domingo, 18 de diciembre de 2016

Cuatro Colores (3 de 6)



Los amarillos del Arenal Soleado encontraron rápido a su campeona. Al poco de mandar un bando avisando de la carrera a todos los habitantes, llegaron noticias al líder y al consejo de ancianos de que existía una mujer, guía de caravanas, que corría más rápido que los fénecs y los ñandús del arenal. Era una mujer de piel amarillo oscuro, ojos extrañamente negros y cabello rubio dorado, que brillaba intensamente a la luz del Sol.
La mujer amarilla se entrenó hasta el día de la carrera corriendo contra los camellos de las caravanas, corriendo descalza por la arena, ganando más y más velocidad cada día que pasaba. Era una mujer hermosa, muy esbelta, de bellas y musculosas piernas amarillas. Verla correr era como ver a una elegante gacela cruzar el Arenal Soleado de punta a punta.
En la Pradera Extensa hicieron unas pruebas de selección, a las que se presentaron una gran multitud de verdes. Muchos querían participar, pues era un gran honor representar a la pradera, aunque la mayoría no tenían la forma física adecuada para completar la carrera entera. Se hizo evidente en las pruebas que la intención no hacía al atleta.
Aunque en las pruebas también se hizo evidente otra cosa: la Pradera Extensa tenía entre sus habitantes al corredor adecuado. Era tan sólo un chaval de dieciséis años, un criador de caballos en unas cuadras del norte del territorio. Era rápido como el viento y era resistente, tardaba en cansarse. Llevaba mucho entrenamiento a sus jóvenes espaldas, pues a menudo tenía que salir corriendo tras los caballos, para evitar que se escaparan o cuando tenían que cogerlos para meterlos a la cuadra y cepillarlos, herrarlos, almohazarlos, alimentarlos o curarlos de alguna herida o enfermedad. Otros mozos de la cuadra preferían perseguir a los caballos díscolos montados a lomos de otro caballo, pero este muchacho prefería correr sobre sus piernas.
Era un chaval espigado, delgado, con una mata de pelo del color del musgo fuerte del invierno. Su piel era aceitunada, como correspondía a un verde de verdad.  Uno no podía imaginarle corriendo al verle tan delgado y casi desgarbado, pero cuando adelantaba a los caballos, volando entre la hierba de la pradera, batiendo las piernas a toda velocidad, se le quitaban las dudas de golpe.
El presidente de la Montaña Magenta también mandó un bando a todos sus vecinos, explicando la carrera y la necesidad de encontrar un corredor adecuado. Se presentaron varios hombres y mujeres, todos constructores. La mayoría estaban en buena forma, eran vigorosos y fornidos, pero eran lentos corriendo. Resistentes pero lentos.
El presidente estaba desesperado, creyendo que la Montaña Magenta no encontraría a un corredor decente para plantar un poco de oposición a los otros corredores, cuando se presentó ante él un maestro constructor enorme, casi un gigante. Medía dos metros y uno de hombro a hombro. Tenía la piel rojiza y los cabellos como el fuego. Era serio y parecía confiado. Estaba acompañado por un perro de color rojo, con el pelo largo y hocico estrecho y alargado.
El maestro constructor aseguró que corría con asiduidad, ya que sacaba a pasear a su perro por las laderas de la montaña y corría con él, para que el perro hiciese ejercicio y no se anquilosara. El presidente le pidió que le mostrase cómo era su carrera y quedó maravillado con el resultado.
En el Lago Turquesa lo tuvieron un poco más complicado: los azules eran nadadores, no corredores, y encontrar a un campeón para la carrera sería complicado. El representante con su gabinete navegaron por todo el lago, de ciudad flotante en ciudad flotante, buscando a un corredor o corredora que pudiera plantar cara a los de los otros territorios. Hubo momentos tensos y de decepción, cuando creían que no podrían participar en la carrera con un atleta adecuado.
Entonces, en un pequeño pueblo flotante, un hombre le dijo al representante que conocía a una chica de unos veintipocos años, una chica atlética que nadaba muy bien. Era la mejor buceadora y pescadora de ostras de la zona.
Fueron a entrevistarse con ella y la chica azul se mostró encantada por participar en la carrera: tenía las piernas musculosas, de nadar, y al ser buceadora su capacidad pulmonar era muy buena: aguantaría el esfuerzo de correr por el camino blanco.
Era una chica delgada pero musculosa, con la piel azul claro, muy bonita. El pelo largo era añil, del color del agua en las profundidades del lago, cubierto con alguna que otra alga de color índigo. Estaba en muy buena forma y todavía tenía tiempo para practicar corriendo, hasta que llegase el día de la carrera.
La mujer amarilla practicó corriendo en el arenal, adelantando a los camellos de las caravanas y a los ñandús salvajes. El hombre rojo corrió con su perro por las laderas de la montaña, con una carrera pesada pero continua. El muchacho de la pradera corrió por los campos, entre las manadas de caballos, dejándolos atrás a menudo. Y la chica azul se entrenó corriendo por las orillas del lago, dándole vueltas, con una carrera no muy rápida pero sin altibajos, manteniendo el ritmo. 
Los cuatro campeones se prepararon para la gran carrera, que no tardó en llegar.




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