jueves, 24 de abril de 2014

Anäziak (9) - Capítulo 7


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 - Disculpen mi ignorancia, pero nunca había oído hablar de la Jefatura Central de Homicidios – comentó el subinspector de policía que los acompañaba al depósito de cadáveres. – Nunca había trabajado con ellos directamente....
Justo y Marta se miraron y contuvieron una sonrisa.
- Somos una división del cuerpo de la Policía Nacional – explicó Justo, con total desfachatez. – Nos encargamos de elaborar perfiles psicológicos de los asesinos, protocolos de actuación, historiales delictivos y de homicidios.... No somos una organización secreta, pero pasamos bastante desapercibidos.
- Ya veo, ya.... – comentó el subinspector, precediéndoles dentro de la sala de autopsias.
Justo y Marta habían llegado a Segovia cerca de las doce de la noche, a bordo del R-11 del primero (Marta nunca hubiese imaginado que aquella cafetera con ruedas pudiese aguantar tanto trote y tanto viaje por las carreteras españolas). Habían cogido un par de habitaciones en una humilde pensión y habían pasado allí la noche, cada uno acunado por sus propios pensamientos. Marta no sabía si Justo había pasado una buena noche y había dormido algo, pero ella por lo menos no había podido pegar ojo recordando el vídeo del móvil que habían visto en Toledo.
El domingo por la mañana habían desayunado un café rápido en una cafetería del centro y habían visto el escenario de los asesinatos. Después se habían presentado en la policía preguntando por el oficial al cargo del caso de las muertes del acueducto.
Y allí estaban ahora, después de que el subinspector Rosales les hubiese puesto al tanto. Marta volvió a notar el olor de la sala de autopsias y se sintió mareada al momento. Intentó seguir el consejo del inspector Figuereo de Toledo, pero fue peor.
- Buenos días, doctor – saludó el subinspector Rosales al médico-forense que estaba dentro de la sala. Al forense se le veía molesto: los domingos los tenía libres y a causa de la visita de aquellos forasteros estaba allí perdiendo el tiempo. – Estos son los agentes que le he comentado antes por teléfono: pertenecen a una división de la Policía Nacional, así que debemos ayudarles en todo lo que podamos....
- Ya veo.... – comentó desdeñoso y lleno de sarcasmo el forense. Descruzó los brazos y se puso unos guantes de látex. Justo lo imitó y lo siguió de cerca. – Los cadáveres son de dos mujeres jóvenes, una de veintiocho y otra de veintinueve años. La más joven murió de un traumatismo craneoencefálico, producido al caer desde una gran altura. La otra murió a causa de numerosos golpes y patadas, que le produjeron varios hematomas y hemorragias internas, además de un grave traumatismo mandibular y otro craneoencefálico. La paliza la recibió de la primera mujer.
Justo estaba inclinado sobre el cuerpo de la más joven, que tenía la cabeza abierta sobre la mesa de acero inoxidable. Marta solamente le dedicó un corto vistazo y ya se sintió enferma.
- ¿Ésta golpeó a su compañera hasta matarla? – preguntó el veterano agente de la ACPEX.
- Así es – contestó el forense, señalando un montón de ropa ensangrentada metida dentro de grandes bolsas de plástico para contener pruebas. – Tenía los playeros y el bajo de los pantalones llenos de sangre de la víctima.
- Según la declaración de algunos conocidos de las dos, eran buenas amigas – intervino el subinspector Rosales. – Pero ya ven a qué extremos llega la amistad....
- ¿Ha encontrado algo raro en este cuerpo? – preguntó Justo, señalando a la pálida chica sobre la que estaba inclinado.
El forense le miró durante un rato, con picardía y la ceja levantada. Justo le mantuvo la mirada, sereno.
- Sí.... – respondió el forense al cabo. – Cuando la trajeron tenía una extraña coloración grisácea en la cara y el cuello, que fue desapareciendo paulatinamente....
