jueves, 12 de diciembre de 2013

El Trece (13) - Capítulo 5

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Bruno Guijarro Teso paseó la mirada por el despacho del alcalde, atiborrado de cosas muy distintas. Sonrió divertido ante una foto enmarcada del alcalde estrechando la mano de Juan Vicente Herrera, colgada de la pared al lado de un dibujo pegado con celo, lleno de colorines, realizado por las infantiles manos de un tal Hugo. En las estanterías a ambos lados de la mesa de despacho se sucedían los archivadores, los animales disecados, las fotos del alcalde (con diferentes edades) sosteniendo peces y cañas de pescar, los trofeos de petanca y las fotos de diversa gente: la más grande estaba en la mesa, en la que aparecían el alcalde y una mujer, mayor como él, pero que guardaba una belleza que había lucido de joven.
El alcalde de Castrejón de los Tarancos (y de otros pueblillos más pequeños de alrededor, aunque parecía difícil imaginar pueblos más pequeños que Castrejón) era Eumenio Poncela Galván, un hombre de unos sesenta años. Era grande, de barriga redonda y amplia, mostacho blanco sobre el labio superior y cara enrojecida. Era de sonrisa fácil y trato agradable, aunque Bruno sabía que no le pillaba en su mejor momento: el hombre se mostraba nervioso, preocupado, desesperado ante la ola de crímenes en que se sumía su pueblo. La presencia de Bruno le había quitado unas cuantas losas de encima.
Aunque sus hombros todavía soportaban el peso de unas cuantas.
- ¿Y de qué agencia dice que viene? – preguntó, sentado a la mesa, visiblemente nervioso.
- Soy de una agencia del gobierno que se encarga de.... de casos difíciles – contestó Bruno, con diplomacia.
- ¿Y podrán hacer algo aquí? – suplicó el alcalde.
- Por supuesto.
Eumenio Poncela tragó saliva, valorando a su interlocutor.
- ¿Sólo se va a encargar usted del caso?
- ¡No! – rió Bruno, aunque se tomó un poco a mal el comentario: él solo podría llevar a cabo la misión. – Un equipo de trabajo sobre el terreno llegará el lunes, el martes como muy tarde.
El alcalde suspiró satisfecho.
- Cuénteme, qué ha ocurrido estos días – dijo Bruno, acomodándose en la butaca, apoyando su netbook en las rodillas y tomando notas con sus ágiles dedos volando sobre el teclado.
- Bueno.... El viernes por la mañana encontramos el cuerpo de Ramón....
- ¿Quién lo encontró? – preguntó Bruno.
- Un hortelano del pueblo, Agustín.
- Dígame el nombre completo del fallecido, por favor – preguntó Bruno, mirando al alcalde por encima de la pantalla.
- Sí.... Ramón Alonso Tavares.... – contestó el alcalde, un tanto cortado por la petición del hombre del gobierno.
- Continúe, por favor....
- Sí.... Pues eso, el chico había muerto por la noche y lo encontramos por la mañana.... Llamamos a la guardia civil y se encargó de todo. Se llevaron el cuerpo y rellenaron el informe.
- ¿Podré echarle un ojo?
- Supongo que sí.... Lo tendrán en el cuartel, en Treviños....
- Bien.... Continúe....
- Sí.... – al alcalde le costaba seguir el hilo, con tanta interrupción. – Eso.... La gente se asustó mucho, porque el muchacho estaba todo comido y destrozado.
- ¿Comido? – preguntó Bruno, y sus ojos se encontraron con los del alcalde.
- Sí. Tenía mordiscos en todo el cuerpo, y una pierna comida entera, hasta el hueso.
- ¿Y por qué creen que ha sido una persona la causante? ¿No tiene más pinta de haber sido un animal?
- Eso pensamos al principio, pero el viernes por la noche encontramos a Ildefonso, el sacristán, apuñalado. La guardia civil me dijo que parecía obra de una persona, un loco, pero descartaban al animal. Además, por esta zona no hay ni lobos, ni zorros, ni ningún depredador grande.
- ¿Cómo murió el sacristán? El nombre completo, por favor....
