martes, 17 de febrero de 2015

Peón Rojo (12 de 17)


-12-
Las deidades estaban un poco confundidas, expectantes. Miraban de reojo a Jroq el Destructor, sin saber cómo iba a jugar el dios. Volbadär se frotaba las manos por debajo de la mesa: la partida estaba siendo un éxito.
- ¿Y bien? ¿Qué queréis hacer? – preguntó Jroq, dirigiéndose a los demás jugadores. Parecía muy seguro de sí mismo y muy tranquilo, lo cual era muy peligroso para los demás.
- Entramos en el templo, supongo.... – propuso Bestia, con cautela.
- Sí, claro.... – secundó Fásthlàs el Bullicioso, encogiéndose de hombros y mirando a las dos diosas femeninas.
La Madre miraba atentamente a Jroq el Destructor, tratando de imaginar lo que pretendía hacer. ¿Qué significaba aquella canica negra tan grande? No parecía nada bueno....
- Pues sí, entramos, desde luego – dijo Doncella, muy convencida, moviendo su peón rojo hacia la figura del templo. – El jugador de Bestia y el mío buscan las pistas del tesoro, para encontrarlo.
- Muy bien – dijo Volbadär, contento. – Las leyendas que el jugador de Bestia conoce dicen que sólo un loco te llevaría hasta el tesoro.
Los dioses reflexionaron sobre las palabras del anfitrión.
- ¿Por qué no os separáis? – propuso Azar, con inocencia, aunque todos sabían que escondía otras intenciones. – Así abarcaréis más terreno....
- No me gusta esa idea – dijo Doncella, rotunda.
- Deberíamos quedarnos todos juntos – secundó la Madre. Estaba seria, como Doncella.
- Bueno, es algo que pueden decidir los dados.... – dijo Azar, con una sonrisa pícara, mientras jugueteaba con su dado de madera de ocho caras en la mano.
- ¿No es algo que deberíamos decidir nosotros? – preguntó Fásthlàs, molesto.
- Tiene capacidad para tirar los dados y decidir sobre el destino de los demás jugadores – dijo Volbadär, encogiéndose de hombros, impotente. – Es Azar....
- ¿Podemos hacer una tirada combinada? – preguntó Jroq, sombrío. – A mí también me parece buena idea que el grupo se separe....
- ¡Pero bueno! ¡¿Esto se puede hacer?! – se quejó Bestia, levantándose de la silla. Volbadär asintió, pesadamente, con cara de circunstancias. Él se lavaba las manos en todo aquel asunto....
Los dos dioses, Jroq el Destructor y Azar, lanzaron los dados, que rebotaron sobre el país de los yauguas, dándoles una tirada exitosa.
- Bueno, pues os separáis para buscar el tesoro.... – dijo Volbadär, con precaución, sabiendo que aquello no les gustaba ni un poco a los demás jugadores.

