viernes, 30 de mayo de 2014

Anäziak (9) - Capítulo 9 + 6


- 9 + 6 -
  
- Vamos a ver – dijo Sole, delante de sus tres compañeros, dos hombres y una mujer. – Recapitulemos. Justo y Marta, los otros dos agentes de la ACPEX, están de camino hacia aquí. Han descubierto información muy importante con respecto a nuestro caso. Marta me ha llamado esta mañana y me ha pedido que os ponga al día. De esta forma todos sabremos en qué punto nos encontramos y dónde tenemos que llegar.
Se detuvo un instante, mirando a su “público”. Esperaba explicarse bien, porque la historia era rara de narices.
- Los poseídos que hemos ido viendo hasta ahora y el que suponemos que surgirá aquí, son solo avisos para lo que va a venir después. Sólo servían para avisar: por eso soltaban la parrafada bien alto siempre que podían – Sole se explicaba a su manera, pero diciendo lo mismo que el padre Beltrán les había contado a Marta y Justo. – Ese discurso viene a decir algo así como que el príncipe demonio de una dimensión infernal, con ocho compañeros, van a conquistar nuestro universo. Al parecer necesitan a nueve poseídos para abrir el portal entre su mundo y el nuestro. Con los poseídos que llevamos y el que esperamos que surja aquí hacen siete. Habrá otros dos que cogerán la fuerza vital, o algo así, de todos los demonios poseedores y abrirán el portal en una pequeña comarca al norte del Bierzo, llamada Concejos de Siena. Si consiguen abrir esa puerta, se colarán por ella los otros nueve demonios, los malos de verdad. El.... digamos, asesor de Justo y Marta está convencido de que esos nueve demonios pretenden conquistar nuestro mundo y acabar con toda la vida de la Tierra. Así que no nos queda otra que pararlos. Tenemos que evitar que el poseído de aquí muera, ¿está claro?
Las tres personas que la escuchaban asintieron.
- Pues en marcha. Daniel y Mónica, instalad los equipos. Tenemos que rastrear esta ciudad palmo a palmo. Ese cabrón no se nos puede escapar otra vez.
Los dos técnicos se pusieron a trabajar, sin hacer ninguna pregunta. A pesar de ser nuevos en aquello, y de la descabellada historia que Sole les acababa de contar, sabían que todo era cierto y que debían hacer bien su trabajo. Sin embargo, el segundo hombre se acercó a Sole.
- ¿Todo eso que has dicho es de verdad o estabas de cachondeo? – preguntó, con una mueca.
- ¿Tú te crees que yo podría inventarme una cosa así? – respondió Sole, con cara divertida. – Además, ¿para qué iba a inventármelo?
El guardia civil aceptó la respuesta con un asentimiento y una mueca.
Su amiga tenía razón.
Estaban en Burgos, en el mirador circular de la carretera que subía hasta el castillo, era martes por la mañana, y tenían poco tiempo. Sole sabía (se lo había dicho Marta por teléfono, a quien se lo había asegurado el sacerdote de negro) que el último poseído surgiría ese día. No más tarde.
Sole había salido de Palencia con Daniel y Mónica la tarde anterior. Habían viajado a Burgos y habían llegado de noche. Lo primero que habían hecho, antes de buscar un hostal o cualquier otro sitio donde pasar la noche, fue llamar a su amigo Andrés García Aragón, número de la Guardia Civil destinado en la provincia de Burgos. Le había pedido ayuda y rápidamente se había desplazado hasta allí.
Sole había pensado, después de lo de Palencia, que necesitaban ayuda para enfrentarse a aquellos poseídos. Y ahora lo pensaba todavía más, después de que Marta la hubiese llamado aquella mañana, contándole toda la historia y cambiándole los planes. No sólo tenían que evitar que el poseído asesinase a más gente sino que además tenían que evitar que se matase a sí mismo.
La ayuda de Andrés García Aragón y de sus compañeros se hacía casi indispensable.
Sole estaba contenta con Mónica y Daniel, eran buenos técnicos y se habían acostumbrado rápidamente al trabajo de campo, sin quejarse ni dar problemas. Pero no eran gente hecha para trabajar en un equipo de campo, sobre el terreno. Tener a gente de armas a su lado tranquilizaba a Sole, sobre todo en las actuales condiciones.
