viernes, 27 de febrero de 2015

Peón Rojo (16 de 17)


-16-
El primer paso del plan era sacar al Ghôlm de su guarida. Hiromar tuvo una idea para hacerlo. Por eso buscaron la galería principal por la que Solna y Wup habían llegado hasta el cubil y se escondieron en una de las galerías secundarias que salían de ella. Una vez allí, el Minotauro pronunció su conjuro.
Los esqueletos de la cámara que acababan de dejar empezaron a moverse. Saltaron de la pared, arrancando trozos de piedra y polvo, escalando el muro y saliendo por el vano elevado. Espíritus flotantes, como sudarios, salieron del agujero del suelo, volando hasta el vano y siguiendo a los esqueletos por la galería.
- ¿Así que puedes resucitar a los muertos? – se admiró Mórtimer, mirando al Minotauro con respeto, cuando la compañía de esqueletos y espectros pasó por delante de ellos, de camino al cubil del Ghôlm.
- No – sonrió Hiromar, divertido y agradecido porque su amigo le hubiese tenido en tan alta estima. – Esto es sólo una ilusión. Ningún mago puede resucitar a los muertos....
La compañía de muertos en vida (más bien marionetas en manos de Hiromar) llegó hasta el cubil de la bestia, danzando por ella como sonámbulos descoordinados. Los ruidos de los huesos y los lamentos de los espectros despertaron al Ghôlm, que gruñó sobre su percha. Miró alrededor, sorprendido ante aquella intromisión. ¿Quiénes eran todos esos cadáveres? ¿De dónde habían salido?
El Ghôlm saltó con agilidad al suelo, aterrizando con sus pies de gorila y manteniendo el equilibrio con un pequeño aletear de sus apéndices de murciélago. Chilló como un ave hacia la compañía de espectros y esqueletos descabezados, que hicieron caso omiso de la amenaza.
Siguiendo las órdenes mágicas de Hiromar, la cabalgata de muertos en vida salió del cubil del Ghôlm, volviendo sobre sus pasos. El monstruo, intrigado, los siguió graznando como un águila, sin perderlos en la oscuridad. Quería saber qué estaba pasando y a qué se debía aquella extraña sorpresa.
- ¡Atención! – musitó Wup, en un susurro. Todos se pusieron tensos cuando el Ghôlm pasó por delante de la entrada de la galería en la que estaban escondidos. Pero el monstruo estaba atento a los esqueletos y a los espíritus.
- ¡Vamos! ¡En silencio! – dijo Ahdam, saliendo de la galería cuando el Ghôlm hubo pasado. Todos fueron detrás de él, Hiromar cerrando el grupo, concentrado para seguir manejando a los esqueletos y que tuvieran entretenido al Ghôlm.
El grupo corrió por la galería, iluminados sólo por la luz de la varita retorcida de Hiromar. Cuando entraron en la galería de la izquierda pudieron ver a lo lejos un punto de luz roja, pues desde lejos podían intuirse las brasas de la hoguera del cubil del Ghôlm.
En el momento en que entraron en el cubil, los esqueletos y los espectros llegaron de nuevo a la cámara de los huesos. Los esqueletos cayeron por el vano que había en el muro, estrellándose contra el suelo adoquinado con calaveras. Los espíritus se deshicieron como si fuesen de humo, en jirones. El Ghôlm se quedó en la puerta, sin comprender lo que había pasado. Después, malhumorado, volvió a su guarida: quería volver a dormir.
- ¡Muy bien! ¡Ocupad vuestros puestos! – ordenó Ahdam. Wup se agachó detrás de un montón de rocas, Solna corrió hacia el nido del Ghôlm y el propio Ahdam se escondió detrás de una pila de troncos, supuso que para alimentar la hoguera. – ¡Hiromar, busca un lugar a resguardo! ¡Mórtimer, escóndete bien!
El joven ladrón no tardó en obedecer. Al lado de la entrada del cubil había un gran montón de rocas, salpicadas de sangre y con huesos grandes de animales alrededor. No era un sitio acogedor, pero estaría bien tapado y cubierto. Saltó al otro lado del montón y se apoyó contra el muro.
Mórtimer sabía que su importancia en el grupo no era su capacidad de lucha o de batalla: él era un ladrón. Poco podía hacer en el plan de Solna para eliminar al Ghôlm, salvo ponerse a cubierto y sobrevivir. Sólo él podía abrir la puerta de bronce que escondía el tesoro....
