jueves, 5 de febrero de 2015

Peón Rojo (7 de 17)


-7-
- Pasáis la mañana durmiendo y os despertáis a primera hora de la tarde – relató Volbadär, después de haber consultado sus notas y las historias de ruta. – Cruzáis la última unión entre montañas y descendéis por la ladera hasta el llano. Habéis llegado hasta el ducado de Sal. ¿Qué hacéis ahora?
El anfitrión había recogido las piezas (las dos fichas rectangulares de la Madre, la roca de Bestia, los conos de Fásthlàs el Bullicioso y el peón rojo de Doncella) y las había sacado de entre las montañas para colocarlas en el llano, entre los dos ríos pintados en el tablero de juego, que salían de las Montañas de la Luna e iban a morir al Lago Pesado.
Los jugadores miraron las fichas y el tablero.
- Podríamos ir andando hasta la capital del ducado de Sal, para reponernos – sugirió Bestia, señalando la pequeña estrellita de latón que representaba la ciudad de Sodium, al pie de las montañas.
- Es una ciudad peligrosa – opinó Doncella y Volbadär le dio la razón, asintiendo, mientras miraba sus notas.
- Quizá sea mejor evitarla – dijo la Madre. Bestia asintió, conforme.
- Entonces, ¿qué hacemos? ¿Marchamos directamente hasta la Llanura Umbría? – preguntó Bestia, con un tono que dejaba claro cuál era su opinión.
- Es un camino muy largo – dijo Fásthlàs el Bullicioso, con cara preocupada. – Podría pasarnos de todo por el camino....
- Y además perderíais varios puntos de fuerza – comentó Volbadär.
Los jugadores miraron el tablero, pensativos, incluso Azar, que jugueteaba con sus dados de madera pintada de verde en una mano. Sólo Jroq el Destructor seguía en silencio, con los ojos cerrados.
- Podríamos viajar en una diligencia – propuso la Madre. – Hay muchas diligencias que recorren el ducado de Sal, e incluso el desierto, ¿no es verdad?
- Sí – dijo Volbadär. – Pero encontrar una diligencia que vaya hasta la Llanura Umbría con capacidad para seis personas va a ser difícil. Lo mejor es que vayáis hasta Sodium: allí podréis coger la diligencia que queráis....
- Hemos dicho que no iremos a Sodium – replicó Doncella, con amabilidad. Volbadär asintió, sonriendo divertido.
- Entonces, que consigáis una diligencia que se ajuste a las características que necesitáis será cuestión de buena suerte.... – dijo Volbadär, tendiendo los dados de hueso.
- Adelante.... – dijo Bestia, indicando a la Madre con un gesto de su garra que tirase los dados.
- Yo tengo dos puntos de habilidad por la mano del héroe, ¿verdad? – dijo Azar, señalando con un dedo de uña amarillenta la pieza rectangular de aluminio, parecida a una ficha de dominó, colocada verticalmente. – Me gustaría usarlos para provocar un fenómeno atmosférico muy común en los desiertos....
- Bien – dijo Volbadär, asintiendo, contento: la partida estaba siendo entretenidísima. – Tirad los dos: veamos si alguno consigue su objetivo....
La Madre lanzó los dados de hueso y Azar lanzó el suyo de madera de doce caras.

• • • • • •

Dejaron atrás las montañas y salieron a la llanura.
Estaban en el ducado de Sal, llamado así por la aridez de su tierra y por las salinas y cultivos de sal que predominaban en aquella parte de la tierra de Xêng. Los dos ríos que nacían de las montañas y viajaban hacia el norte iban a morir al Lago Pesado, llamado así por su alto contenido en sales disueltas.
- ¿Qué hacemos ahora? – preguntó Eeda.
- Tenemos que ir hacia allí – señaló Ahdam, con su única mano, hacia el noroeste. – Allí está la Llanura Umbría, nuestro destino.
- Lejos para andar hasta allí – dijo Wup y su hermano asintió a su lado.
- Podemos ir hasta Sodium – propuso Hiromar. – Está aquí cerca, al pie de las Montañas de la Luna.