• • • • • •

Mórtimer entró en el templo, seguido de cerca por Hiromar. Los demás estaban más lejos y entraron detrás de ellos bastante más tarde.
El templo estaba muy oscuro, así que no pudieron hacerse muy bien a la idea de sus verdaderas dimensiones. Y aun así, pensó Mórtimer, era condenadamente gigantesco.
Los techos se perdían en las alturas. Las columnas que los sujetaban eran rectangulares, de granito, tan anchas que cinco Minotauros como Hiromar no bastarían para abarcarlas. Estaba muy oscuro y lleno de polvo, pero Mórtimer intuyó unos frescos pintados en todo el techo.
El templo estaba abandonado, era evidente, desde hacía mucho tiempo. Al menos eso era lo que parecía, porque estaba prácticamente en ruinas, con trozos de piedra caídos por todas partes, algunas paredes agrietadas, agujeros en el suelo y huecos en los muros.
- Este templo fue magnífico en su época dorada, hace cientos de años – comentó Hiromar, sobresaltando ligeramente a Mórtimer. Llevaban un buen rato sin hablar, solamente deambulando por el recibidor del templo. – Ahora es una ruina....
- Una ruina que pone los pelos de punta – dijo el joven ladrón y el Minotauro sonrió. – ¿Dónde tenemos que buscar el tesoro?
- Según las leyendas que me transmitieron los superiores de mi orden, “sólo un loco te llevaría hasta el tesoro” – comentó Hiromar.
- Eso no me ayuda, ¿sabes? – dijo Mórtimer, medio bromeando. – No hace falta que me metas más miedo....
- Es lo que me dijeron....
- ¿Qué ocurre? – dijo Ahdam, detrás de ellos. Había entrado finalmente al templo, acompañado por Wup y Solna.
- Estamos buscando a un loco, para que nos lleve hasta el tesoro.... – respondió Mórtimer, con sorna. Hiromar les explicó la cita que sus superiores le habían dicho.
- ¿Laiwanno? ¿Loco? – preguntó Wup y todos se volvieron hacia él. – Atrás había estatua. Hmm.... Estatua de Ninuk el Loco.
- Enséñanosla – pidió Ahdam y el Bárbaro les guio hasta ella.
En una hornacina a ras del suelo, en la galería derecha, nada más entrar en el templo, había una estatua muy desgastada de Ninuk el Loco. Estaba muy descuidada, incluso se le había roto una mano, pero era reconocible. Los cabellos salían de su cabeza como rayos y llevaba el cayado con la calavera de mandril en lo alto.
- Ninuk laiwanno – dijo Wup al llegar frente a ella.
- ¿Esto podría ser? – preguntó Mórtimer. – ¿El tesoro podría estar escondido por la estatua?
- Podría ser – contestó el Minotauro, encogiéndose de hombros. – Tú eres el experto en robar tesoros....
Mórtimer hizo una mueca y se puso a estudiar la estatua de Ninuk el Loco. Estaba sobre un pequeño pedestal, de un palmo de alto y metido dentro de la amplia hornacina, que estaba a su altura. Alrededor de él, en la pared, había relieves de lo que parecían hojas de parra (muy deteriorados) y había restos de pintura. En aquella pared había habido un fresco, pero se había perdido. ¿Y si aquel fresco contenía la pista para encontrar el tesoro? Si era así, nada podían hacer....
Mórtimer se asomó tras la estatua, buscando un pasadizo o un resorte en la propia hornacina, pero era de piedra pulida y suave. No había oquedades ni resortes que accionar para abrir una puerta secreta. Se agachó a los pies de la estatua y buscó, pero allí tampoco encontró evidencias de una cámara secreta en la que estuviese el tesoro.
- ¿Nada?
- No – dijo Mórtimer, levantándose. – Si éste es el lugar donde nos lleva la pista, yo no encuentro nada.
- ¿Y si moverla? – dijo Wup, señalando la estatua de Ninuk. Mórtimer miró la estatua y se encogió de hombros, haciendo una mueca. No era mala idea y nadie les regañaría por mover la estatua en un templo abandonado.
Los cinco se colocaron alrededor de la estatua de Ninuk el Loco y trataron de moverla, unos empujando y otros tirando en la misma dirección. La estatua era de mármol gris, muy pesada, pero entre los cinco consiguieron moverla, poco a poco.
Cuando consiguieron sacarla de la amplia hornacina dejaron a la vista un agujero bajo ella, completamente redondo, de algo menos de un metro de diámetro.
- Ahí no puede estar escondido el tesoro – comentó Solna, asomándose un poco. El hueco era muy pequeño para albergar el tesoro de Volbadär, que se decía que era inmenso.
- Es un pasadizo – dijo Mórtimer, con ojo experto. – Tenemos que seguirlo para llegar hasta el tesoro.