Hiromar se encogió dentro de un agujero que había en el muro, justo pegando al suelo. Era estrecho, pero entraba por completo. Allí, encogido sobre sí mismo, empezó a concentrarse, aislándose de la realidad. Estaba bastante cansado por el conjuro de reanimación que acababa de hacer y ahora tendría que hacer otro de alto nivel. Necesitaba todo su poder de mago.
El Ghôlm llegó al poco rato, sin saber lo que le esperaba en su guarida. Caminaba molesto, cansado y algo enfadado. Sólo quería volver a dormir.
- ¡¡Ahora!! – gritó Ahdam, saliendo de detrás de la montaña de troncos, armado con su escudo y su espada. Wup y Solna salieron de sus escondites.
Mórtimer se encogió en el suyo. Había comenzado la batalla. Deseó que todo saliera bien.
Hiromar, en su escondite, trató de no escuchar los gritos de guerra de sus compañeros. Tenía que concentrarse en la magia, para que el hechizo saliese bien, en el momento adecuado.
El Ghôlm se espabiló de repente, ante la amenaza. Chilló agudamente, como un águila, y cargó contra el caballero, que lo esperó a pie firme. El Ghôlm lanzó a Ahdam su chorro de fuego y el caballero se cubrió con el escudo, recibiendo el fuego con él, aguantando como pudo: el hierro del escudo se puso al rojo y él trató de sujetarlo por las abrazaderas de cuero, sin quemarse.
Wup cargó contra el Ghôlm en ese momento, golpeando con su mazo en la rodilla del monstruo. El hueso sonó con un chasquido y el Ghôlm rugió como un león. Se giró, buscando al que le había herido, pero Wup se había movido de sitio. El Ghôlm braceó, desesperado y dolorido. Wup, que se había colado entre sus patas, le golpeó en la otra rodilla, esta vez más fuerte. El hueso, en esta ocasión, sonó con un chasquido más alto, a roto. El Ghôlm rugió, consiguiendo alcanzar esta vez al Bárbaro, golpeándole con uno de los brazos de gorila. Wup voló por los aires hasta caer al suelo. Tenía la cara ensangrentada, pero parecía mantener la consciencia.
Ahdam no le dio tregua al Ghôlm, atacando con su espada, acuchillando al monstruo en una pierna y en una de las pinzas de langosta, con la que intentó alcanzarle. El Ghôlm rugió y bajó su cabeza de ave, lanzando un picotazo lleno de colmillos al caballero. Ahdam se lanzó hacia adelante, haciendo la voltereta sobre su escudo, esquivando el ataque. Desde el otro lado clavó su espada en la cola de lagarto del monstruo, que volvió a rugir.
Solna estaba al lado de la percha del Ghôlm, cerca de uno de los postes verticales que la sostenían. Tenía el arco en la mano y no dejaba de lanzar dardos, todos al cuello y la cabeza del monstruo, para molestarle y herirle.
Hiromar estaba casi en trance, sin escuchar los sonidos de la pelea, los gritos enardecidos de sus compañeros y los chillidos y rugidos de dolor y rabia de la bestia.
El Ghôlm batió con su cola de lagarto, tratando de golpear al caballero, pero Ahdam se tumbó en el suelo, notando cómo el aire le zarandeaba al paso de la cola del monstruo. Ésta, al fallar el golpe, acabó chocando con el montón de troncos tras el que se había escondido Ahdam al principio, lanzándolos por los aires, con tan mala fortuna que un trozo de madera golpeó a Solna, tirándola al suelo.
El Ghôlm se dio la vuelta, buscando al caballero, que echó a correr, huyendo de él, escapando por la galería a oscuras. El Ghôlm metió la cabeza en la entrada de la galería y lanzó su chorro de fuego. Ahdam se cubrió con el escudo, pero no había afianzado bien los pies, así que la ola de fuego lo empujó y lo tiró al suelo. Su pierna derecha se inflamó.
Mórtimer se asomó asustado por encima del muro de rocas que lo protegía y escondía. Vio al Ghôlm con la cabeza metida en la galería. Vio a Wup tirado en el suelo, con la cara llena de sangre. No vio a Ahdam por ninguna parte. Y vio a Solna tirada como un muñeco de trapo al lado de la percha.
