lunes, 26 de diciembre de 2016

Cuatro Colores (6 de 6)



La mañana siguiente los cuatro corredores de cuatro colores distintos se despertaron casi al mismo tiempo. La mañana ya estaba algo avanzada, pero los cuatro se despertaron muy descansados y con fuerzas para seguir corriendo.
Los cuatro recordaban su encuentro con el Hombre de los Zapatos Rotos, un hombre extraño que sin embargo les había tratado con respeto y amabilidad. Sus consejos no les parecían una estupidez y los cuatro los tuvieron presentes durante toda la jornada.
Los cuatro corrieron ligeros, cruzándose con habitantes de los otros territorios, que los animaban y jaleaban, a pesar de ser los rivales de su corredor. Los cuatro saludaron y sonrieron, corriendo con más ganas. Aquel ambiente festivo y de hermandad era lo mejor de la carrera: tenía que haber un ganador, pero todo el país celebraría el campeón, sin importar de qué territorio fuese, y eso hacía que todos acabarían ganando.
El hombre rojo llegó a los pies de la escalera que llevaba a la cima de la colina, siendo aclamado por sus vecinos de la Montaña Magenta. Sabía que tenía por delante más de doscientos escalones, pero los empezó a subir con brío, con su perro saltando al lado.
Casi al mismo tiempo llegó al otro lado de la colina la mujer amarilla, acompañada por los vítores de sus convecinos del Arenal Soleado. Subió las escaleras amarillas saltando, acompasando la respiración.
Menos de dos minutos después llegó el chaval verde a su escalera, al pie de la colina. En aquella parte del camino blanco, cercana a la Pradera Extensa, había gente de su territorio, que lo jaleaban sin cesar. Sonriendo, animado, empezó a subir los escalones de dos en dos.
Al cabo de un poco tiempo, al otro lado de la colina, la chica azul llegó al inicio de su escalera, la que correspondía al Lago Turquesa. Una multitud de gente de su territorio la animaban con sus gritos de aliento y de orgullo. Sabía que todavía tenía que subir más de doscientos escalones, pero empezó con esfuerzo y sin detenerse.
El Sol se acercaba al horizonte, era el atardecer del segundo día de carrera, y los árbitros de la cima, acompañados por los representantes de los cuatro territorios, sabían que los corredores estaban cerca. Las noticias que corrían de boca en boca de los seguidores que había en la cima y a lo largo de las escaleras, dejaban clara una cosa: el ganador se decidiría prácticamente en el último escalón. Parecía que los cuatro corredores iban a llegar al Templo de
Oro con muy poca diferencia.
Y así fue, con tan poca diferencia entraron los cuatro corredores, jadeando y sudando, que los árbitros no tenían claro quién había entrado primero.
A la gente de los cuatro territorios que estaba allí le daba igual: todos gritaban y vitoreaban a los campeones. Habían llegado a la cima de la colina en dos días, recorriendo todo el camino blanco que la rodeaba, y aquello ya era una hazaña. Los campeones agradecían las muestras de apoyo y se abrazaron con los otros rivales, que habían acabado siendo compañeros.
- ¡Un momento! ¡¡Un momento!! – pidió atención el jefe del comité de árbitros. – Los jueces y árbitros hemos decidido una solución para este final de carrera que nadie nos esperábamos. Celebremos la fiesta que hoy corresponde, con motivo de nuestro aniversario, pero a partir de mañana, al amanecer, tres corredores más de cada territorio comenzarán de nuevo la carrera. Los corredores que ya están aquí en el Templo de Oro esperarán a sus compañeros y los primeros cuatro corredores de un color que se reúnan en la cima de la colina serán los ganadores y su territorio también lo será.
La gente aceptó de buen grado aquella solución y celebraron en la cima de la colina una fiesta que se recordó durante lustros.
Al día siguiente los nuevos corredores elegidos durante la noche empezaron la segunda parte de la carrera, para elegir al ganador.
Pero eso es otra historia....


No hay comentarios:

Publicar un comentario