Y acto seguido se metió dentro. Los demás le siguieron, dejando arriba las mochilas, los abrigos y las demás cosas que pudieran entorpecerles en un pasadizo tan estrecho, excepto Mórtimer, que se quedó con la capa puesta. Aun así, Hiromar tuvo problemas para atravesarlo, sobre todo sus hombros y sus cuernos.
El pozo era parecido a la bajada de una cloaca, era un simple tubo de piedra con una escalerilla de metal. Llegaron abajo y se encontraron en una estancia circular, bastante amplia para que cupieran los cinco. Sólo había una galería que salía de ella y la siguieron.
Ahdam, previsor, había portado durante todo el viaje un puñado de antorchas, que en ese momento se encargó de encender. Entregó una a cada uno, para que iluminasen las galerías mientras caminaban por ellas. Además, Hiromar sostenía su retorcida varita en la mano izquierda, con un punto de luz blanca en la punta.
Las catacumbas eran oscuras, frías y húmedas. Olían a cerrado y a descomposición. Escuchaban el agua gotear y las paredes y el suelo estaban brillantes, como barnizadas, pero era por la humedad.
Al cabo de un trecho llegaron a una sala rectangular, alargada, en la misma dirección que llevaban ellos. Ahdam vio hacheros en las paredes con antiguas antorchas y las prendió con el fuego de la que él mismo llevaba. Algunas eran demasiado viejas para encenderse, pero la mayoría prendieron, iluminando la larga estancia.
- Madre mía, esto es maravilloso.... – dijo Solna, mirando embelesada a su alrededor.
La cámara en la que estaban estaba adornada con pinturas y frescos en las paredes. Desde el suelo al techo (que llegaba a los dos metros) las dos paredes estaban llenas de dibujos, en diferentes colores.
Según su marcha, la pared de la derecha mostraba imágenes de batallas. Una serie de hombrecillos extraños, de corta estatura y con cuatro brazos, pintados siempre con ocre, luchaban contra diferentes ejércitos. Pudieron reconocer ejércitos de Minotauros, ejércitos de ujkus, ejércitos de hombres cubiertos de armaduras brillantes pintadas de azul y blanco.... Parecía que en todas las batallas los curiosos hombrecillos de cuatro brazos salían victoriosos.
- ¡¡Ipsen ketup!! – soltó Wup detrás de ellos. Todos se volvieron a mirarle, interesados por ver qué era lo que había alterado tanto al Bárbaro para hacerle proferir aquella fuerte maldición en su lengua. Solamente Hiromar se quedó en la pared de la derecha, acercando su hocico a los frescos.
En la pared de la izquierda, Ahdam, Mórtimer y Solna pudieron ver más dibujos. Los hombrecillos de cuatro brazos pintados de ocre parecían ser también los protagonistas. Pero en esta ocasión cargaban con hombres y mujeres en brazos, llevándolos entre dos y tres hombrecillos. Había también representadas escenas de crueldad hacia los prisioneros (latigazos, hogueras y desmembramientos).
Pero aquello no era lo que había alterado a Wup. El Bárbaro estaba al final de la pared, justo antes de que la cámara rectangular acabara y conectase con la galería, de nuevo estrecha y redondeada. Allí, al final de la pared (y del dibujo) había representada una gigantesca figura, también con cuatro brazos, pero pintada de azul. Tenía alas y una cara retorcida con colmillos. Los hombrecillos de color ocre entregaban los hombres y las mujeres sangrantes como ofrenda al monstruo.
- ¿Qué es eso? – preguntó Mórtimer.
- El Ghôlm – dijo Wup y Mórtimer se sorprendió al reconocer miedo en la voz del Bárbaro.
- No puede ser.... era sólo una leyenda.... – dijo Solna, con cara de terror y llevándose la mano a la boca.
- No – dijo Hiromar, tajante. Todos se volvieron a mirarle. – Estos frescos están pintados con sangre, no con agua. Puedo olerlo, aunque tengan cientos de años. Esta gente, los pigmeos de cuatro brazos de los dibujos, mezclaron la sangre de sus enemigos con pigmentos para hacer los frescos de esta sala.
- Entonces este templo era para honrar al Ghôlm, ¿es eso lo que crees? – preguntó Ahdam, muy serio. Mórtimer no le había visto así en todo el viaje, ni siquiera en los peores momentos.
- Creo que sí – dijo Hiromar, sombrío. – Quizá los hombrecillos de cuatro brazos que adoraban al Ghôlm fueron vencidos o masacrados por algún ejército, mucho antes de que las Tierras Áridas se convirtieran en lo que ahora son, y mandaron construir un templo sagrado (el templo del dios Fugun) sobre las ruinas de su templo pagano.