- He oído que es una ciudad muy peligrosa – intervino Mórtimer, con precaución aunque no con miedo. – No me gustaría ir hasta allí....
- ¿Qué pasa, forastero? ¿Te da miedo? – bromeó Hiromar, mirando socarrón a Mórtimer, que le devolvió la sonrisa.
- Quizá sea mejor que la evitemos – opinó Eeda, y en el tono de voz de la Ninfa todos pudieron reconocer el miedo.
- Pero no podemos ir andando hasta la Llanura Umbría desde aquí – repuso Hiromar.
- Camino largo. Gran peligros – dijo Borta.
Todos se quedaron un rato callados.
- Podríamos ir en diligencia hasta la Llanura Umbría – acabó proponiendo Ahdam. – Hay muchas diligencias que recorren el Desierto Solitario y el ducado de Sal. Alguna irá hasta nuestro destino.
Los otros asintieron, pero todos pensaban lo mismo: sería difícil encontrar una diligencia que les sirviese, en mitad de aquella llanura.
- De acuerdo.
- Muy bien, echemos a andar – dijo Ahdam y los Bárbaros le obedecieron, uno al lado del otro. – Iremos hasta el río y esperemos encontrarnos con alguna diligencia de camino....
El caballero fue detrás de los gemelos y Mórtimer fue a andar detrás de él cuando notó a Eeda a su lado, tensa.
- ¿Qué te pasa?
La Ninfa tardó un rato en responder.
- Estoy muy lejos de mi bosque. Nunca me había alejado tanto de él....
- ¿Quieres volver? – dijo Mórtimer, con pena. Entendía que la mujer quisiese volver a su hogar (él deseaba regresar al Páramo, en el reino de Jonsën) pero lamentaba perderla de vista.
Eeda levantó la mirada y la posó en el ladrón, con intención, sonriendo ligeramente.
- Sí, quiero volver – dijo, encogiendo el corazón de Mórtimer. – Pero no ahora. Ahora quiero estar aquí.
Mórtimer sonrió, poniéndose un poco colorado.
- Es sólo que me da un poco de miedo ir a una ciudad de la Llanura Umbría.... – agregó la Ninfa.
- No te preocupes – dijo Mórtimer, acercándose a ella y tomándola de la mano. – Allí sólo hay gente, tabernas, callejones oscuros y criminales. En esos lugares es donde un ladrón se encuentra más a gusto. Yo te guiaré....
Los dos echaron a andar, sonriendo y de la mano. Pero al cabo de unos pasos Mórtimer echó en falta a Hiromar y se volvió a mirar hacia atrás.
El Minotauro estaba a unos metros, mirando hacia el este, olfateando el aire con su hocico de buey.
- ¿Qué pasa, amigo? – preguntó el joven ladrón. – ¿Algún problema?
Hiromar tardó un rato en responder.
- No lo sé, forastero.... – dijo al fin. – Hay algo que se agita en el Desierto Solitario, más allá del río....
- ¿Algo malo? – volvió a preguntar Mórtimer.
Hiromar negó lentamente con la cabeza, mientras se encogía de hombros.
- Nos quedamos atrás.... – señaló Eeda.
- ¡Vamos Hiromar! – dijo Mórtimer, echando a andar de la mano con Eeda.
El Minotauro estuvo un rato más mirando hacia el este, hacia el desierto, sin saber muy bien qué era lo que le inquietaba. Después se dio la vuelta y caminó tras sus compañeros, acelerando el paso, para poder alcanzarlos y no quedarse rezagado.
Caminaron durante algo más de una hora, por los terrenos duros y resecos del ducado de Sal. El campo allí era mayoritariamente de tierra dura, agrietada, con hierba muy corta verde pálido. Era un pasto excelente para los rebaños de ovejas, el otro negocio en el que se basaba el ducado (aparte de la sal).
- Allí está el río – señaló Ahdam, que iba en cabeza con los Bárbaros. Estaban todavía a un par de kilómetros, pero los juncos y los arbustos verdes que recorrían toda la orilla eran visibles desde lejos, sobre todo en un terreno tan llano y tan yermo.
