sábado, 7 de febrero de 2015

Peón Rojo (8 de 17)


-8-
- ¡Bien! – dijo Volbadär, entusiasmado. – Hagamos el recuento.
- Yo he ganado un alma – dijo Azar, sin soberbia, con tranquilidad. Sin embargo, la Madre no pudo evitar mirarle con rabia.
- Cierto, has ganado un alma por el héroe caído de la Madre – dijo Volbadär, consultando las tablas que tenía. Después volvió a mirar el tablero de juego y señaló a la deidad. – Pero la tirada de la Madre también ha sido exitosa: ha conseguido encontrar una diligencia después de que la tormenta de arena pasase sobre el grupo.
- Me debes al menos tres “vueltas de tuerca” – pidió la Madre, dolida por la pérdida de su heroína. – Las usaré cuando yo considere oportuno....
- Está bien – dijo Azar, sin inmutarse, aunque los demás pudieron notarle un poco tenso, quizá incómodo por haber perdido algo.
- Sigamos.... – dijo el anfitrión.

• • • • • •

La diligencia traqueteaba por los caminos maltratados del ducado de Sal. La tierra era bastante yerma, dura y árida, debido al contenido en sales. Los caminos por los que circulaban las diligencias, a pesar de estar preparados para el tráfico rodado, no dejaban de tener baches y piedras, y eran duros para las amortiguaciones de las diligencias.
Mórtimer iba sentado al lado de la ventana, mirando el paisaje sin ver. No recordaba cómo habían llegado a la diligencia ni qué había pasado después de que la tormenta de arena se calmase y Eeda hubiese desaparecido.
Sólo recordaba aquel sonido odioso, el que parecía una cascada de huesos que caían al suelo y repiqueteaban contra él.
En realidad, Ahdam había cruzado el río cuando la tormenta de arena cesó y acabó encontrando un camino de tierra prensada de las diligencias. Lo habían recorrido hacia el interior del ducado de Sal, hasta dar con una, que afortunadamente estaba vacía y tenía como destino la Llanura Umbría.
Los cuatro compañeros de Mórtimer viajaban en el interior del carruaje, en silencio. Parecía que su viaje por fin iba por buen camino, aunque todos lamentaban la muerte de Eeda. Además, todos sentían lástima por el joven ladrón, que había perdido a la Ninfa del bosque cuando parecía que su historia de amor iba a comenzar. Mórtimer, por su parte, estaba en shock.
El viaje fue rápido y ligero, aunque no muy cómodo. La diligencia se movía y se sacudía mucho, traqueteaba y les hacía saltar en sus asientos, pero los seis caballos que tiraban de ella hacían que viajasen a gran velocidad. Al cabo de una jornada llegaron a Tax.
Tax era la segunda ciudad de la Llanura Umbría, la más cercana al Árbol Rúnico. No era la más grande, pero era famosa por sus célebres e impresionantes templos religiosos y sus puentes de mármol rosa sobre el río seco. El interés del grupo de saqueadores por la ciudad era que en uno de sus templos (Hiromar sabía en cuál) se escondía el magnífico tesoro del dios Volbadär.
La diligencia los dejó en una de las plazas principales de la ciudad. Los cinco se bajaron del carruaje y se apartaron, pues había mucho tráfico rodado en la zona: diligencias, carruajes de la nobleza, caballerías, animales de tiro arrastrando carros y carretas....
La ciudad de Tax (al igual que el resto de ciudades de la Llanura Umbría) estaba construida con ladrillos y piedra. Los ladrillos eran negros, fabricados con arena volcánica, que cubría toda la Llanura. Las piedras más utilizadas para construir los edificios y los templos eran el granito y el mármol, en todos sus tonos y colores. La madera no se usaba para construir, ya que la arena volcánica que estaba por todas partes la erosionaba hasta hacerla frágil e inservible.
- Vamos, busquemos un sitio donde pasar la noche – dijo Ahdam, pasando su brazo bueno por los hombros de Mórtimer, para conducirle por la calle. – Luego iremos a reconocer el terreno y a ver el templo donde se esconde el tesoro.
El caballero lideró al grupo y pronto tuvieron reservadas cuatro habitaciones (los gemelos Borta y Wup pidieron compartir cuarto) en una pensión decente, amplia y limpia. Todos dejaron sus cosas en sus respectivas habitaciones y se reunieron en la sala común de la planta baja. Mórtimer parecía un alma en pena, pero los demás estaban bastante excitados, ante la proximidad del tesoro.
