jueves, 16 de abril de 2015

Târq (7) - Capítulo 7 + 11


- 7 + 11 -

 - ¡Vale! ¡Cortamos!
La gente salió de la oscuridad, fuera del plano, para poner en orden el plató, retocar el maquillaje del presentador y hacer algunos ajustes.
- ¿Se ha escuchado bien eso último? – preguntaba Iker Jiménez a su ayudante de dirección. – No sé si con el ruido de los papeles se ha entendido bien....
- Se ha grabado estupendamente, no te preocupes – le contestó. – Además, luego en la edición se puede resaltar más el sonido de la conexión telefónica que el sonido ambiente.
Iker Jiménez no parecía muy convencido.
- Y si no luego lo grabas sólo en audio y lo montamos con imágenes de archivo, de castillos y ruinas medievales de toda España. Tenemos de sobra....
- Vale – aquella solución pareció gustarle al presentador y director del programa. – Luego lo revisamos y si no me convence el sonido hacemos eso.
- ¿Seguimos grabando? Qué viene ahora....
- Lo del santón ése que persigue monstruos – dijo Iker Jiménez. – Si los de iluminación han arreglado eso por mí seguimos....
- Espera – el ayudante de dirección se sacó un walkie-talkie del cinturón y se lo llevó a la boca. – Pepe, ¿me oyes?
- Sí, te oigo. ¿Qué pasa?
- Lo de los focos, ¿estáis en ello? Si va para largo paramos....
- No, está hecho. Dame dos minutos y podéis seguir grabando....
- Dame el aviso cuando lo tengas seguro.
- Vale.
- Has oído, ¿no?
- Sí – dijo Iker Jiménez. – Entonces que no se mueva nadie. Que los de los vídeos lo tengan todo preparado para los fondos. Traedme el material para lo de ahora.
- ¿Cómo vas a entrar?
- Bajo desde las escaleras y acabo aquí en la mesa – dijo Iker Jiménez, señalando. – Que esté todo preparado aquí, las cartas, las fotos y lo demás. Así lo voy manejando y enseñando.
- Vale, dalo por hecho.
El ayudante de dirección se fue para que todo estuviese preparado. Las cámaras y las grúas se movieron, para poder grabar la nueva secuencia desde donde el director quería. Iker Jiménez dirigió a los operarios de cámara para indicarles cómo quería las tomas.
- Iker, lo de iluminación está. Cuando digas.
- Vamos a ello.
Todo el ajetreo que llenaba el plató se fue calmando. Iker Jiménez se situó fuera de plano; los operarios de cámara se situaron detrás de ellas, para manejarlas; los de iluminación se concentraron en los juegos de luces que debían proyectar.
- ¿Todo listo? – preguntó el presentador.
- Todo bien, Iker, cuando quieras.
- Bien. ¡Atentos! ¡Grabando en cinco, cuatro, tres....!
Se calló, contando mentalmente los últimos segundos, igual que el resto del equipo. Cuando llegó al final de la cuenta atrás, observó por el rabillo del ojo que las luces rojas de las cámaras se habían encendido, aunque él estaba mirando hacia el suelo.
Respiró hondo antes de empezar a hablar y de echar a andar hacia el plató, la imagen que estaban captando las cámaras. Empezó a bajar las escaleras, mientras una grúa le seguía en su descenso, lentamente y bien enfocado.
- Continuamos con nuestro programa. Hoy hemos hablado de fantasmas, de espíritus ocultos en objetos cotidianos y hemos repasado esas pistas que las civilizaciones antiguas parecieron dejarnos para enfrentarnos a problemas actuales que ellos no tenían – recitó mientras bajaba. – Ahora, para terminar, pasamos a otra historia, a otro tema que nos ocupa. Queremos terminar el programa con una historia inusual, una historia extraña, sobre un personaje inusual y extraño. Nuestros espectadores ya conocen la larga lista de colaboradores que vienen regularmente a este programa, para compartir con nosotros sus conocimientos o su experiencia. Podríamos decir que son nuestro propio equipo de cazadores de mitos, de leyendas, cazadores de fantasmas y de historias sobrenaturales.
La cámara de la grúa le siguió hasta el suelo mientras otras tres cámaras tomaron diferentes planos del plató, en movimiento. Hubo una que hizo un pase picado, bajando desde la izquierda, pasando por delante de la escalera metálica de caracol por la que bajaba Iker Jiménez. Otra salió desde el lado izquierdo, hacia la derecha, ascendiendo para acabar en un contrapicado. Hubo otra que se mantuvo inmóvil, apuntando hacia el final de la escalera por el que aparecería el director y presentador.
Iker Jiménez llegó al suelo, saliendo de la semipenumbra que había ordenado, caminando con tranquilidad hacia la amplia mesa que había en el centro del plató. Iba mirando a cámara, con mirada intensa, mientras seguía hablando.
- Pero hoy queremos hablarles de una leyenda que corre por nuestro país. La leyenda de otro cazador, pero esta vez real. Un hombre que se dedica, según las fuentes que hemos consultado, a cazar monstruos. A perseguir a las criaturas sobrenaturales de las que les hablamos aquí cada día. Las persigue y las destruye, o al menos eso es lo que él trata de hacer. Tenemos diversas pruebas, fotografías y documentos de este hombre, al parecer un antiguo sacerdote, que ahora se dedica a luchar contra el mal, pero de una forma mucho menos espiritual y mucho más directa. Los que creen saber su nombre le llaman Beltrán, el padre Beltrán, aunque hay muchos otros que han compartido momentos de tensión con él y no pueden asegurarnos que tenga un nombre como lo tenemos los demás. Hoy vamos a hablarles del padre Beltrán, el último cazador de monstruos.

