viernes, 17 de octubre de 2014

Arrieros Somos y en Astudillo Nos Encontraremos - XIII




UNA CONFUSIÓN APESTOSA
 
La fiesta en el Gran Salón del castillo había terminado, pero siguió en las tabernas de Astudillo durante toda la noche.
En “La Tabla Redonda” se juntaron varios habitantes de la villa, muchos de los cuales habían estado en la fiesta oficial en el castillo. Todos celebraban la llegada de la princesa Adelaida al reino de Cerrato y aclamaban su milagro. Pero quien más lo celebraba era “Lepre”.
La ex-leprosa no paraba de bailar, de beber y de reír. Todo el mundo quería invitarla aquella noche a un trago y ella se dejaba invitar. Llevaba una cogorza muy grande, después de que media villa le hubiese invitado a vino en la taberna.
- ¡¡Que viva la princesa Adelaida!! – gritaba Romero el herrero.
- ¡¡Viva!! – respondía la gente, alzando sus jarras de barro.
- ¡¡Que viva “Lepre”!! – gritaba Maruja, la cotilla.
- ¡¡Que viva yo!! – gritaba la aludida, con voz vacilante.
- ¡¡Viva!! – respondía el resto de los habitantes del pueblo, alegres y contentos.
Bueno, no todos estaban contentos. Bernabé, el verdugo, estaba sentado aparte, bebiendo zumo de naranja, triste y apagado. Suspiraba cada poco, mirando por la ventana la silueta oscura del castillo, que se recortaba en el cielo nocturno lleno de estrellas.
- ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? – preguntó Romero, acercándose a la mesa y sentándose con su amigo.
- ¿Eh? Nada, nada.... Estoy bien.... Sólo un poco cansado.... – mintió el verdugo.
- Te he visto muchas veces cansado – dijo Romero – y no tienes esa cara tan intensa. Parece que te doliese la tripa....
- No, estoy bien.... – dijo Bernabé, con voz triste.
- Sólo te he visto así, con esa pinta de cordero degollado, cuando te enamoras.... – dijo el herrero, con acierto. – ¿Quién es esta vez?
- ¿Qué dices? – saltó Bernabé, espabilándose de repente, ofendido. – ¿Enamorado? Anda, anda, no digas bobadas....
- ¡La princesa! – dijo Romero, que no había hecho caso de su amigo y había estado pensando. – ¡Es la princesa Adelaida, ¿verdad?! ¡Anda, bribón! Menudo golfo estás hecho....
- ¡Ssssshh! – chistó el verdugo, mandando callar a su amigo. – Te van a oír, escandaloso.... Sí, es ella, me gusta, ¿y qué? No soy más que un verdugo y ella toda una señorita princesa.... – terminó Bernabé, triste.
Mientras Romero intentaba consolar y animar a su amigo y Bernabé se ponía cada vez más triste y lo veía todo cada vez más negro, la algarabía y el jolgorio crecían a su alrededor, en la taberna.
- ¡Voy a volver a ser médico! – decía “Lepre”, y todo el mundo en la taberna la jaleaba. – ¡Y voy a curar a todos los leprosos del reino!
- ¡¡Viva “Lepre”!! – decía la gente.
- ¡¡Viva yo!! – respondía ella.
Francisco, el tabernero, pasó en ese momento con una bandeja llena de cuencos con aceitunas. La gente empezó a cogerlos y a comer de ellos. Alguien cogió uno y se lo tendió a “Lepre”, que seguía subida encima de una mesa, donde todo el mundo podía verla.
- ¡Y le pediré a la princesa Adelaida que me ayude con sus milagros a curar a la gente con enfermedades más difíciles! – dijo, mientras cogía una aceituna del cuenco que le acercaban y se la llevaba a la boca. – ¡Y acabaremos con el sarampión en Astudillo, la gota, la viruela, el baile de San Vito, el mal de ojo, la miopía, la peste negra....!
Y entonces la aceituna, juguetona, se le atragantó en la garganta, a medio tragar. “Lepre” empezó a ronquear, intentando respirar. Se empezó a poner azul y se llevó las manos al cuello. Todo el mundo se asustó, empezando a chillar: era la segunda vez aquella noche que veían morirse a aquella mujer.
“Lepre” no pudo respirar y se cayó de la mesa hasta el suelo, como un muñeco de trapo. Todos en la taberna se quedaron en silencio, mirándola caída en el suelo.
- Ha sido la peste.... – murmuró alguien, asustado.
- ¡Ha nombrado a la peste y la peste la ha matado! – gritó una mujer, histérica.
- ¡Es la peste! ¡La peste!
- ¡Vamos a morir todos!
- ¡La peste!
El pánico empezó a extenderse y la gente salió corriendo de la taberna, gritando como locos, extendiendo la noticia por todo Astudillo.
- Estoy bien, estoy bien.... – decía “Lepre”, que con el golpe contra el suelo había escupido la aceituna que casi la había asfixiado. Pero nadie la escuchó. El panadero, un hombre muy grande y gordo, la golpeó con la rodilla en la cabeza al pasar por su lado, mientras la mujer trataba de levantarse. Con el golpe quedó tendida en el suelo, inconsciente: todo el mundo creyó que efectivamente había muerto.
Nadie podía parar aquello: la gente salió de la taberna “La Tabla Redonda” huyendo de la supuesta peste, intentando poder librarse de la enfermedad. Los gritos de la gente que salía de la taberna despertaron a los que ya dormían, asustándolos. El miedo a la enfermedad hizo que la gente saltara de sus camas, hiciese sus hatillos a todo correr y abandonaran Astudillo aquella misma noche.
Aquello fue un éxodo en toda regla: la gente de Astudillo abandonó sus casas, llevándose todo lo que pudieron cargar, alejándose cuanto pudieron de aquel foco de peste en que se había convertido la villa.
De nada sirvieron los intentos de la reina por convencer a sus súbditos de que nada pasaba en el reino y de que la villa estaba libre de enfermedades: la gente no hizo caso y se fue, además de los miembros del ejército, guardias reales, artesanos, criados.... sólo quedó un puñado de habitantes en Astudillo.
A la mañana siguiente, la villa apareció desierta. Si aquello no era el apocalipsis que esperaba fray Malaquías, al menos se le parecía mucho.

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