- Así que toda la vida te has dedicado a esto, ¿no? – le preguntaba Andrés García en ese momento. – Nada que ver con esa historia del equipo de asalto, trabajando para la Jefatura Central, ni nada de eso.
- No – contestó Sole, con una mueca culpable. – Lo siento.
- Lo entiendo, lo entiendo.... – dijo Andrés, sinceramente. – Todo esto es alto secreto. ¿No te meterás en un buen lío por habérmelo contado?
- Si todo sale bien, mis superiores me felicitarán por el trabajo bien hecho y por haber atajado la crisis. No creo que haya problemas.
- ¿Y si la cosa sale mal? – preguntó Andrés, con una sonrisa.
Sole aspiró el humo de su cigarrillo y se encogió de hombros.
- Entonces la cosa será mucho más fácil – dijo, expulsando el humo con fuerza. – Estaremos todos muertos y ya no me importarán las posibles represalias de mis superiores.
La sonrisa de Andrés García Aragón se borró de sus labios.

* * * * * *

Una hora y media después el R-11 de Justo llegó hasta ellos. Sole colgó el teléfono (había estado hablando con Marta para indicarles dónde se encontraban) y se acercó con paso firme al vehículo. Se encontró con Justo cuando salía por la puerta del conductor.
- ¿Habéis encontrado algo? – dijo el veterano agente a modo de saludo.
- Todavía nada, pero seguimos alerta – respondió Sole. Le dedicó un saludo amistoso a Marta cuando bajó del coche y una mirada desconfiada y extraña al padre Beltrán, que se acercó a zancadas a los equipos que vigilaban Daniel y Mónica.
- ¿Quién es? – preguntó Justo, señalando hacia Andrés García Aragón, que estaba separado de todos, mirando con curiosidad al extraño sacerdote vestido de negro.
- Venid. Os presentaré – Justo y Marta anduvieron con ella hacia Andrés, que les sonrió. – Éste es Andrés García Aragón, número de la Guardia Civil. Es amigo mío y está aquí para ayudarnos. Estos son Justo Díaz y Marta Velasco.
- Mucho gusto – se presentó Andrés, estrechándoles las manos a ambos. Justo se sintió tranquilo y satisfecho con el apretón que recibió.
- ¿Sabe lo que nos traemos entre manos aquí? – preguntó. Andrés le asintió y el agente veterano se volvió a mirar a Sole, con mirada censora.
- Sole me lo ha contado todo, aunque sé que es alto secreto – salió en defensa de su amiga el guardia civil. – Y agradezco que lo haya hecho, porque si no quizá no la hubiese creído y no la hubiese ayudado. Ni a todos ustedes.
- Imagino que sabe lo que puede ocurrirle si cuenta algo de todo esto.... – empezó a decir Justo, con voz amable.
- Lo sé, lo sé. No diré nada. Inventaré una historia para contarle a mis compañeros.
- ¿Con cuántos agentes podemos contar? – preguntó Sole.
- Supongo que con media docena, quizá ocho – respondió Andrés García. – He hablado con mi amigo Gabriel y él es el que ha avisado a los otros. No sé exactamente cuántos vendrán.
- ¿Y cuándo se reunirán con nosotros? – preguntó Justo.
- Están preparados para recibir nuestra llamada, cuando ese.... poseído aparezca y vayamos por él.
- Discúlpenme – dijo Marta, alejándose del grupo, dejando a Justo que arreglara los detalles de la operación con Sole y con el guardia civil. A ella le interesaba más el encuentro de sus dos amigos con el padre Beltrán. Mientras se acercaba a ellos sonrió, divertida, al ver a Daniel asustado mientras miraba al sacerdote. Mónica lo miraba interesada, pero a la vez indiferente: su amiga quería que aquel hombre se quitase ya de en medio para poder seguir comprobando las lecturas en todos los aparatos.
- ¡Hola, chicos! – saludó, riendo contenta.
- ¡Marta! – dijo Daniel, desentendiéndose del extraño personaje de negro y acercándose a su amiga, para darle un fuerte abrazo. Mónica hizo lo mismo, sonriendo ligeramente.
