viernes, 22 de septiembre de 2017

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo III (1ª parte)



ÉRASE UNA VEZ, EN UNA TABERNA....
- III -
....Y UN HÉROE

Llegó caminando a buen paso por la calle, mientras la luz del Sol se iba volviendo cada vez más suave. Faltaban pocos minutos para el ocaso, la hora de su cita. Él nunca llegaba tarde.
Recorrió la calle hasta “La taberna de los mercenarios”. No tuvo que detenerse con admiradores ni seguidores, ya que la calle ya estaba desierta. Los locales, los talleres y las tiendas habían cerrado, y sólo se veían luces a través de las ventanas de las casas y detrás de los cristales de la taberna.
Dos niños, de no más de diez años, jugaban con un pequeño arco fuera de la taberna. Habían colgado una tabla en la pared del edificio, al lado de una ventana, en la que habían dibujado una diana. Los dos se turnaban para disparar, con resultados intermitentes. El mercenario supuso que eran futuros alumnos de la academia de mercenarios.
- ¡Atiende! ¡Es Kéndar-Lashär! – dijo uno de los chiquillos.
El gran héroe se detuvo en su camino hacia la puerta, con la mano a pocas pulgadas del pomo. Había esperado pasar desapercibido, pero al parecer iba a ser imposible. Se giró, sonriendo, hacia los niños.
- Así es....
- ¡Por Sherpú! ¿De verdad es usted? – preguntó el otro niño, al que le faltaban varios dientes.
- Me temo que sí....
- ¡Terrible! ¡Nuestros amigos no nos van a creer! – saltó el otro, que tenía la cara sucia de hollín. Los dos niños rieron a carcajadas, abrazándose, eufóricos.
Kéndar-Lashär sonrió un poco más, divertido. Estaba complacido por aquellas muestras de admiración y de respeto que se habían vuelto tan habituales. No podía evitar sentirse orgulloso, incluso soberbio en algunas ocasiones. Pero, la mayoría de las veces, él no consideraba que fuese para tanto: era un mercenario habilidoso, que había tenido los mejores maestros y que tenía un pelín de suerte la mayor parte de las veces.
- Veo que practicáis con el arco.... ¿Practicáis para convertiros en mercenarios o en soldados? – preguntó.
- ¡Mercenarios! – contestó el desdentado, ofendido.
- ¡Atiende! ¡Vamos a ser mercenarios! – contestó el de la cara sucia, desdeñando la idea de llegar a ser un soldado. Kéndar-Lashär sonrió, divertido: él tenía buenos amigos que eran soldados, pero los chicos de Ülsher tenían claro su destino, lo que era mejor para ellos (quizá presionados por la tradición y la sociedad). Los muchachos y muchachas de Ülsher habían nacido para ser mercenarios.
- Muy bien.... – bromeó Kéndar-Lashär. – Pero sabréis que es un trabajo muy duro, ¿verdad? Y que el entrenamiento es largo y severo.
- Lo sabemos.
- Por eso estamos entrenando – dijo el desdentado, orgulloso. – Aún nos quedan dos años para poder entrar en la academia y queremos aprovecharlos para llegar allí preparados. Nosotros dos – dijo, señalando a su amigo y a sí mismo, – hemos nacido para ser mercenarios.
Los niños de Ülsher estaban obligados a ir a la escuela básica (donde aprendían a leer, a escribir, los rudimentos de las matemáticas y la geografía de Ilhabwer, entre otros conocimientos de la Naturaleza) hasta los doce años. Entonces podían entrar en la academia de mercenarios si querían y si disponían de la dote que la institución requería para aceptar a un nuevo shushán. La instrucción de los aprendices duraba entre ocho y doce años, dependiendo de las aptitudes de cada uno. Los que no se veían como mercenarios o no tenían los sermones necesarios para pagar su inscripción se dedicaban al campo o emigraban para trabajar de lo que fuese en otros reinos.