Sin pensar demasiado en lo que hacía el joven ladrón salió de detrás de su escondrijo y corrió hacia la merodeadora, aprovechando que el monstruo estaba entretenido con algo en el interior de la galería. Llegó al lado de la mujer, que estaba consciente, con la cara crispada por el dolor.
- ¿Estás bien? – la preguntó, ayudándola a sentarse en el suelo.
- No – dijo ella, apretando los dientes. – Creo que me he roto una pierna.
Mórtimer miró la pantorrilla de la mujer, que se hinchaba por momentos. La miró a los ojos, asustado.
- Pero.... con la pierna así no podrás subir a la percha – dijo, apurado. Era vital para el plan que la ágil merodeadora se subiera a la percha para tentar al Ghôlm.
- Creo que no....
- Entonces.... entonces.... supongo que tendré que subir yo.... – aceptó el joven ladrón, sin querer hacerlo pero sabiendo que sólo él podía.
- Ni hablar – dijo Solna, conteniendo el dolor y sonriendo, casi divertida. – Tú no sabes cómo mantenerte allí arriba, ¿verdad? – Mórtimer negó con la cabeza. – Entonces tendrás que subirme hasta allí.
Mórtimer dudo sólo durante un segundo. Después cogió a la mujer, se la echó a la espalda y empezó a escalar el mástil lateral que sujetaba la percha horizontal del Ghôlm. Mórtimer no era un chico muy fuerte, pero Solna no era muy pesada y el ladrón sacó todas sus fuerzas en aquel momento de necesidad.
El Ghôlm sacó la cabeza de la entrada de la galería y se volvió hacia su cubil, a tiempo de ver llegar al ladrón con la merodeadora a cuestas en lo alto de su percha. Rugió indignado.
- ¿Estarás bien? – preguntó Mórtimer, asustado sin poder quitar ojo del monstruo.
- Perfectamente. Lárgate de aquí – dijo la mujer, mientras se descolgaba el arco del hombro. A riesgo de parecer poco caballeroso, Mórtimer le hizo caso y saltó desde la percha de madera al suelo de la cámara, rodando por él.
Solna sacó una flecha del carcaj y disparó a la bestia, atravesándole una de las finas alas de murciélago. El Ghôlm aulló de dolor y Solna no perdió el tiempo, lanzándole dos flechas más, que se clavaron en su fuerte cuello cubierto de plumas.
El Ghôlm cargó contra ella.
Desde el suelo, a cuatro patas, Mórtimer pudo ver cómo Solna soltaba su arco y se agarraba a la percha, dando vueltas alrededor de ella, colgada de los dos brazos, mientras el Ghôlm corría hacia ella, rabioso. Cuando el monstruo saltó a la percha para atrapar a la mujer ésta se soltó, aprovechando los giros para salir despedida lejos de la percha. El Ghôlm aterrizó en el tronco de madera, con los pies simiescos, sin poder atraparla.
- ¡¡¡Ahora, Hiromar!!! – gritó Mórtimer, con todas sus fuerzas, esperando que su amigo estuviese preparado para lanzar el hechizo.
Hiromar, que había estado al margen de cualquier otro ruido de la sala, escuchó perfectamente el aviso de Mórtimer. Con rapidez salió del agujero, se puso en pie y empuñó su retorcida varita de madera de vid, apuntando con ella hacia la hoguera.
- ¡¡Fuguner!! – dijo, simplemente.
Y entonces, los restos de la hoguera que ardían como brasas bajo la percha del Ghôlm se prendieron, como una pira gigantesca, alzándose una columna de fuego tan alta como el techo de la cámara, carbonizando al Ghôlm casi al instante.

• • • • • •

Los dioses se miraron, asombrados. Incluso asustados.
Volbadär ya no estaba tan convencido de que la partida que había organizado fuese un éxito. Todo se había torcido al final. Esperaba que no le considerasen un mal anfitrión, porque no había sido culpa suya. En realidad, no entendía qué había pasado.
Todos miraban con asombro la canica negra que representaba al jugador de Jroq el Destructor. Una pequeña grieta había surgido en ella, desde la base plana hasta la parte superior.
Ninguno tenía palabras. Excepto Fásthlàs el Bullicioso.
- ¿Qué ha pasado aquí? – preguntó el pequeño y pelirrojo dios. No parecía alegre como siempre.
Ninguno lo parecía.



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