lunes, 20 de abril de 2015

Târq (7) - Capítulo 7 + 12


- 7 + 12 -
  
- Es aquí – dijo, con su voz de cuervo. – Allí arriba.
- ¿Tenemos que subir hasta allí? – preguntó Marta, que estaba a su lado.
- No.
Justo, Victoria y Marta, alrededor de él, le miraron extrañados
- ¿Entonces? ¿No ha dicho que es allí? – preguntó Justo.
- Es allí, agente Díaz, pero no tienen que subir hasta allí – explicó Beltrán, sin mirar a nadie, la vista fija en lo alto de la pequeña colina. – Sólo subiré yo.
- ¡Ni hablar! – saltó Marta, sin pensar, preocupada por el anciano sacerdote. Por su parte, Victoria le miró, asustada, pero sin contradecirle. Justo asintió, comprensivo.
- Claro que va a ser así, agente Velasco – dijo el padre Beltrán, volviéndose a mirarla. Marta se sintió intimidada. – Esto es cosa mía. Debo hacerlo yo solo.
- Pero estamos aquí para ayudarle.... – dijo Marta.
- No me malinterprete, agradezco su ayuda. Nunca imaginé que hubiera gente que se jugara el pellejo por mí, que se unieran sin apenas conocerse sólo para poder ayudarme a salir de un apuro – dijo el padre Beltrán y los tres se sintieron asombrados, porque había cierto aire cariñoso en sus palabras. – Les estaré eternamente agradecido por lo que han hecho por mí, por sacarme de la cárcel y darme la oportunidad para luchar y averiguar qué pasa. Pero sólo yo puedo subir ahí arriba y descubrir qué maldito espectro anda tras mis pasos y me tendió la trampa en la tienda de Jonás.
Marta asintió, comprendiéndolo. Después no pudo contenerse y le dio un abrazo. El padre Beltrán se volvió hacia Victoria, para recibir el de la chica. Después se volvió hacia Justo, que le entregó un pequeño bote de pintura blanca con una brocha de punta circular.
- Tenga cuidado allí arriba, Beltrán – le dijo el veterano agente.
- Cuide de ellos si algo se descontrola, agente Díaz – contestó el padre Beltrán. Después echó a andar, en dirección a la cima.
- No me gusta que vaya solo.... – musitó Marta, mientras le veían alejarse.
- Él es así – dijo Victoria. – Ahora se ha acostumbrado a trabajar con gente, y tenemos que agradecérselo a Sergio, que le convenció hace dos años, pero él sigue creyendo que ésta es su misión, solamente suya, así que tiene que sacrificarse él solo.
- ¿Qué misión? Si no sabemos a qué nos enfrentamos....
- Para él toda su vida es una misión.... – opinó Justo y las dos chicas no pudieron estar más de acuerdo. En el cielo resonó un trueno grave y fuerte, aunque no vieron ningún relámpago entre las nubes grises que lo cubrían todo. Los tres miraron al cielo. – Será mejor que lo esperemos en los coches, con Gustavo y Sergio. Allí no nos mojaremos si al final se pone a llover....
- Encima eso: solo bajo la lluvia – se lamentó Marta.
- Creo que eso le ayudará – comentó Justo, no muy convencido. – Siempre he escuchado que la lluvia protege frente a los espíritus que pueden aparecerse en una ouija....
Aquel comentario no tranquilizó nada a Marta y a Victoria. Incluso Justo se quedó preocupado.

