viernes, 28 de octubre de 2016

Jinetes de Dhalea (4) - Capítulo 4 + 2

- 4 + 2 -

Caminar por aquel mundo era complicado, teniendo que mantener su apariencia de humano. Las personas eran muy asustadizas y enseguida montaban alboroto si veían un ente. Mezthu echaba de menos Satánix o Guinede o Kandar, lugares en los que podía caminar mostrando su verdadero aspecto, porque aunque todos supiesen que era un extranjero, nadie se molestaba ni se asustaba.
Jodidos humanos....
Pero ahora, acompañado por el Primer Jinete, todavía era mucho más difícil pasar desapercibido en la Tierra. El demonio era enorme, parecido a un centauro, de color blanco, con una cara horrible, lleno de eccemas, pústulas y úlceras. Era prácticamente imposible hacerle pasar desapercibido.
Además, el Primer Jinete estaba inquieto. Sabía que había sido invocado para llevar a cabo una venganza, pero no podía actuar hasta que sus otros tres hermanos no estuvieran con él. Y eso le alteraba y le ponía frenético.
A Mezthu le resultaba muy complicado contenerle.
Por eso, cerca ya de su destino, por el campo, le dejó salir a cazar. El Primer Jinete se lo había pedido, casi rogado, sin que por ello su aspecto peligroso se viese disminuido, y Mezthu se lo permitió. No preguntó qué quería cazar: el Qeneke prefería no saberlo.

* * * * * *

Estaban en la montaña palentina, entre rocas, arbustos, bosques de robles y pueblos pequeños en las laderas de las montañas. La zona estaba bastante poblada, pero un Jinete de Dhalea sabía cómo esconderse en el monte, cómo ocultarse a los ojos de los estúpidos humanos.
Se acercó a un caserón de piedra y tejas rojas, en medio de un monte, observándolo desde un bosquecillo. Había vacas en un terreno verde al lado de la casa, cercado con vallas de madera. Las siete u ocho vacas pastaban tranquilamente, ajenas a la cercanía del demonio.
El Primer Jinete no sabía qué animales eran aquellos, pero quedaba claro que eran estúpidos, más estúpidos que los humanos, lo cual ya era mucho. Además, tenían aspecto de deliciosos, y sus cuernos podían ser muy útiles para diferentes hechizos.
Se relamió.
Había también un perro, aunque el demonio no sabía que se llamaba así. Era una criatura mediana, cubierta de un pelo lanudo de color amarillo oscuro, con un morro largo lleno de dientes. Emitía un ladrido parecido al de los cerberos de Dhalea aunque menos intimidante. De todos los seres que había visto en aquel mundo, aquel animal amarillo que ladraba le parecía el más decente, aunque fuese débil y de mente limitada y pobre.
Un humano salió de dentro de la casa. Parecía un macho, aunque el Primer Jinete todavía no diferenciaba bien a hombres y mujeres. Era grande y algo redondeado, aunque no demasiado. De todas formas, las pocas redondeces que tenía le aseguraban bocados blandos y suculentos.
Aprestó el arco con una saeta y la apuntó hacia el humano (ya fuese hombre o mujer). Pero el animal amarillo seguía ladrando, en dirección a donde estaba escondido. El Primer Jinete estaba convencido de que aquel animal le había descubierto, no sabía cómo pero lo había hecho.
- ¡Vrinden! – musitó. En su idioma también había palabrotas, pero ninguna como aquélla en lyrdeno.
Entonces esperó a que el humano volviese a entrar en la casa y cambió su objetivo. El animal amarillo siguió ladrando hasta que la flecha se le clavó en el cráneo.
El Primer Jinete salió de su escondite, trotando a una velocidad bastante rápida. Recogió a su presa, que seguía humeando mientras la herida se quemaba sin llama, y se alejó de allí, a toda velocidad, pasando del trote al galope.
Las vacas del cercado se agitaron un poco, mugiendo con pereza. Algo había pasado, pero eran tan lerdas que no se dieron cuenta de qué exactamente. Al cabo de unos instantes volvieron a pastar, como si nada.

* * * * * *

Mezthu se sobresaltó cuando el Primer Jinete volvió a su refugio en la montaña. Era una cueva en la roca, una grieta retorcida, más bien, pero suficientemente ancha para refugiarse hasta la noche. El Qeneke estaba revisando el pergamino que Zardino le había dado, repasando todos los pasos del ritual. Aquella noche se acercarían al pueblo en el que tendría que hacer la invocación del Segundo Jinete.
El demonio venía cargado con un animal parcialmente devorado, cubierto de pelo del color del trigo maduro. A Mezthu le pareció un perro y salivó un poco. Esperaba que el Primer Jinete le dejara un bocado o dos: estaba muy hambriento.
Pero no se atrevía a pedírselo, a pesar de que sabía que el demonio obedecería todas sus órdenes. Era una sensación muy desagradable, saberse al mando pero no atreverse a utilizarlo. Porque su subalterno era mucho más peligroso que él mismo.
Mientras el demonio seguía devorando al perro, Mezthu tragó saliva, reuniendo el valor para dirigirse a su siervo.
- No te habrán visto, ¿verdad? – tenía miedo de que alguien les viese antes de poder haber convocado a los Cuatro Jinetes y que le impidieran cumplir su venganza. Pero tenía más miedo de hablar con el demonio.
Éste se volvió y le miró fijamente a los ojos. Mezthu no pudo sostenerle la mirada y fijó sus ojos en la marca que llevaba en la frente:


- ››No‹‹. ››Nadie me ha visto‹‹. – “dijo” el demonio. Mezthu sintió nuevas arcadas, como siempre que el Primer Jinete le “hablaba”: no utilizaba su boca torcida, llena de colmillos blancos torcidos y afilados. Le hablaba directamente a su mente, en el idioma materno del Qeneke, para que le comprendiera a la perfección. Mezthu siempre tenía escalofríos y arcadas cada vez que el Jinete le “hablaba”, pero no sabía si era por el esfuerzo de su cerebro de recibir la voz del demonio o por la mirada de este, clavada directamente en sus ojos. – ››Los humanos no sabrían qué han visto si me vieran‹‹.
A veces Mezthu se sorprendía arrepintiéndose de haber empezado toda aquella locura, la invocación de los Cuatro Jinetes de Dhalea, pero luego pensaba en el malnacido que iba a sufrir la ira de los demonios y se convencía.
Después se preocupaba por lo que ocurriría con los Jinetes una vez cumplida la venganza y se ponía a temblar otra vez.
Pero dejaba de pensarlo al instante, para no sufrir.

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