- ¿Estas catacumbas serían lo que queda de su templo pagano? – preguntó Solna. Hiromar asintió.
- Un momento – pidió Mórtimer. – ¿Quién o qué es el Ghôlm?
Todos le miraron con cara preocupada y con lástima. Mórtimer se sintió muy extranjero en aquel momento.
- El Ghôlm es una criatura del Inframundo, una bestia sanguinaria que azotó el reino de Xêng muchos siglos antes de que se convirtiera en un reino, en realidad – explicó Hiromar.
- Es una bestia del abismo, traída aquí por los dioses hace siglos, para castigar a los mortales por su desobediencia – añadió Ahdam. – Al menos eso dicen las sagradas escrituras.
- Lo que no dicen es que, como el Ghôlm era tan sanguinario y tan peligroso, los dioses no pudieron (o no se atrevieron) a mandarle de nuevo al abismo, así que se quedó en Xêng desde entonces.
- Y no se sabe dónde puede estar, ¿verdad? – terminó Mórtimer. Ahdam y Solna asintieron. – No me digáis ahora que hemos encontrado su guarida de siglos justo nosotros....
Nadie dijo nada.
- Me parece que sí – dijo Hiromar, echando a andar de nuevo. Todos le siguieron por la galería, de nuevo oscura y húmeda.
- Oye, Hiromar, ¿cómo es ese Ghôlm? – preguntó Mórtimer, marchando por detrás de su amigo.
- Es una bestia descomunal, con cuerpo parecido al de los gorilas de la isla Buy, con cola enorme de lagarto, alas de murciélago en la espalda y una cabeza inmensa de ave, con colmillos en el pico. Tiene dos pares de brazos, como los hombrecillos que hemos visto en los dibujos, pero él tiene un par que son como garras de oso y otro de pinzas de langosta.
- Genial....
Al cabo de pocos metros llegaron a otra cámara rectangular, pero esta vez mucho más grande que la sala de los dibujos. Con la luz de las antorchas de los cinco apenas llegaban a iluminar las otras tres paredes.
- Corre el aire – dijo Ahdam y Mórtimer se dio cuenta de que era verdad.
- Más galerías – dijo Wup, que había recorrido las paredes y se había encontrado con múltiples opciones. Desde aquella sala tan grande salían muchas nuevas galerías, en diferentes direcciones. Las galerías eran mucho más anchas y altas que por la que habían llegado: parecía que estaban diseñadas para que algo muy grande pudiese circular por ellas....
- ¿Por dónde vamos? – preguntó Solna.
Entonces todos escucharon el conocido sonido, el repiqueteo sordo, como si alguien hubiese lanzado unos huesos o unos trozos de madera al suelo y los hubiese hecho entrechocarse y botar.
Como si alguien hubiese tirado un dado gigantesco.
Acompañando al ruido les llegó el débil temblor del suelo, que temblaba al unísono del sonido. Cuando todo cesó un rugido animal les llegó desde todas las galerías.
- No sé si es el Ghôlm o no, pero aquí abajo hay algo.... – dijo Solna.
- A lo mejor deberíamos separarnos – se escuchó decir Ahdam, algo asombrado. Todos le miraron de igual modo. El caballero no había podido evitar proponer aquella idea.
Hiromar y Wup asintieron, aunque parecía que a regañadientes. No estaban muy convencidos, pero se veían casi obligados a aceptar aquella propuesta.
Mórtimer agitó la cabeza, molesto. ¿Separarse? ¿Con la posibilidad de que el Ghôlm estuviese por allí abajo? Era una idea descabellada.... aunque él también sentía que era lo que tenían que hacer. No tenían otra opción.
- Sí.... ¡¡No!! – dijo el joven ladrón, sobresaltando a los demás. – ¿Separarnos? ¿A qué viene eso, Ahdam? ¡¡Es una idea descabellada!!
- Lo sé, lo sé, pero.... – el caballero parecía confuso. – No sé, me ha parecido que era lo que teníamos que hacer. Como si alguien nos lo hubiera ordenado....
- A mí también me ha parecido así – dijo Mórtimer con sinceridad, recordando la extraña sensación que había notado cuando robó la pequeña cajita de cobre para robar el hechizo en la cabaña del brujo. – Pero no tenemos por qué hacerlo. ¿Qué ganaríamos separándonos?
- Seríamos más débiles – opinó Hiromar, de acuerdo con su amigo.
- ¡Exacto! Deberíamos seguir juntos – dijo Mórtimer.
- Tienes razón, no sé por qué lo he propuesto.... – se excusó el caballero.
- No te preocupes, todos estamos un poco confundidos – dijo Mórtimer.
- ¿Entonces? ¿Por dónde? – preguntó Wup.
- No sé.... ¿Por aquí? – propuso Ahdam.
Todos le siguieron.

• • • • • •

Volbadär arrugó el ceño, confundido.
Los dioses que jugaban alrededor de la mesa también se miraron, confusos.
Allí pasaba algo raro.



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