- ¿Cómo ha ido todo? – preguntó Marta, escuchando sólo por encima la explicación de Daniel, quedándose con el cabeceo de Mónica y su explicación breve y concisa. – Dejad que os presente a un nuevo amigo....
Se acercó con ellos hasta donde el padre Beltrán observaba atentamente la pantalla del medidor de ondas ectoplásmicas, el que iba dentro de la maleta metálica. Multitud de parábolas y de hipérbolas de color verde y amarillo llenaban la pantalla oscura.
- Padre Beltrán, querría presentarle a mis amigos, dos miembros del equipo – presentó Marta. – Son Mónica Argüelles Martín y Daniel Galván Alija. Son técnicos de la agencia como yo y ésta es su primera misión como agentes en un equipo de campo.
El padre Beltrán se giró hacia ellos y les dedicó unos cabeceos amistosos.
- Usted no forma parte de la agencia, ¿verdad? – preguntó Mónica, con el ceño fruncido.
- No – contestó el sacerdote, y Marta creyó que habría sonreído si hubiese estado habituado a hacerlo.
- ¿Y qué hace aquí? – preguntó Daniel, consiguiendo que la pregunta no sonase borde.
- Intentar salvar nuestro universo, como todos – respondió el padre Beltrán, y su voz de cuervo sonó amable. Después se volvió hacia la maleta metálica y el medidor que albergaba en su interior. – ¿Para qué sirve este aparato?
- Es un medidor de ondas ectoplásmicas – explicó Daniel, acercándose a él. – Registra cualquier emisión ectoplásmica en un radio de varios kilómetros: ahora mismo está calibrado a cuatro, pero se puede ampliar hasta doce. Como sabemos que el evento ocurrirá en Burgos no necesitamos tanto alcance.
- Curioso.... – respondió el padre Beltrán, sin apartar sus gafas oscuras del aparato. – Yo puedo hacer lo mismo.
- ¿Cómo? – preguntó Daniel, interesado.
Pero antes de que la mano del padre Beltrán llegase hasta sus gafas con intención de quitárselas, el mando del escáner láser, en el asiento del copiloto del todoterreno de Sole, emitió un pitido. Daniel se acercó hasta él, pero Mónica llegó antes y lo cogió.
- ¿Alguna lectura? – preguntó Marta.
- Sí – contestó Mónica – pero no nos vale.
- Registra un aumento de temperatura, pero parece debido a un gran grupo de gente reunido en el mismo sitio – apuntó Daniel.
- ¿Había manifestación hoy en Burgos? – preguntó Marta. Daniel y Mónica negaron con la cabeza. Marta se volvió hacia Sole. – ¡Sole! El escáner de calor registra un gran grupo de gente. ¿Sabes a qué puede deberse? ¿Hay manifestación en la ciudad o algo así?
- Ni idea.... – dijo la soldado, acercándose al todoterreno. Los dos hombres con los que estaba la siguieron.
El padre Beltrán se separó del grupo media docena de pasos, adentrándose en la calzada, y acabó quitándose las gafas. Marta llegó a su lado al cabo de un instante y le miró, componiendo una cara de terror. El sacerdote de negro utilizó sus ojos blancos, velados como los de un ciego, para ver en la distancia la gran masa de gente. Marta comprendió en ese momento lo que había tenido que pagar aquel hombre para enfrentarse al mal.
- No son una manifestación.... – dijo el padre Beltrán, volviéndose a poner las gafas y girándose hacia el grupo de personas que seguía en torno a los aparatos. – Son seguidores de esos demonios.
- ¿Qué? – preguntó Sole.
- Son los seguidores de los nueve, que se preparan para su llegada.
- Para eso era el símbolo – dijo Justo, dando un par de pasos hacia el sacerdote de negro, mirándole de frente. –Para que sus seguidores supiesen dónde podían encontrarlos. Ésa era su teoría, la que no quiso contarnos....
- Creo que está en lo cierto, agente Díaz....
- ¿Sus seguidores? – preguntó Marta, escandalizada. – ¿Esos monstruos tienen seguidores?
