sábado, 5 de abril de 2014

Anäziak (9) - Capítulo 1



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Sintió el mareo otra vez, llegando como una oleada. Una arcada dolorosa le subió por la garganta, pero sólo fue una falsa alarma. Parecía que ya no podía vomitar más.
Carmen Álvarez López llevaba toda la mañana incómoda. Había vomitado varias veces y no paraba de estar mareada. No era resaca, pues el día anterior no había bebido. No estaba enferma, pues no tenía fiebre ni dolor de estómago.
En ese momento estaba pensando en la posibilidad de que estuviese embarazada. Pero aquel mes le había bajado la regla, ¿no? Dudaba de todo, ya no estaba segura de nada....
Hacía un par de meses que había roto con su novio, justo después de que se hubiesen acostado. ¿Había sido con condón? Creía recordar que sí, pero ya no estaba segura de nada....
¿Podía realmente estar embarazada de aquel cerdo? Podía ser.... pero no lo deseaba. Tan sólo unos meses atrás hubiese sido una alegría estar embarazada de José Luís. Por aquel entonces le quería, pero ahora todo había cambiado. ¿Ya no le quería? Dudaba de todo....
Al parecer, José Luís había estado poniéndole los cuernos prácticamente durante los dos años que había durado su relación, pero sólo se lo había reconocido después de echarle el último polvo y reconocerle que estaba enamorado de otra. ¿Enamorado de otra? ¿Alguna vez había estado realmente enamorado de ella? Carmen dudaba de todo....
Sería una verdadera putada que por culpa de aquel último revolcón (que tampoco fue nada del otro mundo) ella estuviese embarazada del cabrón de José Luís. ¿Qué iba a hacer si lo que la pasaba era aquello? No estaba segura de nada....
Otra arcada la hizo doblarse hacia adelante, pero fue sin vómito. Carmen hubiese preferido vomitar: quizá así no hubiese sido tan doloroso. Empapada de sudor, con la mano temblorosa, cogió el móvil.
¿A quién iba a llamar? ¿A Urgencias? ¿A Lorena? ¿O pensaba llamar a José Luís? Dudaba de todo....
Al final, después de dudar durante un buen rato con el aparato en la mano, acabó llamando a su amiga. Sabía que estaba trabajando, pero podía contar con ella para lo que fuese. El teléfono dio tres tonos de llamada antes de que su amiga lo cogiese.
- Dime. ¿Qué quieres? – preguntó la voz de su amiga desde el otro lado de la línea. Lorena y ella eran muy buenas amigas y hablaban todos los días por teléfono, sobre todo desde que José Luís había cortado con Carmen.
- ¿Estás muy liada? – preguntó Carmen, notando que su voz era muy débil, deseando que no hubiese sonado así, pero no pudo evitarlo.
- ¿Estás bien? – respondió su amiga, preocupada. Carmen notó el cambio de tono (de despreocupado a inquieto) y se sintió mal al momento, por preocupar a su amiga Lorena.
- Estoy algo mareada.... a lo peor estoy mala....
- ¿Quieres que vaya ahora? ¿Te llevo algo? – dijo Lorena, solícita. Carmen sonrió, entre avergonzada y aliviada.
- No, no, no te molestes.... – contestó, sincera. Cerró los ojos, pues un mareo fuerte la sacudió en ese preciso momento. – Tienes que trabajar – siguió hablando, con los ojos cerrados y apoyada contra la pared, deseando que Lorena no notase su malestar. – Pásate si puedes cuando acabes y comemos juntas aquí, en casa. Me vendrá bien....
- Vale, sin problema. Nos vemos luego – contestó Lorena, sonando animada. – ¿De verdad estás bien?
- Sí, sí, no te preocupes.... Podré aguantar hasta que vuelvas.... – contestó Carmen, sonriendo, a pesar del mareo que la sacudía, inmisericorde.
- Vale. Luego nos vemos – se despidió Lorena.
- Aquí te espero.... – dijo Carmen.
Pero no sabía lo que le iba a costar hacerlo.