* * * * * *

- Buen trabajo, Iker – le dijo un técnico de sonido por el pasillo.
- Gracias – dijo, sincero, aunque no le conocía personalmente. Era una situación curiosa a la que no acababa de acostumbrarse: todo el mundo le conocía a él, pero él no conocía a todo el personal que trabajaba en aquellos platós. A sus colaboradores directos desde luego que sí, pero había técnicos de sonido, de iluminación, de cámara y vídeo, que trabajaban indistintamente en un plató o en otro: a esos no les reconocía. Pero ellos a él sí, y le trataban como si fuesen colegas de toda la vida.
Quería llegar a su camerino, para cambiarse e irse ya a casa. Aquel día había sido duro, había habido problemas con la iluminación durante un par de segmentos del programa, que habían hecho que todo se retrasase.
Salvo el último. El del cazador de monstruos había salido bien a la primera: el problema con las luces y los focos se había arreglado y había salido todo perfecto.
Menudo tema.... Las pruebas estaban ahí y eran totalmente ciertas, allí no se inventaban nada, él era muy riguroso con eso. Trataban temas que la mayor parte de la gente se tomaba a broma, así que ellos eran los primeros que debían tomárselos muy en serio.
Y aquel tema estaba fundamentado en pruebas y bien documentado. Pero era de locos. Aquel tipo aparecía y desaparecía del mapa cada dos por tres. Cometía asesinatos o cazaba animales que después desaparecían, sin dejar rastro. Aparecía en lugares en los que se provocaban matanzas o en las que sucedían eventos extraños, que normalmente se solucionaban cuando él aparecía.
Iker Jiménez no podía hacer caso omiso de las pruebas, pero aquel tipo, aquel cura que se llamaba Beltrán, le parecía más un loco que otra cosa. Una cosa era creer en los fantasmas o en las criaturas paranormales, y otra muy distinta era “cazarlos”. Iker Jiménez creía que aquella vez habían “patinado” y habían hablado de un demente.
Entró en su camerino, encendió la luz y se quitó la americana, colgándola en el perchero que había detrás de la puerta.
La americana acabó en el suelo.
Allí, en medio del camerino, había un hombre alto y delgado, con sombrero, vestido completamente de negro, con el pelo largo y plateado y gafas redondas y pequeñas, de sol.
Aquel tipo se parecía mucho al fulano del que acababa de hablar en su programa.
Iker Jiménez se quedó sin habla. Sintió miedo y admiración al mismo tiempo. Sintió ganas de correr y de sentarse a hablar con aquella aparición, todo a la vez.
Al final no hizo nada de eso. Se quedó paralizado delante del anciano de negro (que era cura, porque llevaba alzacuello en la camisa negra), sin poder hacer o decir nada. No podía verle los ojos, pues los llevaba tapados con las gafitas redondas (que le recordaron a las de John Lennon) pero podría jurar que la mirada del anciano era terrible.
- ¿Tú eres ése que habla del más allá? – dijo de repente el anciano, con una voz cascada y descarnada. Iker Jiménez pensó inmediatamente en cuervos. – ¿Ése que habla sobre fantasmas, espíritus, entes, lugares de tránsito y criaturas del abismo? ¿Tú eres ese creyente que no tiene miedo a decir la verdad?
Iker Jiménez tardó un rato en darse cuenta de que las preguntas del anciano eran, al fin y al cabo, halagos dirigidos a él. Tragó saliva, trató de hablar, no le salieron las palabras, volvió a tragar saliva, se lo pensó mejor, tragó saliva por enésima vez y después dijo, con voz débil y algo ronca.
- Sí, creo que se refiere a mí.... – estaba asustadísimo, pero también sufrió un ataque de modestia.
- Entonces necesito su ayuda.... – dijo el anciano.
- ¿Mi ayuda? – se sorprendió Iker Jiménez.
- Usted sabe sobre fantasmas – replicó el anciano vestido de negro. – Sabe cómo contactar con ellos. Sabe qué lugares son los adecuados para hacerlo....
- Bueno, sí, hemos hablado sobre esas cosas, pero nunca lo he hecho personalmente.... – se excusó Iker Jiménez.
- Yo sé hacerlo. No se preocupe por eso – contestó el anciano. – Lo que quiero es saber cuál es el lugar más cercano donde puedo contactar con los espíritus, con unos muy concretos. Especialmente con uno que me sigue últimamente allá donde voy, aunque no sé cuál es. ¿Me entiende?
Iker Jiménez asintió.
- Quiere usted hacer una ouija a ciegas....
El anciano meditó la respuesta unos instantes. Durante unos segundos pareció que fuese a sonreír, pero si Iker Jiménez lo hubiese conocido bien habría sabido que aquella posibilidad era muy remota.
El padre Beltrán no sonreía.
- Quiero hacer la ouija más certera de la historia – acabó diciendo, con tono definitivo. – Y por mi propio bien espero que salga bien....



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