- No lo hubiese imaginado hasta ahora – dijo el padre Beltrán, meneando la cabeza, – pero tiene sentido. Los nueve han seducido con sus heraldos a ciertos seres humanos para que los esperen. Para que sean su ejército aquí, en la Tierra.
- Así que donde estén esos seguidores, aparecerá el poseído – dedujo Justo.
- Entonces en marcha – dijo Sole, cerrando la maleta metálica y colocándola en el asiento trasero del todoterreno. Después montó en el asiento del conductor, mientras Daniel subía a su lado comprobando el mando negro del escáner de calor.
Marta y Justo se dirigieron al coche de éste, acompañados de Mónica, como siempre silenciosa. Andrés montó en el todoterreno, y el padre Beltrán soltó la moto del remolque, montando en ella y arrancándola con un rugido gutural. Por un momento Marta pensó que el sonido de la moto pegaba mucho con la voz del dueño.
El todoterreno partió el primero, en dirección a la enorme fuente de calor. El otro vehículo lo siguió, con la moto cerrando el convoy.
Bajaron por la estrecha carretera que llevaba al castillo y cruzaron la ciudad. La masa de gente que el escáner láser recogía como una gran masa de calor se estaba reuniendo al mismo lado del río Arlanzón en que se encontraban ellos, pero bastante lejos. Después de muchas calles, direcciones prohibidas y saltarse varios semáforos en rojo y señales de STOP, las indicaciones de Daniel (basadas en las lecturas del aparato) les llevaron a la amplia explanada que había entre el estadio de fútbol del Plantío y la plaza de toros.
- Joder.... – murmuró Daniel, levantando la mirada del mando y posándola en la realidad.
Una multitud de unas trescientas personas se agolpaban en el recuadro de cemento que servía de aparcamiento y que había al lado del estadio. Se subían unos sobre otros, se amontonaban, intentaban llegar al centro del grupo, empujándose y moviéndose. La muchedumbre entera parecía un organismo vivo, vibrante y hormigueante, que danzaba al unísono de un lado a otro.
Las puertas de los coches se abrieron y sus ocupantes bajaron, con ojos atónitos. El padre Beltrán colocó la pata de cabra de la moto y se bajó de ella.
- ¿Qué está pasando aquí? – murmuró Marta. Todos los demás tenían la misma cara que ella, asombrados y estupefactos. Sólo el padre Beltrán parecía acostumbrado a ver cosas así.
- Son los seguidores del poseído. Los seguidores del Príncipe de Anäziak – explicó. – Son gente de mente débil, capaces de ser hipnotizados por la fuerza y las vibraciones que despiertan los demonios....
Marta se fijo en que había gente de todo tipo, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, gente en chándal y gente en traje, mendigos y gente con ropa cara, gente en mono de trabajo y gente en pijama.
El mando que Daniel sostenía con manos lánguidas emitió un pitido.
- Una lectura – dijo, con la mente en otro sitio. – Es un pico de temperatura de ciento veinte grados.
- ¿Dónde? – preguntó Justo, acercándose a él. Comprobó la pantalla y luego levantó la mirada, posándola en el padre Beltrán. – En el centro del grupo....
- El poseído está allí.... – dijo Marta.
Entonces un rugido de triunfo y de rabia surgió desde dentro del montón de personas.
- ¡Tenemos que llegar hasta él! – gritó Sole, que sostenía el rifle en postura de disparo. Pero aún así le resultaba imposible disparar a la multitud.
- Es imposible.... – dijo el padre Beltrán. Su voz cascada resultó implacable.
Sole bajó el rifle y corrió hacia el grupo. Andrés la imitó y Daniel fue también detrás de ellos. Pero les resultó imposible traspasar la barrera humana que protegía al poseído. Entonces es cuando oyeron el primer grito humano.
Un grito de muerte.
- ¿Qué es eso? – dijo Sole, echándose el rifle a la cara.
- El poseído está matando.... – dijo el padre Beltrán.
- ¡¿Qué?! – se escandalizó Marta. No podía creerlo.
- Está asesinando, como todos los anteriores.
- ¿Pero cómo....? ¿A quién....? – se aturulló Marta.
- A sus seguidores – respondió Justo, uniéndose a ellos.
- ¡¡No es posible!!