* * * * * *

Cuando Lorena Mazas Acebes llegó al cabo de un par de horas, la casa estaba tranquila, en silencio. La radio no estaba puesta y la televisión tampoco. No se escuchaba el zumbido de la lavadora, ni del ordenador. Casi ni se escuchaba respirar a Carmen.
- ¿Carmen? – preguntó, mientras avanzaba por el pasillo, guardando en su bolso la copia de las llaves que su amiga le había dado hacía un par de meses, cuando José Luís había cortado con ella. – ¿Estás despierta?
- Sí, estoy aquí.... – respondió la voz débil de Carmen, desde el fondo del pasillo.
Lorena caminó por el pasillo, en dirección al cuarto de baño que había a la izquierda, antes de entrar en el salón del fondo. La voz débil y cansada de Carmen había venido desde allí.
Lorena se encontró a su amiga en el suelo, apoyada en la taza del váter, abierta. Carmen tenía los pelos despeinados y la cara pálida, con anchas ojeras.
- ¡Carmen! ¿Qué te pasa? – se alarmó Lorena, yéndose hacia ella y ayudándole a levantar. Carmen se dejó hacer, como una marioneta desmadejada.
- Llevo todo el día con dolor de cabeza y mareos – explicó con voz débil, mientras su amiga la conducía al salón y la sentaba recostada en el sofá. – He intentado vomitar, pero no he podido.... sólo me salen arcadas muy calientes....
- ¿Muy calientes? – preguntó Lorena, mientras arropaba a Carmen con una manta y le ponía el dorso de la mano en la frente. Lo cierto era que no tenía fiebre.
- Sí.... Son sólo arcadas calientes, como si me subiese fuego desde la garganta, pero no vomito nada.... – explicó Carmen, dejando un poco perpleja a Lorena. Ésta no sabía a qué se refería su amiga, pero se preocupó.
- No te preocupes, no lo fuerces. Ahora ya estoy yo aquí. Voy a llamar al médico o a Urgencias, y nos vamos para allá.
- No hace falta, no hace falta.... – dijo Carmen, como ida, sacudiendo la mano, sin fuerzas.
- Claro que sí – contradijo Lorena. – Tienen que verte para saber qué te pasa....
- Puede que esté embarazada.... – murmuró Carmen.
- ¿Embarazada? ¿De quién? – se asustó Lorena.
- De José Luís.... yo qué sé... – contestó Carmen, con ligereza, con voz soporífera, haciendo que Lorena se estremeciera. Era lo último que necesitaba su amiga en aquel momento.
Fue hasta la cocina, cogiendo el teléfono inalámbrico de camino. Marcó el teléfono de Urgencias mientras iba al armario de encima del fregadero y cogió un vaso mientras sonaban los primeros tonos de llamada.
- Servicio de Urgencias, ¿dígame?
- Sí, mire, estoy en casa de una amiga que se encuentra muy mal durante toda la mañana, con mareos y náuseas. Intenta vomitar pero no puede y le arde la garganta – explicó Lorena mientras abría la nevera y sacaba una jarra de agua fría.
- ¿No puede ir por su cuenta al servicio médico?
- Está muy débil y no tenemos coche ninguna de las dos – contestó Lorena, sintiéndose un poco estúpida por llamar a Urgencias sólo por aquello, pero estaba preocupada por su amiga. Carmen estaba pasando una mala racha y sólo quería ayudarla en todo cuanto pudiese.
- Dígame la dirección y veremos si alguna ambulancia de guardia puede acercarse hasta allí – contestó la otra voz, mientras Lorena llenaba el vaso de agua y volvía al salón.
- Sí, verá, es el número 17 de la calle Algeciras, el tercero ¡aaaaaaah! – se asustó Lorena.
Había vuelto al salón, para darle el agua a su amiga y se la encontró sentada en el sofá, con las piernas cruzadas y las manos caídas en el regazo. Su cara se había vuelto oscura, casi negra, como tiznada por el carbón. Tenía los ojos bulbosos y muy rojos, con los dos iris dorados. Babeaba enseñando los dientes.
Lorena dejó caer el vaso de agua que rebotó en la mullida alfombra y no se rompió, pero le regó los pies de agua helada. Aquella fue su excusa para el escalofrío que le recorría la espalda en aquel momento.
- ¡Carmen! ¿Estás bien? – preguntó, con la voz teñida de pánico. Su amiga movió la cabeza lentamente, paseando la mirada por todo el salón antes de detener sus marcados iris dorados en los ojos aterrados de Lorena.
- Prest, smrtnik tuzan. Atea Anäziak ireki. Vatra i sjena biti zatim majstori tvoj pocetak od novi vrijeme. Du bederatzi konkistatzeko ondoren zure munduko i zure arima. Ondoren, erre.
Lorena dio un paso atrás.
- ¿Qué?
Por respuesta, Carmen (o el cuerpo de la que antes había sido Carmen) se abalanzó sobre ella, cogiéndola por el cuello y apretándoselo con fuerza, haciéndole resonar las vértebras, dejándole sin aire.
Cuando el cuerpo de Lorena Mazas Acebes se quedó inerte, la que había sido su amiga se dio la vuelta, cogió un rotulador permanente que había en la mesa y dibujó un símbolo en la pared. Después, sin detenerse a admirar el resultado, soltó el rotulador en la alfombra y se asomó a la ventana que daba a la calle, con curiosidad e inocencia.
Se encaramó de un salto al marco de la ventana, agarrada a los laterales y mirando abajo gritó:
- ¡¡Prest, smrtnik tuzan. Atea Anaziak ireki. Vatra i sjena biti zatim majstori tvoj pocetak od novi vrijeme. Du bederatzi konkistatzeko ondoren zure munduko i zure arima. Ondoren, erre!!
Y después saltó al vacío.


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