- Os deseo mucha suerte, entonces – concedió Kéndar-Lashär, sin dejar de sonreír a los chiquillos, divertido. – No dejéis de practicar....
- ¡No lo haremos, mi señor!
- ¡Seremos tan buenos guerreros como usted!
El héroe mercenario ensanchó su sonrisa y empujó la puerta de la taberna, entrando en ella mientras los chicos volvían a disparar el arco, clavando una flecha en la tabla.
La taberna estaba medio llena, con bastante animación. Kéndar-Lashär paseó despacio por el local, acercándose a la barra, pasando entre las mesas. Sabía que no iba a pasar desapercibido, pero quería alargar el momento de su anonimato todo lo posible.
Sin embargo, una magia poderosa (el carisma del héroe) hizo que la cabeza de varios parroquianos se volviera hacia él.
- ¡Es Kéndar-Lashär!
La gente se levantó de sus mesas y se acercó a saludar al héroe de Ülsher, palmeándole la espalda, estrechándole la muñeca y felicitándole por sus recientes éxitos. Kéndar-Lashär sonreía a todo el mundo, intercambiaba saludos y respondía a las preguntas de sus admiradores. El héroe disfrutaba con aquello, con filosofía: había llegado a la conclusión hacía tiempo de que si realizaba su trabajo con maestría y con mucho éxito (algo que no pensaba dejar de hacer) tenía que soportar a los admiradores que inevitablemente surgirían. Kéndar-Lashär no era arrogante, pero sabía que aquello pasaba y que era mejor disfrutarlo.


- ¡Atiende! – dije yo, desde la mesa que compartía con Drill. Los dos habíamos visto al héroe mercenario cuando el cliente de la barra dio la voz de alarma: yo sonreí y Drill se encogió, escondiendo la cabeza entre los hombros. – Qué casualidad, hoy parece ser una noche de reencuentros....
Mi antiguo yumón miró hacia otro lado, algo incómodo. No sabía por qué podía ser, pues tenía entendido que yumón y shushán habían acabado en buenos términos. Quizá Drill estaba preocupado por sus problemas y no quería que su antiguo shushán le viese en aquel estado....
Kéndar-Lashär se despidió de sus admiradores (que le habían pedido y pagado una ración de cordero picante y una jarra de cerveza tibia) y se sentó en una mesa, él solo, siendo atendido por Thalio y Thelio, los dos a la vez.
- ¿No vas a ir a saludarle? – pregunté, inclinándome por encima de la mesa, hablando con  Drill en  voz baja, sin
dejar de mirar al famoso mercenario.
Era un hombre atractivo, que siempre había llamado mi atención. Mediría un metro noventa, con los ojos grises y el pelo castaño largo hasta los hombros. Era corpulento y muy fornido, fuerte y atlético. Vestía pantalones de loneta y una camisa de tela fina a cuadros, bajo una coraza de hierro brillante. Había colgado su largo abrigo de cuero en el respaldo de la silla y su temible casco cubierto de púas descansaba en la mesa, junto al plato con las viandas.
No era un hombre guapo, pero llamaba poderosamente la atención. Quizá si Drill entablase una conversación con él yo podría presentarme.... y después.... quién sabía....
- No sé.... no quiero molestarle.... – contestó Drill, mirando hacia otro lado.
- ¿Molestarle? ¡Vamos hombre! – dije yo, sorprendida. Veía que mi plan para conocer a Kéndar-Lashär aquella noche se esfumaba. – Todos estos desconocidos han ido a saludarle. ¿Cómo iba a molestarle que su antiguo yumón, por quien todavía siente gran admiración, le salude y comparta un rato su mesa,.... lo suficiente para que le presente a la mujer joven con la que estaba sentado antes?
Drill se volvió a mirar al héroe de Ülsher, con los ojos tristes y nerviosos. Más tarde supe que el viejo mercenario tenía miedo. Y sentía vergüenza. Le daba aprensión tener que tratar con su antiguo shushán: mientras el joven mercenario estaba en lo más alto de su carrera, el viejo (que había tenido un pasado prometedor) se encontraba en declive. No era algo por lo que nadie quisiese pasar.
