jueves, 4 de mayo de 2017

Desmembramientos a la luz de la Luna - Capítulo 21

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(Arenisca)

Lucas pasó corriendo al lado de la Universidad y la dejó atrás, siguiendo la estela del hombre-lobo. No es que el monstruo dejase huellas ni pistas tras de sí, pero había grupos de gente asustada por la calle, a ambos lados, abrazados unos a otros, mirando en la dirección que llevaba Lucas.
Unos metros más allá, calle abajo, se encontró de bruces con Gerardo Antúnez Faemino y Susana Ayuso Gómez. Frenó delante de ellos, que lo apuntaron con sus armas, asustados.
- ¡¡Tú!! – se sorprendió Gerardo.
- Yo también me alegro de verte, pendejo – respondió, con desdén. Luego se volvió a mirar a la agente. – Hola, Susana. Me habían dicho que andabas por aquí, me alegro de verte....
- Hola, Barrios, yo también.
- ¡¿Cómo te has escapado de la cárcel?! – Gerardo Antúnez estaba fuera de sí.
- Otro día te lo cuento, ¡que ahora me estoy ocupando de un caso! – Lucas siguió corriendo, dejando a los dos agentes atrás, que se miraron antes de seguirle, calle abajo.
Lucas giró a la izquierda, siguió corriendo y luego torció a la derecha para salir de la ciudad vieja, en la cuesta del cruceiro, cerca de la Casa Lis. Desde allí, en posición elevada, vio el Puente Romano, por donde huía el monstruo: había dos personas heridas, tendidas en el suelo y sangrando, a lo largo del puente de piedra.
- ¡¡Eh!! – gritó Lucas, impotente. Entonces se dio cuenta de que la moto de su amigo Víctor estaba aparcada allí abajo, cerca del monumento al Lazarillo. Bajó corriendo la cuesta, cruzó la carretera y puso en marcha la moto, atronando el aire nocturno de Salamanca. Dio la vuelta a la moto haciendo chirriar la rueda trasera y salió a toda velocidad, subiendo a la acera y recorriendo el Puente Romano en toda su longitud, tras el hombre-lobo.
Éste llegó al final y giró a la izquierda, corriendo a cuatro patas por el paseo al lado del río Tormes, asustando a la gente que paseaba por allí, aprovechando la buena noche veraniega. El monstruo disfrutó rugiendo y aullando, asustando a los viandantes. Por suerte, pensó Lucas, no atacó a nadie.
Salió con la moto al otro lado y siguió al lobo, acelerando por el paseo adoquinado. Los peatones ya estaban a ambos lados del paseo, recuperando la normalidad tras sobresaltarse con el paso del hombre-lobo, así que Lucas podía acelerar a tope por el centro del paseo, que estaba despejado. El monstruo seguía por delante de él.
Lucas sacó la pistola de la cartuchera izquierda y disparó con esa mano, tratando de alcanzar al lobo, sin conseguirlo.
- ¡¡Mierda!! – se quejó, guardando la pistola y acelerando más. Tenía que alcanzarle antes de que volviera a matar a nadie más.
El hombre-lobo corrió entonces por un carril-bici que seguía la ribera del río y cuando llegó al siguiente puente lo empezó a cruzar. Lucas lo siguió por el carril-bici y después se incorporó al puente Enrique Estevan, sin esperar a que el semáforo estuviera en verde, de vuelta a la parte histórica de Salamanca.
Estaba más cerca del monstruo, pero todavía los separaba una distancia importante. El lobo corría a cuatro patas y saltó sobre el techo de un autobús urbano. Se irguió en el techo, recortado contra la ciudad iluminada al fondo. Miraba hacia atrás, la mirada monstruosa fija en Lucas.
- De fondo de pantalla – se dijo, un poco acobardado.