* * * * * *

Llegó a la cima en poco tiempo, aunque lo hizo agotado. Estaba muy viejo.
No.
Era muy viejo.
No sentía que estaba al final de su misión, al final de su vida, pero se sentía cansado, torpe, abotargado. Se sentía muy viejo.
Porque lo era.
Anduvo por la cima de la pequeña colina. Como Iker Jiménez le había dicho, era plana, con numerosos arbustos espinosos y duros, amarillentos. El padre Beltrán buscó la zona de rocas, que estaba casi en el centro de la cima. Era una zona en la que las rocas que formaban la colina estaban al aire, planas, lisas y amplias. Era como una gran mesa de piedra, con algunas grietas largas y de un par de dedos de ancho, cruzando la superficie que se elevaba unos centímetros del resto de suelo de la cima, cubierto de hierba.
El padre Beltrán se detuvo en la roca, pisándola, mirando alrededor. Dejó el bote de pintura en el suelo, con la brocha encima. Sacó del bolsillo del abrigo la cajita de madera, llena de agua bendita y con un lado de cristal. Se puso la brújula en la palma de la mano y giró sobre sí mismo, esperando alguna reacción del crucifijo de hierro clavado en el cristal. No buscaba el norte magnético, buscaba lo que podría haberse llamado el “norte ectoplásmico”: si orientaba la ouija hacia ese punto geográfico sobrenatural tenía muchas más posibilidades de funcionar.
El crucifijo se giró, lentamente, sobre el cristal. El padre Beltrán se detuvo y esperó que el crucifijo se parara, apuntando a una dirección. Cuando esto ocurrió se puso de cara hacia ese punto cardinal (que estaba cerca del sur-suroeste geográfico), guardó la brújula en el bolsillo del abrigo de paño y se agachó a por el bote de pintura.
En el suelo, con pinceladas precisas pero rápidas, dibujó un tablero de ouija: en la parte alta un “” y un “No”; después el alfabeto, dispuesto en un semicírculo, en dos filas; más abajo escribió los números del 0 al 9 y, por último, escribió “Inicio” y “Final”, sólo que en lyrdeno: “Breverèt” y “Târq”. En las ouijas solía escribirse “Hola” y “Adiós”, pero el padre Beltrán prefirió la versión arcaica.
El tablero que dibujó medía un metro y medio de alto por dos de ancho, más o menos. Cerró el bote de pintura y dejó a un lado la brocha húmeda, cuidando que no manchara el tablero recién dibujado. Sacó del bolsillo del abrigo una lente de lupa, sin la montura ni el mango, simplemente un círculo de unos siete centímetros de diámetro y lo colocó en el centro de la tabla, donde había dibujado una pequeña espiral, abierta hacia la derecha.
Los truenos resonaron sobre él. El cielo entero era una gran nube gris, rechoncha y panzuda. Suspiró antes de concentrarse, para empezar. Iba a abrir una puerta al mundo de los espíritus e iba a llamar a un espíritu combativo que andaba detrás de él y parecía que quería su perdición. Necesitaba retener todo el valor posible.
Se miró los dedos de la mano izquierda, concentrándose, usando los puntos de tinta de las yemas para focalizar sus poderes. Las yemas de sus dedos empezaron a encenderse, como si alguien las iluminase con una linterna potente desde dentro, volviéndose tan luminosas como la luz del Sol. El padre Beltrán mantuvo la forma de “garra” que había hecho con su mano y después la dirigió hacia el cristal de la lupa, posando las yemas de los dedos sobre él. Al instante el cristal empezó a ondular, como si fuese la superficie de un lago, y pronto esa sensación de irrealidad, de superficie líquida, se pasó a la piedra que formaba la cima de la colina.
- ¡Vahlá! ¿Renta do ingui(1) – dijo, con voz potente, mientras el cristal hacía ondas y la piedra parecía tranquilizarse.
Inmediatamente el cristal se movió por la superficie de roca, arañándola, arrancando un sonido rasposo, cristalino, casi musical. El padre Beltrán acompañó el movimiento con los dedos, manteniendo el contacto. El cristal se detuvo sobre la palabra “Breverèt”. El padre Beltrán suspiró antes de proseguir.
- ¡Vahlá! Ezra inerum pestreset, magorguin. Vahlá, fredumben. Fredumben arka.(2)
Un trueno sonó sobre su cabeza, mientras notaba que el cristal se movía. No pensó que fuese tan fácil.
El cristal se detuvo sobre el “No”.
- ¡¡Manifiéstate!! ¡¡Yo te lo ordeno!! – gritó el padre Beltrán. Sus cabellos se agitaban, aunque no había viento sobre la cima de la colina. El cristal volvió a moverse. Se paró en la Q, después en la U, luego fue hasta la I....
Quién eres
- ¡Vahlá, jo hera magorg! ¡Soy quien te interesa! – gritó, contestando a quien fuera que le había preguntado.
El cristal volvió a moverse: Primero la N, luego la O, después la M....
No me interesas para nada
- Eso no es verdad y por mucho que lo intentes no me engañarás.... – dijo el padre Beltrán, en español, sabiendo que el espíritu le entendía perfectamente.
El cristal se movió hasta el “No”.
- ¡¡¿No, qué?!! ¡¡Sé que me quieres muerto!!
El cristal corrió hasta la Q, luego la U, después la I....
Quiero que sufras
- ¿Te he hecho daño yo? ¿Te he mandado al mundo de los espíritus? – preguntó el padre Beltrán, con tono retador. – Vahlá, gherte bú.(3)
El cristal estuvo un rato inmóvil, suficiente para que el padre Beltrán pensase que había perdido la conexión, pero después volvió a moverse: primero hasta la T, luego hasta la U, después hasta la N, la O.... Fue una frase larga.
Tú no eres nadie para decidir el destino de nadie
- Parece que decidí el tuyo – bromeó el padre Beltrán, tratando de enfurecer al espíritu.
Los dedos de la mano izquierda del padre Beltrán seguían iluminados, en contacto con el cristal, que volvió a moverse: la D, la E, la C, la I....
Decidiste el de muchos
El padre Beltrán tuvo un mal presentimiento. Levantó la vista hacia las nubes de lluvia y preguntó, con voz ronca.
- ¿Cuántos sois? – había una nota de pánico en su voz.
El cristal se movió una vez más.
7
Resonó otro trueno, apareció una forma almendrada de color azul y de su interior surgió un espectro, con forma de hombre, pálido, brumoso, desenfocado. El padre Beltrán se asustó, pero no se inmutó. Invocó una arcana palabra en lyrdeno, con la mente, mientras el cristal se movía.
Un relámpago amarillo, otro trueno y el fantasma desapareció, tan rápido como había surgido. El padre Beltrán cayó de culo en la piedra, perdiendo el contacto con el cristal de la lupa. Sus dedos se apagaron y el contacto se acabó, la conexión se cerró.
El cristal se había detenido sobre una palabra.
Târq