- ¡Vamos! ¡Anímate! – animé yo, al margen de los pensamientos de Drill, que aún no conocía. – Lo justo para que intercambiéis unos saludos.... y para que pueda ir a buscarte y dejarme ver – terminé, en un murmullo.
- ¡Buufffffff! – resopló Drill, poniéndose en pie. – Está bieeen....
El viejo mercenario caminó vacilante hasta la mesa de Kéndar-Lashär y entonces vi claramente su diferencia. El joven mercenario era alto y atractivo, vestía buenas ropas y estaba en forma. Bittor Drill parecía un anciano consumido, vestido con ropas ajadas y viejas. Aunque seguía estando en forma, su altura le daba aspecto frágil y acabado. Me mordí el labio inferior, cayendo en la cuenta de lo que avergonzaba a mi viejo yumón....
- Hola, muchacho, me alegro de verte.... – saludó Drill, con poca convicción.
- ¡Yumón! ¡Por el Altísimo! – dijo el héroe mercenario, poniéndose en pie y estrechando entre sus poderosos brazos al pequeño hombre. – ¡Hacía siglos que no nos veíamos! ¿Cómo está usted?
Ésa era la pregunta que Drill más temía. Había dibujado su sonrisa infantil en la cara, alegre de veras de volver a estar frente a su antiguo shushán y ver que el cariño que le tenía seguía vigente, pero ante la pregunta fatídica su rostro volvió a ensombrecerse.
- Bueno, voy tirando.... desde luego no tan bien como tú.... – contestó, evasivo.
- Sí, es cierto, no puedo quejarme. Estoy en mi mejor momento – sonrió Kéndar-Lashär, sin asomo de vanidad. – ¿Qué hacéis por aquí? ¿Negocios?
- Lamentablemente no – contestó Drill, señalándome.
– Solamente estaba tomando algo con una amiga, una antigua shushán como tú.
Era mi momento. Me levanté de la mesa, cercana a la de Kéndar-Lashär y avancé hacia los dos mercenarios que me miraban, lentamente y con seguridad. Sacudí mi larga melena rubia (di gracias a Sherpú por habérmela lavado aquella mañana y por llevarla suelta) mientras caminé hacia ellos, marcando el paso y las caderas, cada vez a un lado. Sonreí internamente cuando el joven mercenario me miró con cara pasmada, con la boca abierta.
- Mucho gusto – dijo el mercenario, poniéndose en pie, torpemente.
- Encantada – dije, tendiéndole la mano y estrechándole la muñeca, con fuerza, dejándole aún más sorprendido.
- Quizá podíamos tomar algo juntos – intervino Drill, y le estuve agradecida al instante, ensanchando mi sonrisa. Mi antiguo yumón podía estar al final de su carrera, deprimido, pero seguía siendo el hombre bueno e inteligente que yo recordaba.
- Lo.... lo lamento.... – balbuceó Kéndar-Lashär, sin dejar de mirarme. – Nada me gustaría más, pero me temo que hoy no podrá ser. Espero a un cliente. He quedado aquí con él y estará a punto de llegar. Lo siento de veras.
Y era sincero. Pude verlo en sus ojos grises. Lo que no pude averiguar fue qué era lo que más sentía: perderse la oportunidad de conocerme y pasar una velada conmigo o rememorar viejos tiempos y tener una charla amigable con su antiguo yumón.
- Bueno, otra vez será.... – dijo Drill.
- Eso espero – dije yo, juguetona. Kéndar-Lashär tragó saliva: su garganta sonó con un ¡clic! evidente. Le tenía en el bote.
- Podríamos vernos mañana aquí mismo – propuso
Kéndar-Lashär, dirigiéndose a su viejo yumón. Parecía dueño de sí mismo de nuevo, habiéndose hecho con la situación. – Aunque acepte la misión puede que tenga unos días libres mientras me preparo. Seguiré aquí en Dsuepu.
