lunes, 5 de diciembre de 2016

Jinetes de Dhalea - Capítulo 4x4 (1 de 2)

- 4x4 -



Llegaron a Santander cuando ya anochecía: sólo quedaba una fina franja iluminada en el horizonte oeste.
- Santander. Agua y sal – enumeró Julián, cuando aparcaron el coche en el aparcamiento del estadio del Sardinero. – Será convocado cerca del mar o en el mar mismo. ¿Pero en qué lugar exactamente? En esta ciudad hay mar por todas partes....
- Separémonos – dijo Atticus. – Vosotros dos id a la playa del Sardinero. Es grande, pero quien sea que esté convocando a los Jinetes necesita cierta parafernalia, así que lo veréis si está por allí. Además, es muy posible que los otros tres anden cerca, así que....
- ¿Llevas tu pistola? – preguntó Sofía, volviéndose a mirar a Julián. Éste sonrió, avergonzado, y se volvió al coche, a cogerla del maletero. Arturo soltó una risita.
- Vosotros – Atticus se volvió hacia los agentes de campo e hizo que Arturo Inguilán dejara de reírse como un cretino – id al puerto y a la playa que queda al sudeste. Buscad por allí. Yo iré a la Magdalena y vigilaré desde allí arriba. Todavía me quedan algunos poderes que podré utilizar....
- ¿Y si vemos algo? – intervino Marcial.
- Habrá que impedir la invocación y hacernos con el invocador – dijo Sofía.
- Sólo el que ha convocado a los primeros Jinetes puede invocarlos a todos – explicó Atticus. – Si le impedimos convocar al Cuarto Jinete quizá consigamos que los otros tres tengan que volver a Dhalea y acabemos con todo esto.
- Nos avisamos por los móviles, ¿de acuerdo? – dijo Sofía, mientras se separaban.
- ¡¡Espera!! – saltó Julián. – Atticus no tiene móvil.
- Me las arreglaré – dijo el ente, sonriendo, con picardía. Después montó en el Renault Koleos y Marcial y Arturo le llevaron a la Magdalena, antes de ir ellos hasta el otro lado de la ciudad.
Sofía y Julián cruzaron corriendo el aparcamiento del estadio, la avenida de Pontejos y un parque grande que había al otro lado, la avenida Manuel García Lago y el paseo marítimo y salieron a la playa del Sardinero cerca de su parte final.
- Esta playa es enorme – se quejó Sofía, cuando ya estuvieron en la arena. Se había hecho de noche y era muy difícil ver mucho más allá, a lo largo de la playa. – ¿Cómo vamos a ver dónde está ese cabrón?
Julián miró alrededor antes de contestar.
- Esperemos que enciendan fuegos artificiales antes de empezar....

* * * * * *

- Aquí no hay nada, macho – se quejó Arturo Inguilán Sobrino, desdeñoso como siempre. – ¿Tú crees que la tía ésa nos ha traído a buen sitio?
Marcial Sánchez Berges le miró seriamente antes de contestar.
- Sólo sé que esa mujer no era una mentirosa – dijo, sereno. – No estaba actuando antes. Si nos ha traído al lugar adecuado o no, lo veremos ahora. Pero yo creo que sí hemos venido al lugar correcto. Hay muchas cosas ahí fuera que no entendemos y ahora mismo estamos acompañados por gente que sí las entiende. Deja de comportarte como un crío y déjate enseñar....
- Bueno, bueno.... – repuso Arturo.
Era ya de noche y no se veía especialmente bien, pero recorrieron todo el puerto y no vieron nada raro. Con el coche fueron hasta la playa adosada al puerto y la revisaron iluminándola con los faros del coche, recorriéndola con el coche por el paseo de tablas para los peatones.
No vieron nada.
- Aquí no hay nada, macho.... – repitió Arturo Inguilán Sobrino. Marcial Sánchez Berges no dijo nada, pero deseaba que su joven compañero tuviera razón.

