lunes, 13 de octubre de 2014

Arrieros Somos y en Astudillo Nos Encontraremos - XII


UNA CONFESIÓN CONSPIRATIVA
  
- ¿Pero qué narices has hecho? – dijo Rosalinda, zarandeando al aprendiz de mago, agarrándole por el pecho de la túnica. – ¿No se supone que esa poción la mataría?
El pobre muchacho estaba todo despeluchado y con las gafas deslizadas hasta la punta de la nariz, asustado y confuso. Estaban los dos todavía en la mesa presidencial, pero nadie les veía: todo el mundo en la fiesta aclamaba a la princesa Adelaida, que además de la princesa deseada que todos habían esperado tener algún día, ahora era además una heroína.
- Sí.... Eso.... eso pensaba yo.... ­– dijo el aprendiz, tartamudeante. – Hice la poción correctamente, estoy seguro....
Pero en realidad no estaba totalmente seguro.
Rosalinda lo zarandeó un poco más y salió del Gran Salón hecha un basilisco, enfurruñada y pisoteando el suelo de piedra.
La fiesta duró hasta bien entrada la noche. Todo el mundo estaba encantado con su nueva princesa: además de ser una princesa de verdad, hecha y derecha, y de todas sus virtudes que ya conocían, resultaba que hacía milagros. Estaban encantados con Adelaida.
Fray Malaquías salió del Gran Salón después de la medianoche, cuando la fiesta ya había acabado y los invitados se habían marchado. Sólo quedaban los criados que formaban las cuadrillas de limpieza y Pichiglás, que buscaba por entre las mesas y sillas volcadas la llave del candado con el que ataba el monociclo en los establos.
El fraile iba un poco bebido, y bastante confuso. Estaba claro que si los milagros empezaban a ocurrir, el apocalipsis no iba a suceder pronto. Una cosa contradecía a la otra. Y el fraile no sabía cómo sentirse: alegre por la presencia de milagros divinos (de la mano de la princesa) o triste porque su adorado apocalipsis no iba a producirse. Era un dilema....
Fray Malaquías se encontró de repente con la infanta Rosalinda, que estaba sentada en el suelo, en un pasillo, abrazada a las rodillas y apoyada en la pared. Sollozaba, con la cabeza escondida entre las piernas.
- ¿Qué os pasa, hija mía....? – preguntó fray Malaquías, interesándose por la infanta. – ¿Hay algo que os preocupa?
Rosalinda levantó la cabeza y miró al fraile con ojos llorosos. Desesperada se agarró a los faldones de su hábito y se puso a llorar de nuevo.
- ¡He pecado, padre! ¡He pecado! – dijo, desconsolada.
- Bueno, majestad, eso tiene fácil arreglo.... – dijo el fraile, sentándose en el suelo al lado de la muchacha, medio borracho como estaba. – Yo os confesaré y os absolveré de vuestras faltas....
- He intentado matar a la princesa Adelaida, padre.... Dos veces.... – confesó Rosalinda, calmándose un poco, dejando de llorar, pero con voz triste.
- Vaya.... bueno.... eso es grave....
- Lo sé, padre.... Pero lo más grave es que no lo he conseguido.... – dijo Rosalinda, con tristeza.
La muchacha le explicó al fraile su envidia, su enfado, su malestar ante el deseo de la gente del reino de tener una princesa, una princesa de verdad. Le contó cómo se sentía ella al ver que no valía para ser princesa, que ella nunca podría serlo aunque lo deseaba con todas sus fuerzas.
- La odio, padre.... La odio, y sé que está mal, pero no puedo evitarlo....
- Bueno.... Viéndolo con otra perspectiva.... no es tan malo lo que habéis hecho.... – dijo fray Malaquías, bastante despejado de la borrachera que llevaba. Su inteligente cerebro empezaba a maquinar.
- ¿Estáis seguro, padre? – preguntó Rosalinda, dejándose convencer. – He querido matarla, y he dejado el encargo en manos de otra gente.... ¿De verdad tengo salvación?
- Claro que sí, hija mía.... – aseguró el fraile, con otro tono muy distinto al de antes. Ahora era empalagoso, calculador. – Al fin y al cabo estáis defendiendo vuestra posición en la corte ante una princesa extranjera.... Eso no es tan malo....
- Entonces.... ¿debo seguir intentándolo? – preguntó Rosalinda, algo confundida, pero deseando que el fraile le diera permiso.
- Claro que sí, majestad.... – contestó fray Malaquías. – Con todas vuestras fuerzas. Pero, pedid perdón al Señor por lo que estáis haciendo, ¿eh? Así Él estará convencido de que os arrepentís, que lo hacéis porque no tenéis otro remedio....
- Muy bien, padre.
- Bueno. Pues yo te absuelvo de todos tus pecados, pequeña – dijo el fraile, sonriendo como un zorro astuto. – Pero, si quieres conseguir tu deseo y poder echar de aquí a la princesa, tendréis que pensar algo que funcione, y no dejar tanta responsabilidad en manos del aprendiz de mago....
El fraile sonreía, astuto. Había comprendido de dónde había venido el supuesto “milagro” de la princesa Adelaida. Y también se había dado cuenta de que, si al final conseguían acabar con la princesa, quizá la guerra se desataría entre los reinos de Castillodenaipes y de Cerrato. Una guerra era el comienzo perfecto para el apocalipsis....
Fray Malaquías sonrió un poco más, feliz. Parecía que al final iba a conseguir lo que quería.
- Tenéis razón, padre Malaquías. Eso haré.... – dijo Rosalinda, convencida, y fray Malaquías sonrió aún más. Parecía un zorro justo antes de entrar en un gallinero sin vigilancia.


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