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La noche parecía tranquila, pero no
había más que ruidos y sonidos todo el rato. El viento soplaba lamentándose, y
las pisadas y el murmullo de algo arrastrándose se burlaban del bando del
alcalde que ordenaba que todo el mundo se quedara en casa con la llegada de la
noche.
Alicia Gutiérrez Arranz se asomó a la
ventana de su casa, oteando la calle. No había nada allí, pero los ruidos
seguían llegando. El viento ululó como un búho, con fuerza. Parecía lamentarse,
con lástima, pero también con furia. A pesar del calor de la noche, Alicia
sintió un escalofrío.
La brisa entró por entre los barrotes
que la ventana tenía por fuera, colocados para evitar que nadie se colara por
las ventanas del piso de abajo. Alicia decidió que cerraría las ventanas.
Entonces sonó un ladrido lastimero.
Alicia se asustó primero, pero luego se asomó entre los barrotes. Los ladridos
se repetían, dolorosos, cada vez más cerca.
Un perrillo salió de la oscuridad,
arrastrándose. Dejaba un reguero de sangre detrás de él en el asfalto de la
calle. Tiraba de su cuerpo con las patas delanteras, arrastrando las de atrás,
heridas. Su cara estaba contraída por el dolor.
Alicia se apiadó de él al instante. Se
agarró a los barrotes de su ventana, asomándose aún más, con la cara crispada
por la pena. Tenía que ayudar a aquel animal.
Pero no pudo.
De repente, un animal enorme surgió de
la oscuridad, entrando en el cono de luz que derramaba la farola. Arrugó la
cara, entornando los ojos, encogiendo un poco el cuerpo: parecía que la luz no
le gustaba, le hacía daño.
Era una bestia enorme y brutal. Tenía la
forma de un caballo, de color marrón oscuro. Pero no era un caballo. Su lomo
estaba cubierto de placas, láminas de piel endurecida como velas de barco, como
las de algunos lagartos. Las crines eran largas y duras, como alambres. Púas
gruesas le salían de las rodillas. Y el hocico, alargado como el de un caballo,
no era el de un caballo: se abría desmesuradamente, mostrando unas fauces
repletas de dientes afilados y colmillos, amarillos, desordenados, amontonados
unos sobre otros.
Se encabritó, sobre las patas traseras,
alzándose. Su relincho sonó desde el infierno. Resopló, en una mezcla de
ladrido y gruñido de felino.
Se abalanzó hacia adelante, hacia
Alicia, metiendo sus fauces entre los barrotes. Con sus dientes atrapó a la
mujer por la cabeza y tiró de ella. Los hombros de Alicia chocaron contra los
barrotes, arrancándolos gracias a la fuerza de la bestia.
Alicia cayó al suelo, notando la cara
destrozada, húmeda y caliente. El monstruoso caballo se colocó sobre ella.
Alicia gritó desde el suelo, mientras el ser se abatía sobre ella, devorándola.
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