- ¿Al lavar el cadáver?
- No, no.... Fue al margen del lavado – contestó el forense. – Además, la esclerótica de ambos ojos estaba completamente de color rojo. Y el iris era de un extraño color dorado. Ambos rasgos extraños también están desapareciendo, como puede comprobar.
Justo le abrió el ojo a la chica muerta y Marta miró hacia otro lado, asqueada, lo que no evitó que escuchase el chasquido húmedo que emitió el párpado al abrirse.
- Es cierto....
- Ahora se ve como una tonalidad rosada y el iris está de un amarillo apagado, pero he tomado fotos, por supuesto – comentó el forense, entregándole un taco de polaroids a Justo.
Mientras las miraba, el forense no quitó ojo del agente de la ACPEX, sonriendo con superioridad, cruzándose de brazos otra vez.
- No es la primera vez que ven algo así, ¿verdad? – preguntó, cínico.
- No, desgraciadamente no.... – contestó Justo, sin levantar la vista de las fotografías. Su voz había sonado agradable y sencilla, pero Marta detectó un leve tono de orgullo: Justo quería dejar claro que en aquel caso ellos estaban muy por encima de aquel doctorzucho malhumorado y prepotente. Sólo por eso le cogió aún más simpatía al veterano agente. – Hemos visto demasiada gente muerta este fin de semana. Puede que se trate de un asesino en serie....
- Por cierto, en cuanto al símbolo por el que me han preguntado antes – intervino el subinspector Rosales, acercándose a una mesa de acero inoxidable, haciéndose bastante evidente en su tono y en su actitud que estaba más por la labor de ayudarles, – aquí tengo las fotos realizadas en el lugar del homicidio.
Sacó unas fotos de la carpeta que había sobre la mesa y se las tendió a Marta. La chica apartó las que mostraban a los cuerpos sobre el empedrado y las manchas de sangre y se fijó en un par de ellas: el mismo dibujo que las otras veces, dibujado con sangre sobre el adoquinado. A pesar de la superficie irregular, el dibujo era exactamente igual que los anteriores, y tenía el mismo nivel de detalle: Marta se fijó que cada rombo en realidad estaba formado por tres figuras, todas concéntricas.
Marta miró a Justo, que la estaba mirando muy concentrado y le tendió las fotografías, asintiendo en silencio y con la cara seria. El hombre suspiró al cogerlas y las ojeó.
- ¿Va a realizar un análisis completo en busca de tóxicos? – preguntó Justo mientras todavía miraba las fotografías.
- Por supuesto. Pero lo haré mañana – respondió el forense, muy digno y molesto. – Los resultados no estarán disponibles hasta el martes o el miércoles.
- Ya le llamaremos para que nos cuente qué es lo que ha encontrado, si es que ha encontrado algo....
- Algo encontraré, delo por seguro – replicó el forense. – Si no, ¿cómo es capaz de explicar la extraña coloración de los ojos y de la piel?
Justo lo miró un momento y Marta creyó por un segundo que le iba a contestar la verdad. Pero, por suerte, Justo era un gran profesional.
- Muchas gracias por su ayuda, doctor. Estaremos en contacto.... – se despidió Justo, quitándose los guantes de látex y arrojándolos en una papelera también de acero inoxidable. No se molestó en estrecharle la mano al forense: mucho se temía que no le iba a gustar lo que iba a recibir.
Cuando salían por la puerta, Marta no pudo aguantar la pregunta que le había rondado por el cerebro desde que el subinspector Rosales les había contado el caso en su despacho de la comisaría.
- Doctor, ¿cómo es posible que la chica que atacó a la otra muriese de un golpe en la cabeza por caer desde una gran altura en mitad de la plaza del Azoguejo? – preguntó, sabiendo que el forense la respondería con una ordinariez.