* * * * * *

Desde el palacio de la Magdalena Atticus podía ver muy bien el mar, pero como la península estaba llena de árboles y bosques no podía ver la ciudad desde allí. No había sido buena idea apostarse en aquel lugar.
Por suerte, como les había dicho a los humanos, todavía le quedaban algunas habilidades excepcionales.
Los Guinedeos no tenían poderes demasiado especiales, además de poder saltar entre dimensiones casi a placer. Atticus había descubierto el verano pasado (in extremis) que todavía conservaba esa habilidad, aunque no la controlaba como antaño.
Pero además los Guinedeos tenían algunas capacidades mentales, como cierta telepatía, premonición, lectura mental.... y la sublimación empática.
Atticus todavía podía dominar ésta última.
Así que despejó su mente, activó su “gulter”, fue consciente de los seres vivos que le rodeaban (seres humanos, árboles, plantas, insectos y peces) y sublimó empáticamente a todos ellos.
Al principio aquello era un galimatías, como casi siempre, pero empezó a discriminar unos sentimientos y otros, hasta concentrarse en los seres humanos que tenían miedo.
Había muchas clases de miedo, así que eliminó a los enamorados que se iban a declarar, a los padres que temían por la seguridad de sus hijos, a los que tenían miedo a conducir y manejaban un coche en aquellos momentos y los que tenían preocupaciones futuras sobre muchos temas. Trató de encontrar a alguien que tuviera miedo puro, terror verdadero.
Y lo encontró.
Atticus abrió los ojos de repente, asustado. El humano a quien había sentido era tan sólo un niño. Un muchacho de cinco o seis años que había sido raptado.
Y que había visto a unos monstruos.
- Vrinden.... – musitó, nervioso.
Echó a correr por los caminos de la península de la Magdalena, tratando de llegar cuanto antes a la ciudad de nuevo. Se concentró mientras corría, tratando de llegar a Julián o Sofía, pero no lo consiguió. Geográficamente estaba más cerca de los dos soldados, así que trató de conectar con ellos.
Consiguió que el teléfono de Marcial Sánchez sonara.
Si el cretino de Arturo Inguilán era capaz de cogerlo antes de que él perdiera la conexión, podría guiarles para que le recogieran.
Estaban justo al otro extremo del lugar donde iba a celebrarse la invocación.

* * * * * *

Ürk había llegado a la ciudad tan sólo un par de horas antes y había paseado por la playa tranquilamente, mientras todavía lucía el Sol en el cielo.
Cuando éste se ocultó salió de la arena y caminó por el paseo marítimo. Todavía le quedaba un trecho hasta el lugar de la cuarta invocación y no quería llegar tarde.
Eugenio Martín Arribas, en su refugio blanco tras su propia mente, observó el paseo que dio el huésped de su cuerpo. Sentía que estaba expectante aunque no nervioso. Que deseaba que todo ocurriera de una vez.
Ürk llegó a la pequeña playa un poco antes que los tres Jinetes ya convocados y el invocador que traería al cuarto. Se escondió entre las rocas, a esperarles.
Estaba deseando encontrarse con los Cuatro Jinetes.

* * * * * *

Al final escucharon los gritos. Habían deseado encontrar al invocador antes de que los gritos empezaran, pero no había sido posible. Sonaban más allá de la playa, al norte.
- Joder, es allí – señaló Sofía. Había una pequeña playa, casi una cala, al norte de la playa del Sardinero. No se podía ir desde allí, había que llegar desde la carretera que iba al faro Mayor.
- Avisa a los otros – dijo Julián, mientras los dos corrían por la arena de la playa hacia el paseo marítimo. Sofía sacó el móvil del bolsillo y en ese momento se puso a sonar. Era un teléfono desconocido.
- ¿Sí? – contestó, asombrada.
- Soy Atticus, desde el teléfono de Arturo – dijo el ente, hablando muy deprisa. – Vamos a buscaros. Ya sabemos dónde es.
- ¡¡Sí, nosotros también!! – contestó Sofía. – Es una pequeña playa más al norte, al principio del cabo Menor.
- Arturo lo tiene localizado en el GPS – explicó Atticus, agobiado. – ¿Dónde estáis?
- Saliendo de la playa, por la salida de las tumbonas – explicó Sofía. No conocían muy bien la ciudad ni unos ni otros.
- Esperad en el paseo cuando salgáis. Creo que podremos encontraros – dijo Atticus. Y después colgó.
Sofía y Julián salieron al paseo marítimo y menos de un minuto después apareció el Renault Koleos negro de la agencia, chirriando en el asfalto al frenar. Los dos montaron de un salto atrás. Marcial no esperó a que se cerrasen las puertas para volver a acelerar.
- Sigue por aquí recto hasta la rotonda y luego sales a la izquierda: a partir de ahí te sigo guiando después – indicó Arturo, que sostenía un GPS en la mano.
- He visto dónde es – explicó Atticus, que iba en medio de los dos agentes.
- Nosotros lo hemos oído – explicó Sofía. – Gente gritando.
- Esperemos que sólo sean gritos asustados.... – comentó Julián. Todos pensaban en la peor de las situaciones.

(Continuará....)

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