- Hiromar, llévanos ahora al templo donde está escondido el tesoro – pidió Ahdam, en susurros. El Minotauro asintió y les precedió por la calle.
La ciudad de Tax estaba muy concurrida, llena de gente, como casi siempre. A pesar del ambiente tan árido y desapacible de la Llanura Umbría (sus hectáreas de arenas volcánicas, sus volcanes dormidos que despertaban de súbito, sus grietas de lava, sus ríos secos llenos de basaltos y cristales de roca) sus ciudades eran islas de bullicio. Eran lugares de comercio y de negocios, bastante seguros. Una guardia especial, fundada por el rey Nanphamyl, cuidaba de que se mantuviese el orden en la Llanura Umbría.
- El templo está aquí cerca – dijo Hiromar, después de veinte minutos de paseo por la ciudad. – Es pequeño y está abandonado. Nadie sabe lo que guarda en su interior....
El Minotauro giró una esquina y todos fueron detrás de él. La calle por la que habían caminado desembocaba en una plaza amplia, con suelo de mármol rosa y una fuente seca en el centro. En un lado de la plaza había un templo de basalto, negro mate, con una fachada pequeña y sin ningún adorno.
Entonces, los cinco compañeros escucharon el repiqueteo que ya se estaba convirtiendo en familiar. Esta vez era el que sonaba a trozos de madera, no a huesos. Resonó por encima de ellos, muy lejano, pero fácilmente audible. Aquel ominoso y extraño sonido fue lo que sacó por fin de su abstracción a Mórtimer.
- Ése es el templo – señaló Hiromar, en el mismo momento.
Y entonces, sorprendiéndolos a todos (pero sobre todo a Hiromar) la puerta de hierro del templo se abrió, dejando salir del interior a una familia. El padre y la madre acompañaban a sus tres hijos, mirándolos con cariño, y los niños hablaban y reían entre ellos, entusiasmados.
Detrás de la familia salió más gente, de todo tipo: jóvenes, ancianos, parejas, gente solitaria.... Todos parecían bastante satisfechos de lo que habían visto dentro.
- ¿Quién es toda esta gente? – preguntó Ahdam, mientras Hiromar sólo negaba con la cabeza, con los ojos como platos.
- ¿Hacer qué ahí dentro? – preguntó Borta, con dificultad.
- No lo sé.... – dijo Hiromar, que por fin pudo hablar. – Ese templo siempre está vacío....
- Pues parece que ya no – dijo Ahdam, echando a andar hacia la plaza, cruzándola. Estaba llena de niños jugando, los que habían salido del templo. Sus padres los cuidaban desde el borde circular.
El caballero se acercó a una pareja joven, que vigilaba de cerca a una niña pequeña, de no más de tres años. Los dos le miraron acercarse y a pesar de reconocerle como un forastero (Ahdam vestía con su armadura, muy distinta de las habituales togas de los habitantes de Tax) le sonrieron amablemente.
- Buenas tardes, ¿podría hacerles una pregunta?
- Buenas tardes – respondieron. – Díganos....
- Verán, tenía entendido que este templo estaba abandonado. ¿Por qué sale tanta gente de él?
- Oh, hemos celebrado culto a Fugun, dios del fuego – contestó la mujer. – Lleva haciéndose en este templo durante muchos años.
- El templo estuvo cerrado al culto y al público durante mucho tiempo, es verdad – explicó el hombre. – Pero volvió a utilizarse. Es uno de los lugares de visita obligada para los turistas.
- Parece muy poca cosa visto por fuera, muy sencillo – dijo la mujer. – Pero por dentro es una maravilla, con lindos cortinajes y tapices. Además de las esculturas....
- Las esculturas son maravillosas – dijo el marido. – No debería irse de la ciudad sin visitarlo....
- Gracias. Eso haré.... – contestó Ahdam, confundido, pero con educación.
El caballero volvió con sus compañeros, que le esperaban impacientes.
- ¿Qué pasa? – preguntó Hiromar.
- Éste no puede ser el templo donde esté escondido el tesoro del dios Volbadär.... – contestó Ahdam.
- ¡¡Pero era aquí!!
- Aquí no puede ser. Entra gente todos los días, desde hace años – explicó Ahdam. – Lo habrían encontrado.
Hiromar parpadeó, asombrado.
- Entonces.... ¿dónde está?



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