viernes, 7 de octubre de 2016

Jinetes de Dhalea (4) - Capítulo 1



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Cuando dio la vuelta a la esquina y se encontró de frente con el monstruo se le cayó el helado de pistacho al suelo. Pero no fue lo que más le importó en aquel momento. Lo que pasó por su mente no fue que había perdido el dulce por el que había hecho cola durante veinte minutos en “Iborra”, la famosa heladería de la ciudad.
Lo que pensó, en una centésima de segundo, era que de repente se había metido en una película de las que le gustaban, las de miedo y sustos.
Y también en que no quería morir. Eso fue lo segundo y lo más intenso que pensó.
El monstruo (que en realidad no tenía aspecto de bestia: era un tipo de complexión normal con una cara retorcida, pálida y aullante, con los ojos dorados y ojeras muy profundas) empujó al muchacho y lo tiró al suelo, apartándolo de su trayectoria. Ése fue todo el interés que le despertó.
El chico, desde el suelo, con las perneras manchadas del helado sobre el que había aterrizado, vio cómo aquel hombre monstruoso siguió corriendo por la plaza Mayor. Al cabo de un instante dos personas pasaron a su lado, corriendo detrás del monstruo.
- Joder.... – musitó Julián Alonso Montoya, corriendo a todo trapo detrás del poseído, al lado de su compañera Sofía Gil Mendoza. Les había dado esquinazo en Laguna de Duero, pero allí en Valladolid no se les iba a escapar.
- ¡¡Vamos!! – le gritó Sofía Gil. – ¡¡Se nos escapa!!
Julián aumentó el ritmo, notando cómo le ardían los pulmones y se le clavaba un puñal de dolor frío en el costado. “Menos mal que en un par de días tengo permiso....” pensó, un poco irracionalmente pero con alivio.
El poseído tuvo que apartar a manotazos a la gente: la plaza Mayor estaba bastante llena. Eso ayudó a los dos agentes a llegar hasta él.
- ¡¡Graaaaaaa!! – rugió el poseído, al llegar de frente a un grupo nutrido de mujeres de edad avanzada. Iban en grupo, paseando y charlando animadamente. Se sobresaltaron al escuchar el grito de la criatura, tan cerca, y todavía más cuando vieron su desagradable aspecto. El poseído empezó a empujarlas con malos modos, para abrirse camino. Julián agradeció que no fuese un demonio verdadero: les habría hecho picadillo con sus garras.
- ¡¡Ya eres mío, gilipollas!! – chilló Sofía Gil Mendoza, al llegar hasta la criatura, agarrándola por los hombros y tratando de separarla de las ancianas, que salían de allí trotando como gallinas asustadas. El poseído era fuerte y Sofía no pudo con él: se giró, agarró a la agente por los hombros y la lanzó a un lado.
Julián llegó en ese momento y se cabreó al ver tratar así a su compañera. Saltó encima del poseído tratando de tirarle al suelo, pero éste aguantó de pie, estoico. Agarró a Julián por el tronco, abrazándole, y se lo quitó de encima. Por un instante Julián se sintió alzado y sujetado en vilo, boca abajo, justo antes de que el poseído lo volteara y lo lanzara a lo lejos, por encima de la gente de la plaza. El golpe contra los adoquines hubiese sido tremendo, si no fuera porque Julián aterrizó sobre un grupo de jóvenes que estaban cerca de la estatua del Conde Ansúrez, en el centro de la plaza. Julián y tres de los chicos acabaron en el suelo.
- ¡¡Eh!! ¡¿Qué haces, gilipollas?! – le gritó uno de los amigos que quedaban levantados, empujándole con el pie, desabrido. En ese momento llegó corriendo el poseído y volvió a rugir, mirando en derredor con sus ojos dorados. Los chicos que estaban en el suelo con Julián y los que quedaban de pie se quedaron sin habla al instante. Después la criatura siguió huyendo.