Hiromar se detuvo bruscamente y se volvió a girar hacia el este. Olfateó de nuevo el aire, que soplaba desde allí, con cara preocupada. Se agachó y arrancó con dos dedos unas hierbas secas y duras, dejando que el viento se las llevara, haciendo círculos. Sacó la varita de madera de vid y trazó un arco en el aire, musitando unas palabras mágicas: una cortina de polvo rosado surgió de su varita, dispersándose por el aire, transformándose en chispas doradas.
El Minotauro alzó las cejas, preocupado.
- ¡Hay que salir de aquí! – dijo, haciendo que sus compañeros se diesen la vuelta, alarmados.
- ¿Qué pasa? – preguntó Ahdam, acercándose a él.
- ¡¡Una tormenta de arena!! – chilló el Minotauro, corriendo al encuentro del caballero.
- ¿Una tormenta de arena? – preguntó Ahdam, asombrado. – ¿Aquí?
- Siempre había oído que las tormentas de arena se producían en el Desierto Solitario – intervino Mórtimer, con voz cauta.
- Y así es, normalmente – dijo Hiromar. – Pero ésta que nos va a alcanzar dentro de nada es mágica. Alguien la ha conjurado.
- ¿Para qué? – preguntó Borta.
- No lo sé.... pero si ha llegado hasta aquí, donde sólo estamos nosotros, creo que ha sido conjurada por algún enemigo nuestro.
- ¿Y qué hacemos? – preguntó Eeda, aterrorizada.
- Correr. Hay que salir de aquí – dijo Hiromar.
- ¿A dónde? – inquirió Mórtimer.
- Al río – dijo Ahdam. – Quizá nos sirva de refugio....
Todo el grupo echó a correr a la vez. Los Bárbaros demostraron su excelente forma física, a pesar de sus anchuras y de la pesada ropa que llevaban, porque se pusieron en cabeza inmediatamente. Ahdam iba a la par que Mórtimer, detrás de Eeda, que corría ligera. Hiromar iba cerrando el grupo, con su correr pesado, sacudiendo el suelo con sus cascos.
Mórtimer miró hacia atrás, llegando a ver una especie de muro de arena, que se acercaba a ellos con mucha rapidez. Intentó tragar saliva, pero tenía un nudo en la garganta.
Borta y Wup llegaron a la orilla del río y saltaron al agua, entre los arbustos y los juncos. Eeda tropezó antes de llegar, rodando por el suelo. Mórtimer se detuvo a su lado, ayudándola a levantar.
- ¿Estás bien? – la preguntó, preocupado.
- No ha sido nada, sólo un tropiezo – dijo la Ninfa, poniéndose en pie.
Mientras tanto, Ahdam y Hiromar habían llegado a la orilla y esperaban a sus amigos entre los juncos. La tormenta de arena estaba sobre ellos.
- Hay que meterse en el agua – propuso Ahdam.
- ¡No! Mira esa isleta – señaló el Minotauro. Había una isla pequeña en medio del río. Era un montículo rocoso que se alzaba sobre las aguas, con algo de hierba verde en la cima. – Allí puedo crear un refugio con magia.
- ¡Vamos! – Ahdam saltó al agua, que le llegaba por las rodillas. Los Bárbaros le acompañaron.
Hiromar se volvió hacia Mórtimer y Eeda, que estaban a unos veinte metros, pero la tormenta de arena les alcanzaría antes de que llegasen al río. Dudó durante un momento, sin saber si debía esperarlos o no. Al final acabó dándose la vuelta hacia el río, saltando al agua: si los esperaba (como quería hacer) la tormenta podría alcanzarle a él también, sin que hubiera preparado el refugio mágico en la isleta del río, y entonces todos morirían. Tenía que encargarse de su trabajo.
- ¡¡Mórtimer, seguidme!! – gritó, esperando que su amigo le escuchase, mientras corría con el agua por la pantorrilla.
Hiromar llegó al montículo, con la varita de vid ya en la mano, haciendo círculos en torno a él, pronunciando unas palabras mágicas. Ahdam, Borta y Wup ya habían subido a las rocas.
