viernes, 20 de diciembre de 2013

El Trece (13) - Capítulo 8

- 8 - 

La noche parecía tranquila, pero no había más que ruidos y sonidos todo el rato. El viento soplaba lamentándose, y las pisadas y el murmullo de algo arrastrándose se burlaban del bando del alcalde que ordenaba que todo el mundo se quedara en casa con la llegada de la noche.
Alicia Gutiérrez Arranz se asomó a la ventana de su casa, oteando la calle. No había nada allí, pero los ruidos seguían llegando. El viento ululó como un búho, con fuerza. Parecía lamentarse, con lástima, pero también con furia. A pesar del calor de la noche, Alicia sintió un escalofrío.
La brisa entró por entre los barrotes que la ventana tenía por fuera, colocados para evitar que nadie se colara por las ventanas del piso de abajo. Alicia decidió que cerraría las ventanas.
Entonces sonó un ladrido lastimero. Alicia se asustó primero, pero luego se asomó entre los barrotes. Los ladridos se repetían, dolorosos, cada vez más cerca.
Un perrillo salió de la oscuridad, arrastrándose. Dejaba un reguero de sangre detrás de él en el asfalto de la calle. Tiraba de su cuerpo con las patas delanteras, arrastrando las de atrás, heridas. Su cara estaba contraída por el dolor.
Alicia se apiadó de él al instante. Se agarró a los barrotes de su ventana, asomándose aún más, con la cara crispada por la pena. Tenía que ayudar a aquel animal.
Pero no pudo.
De repente, un animal enorme surgió de la oscuridad, entrando en el cono de luz que derramaba la farola. Arrugó la cara, entornando los ojos, encogiendo un poco el cuerpo: parecía que la luz no le gustaba, le hacía daño.
Era una bestia enorme y brutal. Tenía la forma de un caballo, de color marrón oscuro. Pero no era un caballo. Su lomo estaba cubierto de placas, láminas de piel endurecida como velas de barco, como las de algunos lagartos. Las crines eran largas y duras, como alambres. Púas gruesas le salían de las rodillas. Y el hocico, alargado como el de un caballo, no era el de un caballo: se abría desmesuradamente, mostrando unas fauces repletas de dientes afilados y colmillos, amarillos, desordenados, amontonados unos sobre otros.
Se encabritó, sobre las patas traseras, alzándose. Su relincho sonó desde el infierno. Resopló, en una mezcla de ladrido y gruñido de felino.
Se abalanzó hacia adelante, hacia Alicia, metiendo sus fauces entre los barrotes. Con sus dientes atrapó a la mujer por la cabeza y tiró de ella. Los hombros de Alicia chocaron contra los barrotes, arrancándolos gracias a la fuerza de la bestia.

Alicia cayó al suelo, notando la cara destrozada, húmeda y caliente. El monstruoso caballo se colocó sobre ella. Alicia gritó desde el suelo, mientras el ser se abatía sobre ella, devorándola.


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