- Les ha seducido. Harán lo que sea con tal de ayudar a que el Príncipe y sus Ocho Generales lleguen hasta aquí.... – dijo el padre Beltrán, desapasionado.
- ¡¡Tenemos que hacer algo!! – aulló Sole, desesperada. Cerca de ella, Andrés y Daniel intentaban de nuevo traspasar la marea de cuerpos, pero eran rechazados y empujados fuera. Daniel cayó al suelo todo lo largo que era y se golpeó la parte posterior de la cabeza en el suelo. Mónica corrió hacia él y lo ayudó a incorporarse.
Otro grito de muerte distinto resonó en el aire.
Justo bajó la mirada, desalentado, y entonces descubrió una línea gruesa pintada con spray. La siguió con la mirada, dio unos pasos hacia atrás y se agachó para verla en perspectiva.
- Padre Beltrán.... – dijo, llamando su atención.
El sacerdote miró lo que le señalaba el agente y al cabo de un instante lo reconoció: el símbolo que todos los poseídos dibujaban en la escena de sus asesinatos y suicidios, sólo que a gran escala, ocupando la mitad del aparcamiento.
En ese momento sonó otro grito moribundo, esta vez femenino. Después, la masa de gente se movió, como un solo ente. Empezaron a amontonarse por el centro, formando una especie de castillo humano, pero sin ningún orden.
Los siete seres humanos que habían ido allí para detener al poseído, miraron asombrados e impotentes lo que ocurrió a continuación.
Una figura salió elevada desde el centro, por docenas de manos de sus fervientes seguidores. Era una mujer rubia muy atractiva, vestida con un top que dejaba su ombligo al aire y un pantalón muy corto que mostraba sus atractivas piernas. Estaba muy bronceada, pero aún así su cuello y su cara resaltaban, teñidas de negro.
Sus seguidores la elevaron y los que habían formado el castillo humano en el centro del grupo la tomaron y la levantaron en el aire aún más, hasta arriba del todo. Allí, la mujer poseída se agarró a lo alto de la farola y se puso en pie sobre ella, alzando los brazos. La montaña humana de hipnotizados se separó de la farola, dejándola allí, abriendo un hueco en el interior del grupo.
- Hemos llegado demasiado tarde.... – murmuró el padre Beltrán. Marta no podía quitar ojo de la mujer poseída en lo alto de la farola.
- ¡¡Prest, smrtnik tuzan. Atea Anäziak ireki. Vatra i sjena biti zatim majstori tvoj pocetak od novi vrijeme. Du bederatzi konkistatzeko ondoren zure munduko i zure arima. Ondoren, erre!! – gritó, con fuerza. Parecía un dios victorioso allí en lo alto. Los hipnotizados del suelo le aclamaron y vitorearon.
Entonces saltó al vacío, al hueco que sus seguidores le habían hecho. El sonido de su cuerpo al reventar contra el suelo se escuchó claramente desde donde estaban el padre Beltrán, Justo, Marta y los demás.
- Tenemos que irnos.... – dijo el padre Beltrán, repentinamente con prisa. Se dio la vuelta y corrió hacia su moto. El abrigo largo revoloteó tras él, como las alas de un cuervo. Sus compañeros sólo pudieron verle correr, con cara atónita.
Los seguidores del poseído caído aullaban al cielo, contentos y enardecidos. Pero de repente se callaron, se dieron la vuelta y miraron todos hacia los seres humanos que estaban allí.
- ¡¡Salgan de ahí!! – bramó el padre Beltrán, y su moto le secundó al arrancarla.
- ¡Vamos! – gritó Sole, echando a correr. Los demás hicieron lo mismo, de camino a los coches. La soldado disparó a la multitud, intentando cubrir la huída. Los hipnotizados corrieron tras ellos sin miedo a las balas, pero ellos sí que eran humanos (físicamente hablando) y los impactos de los proyectiles los detenían y los atravesaban.
Y los mataban.
El padre Beltrán salió el primero de allí, a lomos de su moto. Justo lo siguió con su coche, acompañado por Marta, Daniel y Mónica. Sole montó en el todoterreno cuando Andrés ya lo había puesto en marcha y había arrancado. La soldado dio las gracias por haber dejado las llaves puestas en el contacto.


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