- Pelearme con ése.... ¿qué os parece? – dijo Julián, con pereza, levantándose del suelo. Después ayudó a levantarse a los tres chicos que había derribado. – Lo siento, chicos....
- ¡¡Eh!! ¿Has terminado de jugar? – le gritó Sofía Gil, que apareció a su lado, corriendo con la pistola en la mano. – ¡¡Vamos a por ese cabrón!!
Julián asintió y corrió detrás de ella, al otro lado de la estatua, por donde había desaparecido el poseído. Detrás dejaron a un montón de peatones asombrados y asustados.
Recorrieron la otra media plaza, con los pies y con la vista, pero ninguno de los dos encontró ni rastro del poseído. Se había esfumado.
- ¿Dónde está? – preguntó Julián, asombrado: no habían tardado mucho en llegar allí y no había tenido tiempo de desaparecer. A su lado Sofía Gil negó con la cabeza, sin respuestas.
- ¿Buscan a un tipo con aspecto raro? – preguntó una mujer, de edad madura, con aspecto de débil. Parecía asustada y su rostro fue suficiente pista para saber que hablaba del poseído que estaban buscando.
- Sí, un hombre desbocado que ha llegado corriendo – apuntó Julián, con un gesto amable, sonriendo. Su sonrisa siempre iluminaba su rostro anodino y un poco feo. – ¿Le ha visto pasar?
- Ha saltado a la rampa del aparcamiento.... – señaló la mujer, con un dedo arrugado y tembloroso.
Sofía empuñó la pistola con las dos manos y caminó hacia la barandilla que separaba a los peatones de la bajada al aparcamiento subterráneo de la plaza. Se detuvo al lado, respiró hondo, y después se asomó, con la pistola por delante.
El poseído apareció desde la parte alta de la bajada, saltando y apoyándose en la pared vertical de hormigón. Cayó sobre el suelo de la plaza y se volvió a mirar a los dos agentes, con una sonrisa de superioridad.
- Grenka deud araminosité, homos. Herund vrinden.[1]
Después volvió a echar a correr, saliendo de la plaza por una calle que desembocaba en un lateral. Sofía Gil y Julián Alonso se miraron con cara de asombro.
- ¿Qué cojones ha dicho? – preguntó Sofía.
- Ni idea – respondió Julián.
Y a continuación los dos salieron corriendo a la vez detrás del poseído, por la misma calle por la que había huido. Los gritos de sorpresa y susto de los viandantes les indicaron que iban por buen camino. Siguieron la calle hasta el final, hasta que daba a una plaza peatonal.
El poseído la recorría en diagonal, cruzándose con
gente que se asustaba al verle y se apartaba de su camino. Sofía Gil Mendoza levantó su pistola cromada y le apuntó a la espalda, pero no se atrevió a disparar: allí había mucha gente.
Entonces, justo al lado de una pequeña estatua de un hombre cubierto por un paraguas, el poseído chocó contra un hombre fornido, con la espalda ancha trabajada en el gimnasio o en los campos de rugby de la ciudad. Los dos se giraron hacia un lado y acabaron cayendo al suelo.
- ¡¡Ésta es la nuestra!! – dijo Julián, contento. Sofía y él cruzaron la plaza para alcanzar a la criatura.
- ¿Por qué no vas con más cuidado, imbécil? – le decía en ese momento el tipo corpulento al poseído, que estaba boca abajo en el suelo. Éste se giró, miró con ojos rabiosos al hombre con el que había chocado y mostrando su mandíbula (sin duda humana, pero terrorífica en ese rostro) saltó sobre el hombre. Le mordió en un hombro, cerca del cuello, mientras se agarraba a su torso, como una garrapata.
- ¡¡¡Suéltalo!!! – ordenó Sofía, apuntando con la pistola. El hombre atacado chillaba de dolor y de terror, girando en todas direcciones, tratando de librarse de aquel lunático. En una de aquellas vueltas golpeó a Sofía, desarmándola.
Al notar el golpe el poseído soltó a su presa y se volvió a mirar a Sofía Gil, con la boca llena de sangre. Sonreía malévolamente.