Desde allí vieron cómo Mórtimer y Eeda llegaban a la orilla, un paso antes de que la tormenta de arena los alcanzara. En ese instante, una burbuja de magia rodeó la isleta en mitad del río. Era de color blanco, aunque ligeramente translúcida.
Durante un segundo vieron a la pareja agarrada de la mano, pero después la arena en suspensión lo cubrió todo y dejaron de ver nada a través de la burbuja.
- ¡Mórtimer! ¡Eeda! – llamó Ahdam.
La arena que los había alcanzado a ambos era el principio de la tormenta, así que no llevaba mucha fuerza. Los zarandeó, pero pudieron mantenerse en pie. Rodeados de viento y arena saltaron al agua, agarrados de la mano todavía, y avanzaron hacia la burbuja que significaba seguridad.
- ¡¡Corre!! – dijo Mórtimer, tirando de la mujer, de la que no quería ni soportaría separarse.
Entonces la verdadera tormenta de arena los alcanzó, empujándolos y alzándolos en el aire. Pasaron a un metro escaso de la burbuja, pasando de largo.
Pero justo en ese momento una mano ancha y grande surgió desde dentro de la burbuja. Mórtimer se agarró a ella con la mano que tenía libre, con todas sus fuerzas. Por las pulseras de cuero reconoció a Borta.
El Bárbaro les había visto pasar, a pesar de la opacidad de la burbuja mágica y de la arena en suspensión. Sin pensarlo, solamente deseando que sirviera de algo, sacó la mano a través de la burbuja que los protegía, para tratar de agarrar a sus compañeros.
La tormenta tiraba de Eeda y Mórtimer y los zarandeaba, pero éstos seguían agarrados, así que Borta empezó a sentir que sus botas resbalaban sobre la hierba húmeda de lo alto del montículo, pero no soltó la mano del joven ladrón.
Wup lo sujetó por la espalda, agarrándolo de las pieles y Ahdam se unió a él, sujetándolo con los dos brazos. Hiromar no pudo ayudarles, pues estaba concentrado para usar toda su fuerza en mantener el hechizo de protección.
- ¡¡Aguantar, hanno (1)!! – dijo Wup.
- ¡¡Tenéis que meterlos dentro!! – aulló Hiromar, casi con dolor. – ¡¡Si no, no podré mantener la burbuja!!
Era cierto: en torno al brazo de Borta empezaban a saltar relámpagos de color azul intenso y algunas rachas de viento con arena se colaban por allí. Pero la tormenta tiraba de Mórtimer y Eeda con mucha fuerza, tanta que ni siquiera los tres hombres juntos podían meterlos dentro de la burbuja.
Mórtimer sintió una oleada de pánico cuando notó que la mano de Eeda se le escurría de entre los dedos. Se volvió a mirarla, entrecerrando los ojos para que no se le llenasen de arena.
- ¡¡Eeda!! ¡¡No!! ¡¡Aguanta!!
Entre las sacudidas pudo ver la cara de la Ninfa, convertida en una máscara de terror. La mano de Eeda se le escapaba y no podía hacer nada más que tratar de retenerla.
- ¡¡Eeda!! ¡¡Sujétate!! – gritó, tratando de hacerse oír por encima del vendaval de la tormenta, empezando a llorar. Y no era por los granos de arena que se le metían en los ojos.
- ¡¡¡Aaaaaaaaahh!!! – gritó Eeda, cuando al fin su mano se resbaló por completo, perdiéndose en el vendaval, arrastrada por el viento.
- ¡¡Nooooooooo!! – gritó Mórtimer. Por un segundo estuvo tentado de soltarse de la mano de Borta, pero sus compañeros tiraron de él con fuerza. Ahora que no tenían que tirar del peso de los dos pudieron meterle dentro de la burbuja.
Los cuatro cayeron en un confuso montón, a los pies de Hiromar, que seguía manteniendo el hechizo, haciendo pases con la varita, hablando en murmullos con los ojos cerrados.
Mórtimer, con el pelo lleno de arena, la capa roja enredada en torno al cuerpo y cubierto de polvo sollozaba en lo alto del montículo de rocas. 


______________________________________________
(1) Hermano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario