sábado, 6 de septiembre de 2014

Arrieros Somos y en Astudillo Nos Encontraremos - II


UN MAGO QUE SE VA

El aprendiz de mago miró con ojos asustados a su amo, que hacía la maleta con tranquilidad delante de él.
- ¿De verdad tenéis que iros? – preguntó el muchacho, con voz preocupada. – ¿Cuándo volveréis?
- No sé.... – contestó el mago, mientras metía una bufanda en la bolsa de viaje. – En unos días. Depende lo que se alargue la fiesta....
El aprendiz tragó saliva, nervioso. Estaba muy preocupado, al quedarse solo sin su maestro. Le daba la impresión de que el reino se quedaba desprotegido, con la ausencia del mago. Ahora era el aprendiz el único mago que quedaba en el reino, el encargado de su protección. Tragó saliva otra vez, apurado. Si los habitantes de Cerrato dependían de él, iban listos....
El joven aprendiz llevaba estudiando con el mago Jeremías desde hacía casi diez años, viviendo con él en sus dependencias del castillo de la reina Guadalupe. Y el chico, aunque siempre había mostrado muy buena predisposición y era muy trabajador, no había conseguido empezar a dominar las artes mágicas.
Era un desastre.
Si el mago Jeremías le enseñaba a transformar una rata en una taza, el aprendiz conseguía un vaso de cristal, una jarrita para la leche, un tazón de desayuno, un plato sopero o una copa de champán antes que una simple taza. Si lo que quería explicarle era la levitación de los objetos, el aprendiz conseguía hacerlos explotar o cambiarlos de color antes que hacerlos flotar. Ni siquiera había sido capaz de volar en escoba: lo único que había conseguido el aprendiz fue planear de forma lenta y vacilante en una fregona.
El mago Jeremías estaba desesperado con su aprendiz, pero también le tenía mucho cariño, así que seguía enseñándole de forma incansable y amable. El chico no lo hacía adrede: simplemente era torpe para las artes mágicas. Sin embargo hacía una sopa de ajo excelente, era muy bueno con el punto de cruz y haciendo animales de papel. Los aposentos del mago estaban decorados con multitud de pajaritas, perritos, elefantes, grullas, serpientes y demás animalitos de papel.
- No creo que la reunión dure mucho más de cuatro días – apuntó el mago, metiendo dentro de la bolsa de viaje varios pares de calcetines, de los blancos con rayas rojas en el tobillo. El mago los encontraba comodísimos para llevar con las sandalias de cuero. – Es una reunión ordinaria, de rigor. No hay nada polémico que tratar, así que tardaremos poco....
El aprendiz asintió, sin tenerlas todas consigo. Su maestro se iba de viaje a la reunión anual de la Asociación Libre de Magos y Brujas Afiliados a un Reino (ALMYBAR), en la que los magos de los reinos de Castilla se juntaban para compartir conocimientos, problemas que les habían ocurrido en sus respectivos hogares (y la manera en la que los habían solucionado), intercambiaban cromos, jugaban al parchís mágico, ponían un mercadillo de especias, ingredientes para pociones, togas de colores y gorros picudos....
Si la cosa no se complicaba, el mismo viernes su maestro estaba de vuelta, pero el aprendiz recordaba con pánico aquellas veces en las que el mago se había retrasado: hace siete años, los magos se habían entretenido intentando conseguir la pompa de jabón definitiva, que no perdiera sus colores ni explotase. Y hacía tan sólo un par de años su maestro tardó un mes en regresar, porque otro de los hechiceros, enfadado por el dudoso resultado de una partida de damas mágicas, había borrado la memoria de su amo, que no pudo volver hasta que el hechizo se pasó y recuperó sus recuerdos.
- No te preocupes, hijo – dijo el mago, una vez que hubo metido en la bolsa de viaje el albornoz, otra túnica de repuesto, unas cazuelas y la jaula con el canario. – En unos pocos días estaré de vuelta. No tiene por qué pasar nada en el reino mientras yo esté ausente....
Su aprendiz sonrió, débilmente, respondiendo a la sonrisa de confianza que su maestro le dedicaba.
El chico así lo esperaba.


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