviendo una tarde fuera de lo común.
No sabía que estábamos a punto de empezar una gran aventura.

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