Pero, sorprendentemente, el forense la sonrió con cierta calidez de reptil, para responder con retintín:
- ¿No se lo ha contado el subinspector Rosales? La chica que mató a la otra a patadas, después de dibujar el símbolo con la sangre de su amiga en el adoquinado, escaló por los arcos del acueducto dejándose las uñas en la roca para tirarse de cabeza al suelo de la plaza.
Marta contuvo una exclamación de repugnancia y asombro, mientras el forense sonreía, sádico y divertido.

* * * * * *

- Esto no tiene ya ningún sentido – dijo Marta, con las manos en la frente y los codos apoyados en la mesa, tirándose con fuerza de las cejas hacia arriba. – Si es que en algún momento lo tuvo....
Estaban los dos tomando una cerveza (Marta necesitaba desesperadamente una dosis de alcohol y Justo la sorprendió proponiéndole tomar algo) en una terraza de la plaza Mayor, a los pies de la catedral. Habían ido hasta allí evitando la plaza del Azoguejo, el acueducto y la inevitable cinta amarilla policial.
- Empiezo a pensar cada vez más seriamente que estaba usted en lo cierto desde el principio, agente Velasco.... – murmuró Justo, antes de dar un breve sorbo a su cerveza.
- A lo mejor ya es hora de que me llame Marta – comentó la chica, quitándose las manos de la cara y mirando a su compañero. – Es más cómodo.... y más lógico.
- Tiene usted razón.... Marta – comentó el agente.
- Entiendo que la mujer de Ávila se tirara por la ventana de su piso, que el hombre de NeviComp saltara por el ventanal de la sala de reuniones e incluso que el mendigo de Toledo se tirara al río, rompiéndose el cuello en la orilla.... ¿pero que alguien trepe por una columna vertical hasta una altura suficiente para lanzarse al vacío de cabeza y partirse el cuello? No me entra en la cabeza.... – Marta también cogió su vaso y bebió, pero en su caso fue un gran trago. – ¡¡Hay que estar loca para hacer una cosa así!!
- O poseída.... – murmuró Justo, mirándola a los ojos. Marta le sostuvo la mirada un instante y después volvió a beber de su cerveza. Otro gran trago.
- Antes esa opción me parecía la más evidente y sencilla.... pero ahora me aterra.
- Y debe ser así. Pediría que me cambiaran de compañera si la viese a usted loca de contenta o eufórica por poder enfrentarse a un grupo de poseídos.... – comentó Justo, y aunque sus palabras escondían cierto horror, se las arregló para que sonaran ligeramente divertidas. Marta sonrió.
- ¿Ha tenido algún caso con poseídos en su carrera? – preguntó, curiosa. Por primera vez se dio cuenta de todo lo que podía aprender trabajando codo con codo con el famoso Justo Díaz Prieto.
- Varios.... pero ninguno ha sido como éste, si es que al final resulta que nos estamos enfrentando con poseídos – dijo Justo, y a Marta le pareció que su compañero ya estaba convencido de que era así, y la explicación a tan curiosos asesinatos eran una serie de fugaces posesiones. Pero Justo llevaba trabajando toda la vida de una manera, y era basándose en las pruebas: al final de su carrera no iba a cambiar. – La gente poseída se provocaba heridas, cortes, mordiscos.... cosas así. A veces hacían daño a sus seres cercanos, pero como consecuencia de sus ataques descontrolados: una vez, una niña poseída le rompió el brazo a su madre porque lanzó muebles por toda la habitación, usando su mente, como consecuencia de un ataque. Pero aquí.... los asaltantes, si es que están poseídos, buscan hacer daño. Buscan matar. Y de maneras sangrientas y atroces....
Justo dio otro sorbo a su cerveza y Marta le imitó, con otro trago. Pronto necesitaría una nueva caña.
- Parece casi como si quisiesen llamar la atención.... – comentó Marta.