- Será un placer – dijo Drill, con su sonrisa infantil en el rostro. Más tarde me contó lo que le quemaron esas palabras en la garganta: el viejo mercenario deseaba que fuesen verdad, tenía muchas ganas de pasar tiempo con su antiguo alumno. Pero sabía que el encuentro no sería un placer, que estaría todo el rato comparándose con el héroe de Ülsher, que sufriría mientras estuviese con él. Pero el cariño que se tenían iba a ser más fuerte.
- Por supuesto, usted también está invitada, señorita – dijo Kéndar-Lashär, dirigiéndose a mí. Su sonrisa fue seductora y muy atractiva. Ahora me tocó a mí tragar saliva. Podía no ser guapo, pero tenía un encanto salvaje muy prometedor. Y era muy atractivo, de eso no había duda.
- Le tomo la palabra, mercenario. Y llámeme Jennipher.
- Sólo si usted me llama Kéndar – dijo él.
Asentí, coqueta y conciliadora, mientras me alejaba hacia mi mesa, meneando las caderas. Estaba segura de que el mercenario joven no había dejado de mirarme el trasero.
- Bueno, yumón, nos vemos mañana aquí mismo. A la misma hora.
- De acuerdo – contestó Drill, sonriendo, sincero. De verdad quería pasar un rato con su antiguo shushán. – Buena suerte con tu negocio – añadió, al alejarse.
- Es más encantador de lo que imaginaba – dije, mirándole todavía, mientras Drill se sentaba a mi lado.
- Es un gran hombre.... – dijo él, abatido.
- ¡Pero bueno! ¿Se puede saber qué te pasa? – salté yo, apartando la vista de aquel hombre tan atractivo para fijarme en el lamentable despojo que parecía mi yumón. – Pensé que te alegraría mucho más volver a encontrarte con el hombre que es lo que es gracias a ti.
Drill levantó su mirada y me miró fijamente, sorprendido. Al parecer no había caído en el hecho que yo acababa de comentarle.
Suspiró y empezó a hablar. Me contó lo que le había pasado los últimos años, después de que me licenciara como su shushán, cuando me dejó trabajar por libre. Me contó una historia triste de misiones sencillas y normales, muy alejadas de las grandes gestas que había realizado durante su juventud, cuando se licenció de la academia de mercenarios como el alumno más joven en hacerlo. Incluso nuestras misiones juntos, hacía más de diez años, habían sido de cierto calibre, importancia y dificultad.
Pero de un tiempo a esa parte Bittor Drill sólo conseguía encargos sencillos, incluso denigrantes. Misiones que serían adecuadas para mercenarios mediocres (que los había) pero no para un yumón mercenario de su nivel. Y cuanto más viejo se hacía más triste se sentía, peor era su rendimiento y peores las misiones que conseguía, por consiguiente.
A eso había que añadirle la artritis que empezaba a desarrollarse en sus tobillos y rodillas, además de en los dedos de las manos. Drill agradecía cada uno de los momentos en su vida en que había sido un buen mercenario, un exitoso luchador y un esbirro admirable. Pero ahora sólo quería apartarse,  dejar  de  lado  esa  vida y retirarse dignamente.
Por eso, juntarse a Kéndar-Lashär (que era tan bueno como lo había sido él, e incluso mejor) le dejaba abatido. Le recordaba todo lo que había sido él mismo de joven, todo lo que no era ya. Le avergonzaba que su antiguo shushán le admirara y le guardara tanto cariño, cuando era evidente que ya no era más que un viejo enfermo y prácticamente inútil.
- Eso no es del todo cierto – le defendí yo, culpable por haberle presionado para que hablase con el héroe Kéndar-Lashär. – Ese mercenario te respeta por lo que fuiste, por lo que hiciste con él. Puede que eso se haya quedado en el pasado, pero sigue siendo verdad.
- Lo que yo deseo es dejarlo en el pasado.... nada más.... – dijo Drill, apurando su jarra de cerveza, llamando a Thalio con la mano para que le trajera otra.

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