jueves, 25 de mayo de 2017

Desmembramientos a la luz de la Luna - 0

- 0 -



La luz naranja de las ambulancias bañaba la arenisca de los monumentos, anaranjada ya por el tiempo y el aire. Lucas se preguntó por qué se fijaba en una estupidez tan grande, y supo perfectamente el motivo: estaba en shock.
El inspector Amodeo llegó hasta él, con el brazo derecho en cabestrillo. Le puso la mano sana en los hombros y el detective levantó la cabeza y la mirada, fijándose en él.
- No voy a preguntarte cómo estás – dijo Santiago Amodeo. – Ya lo sé. Sólo quiero saber si estás herido o si te has hecho daño....
Lucas negó con la cabeza. Santiago asintió, mirando alrededor, distraído. Había mucho jaleo delante de la Casa de las Muertes, igual que en otras partes de la ciudad, como por ejemplo el Patio de las Escuelas Menores. Había ambulancias y policías por todas partes y el juez Gutiérrez Alarcón tendría que pasar por muchos sitios aquella madrugada, para que se pudiera empezar con el levantamiento de los cadáveres. Había unos cuantos....
- Aun así sería bueno que te llevaran al hospital, a hacerte un chequeo o una revisión completa.... nunca se sabe....
Lucas asintió.
- Con palabras, por favor.... – el inspector temía que el detective cayera en un mutismo perenne a causa del trauma.
- Está bien. Iré al hospital – Lucas estaba muy cansado y la verdad era que quería que le miraran bien, no fuera que tuviera algo roto. La brecha de la ceja no le sangraba, pero necesitaría puntos con toda seguridad.
- Muy bien – dijo Santiago, más tranquilo. Dudó si seguir hablando, porque sabía que Lucas estaba preocupado por lo que para él era más importante, y quizá todo aquello no le interesara. – Por lo que sé Susana Ayuso está bien y Gerardo Antúnez también: ha perdido el brazo y está débil, pero bueno....
Lucas asintió. De verdad se alegraba de lo de los agentes de la ACPEX, pero en aquellas circunstancias no podía mostrar alegría. Era física y psicológicamente imposible.
Una sanitaria se acercó al policía.
- Inspector, tenemos que irnos al hospital....
- Sí, sí, voy con vosotros.
- ¿Y él?
Santiago Amodeo se volvió a mirar a su amigo y Lucas le miró también. Había mucho dolor y mucho desamparo en la mirada del detective, pero también mucha fuerza, y el policía lo vio.
- Él también va, pero cuando él quiera....
La sanitaria asintió, nada de acuerdo, pero conocía al inspector desde hacía años y respetó su decisión. Se volvió a la ambulancia con rapidez y Amodeo la siguió con más tranquilidad. Al cabo de tres pasos se volvió a mirar a Lucas.
- Oye, Lucas, sé que quizá no sea la persona con la que quieras estar ahora, pero si te quedas en Salamanca podemos hablar de todo esto, podrías explicármelo todo bien.... o podíamos hablar de cualquier otra cosa, de lo que necesites....
Lucas le sostuvo la mirada y no pudo evitar sonreír. Emocionado y agradecido. Sólo era unos quince años mayor que él, pero el inspector parecía una especie de tío que se preocupaba por él.
- Gracias, Santiago. No sé lo que haré, pero lo tendré presente – contestó, sincero. No podía prometerle algo que no sabía si iba a cumplir. Después se atrevió a añadir. – Y tú deberías salir del armario. Te iría mucho mejor, estoy convencido....
Santiago Amodeo Córcovas se quedó mirando a Lucas durante unos segundos, atónito, pero con cara de mus, sin saber qué contestar. Al final contestó lo que debía.
- ¿Cómo lo has sabido?
Lucas se encogió de hombros.
- Mi “anomalía”. Lo he visto....
Santiago asintió, sonriente, pero después arrugó el gesto.
- ¿Me estás diciendo que ser gay es ser un monstruo?
- ¡¡No, no, no!! ¡Ni mucho menos! – se sorprendió Lucas, que no había querido insinuar esa barbaridad. – Es simplemente que yo puedo ver la verdadera naturaleza de la gente, ya sean demonios camuflados de personas o policías gays que lo llevan en secreto.... – bromeó y Santiago sonrió con él. – ¿No hay nadie en el cuerpo que le interese?
- Sí lo hay – admitió el policía. – Pero es hetero....
- Una lástima – dijo Lucas, con una mueca.
Santiago y Lucas se miraron durante un instante más, como dos amigos recientes que se conocían mejor que mucha gente después de varios años. El policía suspiró antes de volver a hablar: tenía que decirlo, aunque doliese.
- Siento lo de Patricia, Lucas. De verdad....
Lucas asintió, con la garganta apretada. A él también le salieron lágrimas en los ojos.
- Gracias....
Santiago se acercó a él y lo abrazó con un solo brazo, acariciándole el pelo. Lucas se dejó acunar y lloró con tranquilidad. Al cabo de un minuto los dos hombres se separaron y se sonrieron con confianza. Santiago se separó de Lucas y caminó cansado hacia la ambulancia.
Lucas suspiró, mientras veía irse a su amigo. Santiago Amodeo era lo único bueno que había sacado de todo aquello.
Por suerte había terminado. No sabía si había terminado bien para alguien (quizá para Luis Miguel Tenencio Arias), o simplemente había acabado. Tenía la sensación de que había cumplido con su trabajo, pero con tantos muertos y heridos no parecía que lo hubiera hecho.
Se recostó contra la estatua de Miguel de Unamuno, miró al cielo negro lleno de estrellas donde la Luna llena empezaba a languidecer, pensó en Patricia y volvió a llorar.

* * * * * *

Con la llegada de las ambulancias y los coches de la policía la gente había vuelto a salir a la calle o a congregarse en las más céntricas y concurridas, precisamente en ésas en las que había habido tanto revuelo durante toda la noche. Alrededor de las ambulancias había muchos curiosos.
Entre esos curiosos apareció un hombre con traje. Caminaba con los hombros encogidos, como un poco encorvado, aunque mantenía una presencia imponente. Tenía brazos largos y manos finas y huesudas y llevaba el cabello negrísimo recogido en una coleta. Su cara era angulosa, con la nariz aguileña y los ojos de mirada intensa.
Nadie diría que todo aquello era un “disfraz”. Un camuflaje.
Zardino miró el barullo y sonrió, complacido. Notó el desconcierto y el cierto miedo que todavía aleteaba entre la gente y se sintió mucho más satisfecho.
Después miró al joven con el mono rojo y la ceja abierta y asintió, orgulloso.
Con la malévola cabeza llena de oscuros planes, algunos de los cuales con aquel chico involucrado, se alejó de allí, caminando tranquilamente.

* * * * * *

Ceferino Sánchez Pérez estaba ya en una camilla, esperando que lo subieran en una ambulancia y lo llevaran al hospital. Le habían vendado ya el brazo mordido y le habían asegurado que le harían radiografías y un TAC, para comprobar que no tenía nada roto.
Sentado en la camilla, esperando a los sanitarios, sujetándose el brazo mordido en el regazo, no paraba de mirar al cielo.
En concreto a la Luna llena.
Sentía una sorprendente fascinación creciente por ella....

No hay comentarios:

Publicar un comentario