- En todos los casos de posesión, lo que busca el ente parásito es llamar la atención, y no sólo la del huésped – explicó Justo, sin asomo de soberbia. – Eso es normal.... pero la publicidad de estas muertes es exagerada....
Los dos estuvieron un buen rato en silencio.
- ¿Por qué aceptó tener una compañera novata? – preguntó de repente Marta, con la mirada perdida en un punto de la plaza. Justo la miró un instante en silencio, antes de contestar.
- Bueno.... – Justo pegó un sorbo a su cerveza, algo incómodo. – Nunca he tenido problemas a la hora de trabajar con compañeros. Este trabajo es complicado, y tener a alguien que te cubra las espaldas siempre es una tranquilidad.
- Ya, pero.... ¿por qué una novata como yo? – preguntó Marta otra vez.
Justo la miró y sonrió.
- Esto que voy a contarla sólo lo saben el general y tres o cuatro directores de operaciones – comentó, en una confesión. – Probablemente éste sea mi último caso.
Marta se quedó sin palabras, asombrada. Justo la miró, divertido, sin dejar de sonreír.
- No he tenido hijos, ni me he visto con ganas de tenerlos, pero cuando empecé a negociar con la Dirección el momento de jubilarme, me sentí un poco.... solo.
Marta le miraba muy seria, sabiendo que lo que estaba contándole su compañero era algo importante, algo casi casi secreto.
- Todo lo que había hecho durante mi carrera en la agencia había servido para el bien del país.... pero no sentía que hubiese servido para nadie importante cercano a mí – dijo Justo, hablando con serenidad pero emocionado: Marta podía notarlo. – La gente habla de dejar algo a sus hijos, un legado, una forma de vivir o de entender la vida.... Nunca lo había entendido hasta hace unos meses. Por eso, cuando vi que tenía la oportunidad de trabajar con alguien nuevo, una novata como usted dice.... quise aprovechar la oportunidad.
Dejó que el tiempo pasara durante un momento, con las voces de la gente y las risas de los niños de fondo. Marta seguía mirándolo, mientras que Justo tenía la mirada fija en los cercos de humedad de los vasos en la mesa de la terraza.
- No me malinterprete: no quería hacerme pasar por el agente experimentado que tiene algo que enseñar.... pero sí que quería poder compartir una misión con alguien que pudiese aprovechar y aprender algo de lo que yo hago, algo que a mí me ha costado aprender durante años.
El hombre dio otro sorbo a su cerveza y Marta apuró la suya, dejando el vaso en la mesa con el interior cubierto de una capa delgada de espuma blanca.
- Intentaré ayudarle – comentó Marta, sintiéndose casi obligada. – No puede fallar en su última misión....
Justo sonrió, con ternura, agradecido.
- Esto no va a parar, ¿a que no? – preguntó Marta.
- No lo sé. Si se trata de posesiones, lo normal es que el ente poseedor busque algo, que quiera algo de nuestro mundo – explicó Justo. – Pero estas posesiones son muy rápidas, sólo para matar. Parece que sirvan sólo para llamar la atención sobre algo, como usted ha dicho antes....
- ¿Y sobre qué van a querer llamar la atención? – preguntó Marta, no sólo para Justo. – No nos han dejado ninguna pista....
- Y si la han dejado no la hemos sabido ver.... – comentó Justo, bebiendo de su cerveza. Marta aprovechó para pedir otra a un camarero que pasaba.
- ¿Cree que la elección de las ciudades puede significar algo? – preguntó Marta, al cabo de un rato.
- Podría ser, claro que sí – aceptó Justo. – Por lo pronto lo que sabemos es que todos los eventos han ocurrido fuera de las nubes azules de influencia paranormal.
- Cuando el general le llamó anoche para avisarle de los asesinatos ocurridos aquí, me sorprendió cuando dijo que eran en Segovia – comentó Marta, recibiendo la nueva cerveza del camarero. – Creí que, de haber más eventos relacionados, serían más al sur.