A mitad del puente el hombre-lobo miró por encima del hombro y saltó del autobús, aterrizando en el sentido contrario. Esquivó un coche, que le tocó el claxon al rebasarle, esquivó otro por el otro lado y se lanzó a por el tercero. Golpeó el costado con la garra mientras el coche pasaba rápido por su lado, haciendo saltar por los aires el retrovisor y los cristales y arañando y retorciendo el marco de las ventanillas.
El conductor se asustó al recibir el golpe, al ver cómo se reventaban los cristales y al ver pasar, de refilón, una figura monstruosa al lado de su coche. Clavó los frenos y su coche quedó atravesado en su carril, con el morro encima de la línea del centro que separaba ambos carriles. Los coches que venían detrás frenaron repentinamente también, y algunos chocaron.
Lucas pasó con su moto al lado del primer coche detenido y vio la hilera de coches detenidos, algunos muy pegados, con golpes. Había alcanzado al autobús, pero con todo el carril contrario ocupado con coches parados no podía adelantarle para seguir detrás del monstruo y tratar de alcanzarle.
Lo vio más adelante, saliendo del puente, agarrando con ambas garras a un motorista en Vespa por la cabeza, haciéndolo girar y lanzándolo por encima del pretil. Conductor y motocicleta acabaron en las aguas del Tormes.
Lucas se cabreó del todo. No toleraba ningún tipo de muerte, pero entendía que el lobo matara porque seguía su instinto y cazaba para comer. Pero lo que acababa de hacer con el coche y con el tipo de la moto no tenía ninguna justificación, sólo lo hacía para hacer daño. Lucas pensó, incluso, que lo había hecho para retarle, después de mirarle desafiante desde lo alto del autobús.
Quizá el monstruo se la tenía guardada, después de los disparos de la noche anterior y del ataque de aquella noche, con la pistola táser de Patricia.
- Siempre caigo bien.... – se dijo, con sarcasmo.
Sonó su móvil, que guardaba en el bolsillo del pecho del mono. Como iba detrás del autobús a un ritmo lento, lo cogió y lo descolgó.
- ¡¡Cariño!! ¿Cómo va?
- ¡¡Patricia!! No puedo hablar, voy conduciendo....
- ¿Dónde estás?
- Siguiendo al lobo, en un puente, volviendo a la ciudad.... ¿Qué no has entendido de “no puedo hablar”?
- Queríamos saber dónde estabas. Santiago está bien y queremos ayudarte....
Lucas vio muy por delante que el monstruo volvía a correr a cuatro patas y que volvía a adentrarse en la ciudad, subiendo por una bocacalle. Estaba claro que quería cazar o que tenía un destino en mente, que ellos le habían impedido alcanzar.
O quizá solamente huía a ciegas.
- Id hacia las Catedrales, nos encontraremos allí – dijo. – Intentaré no perderle, pero si desaparece decidiremos entre todos qué hacer.
- Vale. Ten cuidado.
- Tú también....
Colgó y metió el móvil en el bolsillo, sin cerrar la cremallera.
Al fin Lucas pudo adelantar al autobús y torció hacia la izquierda, entrando de nuevo en la parte vieja, esperando encontrar el rastro del monstruo. Su poder no le permitía ver rastros ectoplásmicos o paranormales, como hacían los aparatos, pero sí que le daba cierta intuición, cierta sensibilidad para lo paranormal, que le hacía tomar decisiones aparentemente al azar, pero con una base sólida, difícilmente explicable.
Aceleró con la moto, entrando por calles peatonales. Estaba claro que el monstruo había pasado por allí y todavía estaba tras su estela, porque se cruzó con algunas personas asustadas y con un par de heridos, que se agarraban heridas y zarpazos para que no sangrasen.
El hombre-lobo no mataba, aparentemente, pero seguía haciendo daño.
Lucas rodeó las Catedrales por el ábside y desembocó en la plaza de Anaya. Allí detuvo la moto y apagó el motor. No había ni rastro del monstruo, aunque había bastante gente que salía de allí corriendo, dejando la plaza y los jardines casi desiertos.
Bajó de la moto y se alejó unos pasos, mirando alrededor. No había ni rastro del monstruo, pero algo le decía que no estaba lejos, que había vuelto a la ciudad pero no había llegado a su objetivo final.