De repente saltó a por ella, agarrándola del cuello con las dos manos, estrangulándola. Sofía se quedó sin aire al instante.
Julián miró horrorizado al hombre que estaba en el
suelo, que se agarraba la herida del hombro. Después miró a su compañera, mientras el poseído la estrangulaba. No sabía qué hacer, porque él no llevaba pistola, y no podría detener a un poseído sólo con las manos.
Aun así, movido por la prisa, fue a por el poseído. Llegó hasta él por la espalda y le lanzó dos puñetazos, a los costados, uno a cada lado. El poseído rugió, dolorido y sorprendido, y soltó a Sofía.
- ¡¡Graaaaaaa!! – se volvió de cara a Julián, que pensaba a mil por hora cómo salir de aquélla. El poseído dio un paso hacia él, con ánimo de atacar. Julián no quería hacer daño al humano que era el recipiente de aquel demonio, pero para salvarse iba a tener que hacerlo.
Entonces sonó un disparo a su lado y el poseído se retorció de dolor. La gente de la plaza chillo asustada y Julián dio un respingo. Después miró al suelo y allí vio a Sofía tendida de costado, con la pistola en las manos, apuntando al poseído.
Éste se llevaba la mano a la parte trasera del muslo izquierdo, gritando de dolor y de furia. Julián reaccionó por fin y sacó una roseta que llevaba colgada al cuello, debajo de la camisa. Era del tamaño de la huella de un dedo pulgar y estaba hecha de plata.
Se acercó al poseído y le apoyó la roseta en la frente, apretándola con el dedo. El poseído rugió más furioso y dolorido, retorciéndose. Pero Julián le tenía bien sujeto.
- “Libera este cuerpo de tu yugo, maldito demonio” – recitó, con voz clara, a pesar de lo asustado que estaba. – “Vuelve a la sombra. Vuelve al fuego. Libera este cuerpo y arde en el fuego que te vio nacer”.
- ¡¡¡Graaaaaaa!!! – rugió el poseído, tratando de zafarse. Un pequeño hilo de humo salía del contacto entre el colgante y la piel.
- “¡Vuelve a la sombra. Vuelve al fuego!” – volvió a recitar Julián, con más vehemencia. – “¡¡Libera este cuerpo y arde en el fuego que te vio nacer!!”
- ¡¡Graaaaaa....Aaaaaahh!! – gritó el demonio, convirtiéndose su voz en la del humano que había tomado como rehén. Sus ojos volvieron a su color natural, perdió las fuerzas y cayó al suelo, siendo sujetado por Julián. Una bocanada ruidosa de humo gris y granate surgió de su boca y ascendió en el aire, haciendo que un pequeño torbellino sacudiera a los allí presentes.
Julián posó el cuerpo inconsciente en el suelo y sólo entonces separó la roseta celta de plata de la frente del hombre. No había dejado marcas: la quemadura se la había hecho al demonio.
Se sentó al lado del hombre inconsciente y suspiró fuertemente, aliviado. La gente de alrededor lo miraba atónita e incluso asustada.
- Jefatura Central de Homicidios, abran paso – recitó Sofía Gil Mendoza, para poder llegar hasta su compañero, abriéndose paso entre la gente de la plaza. Cuando llegó delante de Julián y del hombre inconsciente se puso de cuclillas. – ¿Estás bien?
Julián asintió, sin fuerzas para hablar.
- En lyrdeno la salmodia funciona mucho mejor....
- Ya lo sé, pero todavía no he pasado del nivel básico – bromeó Julián.
- ¿Dónde carajo está tu pistola? – se quejó Sofía, comprobando el cargador de la suya, todavía con suficientes balas de plata.
Julián se encogió de hombros.
- En el coche.... – musitó, con cierta gracia.
- Pues allí está bien – repuso Sofía Gil, con voz de enfado, pero sonriendo a su compañero. Julián acabó sonriendo con ella.


[1] Sois patéticos, humanos. Idos a la mierda.

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