- Explíqueme eso – dijo Justo, frunciendo el ceño.
- A ver.... El primer evento ocurrió en Ávila, el segundo en Madrid, el tercero en Toledo.... – dijo Marta, señalando las ciudades en el aire, en un mapa imaginario, trazando una línea en zig-zag. – De repente, un evento en Segovia es volver al norte, rompe con el patrón.
Justo la había escuchado atentamente, y después de que ella terminara se quedó pensando, reflexionando.
- Quizá – dijo al cabo de un rato – el patrón no se ha roto: simplemente es así.
- Pues vaya patrón más raro – dijo Marta, con soltura, dando un trago de su cerveza. – Parece la contraseña de puntos de un Smartphone....
Marta se quedó callada de repente. Justo la miró, esperanzado, creyendo que la mujer había llegado a la misma conclusión que él.
- ¡Espere un momento! – dijo Marta, ilusionada. Justo sólo pudo sonreír. – ¡El símbolo! ¿Es posible que el símbolo que aparece dibujado en todos los asesinatos sea el patrón donde van a ocurrir todos los eventos?
- Suena descabellado, pero puede ser. ¿Por qué no? – comentó Justo.
- ¡Espere! ¡Déjeme su móvil! – dijo Marta, eufórica. Justo lo sacó del bolsillo y se lo dio, sonriente. La mujer lo cogió y empezó a trastear con él al instante. – Creo que sé cómo podemos comprobarlo.
Buscó la fotografía del símbolo que Justo había sacado en Ávila mientras buscaba un contacto en la agenda de su propio móvil y llamaba. Se puso su móvil en la oreja mientras con la mano izquierda sostenía el de Justo y se disponía a mandar la fotografía.
- ¿Mónica? ¡Hola, tía, soy yo! – dijo, alegre, cuando su amiga de la ACPEX contestó al otro lado de la línea. – Todo va bien, pero se nos ha ocurrido algo que tenemos que comprobar para poder seguir adelante con el caso. Necesitamos que nos ayudes – dijo, mirando a Justo al terminar. Le guiñó un ojo, entusiasmada. – Muy bien, tía, gracias. Mira, te voy a mandar una foto de un símbolo que hemos encontrado: el teléfono es el de mi compañero, no te asustes al ver un número desconocido. Es un dibujo con una trama de puntos y rayas. Queremos que lo superpongas con un mapa político de España. Tienes que hacer coincidir los cuatro puntos de la parte baja del dibujo con las ciudades de Toledo, Madrid, Ávila y Segovia, en ese orden desde abajo hacia arriba. Necesitamos saber con qué ciudad coincide el siguiente punto de la trama.... – estuvo un instante en silencio. – En cuanto lo tengas. Mándamelo a mi móvil. ¡Gracias, Mónica!
Colgó su teléfono y después consultó el número de su amiga, para poder mandarle la foto del dibujo con el teléfono de Justo. Cuando acabó le devolvió el dispositivo a su dueño.
- Ya está. Mónica es técnico en la “Sala de Luces”, como yo – explicó a Justo, que había asistido a la conversación telefónica con tranquilidad, esperando la explicación cuando llegara. – Tiene un equipo informático muy bueno en casa y lo que le hemos pedido no es nada complicado: con un editor de imágenes mediocre se puede hacer.
- Lo que me acaba de decir me ha sonado todo a chino – bromeó Justo, sólo a medias. – ¿Y si el dibujo coincide con las ciudades del mapa?
- Seguiremos las rayas para ver cuál es la siguiente ciudad en la que, probablemente, ocurrirá otro evento como los anteriores.
El móvil de Marta sonó con un pitido, al cabo de un par de minutos. Los dos se inclinaron sobre él para ver cuál era (si su descabellada teoría era cierta) la siguiente ciudad en la que se produciría una posesión.


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