- Sí.... Ildefonso Trimiño Gil. Estaba frente a su casa, al lado de la iglesia, con la cara reventada, apuñalada con una cosa puntiaguda y redondeada. Como un pico o algo así. La investigación de la guardia civil cambió por completo: según me han informado han empezado a sospechar de un psicomaniaco, o algo así....
- Un psicópata – sonrió Bruno.
- Eso es, exacto.
- Y esta mañana han encontrado un nuevo cadáver....
- Sí. El de Fuencisla López Perales. Una bellísima mujer. Nadie se explica la muerte de Fuencisla. No es que Ramón o Ildefonso tuviesen enemigos, o estaban buscando que los matasen. No es eso. Pero, si quisiéramos, podríamos buscar algún motivo, retorcido eso sí, por el que alguien quisiese matarles, no sé si me entiende – dijo el alcalde, y Bruno asintió, comprendiéndolo. – Pero Fuencisla.... No tenía enemigos, todos la adorábamos.... Estamos todos muy afectados.
Bruno sabía que la mujer había aparecido despedazada a la puerta de su casa y que la había encontrado una vecina, una chica de dieciocho años que vivía a su lado. Era la chica que acompañaba al grandullón que lo había llevado a casa del alcalde, el que le había contado con voz suave lo que había pasado. Bruno no creyó necesario preguntarle más al alcalde, al ver su estado.
- La guardia civil no tiene ninguna pista, ¿no?
Eumenio Poncela negó con la cabeza, tragando saliva dolorosamente. Intentaba contener las lágrimas.
- Bien. Me temo que voy a tener que molestar a sus vecinos, haciéndoles preguntas y eso, sobre todo a los que encontraron los cuerpos. Pero sólo cuando ellos puedan y quieran hablar conmigo. Imagino cómo lo estarán pasando....
- Póngase en su lugar.... – coincidió el alcalde.
- ¿Sabe si se han llevado el cuerpo que han encontrado esta mañana? Necesitaría verlo....
- Creo que el juez no había llegado todavía – dijo el alcalde, poniéndose de pie e invitando al hombre del gobierno a acompañarle, aunque maldita la gracia que le hacía volver a la plaza mayor a contemplar el espantoso espectáculo.
Los dos hombres caminaron por el pueblo, el alcalde guiando al forastero. Llegaron a la plaza mayor en un instante, abriéndose paso entre los curiosos que seguían pegados a la línea policial. Bruno enseñó su identificación y la guardia civil le dejó entrar en el escenario del crimen.
Un número levantó las sábanas que cubrían los restos, mirando siempre hacia otro lado. Bruno tragó saliva y contuvo las náuseas y los vómitos. Era la primera vez que veía un cadáver.
La mujer estaba completamente desmembrada, cada parte de su cuerpo aparecía en una zona de la calzada, sin orden. Bruno contempló los muñones, que no eran cortes, sino zonas retorcidas y arrancadas. Una arcada le llenó la boca de bilis.
Pero era un profesional. Estaba cumpliendo su misión, trabajando sobre el terreno. Tenía que mantenerse entero y sereno: no quería ni pensar en las risas de Suárez y su equipo cuando llegaran el lunes si él no había soportado un poco de sangre.
Pero es que no era sólo un poco de sangre. El corpóreo se había dado el gusto de hacer sufrir a aquella mujer. Bruno no tenía duda de que había disfrutado con aquello. La cabeza le daba vueltas, pero aguantó.
Estaba en el lugar correcto. En aquel pueblo había surgido un corpóreo, y muy activo. Tres asesinatos en dos noches. Eso no dejaba mucho lugar a la imaginación sobre lo que podría ocurrir aquella madrugada....
- ¿Tiene alguna forma de avisar a la población? ¿Recomendarles que se queden en sus casas de noche?
- Podemos sacar un bando urgente....
- Hágalo – ordenó Bruno, poniéndose en pie. El guardia civil agradeció poder volver a tapar los restos.
- ¿Va a poder hacer algo? – preguntó el alcalde, sin esconder su desesperación y su súplica.
- Por supuesto que podré hacer algo – dijo Bruno, seguro de sí mismo. – He estado esperando esta situación muchos años. Soy la persona correcta para estas circunstancias. Soy de los buenos.
La sonrisa seductora de Bruno tranquilizó al alcalde.


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