* * * * * *

Marta miró por la ventana. Acababa de empezar a llover y ya caía con mucha fuerza, empapando las ventanillas, como cortinas de agua resbalando por los cristales. Fue así como vio la figura oscura bajando de la colina.
- ¡¡Ya viene!!
Los demás, que estaban en el coche con ella, en el Seat León de Gustavo, miraron hacia donde señalaba, hacia la derecha. Justo pasó la manga de su gabardina para desempañar el cristal. Gustavo, en el asiento del conductor, abrió la puerta y salió, quedándose de pie, notando las gotas calientes resbalar por su cráneo rapado, viendo al padre Beltrán que bajaba por la ladera.
El anciano sacerdote llegó hasta el coche y abrió la puerta más cercana, donde estaba sentada Marta.
- Necesito ir a un pueblo de Asturias – dijo, sin más preámbulos. – Hay “algo” que necesito ver.
- ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? – preguntó la mujer.
- Ya sé quién viene a por mí. Es un espectro, como sospechábamos. Aunque en realidad no es uno solo.
- ¡¡Es una verdadera venganza fantasmal, ¿verdad?!! – escucharon que alguien gritaba desde fuera, al otro lado del coche.
El padre Beltrán se irguió, mirando al otro lado por encima del techo del Seat. Marta, Victoria y Sergio se inclinaron hacia ese lado, desde dentro del coche, tratando de ver quién había hablado, pero con la cascada de agua de la ventanilla era imposible. Justo imitó a Gustavo y salió del coche, mirando por encima del techo, como el padre Beltrán.
- ¡¡Atticus!! – dijo el veterano agente, sorprendido.
- Me alegro de verle, Justo – dijo el ente, con voz dura y seria pero con cara amable y amistosa.
- ¿Éste es el que había desaparecido? ¿El del lápiz? – preguntó Gustavo. Marta mandó a Sergio bajar la ventanilla y así los tres del interior del coche pudieron ver al recién llegado, con sorpresa y alegría.
- Creí que habías muerto.... – se sorprendió el padre Beltrán, con un cierto tono de satisfacción.
- Cerca he estado – dijo Atticus, que tenía muy mala pinta, como si hubiera estado cinco días corriendo sin descansar. Parecía agotado, pero sus ojos brillaban con determinación. – ¿Recuerda cuando le dije que ya no podía viajar entre universos? Parece que estaba equivocado....
- Necesito ver al Pandog.... – dijo el padre Beltrán, haciendo caso a lo que Atticus había dicho, pero dirigiendo la conversación hacia lo importante.
- Entonces necesitará un traductor.... – dijo Atticus, sonriendo. El padre Beltrán asintió, conforme. Justo sacudió la cabeza para que cayera el agua de lluvia que se había acumulado en las alas de su sombrero, chistando con los dientes: había veces en que el padre Beltrán debería sonreír.
Pero no lo hacía nunca.
- Necesitaremos plata, también – dijo el padre Beltrán. – Mucha plata....
- Sé quién puede encargarse de eso y traérnosla – dijo Marta, sacando el móvil y llamando a Daniel Galván Alija. – Dígame a qué lugar de Asturias vamos y Daniel nos llevará lo que nos haga falta hasta allí.
El padre Beltrán se lo dijo.
- Y después pásemelo – añadió, haciéndole un gesto a Marta hacia el teléfono que ya tenía pegado a la oreja. – También tendrá que traernos sal de roca y puedo decirle dónde conseguirla....
- ¿Sal de roca? – preguntó Justo.
- Vamos a enfrentarnos a fantasmas, agente Díaz – dijo el padre Beltrán, con una marcada voz de grajo. – Los métodos que hemos utilizado hasta ahora pueden servirnos, pero los espectros son los seres paranormales más difíciles de vencer de todos. ¿Alguno cree en Dios o en cualquier otra manifestación divina paternalista?
- ¿Por qué? – preguntó Sergio, asomándose a la ventanilla del Seat.
- Porque aunque sea inútil, creo que necesitaremos toda la ayuda que cualquier deidad del multiverso quiera prestarnos....

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(1) ¿Hay alguien ahí?
(2) Estoy conectando con un espíritu, uno concreto. Manifiéstate. Manifiéstate ahora.
(3) Te lo merecías.


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