Desde la parte delantera de las Catedrales aparecieron a paso rápido Patricia y el inspector Amodeo. Éste caminaba un poco encogido, con la mano en el vientre arañado, pero no parecía maltrecho. A Patricia se le iluminó la cara al ver a su novio.
- ¿Estáis bien?
- Bueno, lo mejor que podemos.... – respondió el inspector de policía. Lucas se agachó delante de él y le miró las heridas: eran superficiales, aunque sangraban bastante. Se había tapado con unos kleenex que muy probablemente le había dado Patricia. Lucas los retiró y se volvió a la moto: de una de las alforjas laterales, la izquierda, sacó un pequeño botiquín. Víctor, el mecánico, lo llevaba allí siempre, para usarlo en caso de emergencias, igual que una pequeña caja de herramientas. Lucas sacó un paquete de gasas, lo abrió y colocó los apósitos sobre la herida, asegurándolos con varias vueltas de un rollo de venda, que también sacó del botiquín. – Muchas gracias.
- Le necesito entero, inspector – bromeó Lucas. Patricia ayudó al policía a abotonarse la rasgada camisa y después se giró a mirar a Lucas, besándole en la boca.
- ¿Estás bien?
- Yo sí, pero ese monstruo ha herido a muchas personas en el paseo que ha dado....
- ¿Ha vuelto aquí? – preguntó el inspector. Lucas asintió. – No tiene sentido si quiere huir....
El rostro del policía mostraba lo mismo que pensaba Lucas.
- No lo tiene. Creo que huyó asustado, al verse acorralado, pero tiene un objetivo en la ciudad. Gente a la que cazar, quizá....
- O algún sitio al que quiere ir, o donde quiere estar – apuntó el inspector Amodeo.
Los dos agentes de la ACPEX llegaron a la plaza de Anaya por el mismo lugar que el policía y Patricia hacía unos segundos, rodeando la parte frontal de las Catedrales. Al ver al grupo se acercaron: Susana Ayuso parecía serena, Gerardo Antúnez estaba furibundo.
- A ver qué quieren estos....
- ¡¡Fuera de aquí!! ¡¡Estáis interfiriendo en una investigación gubernamental!! – gritó Gerardo Antúnez Faemino, a unos metros de encontrarse con ellos.
- Tranquilo, amigo, que yo soy inspector de policía – dijo Amodeo, encarándose con él, irguiéndose, aguantando el dolor de las heridas. – Esto también es una investigación oficial.
- ¿Estáis heridos? – preguntó Susana Ayuso, acercándose a Lucas, señalando al policía.
- Sí, pero no es nada. ¿Y vosotros?
Susana Ayuso negó, mientras su compañero seguía gritando y el policía seguía contestándole con tranquilidad, pero sin arrugarse. Aquello ponía más nervioso y enfadaba más a Gerardo Antúnez Faemino.
- ¿Es tu novia? – preguntó Susana Ayuso Gómez, señalando a Patricia. Ésta estaba concentrada, mirando la pantalla que había sacado de la mochila de Lucas, que seguía en el suelo. – Es muy guapa....
- Es genial.
Patricia miró a Lucas, levantando la mirada de la pantalla. No lo hizo porque escuchase el comentario romántico de su novio, sino porque había visto algo en la pantalla que la había aturdido. Estaba preocupada, se le notaba en la cara.
- ¿Qué pasa?
- ¿Esto es lo que creo que es? – dijo ella. Lucas se acercó y le pasó un brazo por los hombros. El inspector Amodeo vio la cara de la chica y dejó de prestar atención a Gerardo Antúnez, que siguió chillando durante un par de segundos más, pero después dejó de hacerlo y miró a los demás.
Lucas observó con atención la pantalla que seguía sosteniendo Patricia y su expresión también se puso muy seria.
- Sí, es lo que tú crees – comentó. Se había puesto en guardia. – Ese bicho sigue aquí....

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